Alejandro Ariel González
Quienes hayan leído y lean con frecuencia historias de la literatura rusa o ediciones anotadas y prologadas con rica información sobre el contexto de creación de una determinada obra estarán familiarizados con el concepto de «escuela natural», denominación con la que se conoce ese programa estético de los años 1840 cuyos postulados sirvieron como antecesor del realismo crítico; asociarán ese nombre con el de Vissarión Bielinski, líder de dicha corriente y faro de la crítica literaria rusa desde las páginas de «Anales Patrios»; sabrán que autores posteriormente consagrados como Dostoievski, Turguéniev, Herzen, Goncharov y Nekrásov pertenecieron en su juventud, aunque no sin tensiones, a sus filas; no ignorará tampoco el papel fundamental que Gógol, según la lectura de Bielinski, desempeñó en su conformación, en especial por el modo de representar al «hombre pequeño» en su relato El capote (1842). Ahora bien, lo que probablemente no sepan es que casi ninguna obra de la «escuela natural» ha llegado a nuestra lengua, y que el panorama no es mucho mejor en otros idiomas occidentales. Veamos esto en detalle.
La llamada «escuela natural» tuvo tres publicaciones, por así decir, instituyentes.

En primer lugar, la ya mencionada «Anales Patrios», en la cual Bielinski, al frente de la sección crítica, reunió a escritores tales como Dmitri Grigórovich, Aleksandr Herzen, Iván Panáiev, Evgueni Grebionka y Vladímir Dal, entre otros. Fue desde 1839, bajo la redacción de Andréi Kraievski, que «Anales Patrios» conocería su época de gloria: ese año publicó La princesa Zizí de V. F. Odóievski, Historia de dos chanclos de V. A. Sollogub, La hija de un funcionario de I. I. Panáiev, Un pobre tipo de V. I. Dal, El señor Jaliavski de G. F. Osnoviánenko; en 1840: Delirium tremens, Un hombre excelente y El reparto de la hacienda de I. I. Panáiev, Alta sociedad y siete capítulos de Tarantás de V. A. Sollogub, El cosmorama de V. F. Odóievski, Perplejidad de P. N. Kudriátsev, De las memorias de un hombre joven de A. I. Herzen; en 1841: Más de las memorias de un hombre joven de A. I. Herzen, El león de A. I. Sollogub, El onagro de I. I. Panáiev, La estrella y La flor de P. N. Kudriátsev, La salamandra de V. F. Odóievski, Una mujer avezada de N. A. Nekrásov, Ganancia y robo de P. P. Sumarókov, Apuntes de un estudiante de E. P. Grebionka.[1]
En segundo lugar, la antología Fisiología de Petersburgo, editada por Nekrásov en 1845, compuesta por relatos y textos cuyo género se conoce en ruso como fiziologuícheski ócherk, es decir, bosquejo o boceto fisiológico, inspirado en las colecciones francesas Les Anglais peints par eux-mêmes (1840), Les Français peints par eux-mêmes (1839-1842), Les enfants peints par eux-mêmes (1842)[2]. Esta antología respondía a los principios de la escuela natural: se concentraba en personas comunes cuyas experiencias eran tratadas desde un punto de vista humanitario, lo que despertaba la simpatía por los menos afortunados y cuestionaba las opresivas condiciones sociales; los autores se desprendían de toda retórica e idealización de la realidad. Fisiología de Petersburgo estaba compuesta en sus dos partes por una Introducción y los textos Petersburgo y Moscú,[3] El teatro Aleksandrinski y La literatura de Petersburgo de Bielinski, Rincones de Petersburgo y El funcionario de Nekrásov, Los organilleros de Petersburgo y Baile con lotería de Grigórovich, El lado de Petesburgo de Grebionka, El portero de Petersburgo de V. I. Dal, Ómnibus de A. I. Kulchitski y El folletinista de Petersburgo de I. I. Panáiev
En tercer lugar, la Antología de Petersburgo (1846), también editada por Nekrásov, en la que justamente hizo su debut literario Dostoievski con Pobres gentes. Fue en relación con esta publicación (con textos de Herzen, Turguéniev, Odóevski, Nekrásov, Panáiev, Sollogub y otros) que el reaccionario Faddéi Bulgarin, desde las páginas del periódico conservador La abeja del norte, acuñaría el concepto de «escuela natural» para caracterizar despectivamente la creación de los jóvenes seguidores de Gógol (Bielinski luego adoptaría y resignificaría ese epíteto).
