«Apoteosis de lo infundado (Intento de pensamiento adogmático)», Lev Shestov

Jordi Morillas

Que la filosofía y la ciencia europeas estaban llegando a un momento crucial en su desarrollo histórico en el siglo XIX, lo declararon ya Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche o Sören Kierkegaard. Ahora bien, estos autores, como herederos de la tradición europea, no fueron tomados en serio en su crítica al pensamiento occidental y, de alguna manera, se intentó incorporarlos, cuando no asimilarlos, dentro de la corriente especulativa que ellos tan duramente habían criticado y despreciado, como demuestra la tarea sintetizadora de Martin Heidegger.

Es precisamente en este contexto de análisis de la situación espiritual de Occidente, cuando a caballo entre los siglos XIX y XX aparece toda una serie pensadores de origen ruso, quienes, nacidos y criados en una cosmovisión, cuando no antagónica, sí distinta a la europea, fueron capaces de detectar los errores y los problemas del pensamiento filosófico y científico occidental. Así lo demuestra, por ejemplo, Lev Shestov, quien con ayuda no sólo de representantes nacionales como Dostoievski o Tolstói, sino también europeos como Nietzsche realizó una demoledora crítica a la filosofía dominante en el siglo XIX con su obra de 1903 Dostoievski y Nietzsche (Filosofía de la tragedia). De hecho, ya con la adopción del calificativo de “tragedia” (que era, obviamente, un préstamo de la filosofía de Nietzsche) el pensador ruso de origen judío indicaba que se oponía frontalmente a todo el pensamiento optimista y “racional” encarnado principalmente en Kant y Hegel.

Esta carta de presentación filosófica de Shestov se complementa dos años más tarde con el escrito que aquí reseñamos: Apoteosis de lo infundado (Intento de pensamiento adogmático). Sin apoyarse en esta ocasión en la exégesis sistemática del pensamiento de Dostoievski, de Nietzsche o de Tolstói, Shestov habla en esta obra de 1905 en primera persona con el fin de exponer aforísticamente su crítica a la filosofía y a la ciencia europeas y reivindicar la tragedia y la vida.

Así, Shestov identifica de entrada el racionalismo y el cientificismo con Alemania, describiendo a los alemanes como garantes del “orden” (pág. 22) y de “los juicios apriorísticos sobre la base de que, sin ellos, es imposible la ciencia moderna, la regular alternancia de fenómenos y la previsión…” (pág. 35).

Para Shestov, esta filosofía occidental tiene como bien supremo la calma (pág. 117), la seguridad y la tranquilidad (pág. 97), como estableció Sócrates, quien “quería que la gente siempre descansara y viera en el descanso la finalidad suprema de la vida” (pág. 50). Es decir, el ideal último de la filosofía sería “la casa con tejado” (pág. 15), una metáfora recurrente en el pensamiento de Shestov que es fácilmente rastreable en Dostoievski, cuando critica duramente el Palacio de cristal tanto en Apuntes de invierno sobre impresiones de verano como en Apuntes del subsuelo (cfr. págs. 16, 65 y 73).

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Hermida Editores, Madrid, 2015. ISBN: 978-84-943606-7-1

En este sentido, Shestov califica a los filósofos occidentales no sólo de ser “conciencia de alquiler” (pág. 43), sino también de ser víctimas del sedentarismo (Sitzfleisch, es el término técnico de Shestov; cfr. pág. 118), pues “mientras sean los sedentarios quienes busquen la verdad, la manzana del árbol del conocimiento no será arrancada” (pág. 46).

Con el fin de combatir esta filosofía de la calma y de la “ley de la causalidad” (pág. 77), Shestov reivindica de nuevo la tarea de una filosofía de la tragedia, cuya misión consista “en enseñar al hombre a vivir en lo desconocido, a ese hombre que lo que más teme es lo desconocido y se esconde de él tras diferentes dogmas. En resumen: la tarea de la filosofía no es tranquilizar, sino turbar a las personas” (pág. 37; cursiva nuestra; cfr. pág. 46).

