Petersburgo y Moscú

Aleksandr P. Mertvago

Traducción: Julián Lescano

No la política, sino la cultura ha creado el antagonismo, no extinguido a lo largo de dos siglos, de Moscú y Petersburgo.

Moscú creció de la “tierra” y por eso tenía un carácter demasiado conservador como para respaldar las metas estatales conforme con los planes de una personalidad tan fuerte como la de Pedro el Grande.

Pero no solo para Pedro era intolerable el conservadurismo de Moscú. Con el incremento de la población de Rusia y con el desarrollo de su organización estatal, las nacientes personalidades intentaron probar su valía no ya huyendo con los cosacos, como antaño, no en actos de pillaje, sino en la actividad creadora.

Se debilitaba el culto a la fuerza física y el conservadurismo de Moscú fue cediendo terreno con dificultad a la manifestación de las emergentes nuevas cualidades individuales.

Hace doscientos años Petersburgo ya servía para las jóvenes fuerzas culturales rusas de criadero en el que se desarrollaban las fuerzas para civilizar el país.

A los moscovitas les gusta afirmar que Petersburgo no es una ciudad rusa.

Por supuesto, la práctica de cruce del ruso con el extranjero aceleró significativamente el desarrollo de Petersburgo y le confirió un aspecto un tanto reminiscente de los países menos cultos de Europa Occidental.

Pero, sin embargo, no solo por vía del mestizaje fueron engendradas las valiosas cualidades culturales de Petersburgo, sino primordialmente por vía de la selección, ya que Petersburgo, a semejanza de Moscú, crece sobre todo a costa de las fuerzas que le proporciona la provincia.

¡Pero ni el de Smolensk, que gravita hacia Moscú, ni el de Nóvgorod[1], que gravita hacia Petersburgo, son los que determinan el nivel cultural de ambas capitales!

Estas dos ciudades aprovechan principalmente el trabajo de los yaroslavlenses, de los tverinos, de los riazaneses y de los tulenses[2]; sin embargo, la capacidad de trabajo de Petersburgo es significativamente más alta que la de Moscú, lo cual, sin lugar a dudas, repercute también en la diferencia de niveles salariales.

Sea cual sea la actividad laboral en la que nos fijemos, encontraremos en Petersburgo una calidad de trabajo algo superior, así como cierta superioridad en su productividad, en comparación con Moscú.

En Petersburgo un cajista tipógrafo compone pasablemente bien a partir de manuscritos que en Moscú parecerían indescifrables; los camareros sirven a un mayor número de comensales en los restaurantes; los empleados de las casas de baños pueden bañar más tiempo a los clientes; los cocheros son capaces de conducir felizmente por calles con mucho movimiento; los carreteros llevan grandes cargamentos; los alguaciles son capaces hasta cierto punto de arreglárselas ante infracciones del orden en la vía pública; el correo es capaz de satisfacer la demanda de sus servicios.

He enumerado varias actividades laborales en las que la superior cultura del petersburgués salta de modo bastante ostensible a la vista de cualquiera, pero si se pudiera por medio de algún dispositivo calcular el trabajo de todos los habitantes de ambas capitales, no dudo de que el trabajador medio de Petersburgo resultaría significativamente más capaz para el trabajo que el moscovita.

Por supuesto, algún papel en la elevación de la capacidad de trabajo de Petersburgo han tenido los extranjeros, de los cuales hay más aquí que en Moscú. Pero superiores exigencias en el nivel de trabajo son estériles si no hay en la población material que pueda satisfacerlas.

Es evidente que ocurre una suerte de clasificación de las fuerzas de trabajo que tienden a las capitales: Yaroslavl, Tver, Riazán y Tula dirigen a Petersburgo sus mejores fuerzas, las más culturales, es decir, las que poseen cualidades tales como fuerza, destreza, agilidad mental.

Incluso la propia gobernación de Moscú envía la población de sus vólosti[3] más instruidas a hacer trabajos golondrina no a Moscú, sino a Petersburgo. Lo mismo hacen las demás gobernaciones de Rusia.

Esta selección se lleva a cabo tanto a nivel local, bajo la forma de una inclinación nata a Petersburgo, como bajo la ya mencionada, que efectúa una clasificación del elemento arribado, por la cual los individuos más aptos para el trabajo encuentran una ocupación, mientras que los demás, tras vivir con lo justo día tras día, terminan a la postre yéndose a Moscú.