Como decíamos, muy poco de este corpus fue traducido al castellano, lo que da lugar a una situación bastante paradójica: de la «escuela natural» sabemos que existió y que fue muy importante, pero no hemos tenido acceso a ella.
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Uno de los nombres vinculados a esta corriente es el de Iákov Petróvich Butkov (1820 o 1821-1856). Oriundo de Sarátov, se trasladó a pie y hoy diríamos «a dedo» hasta Petersburgo a comienzos de los años ’40. Sin educación formal, autodidacta y ávido lector, comenzó a publicar en «Apuntes Patrios». Kraievski, que percibió su talento, le impuso una condición casi servil: compró para él un documento que lo liberaba del servicio militar a cambio de que se lo fuera pagando con textos para la revista; así, cualquier incumplimiento o deserción significaban la partida al ejército y el fin de la carrera literaria, por no decir que semejante «contrato» lo condenaba a vivir casi en la miseria. Pese a ello, Butkov realizó importantes aportes a la «escuela natural», fue elogiado por Bielinski,[4] acogido por Dostoievski,[5] detestado por Bulgarin.[6]
Sus obras son reflejo de la preocupación literaria de la época: la detallada y naturalista descripción de la vida de los pequeños funcionarios, de la pobreza que contrastaba con las suntuosas e imperiales pretensiones de la capital, de la lucha por la supervivencia y, sobre todo -y en esto puede situarse como un eslabón entre Gógol y Dostoievski-,[7] de la trágica incongruencia entre la posición social y el deseo. Al respecto, y versando sobre la narrativa de los años ’40, V. V. Vinográdov señalaría: «A base de nuevas búsquedas se perfila un modo singular de tratamiento del tema tradicional del pequeño funcionario: el contraste entre su insignificancia externa y la grandeza de la idea que lo consume. La representación de un ser poco atrayente y agobiado por el peso de un objetivo ilusoriamente grande, del pequeño funcionario con «ambición» se entrevé ya en Cumbres de Petersburgo (1845-1846) de I. P. Butkov»[8].
Puede afirmarse que la curva que traza la creación de Butkov tiene un ascenso vertiginoso que alcanza la cima con su ciclo Cumbres de Petersburgo para luego, primero lentamente, y luego de manera acelerada, apagarse ya en los años ’50. Entre sus obras cabe citar Goriún (1847), Acreedores, amor y otros departamentos (1847), La avenida Nevski o El viaje de Néstor Zaletáiev (1848), El hombre oscuro (1848), Una historia extraña (1849).

De carácter introvertido, reservado y asustadizo, su nombre y su persona desaparecieron de las crónicas de la literatura rusa, al punto de que no se conserva imagen alguna de él y los datos sobre su biografía son escasos. Solo una vez, en 1967, se reeditaron en la Unión Soviética algunas de sus obras. Iákov Petróvich Butkov murió solo, pobre y olvidado en el hospital de Santa María Magdalena, casi último refugio para los sectores más indigentes de la Petersburgo de entonces. No podemos sino citar las palabras de Nikolái Chernishevski respecto de él, escritas en 1863 en un calabozo de la fortaleza de Pedro y Pablo: «Cuando aún era joven, antes de mi traslado a la provincia, mucho antes de casarme, tuve la suerte de encontrarme con Butkov, ahora un escritor olvidado y, según creo, injustamente olvidado, acaso el más dotado entre los principales seguidores de Gógol; supongo que si yo hubiera seguido viviendo en Petersburgo, el destino de ese hombre noble e inteligente habría sido menos lamentable; no habría vuelto a su oscura vida, lejos de la atención y el interés de los periodistas, y no habrían vuelto a oír de él solo ya como alguien que agonizaba agotado por esa oscura y penosa vida. Era un hombre orgulloso, había que seguirlo para conocer en qué circunstancias vivía. Si yo hubiera estado allí, él no habría muerto tan prematuramente».[9] Aleksandr Miliukov, por su parte, cierra así su semblanza de Butkov: «No hay dudas de que, en otras circunstancias, el talento de este hombre se habría desarrollado con mayor independencia; tenía muchas condiciones que le auguraban en nuestra literatura un papel tal que no podría ser pronto olvidado. Es uno de esos talentos tristemente acabados de los que tanto abundan las crónicas de la literatura rusa».[10]