Por consiguiente -y en línea coherente con lo que ya había sostenido en Dostoievski y Nietzsche (Filosofía de la tragedia)– Shestov defiende “el derecho a blasfemar y maldecir el destino” (pág. 82), así como la desesperación. En efecto, este término técnico en la filosofía del pensador ruso es definido como “el momento más grande y solemne de nuestra vida” (pág. 75) y la base por la que “todo pensamiento profundo debe comenzar” (pág. 113; cfr. pág. 145). Junto con la desesperación está la duda, esto es, la “fuerza creativa constante que impregna la esencia misma de nuestra vida” (pág. 81), ya que, si bien “la ley es un sueño fortificante”, es precisamente “la ausencia de leyes una actividad creadora” (pág. 106).

Y ésta ha de ser precisamente la tarea del genuino filósofo, quien “no tiene derecho a apelar al hombre corriente”, pues “el apoyo de la masa es una condición indispensable para la existencia de la filosofía moderna y sus caballeros de la triste figura” (pág. 183). Él, por el contrario, “está obligado a dudar, a dudar y a dudar, y a formular preguntas justamente cuando nadie las formula, a riesgo de convertirse en el hazmerreír de la muchedumbre” (pág. 178)[1]. De ahí que el filósofo trágico tenga como misión principal acabar con “la moral autónoma que tiene a su disposición ideas puras sin la menor relación con el contenido empírico de la existencia” (pág. 179), es decir, con la moral inventada por los Sitzfleisch o “los modernos profesores alemanes” (pág. 182) y entonar “himnos a la deformidad, la destrucción, la demencia, el caos, las tinieblas. Y después que sea lo que tenga que ser” (pág. 141).

Como se puede observar, la filosofía de la vida que Shestov expone en esta obra no es en absoluto “contradictoria” ni está llena de “paradojas”, sino que se halla en estrecha relación con su obra Filosofía de la tragedia y llega inquebrantablemente hasta su último escrito Atenas y Jerusalén. En efecto, de manera coherente con su tarea de reivindicar una filosofía de la vida, para la vida y desde la vida (cfr. pág. 173), Shestov apela a los europeos a recuperar su sentido por la existencia y a no temer ni a la vida ni a la muerte, pues “hay que saber valerse de todo, incluso de la muerte, para atender los fines de nuestra vida” (pág. 171). Para ello, el hombre occidental haría bien en mirar a sus hermanos los rusos y aprender de ellos su manera de ver y comprender la vida (cfr. págs. 132-133, así como las importantísimas págs. 184-190), una visión que (valiéndose una vez más de la filosofía de Nietzsche) calificará de adecuada “sólo para quienes no sufren de vértigo” (nur für Schwindelfreie).

Apoteosis de lo infundado constituye, por consiguiente, una obra clave para entender no sólo la forma de pensar rusa, sino también la situación de crisis en la que se encontraba a finales del siglo XIX y principios del siglo XX la filosofía y la ciencia europeas, una crisis de la que todavía no se puede decir que se haya recuperado. Es más, nos atrevemos a decir que ésta se ha agudizado todavía más gracias a las corrientes intelectuales alemanas y, sobre todo, francesas de la segunda mitad del siglo XX.

En este sentido, sólo cabe agradecer la iniciativa de Hermida Editores de querer publicar las obras de Lev Shestov en español, así como la inapreciable tarea de su traductor -ya oficial-, Alejandro Ariel González, por verter de manera tan fiel y precisa la prosa (y, por ende, el pensamiento) de un filósofo decisivo para la comprensión de la situación espiritual de Occidente.

Nos consta que, a los textos ya traducidos a nuestro idioma, se añadirán pronto otros títulos. Esperemos y confiemos en que así sea y que, en esta ocasión, vengan acompañados con una introducción que delinee su contexto y facilite su correcta comprensión e interpretación.

Notas

[1] En este contexto es inevitable hacer mención del filósofo español Miguel de Unamuno y de su obra Del sentimiento trágico de la vida, donde -salvando todas las distancias- se expresan puntos de vista muy similares.

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