Patrias imaginarias, recolección de escombros

Ahmed Burić[1]

Traducción: Florencia Ferre

El 30 de junio de 1990 fue como si empezara esta historia de juntar escombros. Era sábado, el Mediterráneo bañado por el sol vivía al ritmo del Campeonato Mundial de fútbol, Elton John ganaba el primer lugar del Top list con el tema Sacrifice/Healing Hands (el tercero, casi el único precedente en la historia de la cultura pop, lo ganó Luciano Pavarotti con Nessun Dorma) y en la República Democrática del Congo se celebraba el día de la independencia. Pero lo que más me importaba en el mundo era el Estadio Artemio Franchi de Florencia, donde se reunieron en cuartos de final, si no los dos mejores equipos, sin duda unos muy especiales. El hasta entonces actual campeón mundial, Argentina, y Yugoeslavia, el Brasil europeo, como lo llamaban con cariño los que sabían que el juego bonito no necesariamente garantizaba el resultado. Era el mano a mano del dúo de ajedrecistas de cada selección: Carlos Bilardo e Ivica Osim. Sabíamos de memoria todo sobre ellos: cómo el pequeño Carlos, hijo de inmigrantes sicilianos, iba antes del alba con su carrito al mercado del Abasto para poder luego jugar al fútbol. Y cómo Ivica Osim, después de hacer la tarea, se iba a jugar al estadio a escondidas de su padre. El sarajevano Osim, aunque de Belgrado a Zagreb se lo acusaba de favorecer a los jugadores de Bosnia y Herzegovina, no abandonaba su filosofía: en ese partido puso en la primera formación al trío de artistas: al serbio Stojković, al croata Prosinečki y al bosnio Safet Sušić (a quien a los 60 minutos cambió por el cuarto, el montenegrino Savićević). Eso en ese entonces se veía tan “argentino” como Bilardo gastando sus fichas en el mundial anterior en México. Sin Valdano pero con Caniggia y Burruchaga que le cuidaba las espaldas y esperaba la “magia” del genio. Un Maradona treintañero, coronado de laureles pero cansado de su vida en Nápoles, lleno de cocaína y noches sin dormir, ya no era el mismo. Pero sí era, y probablemente sigue siendo, el mayor poeta del juego en la historia.

Sin embargo, no todo en ese partido fue poesía. Era una empresa demasiado grande, pero la expulsión de Šabanadžović en el minuto 31, después de la falta a Diego, transformó lo que pudo ser una fiesta en un partido sin goles, cansador, difícil y aburrido. Todos esperaban ansiosos los penales, pero Osim, después de que los jugadores eligieran quién iba a patear, se fue a los vestuarios. Devastado por la trágica derrota, hizo algo inexplicable aun hoy, algo que un comandante no debería hacerle a su tropa. Los penales son una combinación de tensión y habilidad, igual que la poesía, y en ese juego ganó el más grande. Diego falló su intento, pero Sergio Goycochea compensó todo atajando, parándose como un monumento y volando como un gato. Después de treinta años, Yugoeslavia no llegó a semifinales, pero Argentina consiguió ganarle a Italia. Y en la final se arrodilló ante los alemanes, ante la parcialidad del árbitro y ante el hecho de que el fútbol es un juego de dos goles, en los que cada equipo juega con 11 jugadores… y al final, ganan los alemanes.