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El ciclo de cuentos Cumbres de Petersburgo es, por lejos, lo mejor que salió de su pluma. Publicado en la segunda mitad de 1845, coincide prácticamente con la conformación de la «escuela natural» y puede ubicarse junto a los tres pilares arriba mencionados.[11] En los distintos relatos que la componen, la representación del «hombre pequeño», tema ya popular para entonces, recibe un tratamiento en el que se perciben notas novedosas; asimilando el legado pushkiniano y gogoliano, Butkov introduce una valoración negativa de la actitud resignada y humillada del pequeño funcionario, una ridiculización satírica de su estrechez de miras y de sus insignificantes esperanzas, y una mirada crítica de aquellas ocasiones en las que deviene verdugo de sus semejantes. Habría así un paso en la dirección de Dostoievski, aunque sin el dejo de idealización sentimental que observamos en algunas de las primeras obras de este (Pobres gentes, Noches blancas); como su mirada es más despojada, las relaciones sociales que dan origen a la psicología del «hombre pequeño» adquieren mayor relieve.
Cumbres de Petersburgo ocupa también un lugar especial que podemos rastrear tanto en su mismo título como en la introducción. En efecto, Butkov aporta a la «escuela natural» una perspectiva vertical de la estructura social. Hasta entonces, y sobre todo en los trabajos de los «fisiólogos», la representación de la ciudad y de sus habitantes seguía un criterio horizontal: el lector, guiado por el autor, se desplazaba por las calles de Petersburgo, visitaba las distintas casas, tiendas, mercados, teatros, etc.; se detenía en los tipos que desfilaban ante la mirada: vendedores ambulantes, cocheros, mercaderes, organilleros, peregrinos; esquina a esquina, barrio a barrio, se registraba minuciosamente la realidad que se presentaba a los ojos.[12] La perspectiva vertical echa luz de un modo más elocuente sobre la estratificación social; este enfoque no era nuevo en la literatura; ya en 1833 Pushkin, Gógol y Odóievski habían concebido un almanaque llamado Troichatka, o Almanaque en tres pisos, en los que cada uno de ellos, firmando con seudónimo, describiría la buhardilla (Gógol), el salón (Odóievski) y el subsuelo (Pushkin) de un edificio petersburgués.[13] Ese proyecto finalmente no vería la luz.

Más próximo en el tiempo, tenemos el ejemplo del almanaque francés El diablo en París,[14] publicado a principios de 1845, en el que aparece una muy sugestiva ilustración con el nombre «Los cinco pisos del mundo parisino», un corte transversal de un edificio donde vemos en un solo plano el paisaje social de entonces. Cumbres de Petersburgo es una referencia irónica a los pisos superiores de los edificios de la ciudad, ocupados principalmente por funcionarios de bajo rango, nobles empobrecidos, artistas y estudiantes de escasos recursos (recordemos que Raskólnikov de Crimen y castigo vive en una de esas cumbres, bajo el tejado). En los pisos del medio vivía la «crema» de la sociedad: funcionarios de alto rango, dignatarios, nobles ricos; en los pisos de abajo y en los sótanos vivían los menos favorecidos: criados, campesinos, peones de la construcción, comerciantes pobres, etc. Desplazarse verticalmente por las escaleras equivalía a hacerlo por los estamentos sociales.
