«Cuentos góticos rusos», AA. VV.

Facundo Araujo

El gótico, de alguna forma, nos brinda una cierta explicación de la vida. Es factible objetar, ciertamente, que lo cotidiano carece de fantasmas, vampiros o villanos perversos. No obstante, el imperio del nervio gobierna la literatura gótica y eso nos fascina: lo racional, efectivamente, se suspende y el lector ingresa al dominio de lo inexplicable. Su lógica no es de este mundo. George Steiner sostiene que el gótico es una forma de rebelión contra el empirismo. Esto es lo que lo convierte en un género tan atrapante: por un instante, deseamos lo excepcional y nos encontramos, pavorosamente, que somos aquella gente que hemos visto morir. Mundos oscuros, mundos reventados de ensoñaciones, mundos con gusto a carne mórbida: el gótico nos ayuda a entender el reverso de aquello que llamamos “normalidad”.

Sin embargo, el gótico tiene un lugar común puesto que la mayoría de los escritores que conocemos son de origen inglés: Horace Walpole, Charles Maturin, William Beckford, Matthew Lewis, William Godwin. Sin dudas, existen otras voces: los dos volúmenes de Cuentos góticos rusos nos acercan a ese universo literario más allá de la frontera angloparlante. La antología seleccionada, prologada y traducida por Alejandro Ariel González nos deleita con dicha rara avis. Podemos ubicarla, sin caer en riesgo de exagerar, dentro de ese conjunto de notables antologías como la del trío Borges/Bioy Casares/Silvina Ocampo o aquella solitaria y titánica tarea emprendida por Rodolfo Walsh. Ellos importaron lo fantástico y lo extraño: ahora es el tiempo del gótico ruso. El lector hispanohablante puede acceder a un tipo en particular de ficción que le es ajena y distante.

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Buenos Aires, Losada, 241 pp. ISBN 978-950-03-7360-9

Los dos volúmenes de esta antología reúnen un total de 17 cuentos mayoritariamente procedentes del siglo XIX. El prólogo nos aclara cuáles fueron las influencias europeas detrás del gótico en Rusia: la novela gótica inglesa (obviamente), la literatura fantástica alemana (puntualmente, la obra de E.T.A. Hoffmann) y las tradiciones del fantastique y del frénétique francés. Se aborda también un problema de índole clasificatoria: el término gótico aplicado a la literatura rusa es de uso reciente. Posteriormente, el prologuista nos despliega una breve biografía de todos los autores (entre ellos hay una mujer), sus principales obras, la opinión de algunos críticos literarios y unas líneas sobre los cuentos que se incluyen. Las intervenciones del traductor a través de sus notas son sumamente atinadas y reveladoras: obras literarias citadas en esos relatos, elementos de la religión ortodoxa, la historia y la cultura popular rusa, unidades de medida o regiones y ciudades. Así aprendemos que vampiro en ruso se dice upir. La traducción de Alejandro Ariel González elimina cualquier síntoma de sospecha en el lector: podemos confiar plenamente en ella. Dentro del catálogo de sus traducciones se destacan versiones de Chéjov, Bulgákov, Dostoievski, Shestov, Trotski, entre otros. Todas estas publicaciones avalan dicha confianza.

De los autores que presenta Cuentos góticos rusos tan solo unos pocos reconocemos fácilmente por previas lecturas: Turguéniev o Pushkin. El resto de los autores pueden considerarse prácticamente desconocidos, un elemento más que justifica nuestra curiosidad. Como sabemos, el inventario gótico incluye castillos, villanos arquetípicos, ruinas, conventos, personajes esotéricos o aislados del mundo, vampiros, muertos que reviven y mujeres agobiadas por hombres malditos. Sobre ellas recaen, en gran medida, las obsesiones, los miedos y los prejuicios masculinos. A modo de ejemplo, citemos una línea del cuento de Bestúzhev-Marlinski: “La mente femenina es débil”. El tratamiento de los personajes femeninos es siempre digno de la amplitud de tesis y estudios literarios que se realizan año tras año.

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Buenos Aires, Losada, 241 pp. ISBN 978-950-03-7359-3

La agenda de esta literatura está plagada de ansiedades que son liberadas por una narrativa que rescata mitos populares, tradición literaria oral y lo sobrenatural. Específicamente, en esta compilación encontraremos ciertas rarezas que la distinguen. En el cuento de Vladímir Odóievski La campesina de Orlach, un fantasma femenino implora ser liberado de un malvado sujeto cuatrocientos años después de un trágico suceso; Turguéniev, en Los espectros, nos presenta una misteriosa mujer que hace volar al narrador y lo lleva por distintas partes del mundo mientras germina entre ellos una extraña relación amorosa; a Alekséi Apujtin lo conocemos a través de una exquisita y fascinante historia llamada Entre la vida y la muerte, relatada desde la perspectiva de un enterrado vivo, y cuyo desenlace es inesperado. En el otro volumen de la antología, Valerían Olin nos transporta a un baile de máscaras con tintes satánicos. Ciertamente, los tres relatos de Alekséi Tolstói son pequeñas obras maestras donde se mezclan vampiros que les chupan la sangre a sus propios familiares, una especie de detective que persigue a más vampiros, un baile también con vampiros, cráneos de niños, castillos con pinturas que se mueven o un dios Pan vestido con levita.

En síntesis, las dos compilaciones de Cuentos góticos rusos representan una grata oportunidad para abordar otra faceta más de un género literario que no se agota en el monopolio inglés. Un nuevo territorio que vale la pena explorar.

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