Maruša Krese[1]
Traducción y presentación: Florencia Ferre
Leo a Maruša Krese, leo textos sobre Maruša Krese, como quien recorre un pasado incierto pero familiar, próximo y lleno de recuerdos a los que, sin embargo, voy formando con el aspecto de espacios conocidos que reemplaza aquellos que no vi ni viví.
El desaparecido bar Šumi –cuyo nombre puede traducirse como Murmullos–, en el centro de Ljubljana, frente a SNG Drama, el teatro nacional, en el número 16 de Slovenska cesta –una calle que va desde la estación de trenes hasta la facultad de filosofía, y que para mí, al principio de mi ya prolongada relación con esta ciudad afable y mítica, fue el eje de orientación ineludible–, tenía una larga mesa-barra central de madera de roble, y las barras laterales, sobre los ventanales, también de roble, donde se acodaban los líderes de las protestas estudiantiles.
Es como recordar el bar La Cueva o La Perla en Buenos Aires pero con el aspecto del café La Loba: paisajes que son escenografías, pensados con recuerdos prestados, interpuestos por otros, superpuestos a los propios, completados, amalgamados, extendidos, ramificados.
Maruša era una joven enérgica de una »belleza élfica«, según la describe su amigo Boris A. Novak. Ambos eran hijos de partisanos de fuste, de familias partisanas. Ambos cargaron con el peso y el modelo de tener héroes nacionales en casa. Maruša Krese fue la hija de los partisanos Franc Krese Čoban y de Ljudmila Saje. En efecto, su padre recibió la condecoración de héroe nacional. Ella fue un ícono del movimiento hippie en Ljubljana, figura central del elenco estable de Šumi durante las protestas estudiantiles, versión eslovena del Mayo francés.
Estudió literatura comparada e historia del arte, trabajó como psicoterapeuta en Ljubljana, en Londres, en Tubinga, en Berlín y en Graz. Estuvo casada con el poeta Tomaž Šalamun, con quien tuvo dos hijos, Ana y David, y un divorcio difícil. A partir de los años noventa se desempeñó como periodista y escritora, y sirvió como voluntaria en distintas partes del mundo en zonas en conflicto, sobre todo en los Balcanes, pero también en Oriente Medio y en América del Sur. Por su departamento de Berlín pasaron muchas mujeres sobrevivientes de Srebrenica y otros refugiados bosnios. Estableció contactos entre instituciones en Alemania y en Sarajevo y Belgrado. Recibió la condecoración de la Cruz Roja del presidente alemán por su labor humanitaria durante la guerra en los Balcanes. Unos años después, sus textos antinacionalistas le valieron un puesto entre las mujeres más influyentes de Europa con el título Frauen mit Visionen/L’Europe au féminin.
Aunque escribió en su ciudad de adopción, Berlín, siempre lo hizo en su lengua materna, y sin embargo su obra fue escasamente publicada en Eslovenia. Su primer libro de relatos, Todas mis navidades, ganó el premio Fabula (el premio a la narrativa más importante de Eslovenia), y puede leerse en italiano en versión de Lucia Gaja Scuteri; también el segundo, Todas mis guerras, se publicó en Eslovenia, pero el resto de su amplia obra poética y de su narrativa se publicó en ediciones bilingües en Austria en gran parte y en Alemania y Bosnia. Fue relegada de la escena literaria en su país. Sin embargo, Maruša Krese volvió a su patria, a Ljubljana, en el mismo momento en que terminaba la última de una docena de obras, la novela ¿Si tengo miedo?, gestada durante muchos años y escrita en poco más de uno.