La introducción, titulada «Palabras edificantes sobre las cumbres de Petersburgo», se inserta polémicamente en el debate literario de la época y fija una clara posición estética. En primer lugar, la palabra «edificante» es una ponzoñosa flecha dirigida a los órganos conservadores y reaccionarios, que hacían del carácter instructivo y edificante de la literatura su emblema de batalla. La ironía se desprende del contenido del texto. En segundo lugar, dicha introducción es ni más ni menos que un manifiesto literario muy próximo a los postulados proclamados por Bielinski[15] y no pasó desapercibida a los contemporáneos: ¿por qué la literatura habría de concentrarse en las vivencias de ese 10% favorecido de la sociedad y no en el 90% restante? ¿Por qué los sectores bajos, los marginales, los «miserables» al decir de Víctor Hugo, no serían dignos objetos de representación artística? Los personajes, para Butkov, son quienes «componen no la sociedad, sino la masa»; ahora bien, en esa masa «reluce en ocasiones, cual penetrante rayo, una idea que, expresada no con nuestras palabras, descendida al ámbito de esa sociedad que habita cerca de la tierra y se apega a los intereses mundanos, quizás podría tener un efecto benéfico sobre ella». Esa idea -la justicia social, la igualdad, la rebeldía contra la humillación- no podía ser formulada explícitamente, pero se palpaba en las reacciones, actitudes y psicología de los personajes, incluso en su locura, rasgos que también anticipan a personajes dostoievskianos como Makar Diévushkin de Pobres gentes y Goliadkin de El doble.
En los cuentos que componen Cumbres de Petersburgo la atención del escritor se concentra en la representación de la psicología del «hombre pequeño» oprimido por las circunstancias de su vida; sus personajes son taciturnos, hablan poco y rara vez, pero reflexionan mucho, de ahí la gran cantidad de monólogos interiores, en los que accedemos a su sistema de valores; el dinero -y aquí otro punto en común con Dostoievski- desempeña un papel trascendental en su existencia. La singular voz narrativa, dueña de variadas entonaciones -puede ser dramática, patética, juguetona, irónica, sarcástica- redunda en un estilo muy particular, pletórico de giros coloquiales, modismos, juegos de palabras, jerga oficinesca, guiños al lector; hay también un uso muy singular de la cursiva para enfatizar palabras, así como frases extensas y cargadas de incisos. El humor impregna muchas páginas, aunque se trata de un humor triste; es una risa que no alegra, sino que aflige y amarga. El uso del grotesco y cierta vacilación de la instancia narrativa también colocan a Butkov entre Gógol y el joven Dostoievski. La apelación al lector y el tono confidencial habilitan también una puesta en duda del sentido habitual de las palabras; estas significan a veces lo contrario, como si estuvieran entrecomilladas, poniendo de manifiesto la hipocresía y convencionalidad del mundo circundante.
En este número de Eslavia presentamos a nuestros lectores la introducción de Cumbres de Petersburgo y uno de sus mejores cuentos, «Cien rublos», con la esperanza de echar luz, aunque sea parcial y modestamente, sobre esta página desconocida en nuestro idioma de la literatura rusa.
Notas
[1] Cf. V. I. Kuleshov, «Отечественные записки» и литература 40-х годов XIX века, Издательство Московского университета, Moscú, 1959, pp. 38-39.
[2] Ya en 1841 se publicó en San Petersburgo una antología literaria editada por A. P. Bashutski con el nombre: Nuestra gente, copiada al natural por los rusos. El mismo autor había escrito en 1834 Panorama de Petersburgo, lo que según V. N. Toporov permite hablar de la existencia, ya en los años 1830, de un período «prefisiológico» en las letras rusas. El género «fisiológico» ruso, en palabras de este autor, se diferenciaría del modelo francés en la orientación a lo «empírico», a lo que es «tal como es» (carácter «daguerrotípico») sin que intervengan las fantasías del autor ni tampoco la más o menos natural elaboración artística del modelo, como tampoco la posición del autor respecto a lo descrito. Cf. «Проза будней и поэзия праздника («Петербургские шарманщики» Григоровича)», en V. N. Toporov, Петербургский текст, Издательство Наука, Moscú, 2009, pág. 153.
[3] Publicaremos este artículo en el siguiente número de Eslavia.
[4] Bielinski le reconocía un talento satírico pero no humorístico; no veía en él a un gran talento, pero se rendía ante su poder de observación y su capacidad de inspirar compasión por el prójimo. Puede leerse en ruso la reseña de Bielinski sobre la primera parte de Cumbres de Petersburgo en el siguiente enlace: http://dugward.ru/library/belinsky/belinskiy_pb_vershiny.html. Cuando se publicó la segunda parte, ya en 1846, Bielinski agregaría: «La hemos encontrado mucho mejor que la primera […] si bien esta no nos parecía nada mala […] Quizás el talento de Butkov sea llano y no se distinga por un especial volumen; ahora bien, puede tenerse un talento más rico y grande que el de Butkov y hacer que ese talento nos recuerde a tal o cual escritor de mayor talento aún, mientras que el talento de Butkov no recuerda al de nadie, es completamente único. Butkov no imita a nadie, y nadie podría imitarlo a él impunemente. Por eso su talento nos provoca tanta admiración y respeto. Los cuentos, ensayos, anécdotas -llámenlos como quieran- del señor Butkov constituyen una suerte de género literario hasta ahora sin precedente». Vissarión Bielinski, Полное собрание сочинений, том IX, Moscú, 1955, pág. 356.