El último penal lo pateó para Yugoeslavia mi conciudadano, buen conocido mío de Sarajevo, el capitán Faruk Hadžibegić. Mucho después de eso, en los años noventa del siglo pasado, cuando aún la tierra ardía en la hoguera de la guerra entre dos repúblicas, se especuló sobre qué habría pasado si Yugoeslavia hubiera ganado el partido. Si acaso la victoria deportiva habría apaciguado las controversias que ahogaban a esta tierra, y si la guerra de 1992-1995 podría haberse evitado. Probablemente no, porque la cosa ya había llegado demasiado lejos: el sombrío y despiadado nacionalismo serbio había provocado una reacción que escaló en una tragedia fratricida. Unos días antes de este partido, con el equipo de radio con el que yo trabajaba como joven periodista, llegamos desde Verona donde habíamos visto la apoteósica victoria de Yugoeslavia sobre España. No podíamos perdérnoslo y nos fuimos a verlos a Florencia. Después de la derrota con Argentina, en Sarajevo la gente salió a las calles a celebrar en manifestación. En las antípodas de la mentalidad y las prácticas del pasado: lo que empujó a la gente a las calles fue el miedo. Y de algún modo tenían que exorcizarlo.

El miedo está profundamente ligado al comportamiento de las masas. La mayoría de las frustraciones colectivas, en realidad, proviene del miedo abonado por la convicción de que el Otro quiere tomar lo que tenemos. Y el mundo actual es así. Distintos intereses que, como el abono a las plantas, alimentan el miedo. En este sentido, probablemente, hay que entender a Borges, que denostaba al fútbol como un juego que es popular porque la estupidez es popular. Y dio sus conferencias durante el Mundial de 1978 en la Argentina. Si así podemos decirlo, su intento fue vengarse de esa idea de supremacía, poder, que parece horrenda. Y eso es quizá lo único subversivo que la literatura puede hacer en un mundo donde gobiernan los bancos (privados) y los ejércitos (nacionales). Así que, casi nada.

Bien, volvamos otra vez al pasado, ese tiempo en apariencia despreocupado. A la juventud. Sólo en los recuerdos se puede uno sentir seguro, aunque son siempre interpretaciones, y por eso son falaces. Y es que, ya van pasando los años. Borges escribe: Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos) / hay alguno que ya nunca abriré. / Este verano cumpliré cincuenta años; / La muerte me desgasta, incesante. El secreto, si acaso es tal, consiste en decir algo que muchos dirían pero que por alguna razón no pueden decir. O no saben decir. En ese entonces en la “moda” literaria yugoeslava –y fácilmente se puede decir europea–, tenía un lugar preponderante el así llamado realismo mágico, “la gran novela”, y nuestro primer conocimiento de Latinoamérica fue a través de Cien años de soledad y El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez, de Conversación en la catedral o La tía Julia y el escribidor de Vargas Llosa, de Pedro Páramo de Rulfo…

En estos libros encontrábamos algo de nosotros mismos, porque su extrañeza era en gran medida orgánica. Conmovía tanto la historia como la literatura. La literatura yugoeslava de entonces, y en buena medida también la de hoy, en la época que llamamos posyugoslava, ha estado cargada de la gran novela histórica: cuanto menor es la cultura y en cierto sentido, más superflua, mayor es la insistencia en los relatos heroicos, en la interpretación de los grandes acontecimientos. Esto, además de ser aburrido, lleva consigo el peligroso germen del nacionalismo. La creencia de que una persona, gracias a que ha nacido en una determinada nación, es mejor que el resto. Ya sabemos cuánta desgracia ha traído esto al mundo; es un juguete peligroso, pero algunas naciones no pueden evitarlo.

¿O acaso ninguna puede evitarlo? Al elegir el incierto camino de creer en lo fantástico, en la imaginación y el ingenio, el hombre en realidad elige inconscientemente un camino menos certero. Como si acaso existiera la certeza.