Después de las obras ya clásicas de autores como Boris Pahor, Edvard Kocbek y Lojze Kovačič[2] –entre otros– que abordaron con una mirada crítica el tema de la SGM que de otro modo estuvo dominado por la exaltación del valor partisano y el carácter heroico de la lucha por la liberación y de sus líderes, la SGM estuvo ausente por largas décadas en la literatura eslovena. Recién a partir de la segunda década de este nuevo siglo vuelve a aparecer con renovado vigor y tratamientos muy distintos. Dos de las más notables novelas de este período reciente son Aquella noche la vi, de Drago Jančar,[3] y ¿Si tengo miedo? Ambas pueden ser leídas como un contrapunto interesante, o, como dice la poeta y crítica Stanka Hrastelj, como un díptico en el que se oye a Wagner de fondo en la primera y a Bach en la segunda. Ambas tienen en común la atmósfera de incertidumbre y confusión de la guerra, donde unos deciden qué partido van a tomar, otros se dejan llevar y unos terceros buscan seguridad y abrigo. Ambas dan cuenta de que algunas consecuencias drásticas son fruto del azar, de las pasiones personales, o de que las cosas se han ido de las manos. Y ambas aluden al miedo en el período de posguerra, a las actitudes acomodaticias y las cazas de brujas.
Pero la novela de Maruša Krese, aunque se trata de una novela a tres voces, tiene una impronta ineludiblemente femenina. Sobre la base de la historia familiar se plasma la experiencia humana universal desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial hasta la Yugoslavia socialista, su desmembramiento, y los viajes de la autora por la nueva Europa. Las fechas 1941, 1952, 1968 y 2012 jalonan el libro y orientan el recorrido temporal. Como nota la crítica Tanja Petrič, la tríada padre, madre y libros, presente en su obra poética, funciona en la novela como leit motiv y (además del mar) adquiere el estatus de símbolo rector del hogar, la seguridad y la ternura. La figura femenina aparece como injustamente privada de su voz, a expensas de los fuertes, de los que están “herrados en sus botas”, y privada de su cuarto propio, para el que faltaron metros cuadrados en medio de las tareas domésticas y las estrategias de supervivencia.
En la grisura pesadillesca…
En la grisura pesadillesca que como ácido de plomo
corroía el alma de Liubliana en los años sesenta,
un puñado de personas irradian luz y color.
Entre esos raros punteros multicolores tenía Maruša
Krese (entonces aún con el hechizo del apellido Šalamun)
el lugar preponderante: de belleza élfica, encantadora y frágil,
y, en su fragilidad, tan vital y tan fuerte
–¡como si flotara sobre el suelo! Con su pelo largo y sus anteojos redondos
que enmarcaban una mirada abierta, intensa y escudriñadora,
corporizaba lo mejor de aquella joven generación
–actitud crítica, investigación artística y búsqueda de respuestas
éticas al cúmulo de preguntas históricas y sociales.
Revoleando su larga falda sobrevolaba Liubliana,
como si no hubiera por qué enraizar en nada…
El enraizamiento llegó, inevitable y doloroso.
La libertad interior de la generación de Šumi se hizo añicos
en el universo mordiente de la segunda mitad de los años setenta.
A la cerrazón de la sociedad, la respuesta de Maruša fue ser cosmopolita.
Siguió irradiando su luz diamantina, pero en el fondo del alma
se le juntaba el carbón. Así escribía también:
con añoranza de cuento por su patria sobre todas sus navidades,
incisiva y lapidaria, sin ornamentos dulzones ni excusas
desnudó el mecanismo bien aceitado de la hipocresía
la amarga posición de la mujer en una sociedad egoísta, deformada, cínica…
Aún no había cerrado la herida de su cirugía mayor, en 1993, y
viajó a Sarajevo durante el sitio. Para ayudar.
Intenté convencerla largas horas de que esperara a recuperarse.
Pero Maruša era Maruša –¡partió enseguida! Después de un tiempo la seguí
yo también. Estar expuestos fue una experiencia compartida que llevó
a otro plano nuestra amistad: nos volvimos compañeros de lucha…
Tenía un raro don para la escucha y dominaba
un arte extraño: sabía aconsejar sin alzar un dedo acusador.
Armaba cigarro tras cigarro y escuchaba. También a mí.
Con ella podía hablar de cosas de las que con otros
no podía. Por qué nos agobiaba el legado de los padres –partisanos.