[5] De hecho, Butkov formó parte del grupo del joven Dostoievski. Joseph Frank lo menciona en su biografía de este último: «Debió de ser en esta época [primavera de 1847 – A. G.] cuando [Dostoievski –A. G.] comenzó a organizar cenas, en las que se compartían los gastos, para aquellas personas a las que conocía mejor: Pleshéiev, los dos hermanos Máikov, Ianovski, el escritor menor Iakov Butkov (el rival de Dostoievski como retratista de la vida de los barrios bajos de San Petersburgo), grupo al cual se unió un poco más tarde el maestro de escuela y crítico Aleksandr Miliukov». Joseph Frank, Dostoievski. Las semillas de la rebelión, 1821-1849, FCE, México, 1984, pág. 303. Señalan algunos críticos que Butkov inspiró los personajes de Iákov Petróvich Goliadkin de El doble y Vasia Shumkov de Un corazón débil. Sabemos por una carta a su hermano que la noticia de la muerte de Butkov lo afligió profundamente.
[6] Bulgarin comparaba sus obras con las de Gógol, y veía en Butkov a un peligroso revolucionario. Si bien Butkov no pudo ser incriminado en ninguna actividad clandestina, las delaciones de Bulgarin en gran medida colaboraron a que fuera desterrado de la escena literaria a partir de 1849.
[7] Cf. Peter Hodgson, From Gogol to Dostoevsky. Jakov Butkov, a reluctant naturalist in the 1840’s, Wilhelm Fink Verlag, Múnich, 1976.
[8] V. V. Vinográdov, «Сюжет и архитектоника романа Достоевского «Бедные люди» в связи с вопросом о поэтике натуральной школы», en la antología: Творческий путь Достоевского (под редакцией Н. Л. Бродского), Издательство Сеятель, Leningrado, 1924, pág. 68.
[9] N. G. Chernishevski, «Повести в повести», en Полное собрание сочинений в 15 томах, том XII, Moscú, 1949, pág. 154.
[10] A. P. Miliukov, Литературные встречи и знакомства, San Petersburgo, 1890, pp. 130-131.
[11] Así lo hace V. I. Kuleshov en el libro mencionado.
[12] En el caso ruso, cabe constatar que el celo con el que las fisiologías representaban la ciudad llevó incluso a incluir estadísticas de índole demográfica: composición social, estructura etaria, pertenencia estamental, ocupación, mortalidad, natalidad, etc. Según Iuri Golubitski, este afán por la fidelidad forjó la búsqueda y creación del dato empírico, en un movimiento que colocaría a la fisiología como antecesora y, en cierta medida, madre de los primeros enfoques sociológicos en la tradición rusa. Cf. Литературный генезис русской социологии: роль физиологического очерка в становлении социологического знания, Издательство Экономическое образование, Moscú, 2011.
[13] Cf. I. V. Mann, «Натуральная школа»: [Русская литература первой половины XIX в.] // История всемирной литературы в 8 томах / АН СССР; Ин-т мировой лит. им. А. М. Горького. — М.: Наука, 1989, pág. 388.
[14] El título completo en el original es Le Diable à Paris. Paris et les Parisiens. Mœurs et coutumes, caractères et portraits des habitants de Paris, tableau complet de leur vie privée, publique, politique, artistique, littéraire, industrielle. Para una descripción detallada (en francés) de la ilustración puede consultarse el siguiente enlace: http://grial4.usal.es/MIH/parisBuildings/resource1.html
[15] No en vano Nikolái Chernishevski, en los borradores de su “Ensayos sobre el período gogoliano de la literatura rusa”, consideraba a Butkov el primero de los escritores próximos al círculo de Bielinski o bajo la influencia de este.