La superior cultura de la población petersburguesa se refleja no solo en la superior capacidad de trabajo, sino también, por así decir, en su “extérieur”, para usar un término de la ganadería.

Observen el aspecto exterior de la muchedumbre dominical o la fisonomía siquiera de los cocheros, y los asombrará la diferencia del tipo del trabajador en ambas capitales.

Por muy poco que estén delineados los rasgos de la personalidad del ruso en general, si comparan una calle de Petersburgo con una de Moscú, verán que en Petersburgo la personalidad empieza ya a delinearse.

Por supuesto, el nivel cultural de la fisonomía y complexión física del petersburgués no puede ser representativa con respecto a toda Rusia, puesto que no hay que olvidar que no es resultado de una raza ya formada, sino apenas de la selección de las personalidades más cultivadas.

Si Petersburgo ofrece un refugio, una suerte de “Sich de Zaporozhia”[4] para las fuerzas culturales contemporáneas de Rusia, entonces a Moscú no puede no reconocérsela como un indicador preciso de su nivel medio.

Moscú refleja en sí todas las carencias del país, toda su tosquedad, falta de educación, ingenuidad, y por eso:

No culpes al espejo si la jeta torcida está.

Cual Rusia es, tal es Moskvá[5].

La baja capacidad de trabajo de la mayoría de las fuerzas laborales de Moscú también reduce espectacularmente la eficiencia de los individuos aislados que sobresalen del nivel general. Estos individuos constituyen aquí, como es evidente, tan insignificante minoría que por ellos no vale la pena siquiera modificar la baja remuneración del trabajo.

He tenido que observar el trabajo de pintores y carpinteros en un departamento en refacción; la productividad de su trabajo era cuatro veces más baja que la del mismo trabajo en Petersburgo.

Aún más característico es el vínculo con el trabajo en la labor periodística. Para un petersburgués resulta increíble que en Moscú todos los grandes periódicos organicen cada uno por su cuenta la distribución de los números del periódico a los suscriptores. El correo moscovita no puede arreglárselas con la distribución a tiempo de los periódicos, y los moscovitas ingenuamente creen que no puede ser de otra forma…

El gasto o, mejor dicho, inútil derroche de fuerzas en Moscú impresiona no solo al extranjero, sino incluso al petersburgués. Allí donde se requiere el trabajo de una sola persona, en Moscú, sin dudas, en la mayoría de los casos habrá dos. Si la eficiencia de una persona permite reemplazar con él a dos o tres holgazanes, no por eso su salario aumentará. “¡Al trabajo le gustan los tontos!”[6]

El respeto al trabajo entre nosotros, en Rusia, está en general poco desarrollado, pero en Moscú esta carencia de la cultura rusa salta aún más a la vista. Aquí al portero que no trabaja, a la cocinera que no lava los platos, se los llama “blancos”, a diferencia de los porteros y cocineras que realizan más trabajo y portan por esto el mote de “negros”.

En conformidad con la capacidad laboral del moscovita, es modesta la paga de su trabajo, y debido a la paga son también bajas las exigencias.

En Petersburgo, por ejemplo, los porteros nunca vivirían en alojamientos como los que hay en Moscú, y la policía no admitiría siquiera la posibilidad de asignar tales alojamientos a los empleados.

En Moscú, el grueso de la población no es melindrosa en relación con el confort, y, si se observa a quienes pasean incluso por el bulevar Tverskói, por el grado de limpieza de los rostros se puede suponer que es todavía pequeño el porcentaje de moscovitas que experimenta la necesidad de cambiar las fundas de las almohadas.

Es característico, en relación con la poca complicación de sus exigencias, el hecho de que la carne en Moscú tenga la mitad de variedades de preparación que en Petersburgo. A este respecto, por otro lado, Moscú es más elevada que una parte significativa de las ciudades de provincia, donde la selección de carnes se limita a la distinción entre “trasera” y “delantera”.

