Borges y Lustig: dos venganzas femeninas

Por Alfredo Martín Torrada

Leí que en el fondo del océano, donde la
vida es muy extraña, vive un pez muy raro:
si se encuentran dos machos, el más
pequeño se convierte en hembra.
“La chica de la cicatriz”, Arnost Lustig.

En dos cuentos de Lustig y Borges, “La chica de la cicatriz” y “Emma Zunz”, la trama general se repite: una joven, sin hijos (y sin ningún pariente que se nombre a lo largo de los relatos), que aún no ha intimado con ningún hombre, descubre la posibilidad de vengar la muerte del padre (en el cuento de Lustig también la muerte de la madre es vengada). Para ello planea durante días una venganza secreta, íntima, silenciosa, que no será compartida con nadie. Su ejecución, a su vez, requerirá del uso del cuerpo, como objeto sexual y de deseo, y un arma que posibilite el asesinato con el cual la venganza sobre el hombre responsable de la muerte de los progenitores se concrete.

a) La presencia del padre: el complejo de Edipo.

En su conferencia “Otra vez el Edipo, o el monismo fálico” Julia Kristeva recuerda una anécdota, a través de la cual insiste sobre la importancia del padre: En la conferencia anterior una joven del público le preguntaba por qué no hablaba sobre la figura del padre, su madre había muerto de niña, había sido por criada por su padre y afirmaba que todo lo que era se lo debía a él. Kristeva (1998) acuerda y agrega “no se hablará nunca suficientemente del padre”.

En “Emma Zunz”, aun cuando se relatan recuerdos de la infancia de la protagonista, no existe, en todo el cuento, una sola mención a la madre. La figura del padre lo acapara todo. En “La chica de la cicatriz”, la protagonista rememora la escena en la que soldados nazis golpean y arrestan a sus progenitores, pero, descontando esta escena, el resto de los recuerdos, aquellos momentos que intensifican el dolor de la pérdida, y así alientan la venganza, están dedicados exclusivamente al padre: “Papá llevaba las gafas de montura de níquel que acababa de la compañía del seguro médico…” (Lustig, 1990, p. 60) (toda la continuación del párrafo de la figura del padre), “Los recuerdos se agolparon en la mente de Jenny; todo lo que su papá había dicho y hecho mientras los alemanes Praga” (Lustig, 1990, p. 62); “El aire parecía impregnado por el sonido de la mandolina italiana de papá. “Oh María” (Lustig, 1990, p. 76). Papá sabía unas ocho canciones italianas de amor”. La eliminación por completo en el cuento de Borges, y la reducida presencia, a una única escena, en el de Lustig, de la figura materna contrasta con la omnipresencia en uno y con el reiterado recuerdo, del padre, en el otro. Convirtiéndose, así, ambos, en el motor que impulsa la acción de los cuentos.

Lo que este rasgo compartido demuestra, tal como lo señalaba Kristeva, es la potencia de la figura del padre, y la fuerza del complejo de Edipo, que, incluso, consigue filtrarse en la literatura y organizar a través suyo dos relatos de venganza.

En uno de los últimos párrafos de “La chica de la cicatriz”, con las acciones consumadas y el asesinato ya cometido, la protagonista camina y consigue recordar el vestido de novia que había usado su madre, recordando incluso a ella planchando el vestido, pero la figura de la madre no se extiende más allá de ese fragmento, queda interrumpida, de pronto, por la aparición del padre. La imagen, el fantasma, de este aparece y se pone a caminar (mientras la hija lleva encima, aunque  más no sea a modo de recuerdo, el vestido de novia de la madre) junto a ella: “Su padre también caminaba con ella, con las gafas de montura de níquel apoyadas en el puente de la nariz. Parecía un profesor, aunque había trabajado durante años en la compañía de abastecimientos de aguas…” (Lustig, 1990, p. 110).

b) La cuestión del cuerpo.

Simone de Beauvoir se pregunta y reflexiona: “cuando Hércules hila su lana a los pies de Ofelia, su deseo le encadena: ¿por qué Ofelia no logra conquistar un poder duradero? (…). La necesidad biológica -deseo sexual y deseo de una posteridad-, que pone al macho bajo la dependencia de la hembra, no ha liberado socialmente a la mujer” (de Beauvoir, p. 16).

Pero sin duda podría haber significado un camino.

La función del cuerpo en los dos cuentos escogidos es la clave del éxito de la venganza. En “Emma Zunz” será necesario para poder explicar el asesinato de ese hombre al que ella acaba de matar, resultando funcional de dos maneras distintas: por un lado, porque es su cuerpo, entregado al marinero sueco, el que le otorga las pruebas que podrán cerciorar un abuso inexistente, que, ella argumenta, la ha llevado a matar. Pero, por otro, porque es ese cuerpo de mujer (independientemente de sean cuales fuesen sus rasgos particulares, el cuento apenas describe su figura, lo que importa es simplemente el cuerpo de mujer en su concepción arquetípica) el que biológica, histórica y culturalmente tiene el poder de operar sobre la voluntad de los hombres, haciendo creíble el falso accionar que la joven le adosa a Lowenthal.