El 16 de junio de 2014, lunes, en el estadio Maracaná en Río de Janeiro, jugaron Argentina y Bosnia y Herzegovina. Parecía que el ciclo de la historia podía cerrarse. Argentina volvió a ganar, en un juego tristón y deslucido. Argentina tenía otra vez al genio, Bosnia no podía responder a eso, pero sobrevivió a una dura derrota. Entre tanto mi patria cambió, y Argentina siguió siendo imaginaria: sueño con el tango, con las pampas, con el Chaco y Macedonio Fernández, busco un marco para el personaje de mi posible novela, que pasó la mayor parte de su vida en Buenos Aires, y todo me da un poco de temor. Porque aún no he desentrañado el misterio de contar historias. Y cada vez entiendo más a Borges, que temía a la forma que aspirara a perdurar como la épica. Toco cada vez más. Todas las artes tienden a la música, escribió Walter Pater. Pero nunca nada termina ahí. La provincia franciscana cuya sede está en Sarajevo, donde vivo, ahora en cuarentena, se llama Srebrena Bosna. Bosna Argentina. Una vez escribí un poema sobre eso, pero ahora, cuando lo leo, tengo un sentimiento completamente diferente que cuando lo escribí. Entonces pensaba que tenía una patria. Hoy sé que todas nuestras patrias son imaginarias. Como mi experiencia de la Argentina, cuya imagen armo de partes que voy juntando: de libros, música, periódicos e imaginación… En este sentido, siempre seré quien junta los escombros, no quien explica el mundo.

Pero la recolección de estos escombros, digo, aún continúa. Y me quedan preguntas, como por ejemplo: ¿por qué el último partido de fútbol fue para Borges y Adolfo Bioy Casares el 24 de junio de 1937?

Posiblemente porque todas nuestras Historias son, en realidad, imaginarias. Bosnia, Argentina, Yugoslavia, Eslovenia…

Y en general la imaginación no nos deja mentir.

Notas

[1] Ahmed Burić es periodista, poeta, narrador y ensayista. Nació en 1967 en Sarajevo y es uno de los intelectuales más destacados y que más trabajan los temas de la ex Yugoslavia. Sus columnas, publicadas en el portal Radio Sarajevo, son incisivas, sardónicas y polémicas. Pasó buena parte de la guerra de Bosnia en el exilio en Eslovenia. Ahmed es además músico, y acompaña sus poemas con la guitarra en un encabalgamiento entre recitado y canción; bueno, la distinción se hace necesaria en esta lengua, pero no en la suya, en la que pjesma es tanto el poema como la canción.

Si no está su selección de fútbol de por medio, Ahmed es un hincha apasionado de la selección Argentina, quizá –en sus propias palabras–, para compensar lo perdido, su patria imaginaria. Está investigando a un personaje nacido en Sarajevo, oficial de las SS, que se escapó por las alcantarillas de las ratas de Berlín a Buenos Aires y terminó abriendo una fábrica de cajas de zapatos. Cuando le pedimos un texto para incluir en la revista, Ahmed pensó en evocar aquel partido con Argentina en el Mundial del ’90 que dio tanto que hablar y especular en su tierra. La especulación consistía en volver el tiempo atrás, en imaginar que la guerra podría no haber sucedido, que podría haberse evitado la matanza de bosnios en una guerra fratricida. Este es el punto de partida y el esbozo de una novela de Ahmed que cuenta la historia de aquel oscuro oficial bosnio de las SS y que esperamos leer en algún futuro cercano.

Ha publicado entre otros, los libros de poemas Bog tranzicije ([El dios de la transición] 2004), Posljednje suze nafe i krvi ([Las últimas lágrimas de petróleo y sangre] 2009), Materni jezik ([Lengua materna] 2013) y Hipertenzija ([Hipertensión] 2017). En 2015 publicó el libro de periodísticas Od Ivana do Azize [De Ivan a Aziza] y en 2016, la colección de cuentos cortos Devet i po [Nueve y medio].

Sus columnas pueden leerse en italiano en el Osservatorio Balcani e Caucaso: https://www.balcanicaucaso.org/Autori/(author)/Ahmed%20Burić. Además, en su reciente participación en el Forum Tomizza, un programa cultural tripartito, con sede en Umag (Croacia), en Koper (Eslovenia) y en Trieste (Italia), que ahora se transmite online, Ahmed Burić combina su lectura con la música; puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=HFh8Me5nBB4. Algunos de sus poemas en español fueron publicados en la Argentina por la revista Opcit: www.opcitpoesia.com.

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