La incultura del moscovita en relación con el desarrollo del gusto se refleja también en la escasa diversidad de cultivos hortícolas. En Moscú el consumidor todavía no sospecha que el gusto de diversas variedades de zanahoria, nabo y otras verduras es muy diferente. El moscovita elige en el mercado el producto más grande, y por eso los horticultores se ven obligados a cultivar variedades de verduras que por poco no servirían como pienso, y cuyo lugar está no en la huerta sino en el campo.

La baja capacidad de trabajo en Moscú se expresa de modo especialmente claro en los mendigos.

Moscú impresiona a cualquier persona desavisada por el número de pordioseros que piden limosna o “para el tecito”.

“Para el té” es el lema de vida de toda la Moscú trabajadora. No creo que este lema pueda avenirse con un sentimiento de la propia dignidad.

Moscú, al recibir de Rusia menos material cultural, está por debajo de Petersburgo en nivel cultural medio, pero, gracias a su prolongada vida histórica, deja muy atrás a Petersburgo en la selección de fuerzas creadoras que se revelan en la cultura rusa.

Petersburgo representa solo un agrupamiento de personas que sobresalen del nivel medio del ciudadano ruso. Moscú, en cambio, extrae ella misma de sus entrañas fuerzas creadoras.

El moscovita posee una audacia que el petersburgués no tiene. Esta audacia se demuestra del modo más evidente en las construcciones moscovitas de nuevo tipo.

En la organización del comercio y la industria moscovitas, la iniciativa de los nativos de la ciudad jugó un rol fundamental.

En el dominio de la ciencia y la literatura Moscú ha producido no pocas personalidades. La eslavofilia, que constituye el principio de nuestra autoconciencia nacional, se desarrolló asimismo en Moscú. Moscú, al ser el centro cultural de Rusia, no solo ha reflejado el nivel de la cultura rusa, sino que también ha creado e impulsado nuevas personalidades que tomaron parte en el quehacer histórico.

El trabajo creador es siempre nuevo, y por eso destruye lo viejo y, en relación con él, constituye un crimen. La iniciativa en la creación, sin la cual no hay incremento de personalidades ni cultura, rara vez coincide con la virtud.

Al contemplar la majestuosa vista desde Vorobiovy gory[7], involuntariamente se piensa: ¡cuántos crímenes, a lo largo de los muchos siglos de vida histórica de Moscú, se han cometido aquí, cuánto ha habido que malgastar de talento, de personalidad, para colmar de colores esta maravillosa pintura…!

El moscovita ha creado Moscú, pero al mismo tiempo la conciencia del pecado, la lucha del conservadurismo con la iniciativa lo han obligado a construir y llenar de campanas sus “cuarenta cuarentenas” en la ingenua esperanza de redimirse de las manifestaciones pecaminosas de su personalidad.

Y en la santa noche, cuando suena el armonioso tañido de las “cuarenta cuarentenas”[8], este tañido habla no solo de los miles de crímenes de quienes han donado las campanas, sino que habla también del poderío cultural, del linaje cultural del moscovita de pura cepa.

Notas

[1]Smolensk (situada a 360 km al suroeste de Moscú) y Nóvgorod (a 190 km al sureste de San Petersburgo) son dos de las ciudades más antiguas de Rusia y capitales de sus óblast (provincias o regiones) homónimos.

[2]Yaroslavl, Tver, Riazán y Tula, todas importantes ciudades de la Rusia europea.

[3]El vólost era una subdivisión administrativa del Imperio Ruso que sobrevivió a la Revolución de Octubre algunos años, pero fue finalmente abolido en la Unión Soviética por la reforma de 1923-1929.

[4]La Sich de Zaporozhia fue una unidad política cosaca que existió entre los siglos XVI y XVIII en la actual Ucrania. En su origen fue una suerte de refugio fundado por colonos eslavos contra los tártaros de Crimea, que capturaban y esclavizaban cientos de miles de ucranianos, bielorrusos y polacos en sus devastadoras incursiones.

[5]Denominación de Moscú en ruso.

[6]Refrán popular ruso. Se aplica a quienes dedican al trabajo mayor esfuerzo o dedicación de lo que se considera necesario.

[7]Literalmente, “Colina de los gorriones”. Elevación del terreno en las márgenes del río Moscova, es uno de los puntos más altos de Moscú.

[8]Locución empleada para referirse a la totalidad de las iglesias de Moscú.

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