En “La chica de la cicatriz”, la utilización del cuerpo aparece de manera más simple, porque no hay paso intermedio, y el deseo del cuerpo (que en “Emma Zunz” se da a través del marinero que es usado) se ejerce directamente contra el oficial de la marina alemana. Al igual que en el cuento de Borges, el cuerpo se torna central porque es lo que permite el acercamiento hacía el asesino de los padres, y porque otorga la posibilidad de dirigir al otro hasta a un lugar desierto, donde el crimen, la venganza, pueda ser llevada a cabo.

La fuerza del cuerpo en estos los relatos es tal, que en la narración de los días intermedios, entre el comienzo y el final del cuento, ambos personajes practican exactamente la misma actividad: la natación, deporte donde el cuerpo semidesnudo queda expuesto a la vista (al deseo) de todos.

El cuerpo, entonces, se convierte en arma, pero la fuerza de esa arma, sustentada en el deseo, aunque suficiente para justificar y estrategizar la muerte, no alcanza, debido a sus cualidades físicas, para ejecutar el asesinato. El cuerpo del hombre, apunta de Beauvoir, tiene más masa muscular, es más alto, más voluminoso, su esqueleto es más robusto, tiene mayor capacidad respiratoria, etc… Esta cuestión de supremacía biológica, en cuanto a la dominación física, está indudablemente representada en el pene, órgano depositario de la potencia sexual y de la reproducción. El pene faltante en la mujer, representa también toda la potencia física que el hombre ostenta y que a la mujer le falta. El elemento fálico se convierte así en posibilitador de dominio.

En su explicación del “monismo fálico”, Kristeva explica que esta teoría consiste en sostener que todo ser humano imagina de manera inconsciente la posesión de un pene, y que la mujer no puede no sentir la falta y la decepción ante la ausencia de ese órgano, que la ubica en un lugar de inferioridad al respecto del hombre.

Por eso es doblemente significativa la forma en la que, en el relato de Lustig, el asesinato de un hombre por una mujer que busca vengar a su padre, es llevada a cabo. El cuchillo, de figuración netamente fálica, pasa de falo simbólico a falo real a partir del preciso momento en que él penetra, por mano de Jenny, en el cuerpo del oficial alemán hasta quitarle la vida. El sometimiento de la mujer al hombre, portador natural de la potencia fálica, queda invertido en los cuentos de Borges y Lustig porque, tal como señala de Beauvoir, la relación del hombre con la cultura es tan o más fuerte que su relación con lo natural, y ambos relatos dejan en claro que la Cultura bien puede proporcionar el falo que la biología no otorga [1].

c) No caer en la tentación (y la conquista del espacio público).

Dos últimos elementos más que se repiten en ambos cuentos y que se tornan cruciales para el éxito de las venganzas llevadas a cabo por las heroínas funcionan, de algún modo, como dos caras de una misma moneda. Esas caras son no haber caído (por no haber experimentado nunca, ninguna de las dos jóvenes ha mantenido relaciones con hombre antes) en la tentación de la subordinación a fin de conseguir (o mantener) “todas las ventajas que le puede conferir la alianza con la casta superior”(de Beauvoir, p. 21), que de Beauvoir menciona; y el usufructo que ambas realizan del espacio público; espacio necesario para que Emma construya las pruebas de su defensa, y para que Jenny pueda ejecutar, sin testigos delatores, su venganza.

Bibliografía:

de Beauvoir, S. (s/f). El segundo sexo. Buenos Aires: Ediciones Leviatán.

Kristeva, J. (1998). Sentido y sinsentido de la revuelta. Literatura y psicoanálisis. Buenos Aires: Eudeba.

Lustig, A. (1990).“La chica de la cicatriz”. En Lustig, A. Sueños impúdicos. Barcelona: Seix Barral.  

Fuentes:

Borges, J.L. (1998). «Emma Zunz». En Borges, J.L. El Aleph. Barcelona: Alianza.

Lustig, A. (1990).“La chica de la cicatriz”. En Lustig, A. Sueños impúdicos. Barcelona: Seix Barral.  

Notas

[1] Si bien en “Emma Zunz” el instrumento con el que la mujer reduce al hombre no reproduce la forma fálica que sí reproduce el cuchillo (Lowenthal es asesinado de tres disparos), el cuchillo como falo que permite a la mujer ocupar el lugar del hombre y reducir al varón a la nada sí aparece en otro cuento Borges: “Juan Muraña”. En él, el esposo muerto queda reducido al falo (al cuchillo) y ese falo es luego apropiado por la viuda, cuyo comportamiento, al ostentar el cuchillo-falo, emula al del marido.

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