Por qué algunas víctimas de la guerra, que habíamos ayudado en Sarajevo,
nos odiaban más a nosotros, que traíamos ayuda, que a quienes
los habían sitiado y masacrado. Cómo aceptar todo esto
y perdonarlo. –Sus palabras eran calmas y lúcidas, sus ideas, claras…
Un mes antes de su muerte, tras la fachada de presentación
de su novela Da me je strah? los amigos le organizamos una velada
en la casa Trubar de literatura; ella sabía que se trataba de una despedida
camuflada. Estaba completamente exhausta, pero lograba sonreír y reír,
con su alma bella y enorme. Si se tratara de elegir según la vara del coraje,
sin dudarlo afirmaría: Coraje como ninguna tenía – Maruša.
Cargaste demasiado, luchadora.
¡Gracias por tu oído y corazón, compañera de lucha!
¡Descansa en paz, Maruša!
Goodnight, sweet princess!
(Boris A. Novak, Vrata nepovrata. Epos. 3. Bivališča duš, Novo mesto, Goga, 2017, p. 798.)
Diosa
Convertirse en diosa no es difícil
lo difícil es sostenerlo.
Por cada flor
hay que devolver una sonrisa
y un mensaje.
Hacer en blanco
y vestirte de negro,
matar a la mujer
y jugar un papel asexuado.
Administrar equilibrio
y hablar con voz calma,
mirar rotunda a los ojos.
Tienes una hora de tiempo,
para entregarte a la locura,
luego muéstrales el sol,
dedícate al alimento del pueblo,
jamás reveles los secretos de familia,
porque son siempre los mismos,
y nunca son tan profundos.
Adora a tus nietos,
Y luego muérete de cáncer en el estómago.
En cuclillas esperaban…
En cuclillas esperaban el mar,
y contaban viejas conchas en la bahía,
juntaban piedras de colores
para las tumbas de nuestra ciudad santa.
Callados, callados nos arrastramos tras ellos,
alzamos verdes ramas
y les pedimos
que con ellas cubran a sus muertos,
para que así se salven nuestras almas.
Les podríamos hacer un barco
y llevarlos a una bahía segura,
para darles las buenas noches y arroparlos
y cubrirlos de paz,
y sobrevivir al silencio.
El mar es nuestro,
y el barco es nuestro,
y la vida es nuestra,
sólo compartimos la muerte.
Podemos venderles nuestra parte.
Callados, callados nos arrastramos tras ellos,
los miramos y sonreímos,
porque esperan en vano el sol y el mar,
el romero y la confianza en nosotros.
Aquellas flores rojas en sus tumbas
nos abrieron el camino de los cielos.
Mi generación
No toques mis cosas.
Ahora la vida nos da lección.
No me tomes a mal nada más.
En lo hondo del alma, jamás nos hemos salvado.
Nos ahogaron como a gatitos cachorros.
Nos desvirgaron como a jóvenes muchachas,
como a jóvenes muchachos nos llevaron por el frío.
Nos encerraron en invernaderos como a papagayos.
Junto con la leche materna con miedo
nos alimentaron.
Nos tildaron de herederos de los jóvenes héroes,
nos exhibieron como díscolos.
La cultura del espíritu es burguesía,
dudar de la vida es casi adulterio.
Los niños son tu optimismo,
pido que hasta entonces vaya todo bien.
No desesperen,
nos han pedido que no vivamos.
Notas
[1] Maruša Krese, Da me je strah?, Novo mesto, Goga, 2013. Introducción de Stanka Hrastelj. El fragmento y el poema de Maruša Krese se publican con el permiso de la editorial Goga y de los herederos de Maruša Krese: Ana, Jakob e Izak. El poema de Boris A. Novak se reproduce con el permiso de la editorial Goga y del autor.
[2] En español, puede leerse Necrópolis, de Boris Pahor en versión de Barbara Pregelj; poemas de la antología Poesía en holograma, de Edvard Kocbek en versión de Julia Sarachu, y Los inmigrados, de Lojze Kovačič, en versión de Xavier Farré.
[3] Hay edición en español: Buenos Aires, Bärenhaus, 2019.