La Segunda Guerra Mundial y el surgimiento del “canon” genocida

Diego Gómez

El presente trabajo pretende indagar en las causas por las cuales algunas matanzas generalizadas de población son caracterizadas como genocidios y otras no. La arbitrariedad pareciera ser la regla, porque incluso dentro de los sucesos “ubicados” como genocidios hay diferencias a la hora de juzgar, condenar y recordar. Algunos, si bien en principio “catalogados” como genocidios, no solo no han sido juzgados, sino que se han ido perdiendo en un nebuloso pasado. Otros, de tanto recuerdo y presencia, parecen haberse convertido en la definición teórica del fenómeno.

Pero ¿cuáles son los motivos para el recuerdo y las causas para el olvido? Un camino posible para responder el interrogante podría ser el análisis de la categoría misma de genocidio. Porque es a partir de ella, de su nacimiento y construcción histórica, que se trata de determinar cuáles asesinatos en masa son genocidios y cuáles no. Sucede que esta categoría, a pesar de su pretendido halo humanista y justiciero, no es inocente ni imparcial, implica ciertos horizontes de pensamiento, determinadas fronteras ideológicas imposibles de cruzar. De hacerlo se estaría pensando por fuera del “genocidio oficial”, desoyendo y perturbando uno de los puntales del status quo de los derechos humanos, que la burguesía ha ido construyendo e institucionalizando desde hace ya 200 años.

El término es bastante nuevo en la historia de la humanidad. Fue acuñado por un jurista judío polaco[1] nacido en el imperio ruso, en los territorios de la actual Bielorrusia, que se fue a vivir a los Estados Unidos de América (EUA) en 1939, antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial (SGM). A finales de 1946, la recién creada Asamblea General de la ONU aprobó la resolución 96. Allí el término genocidio aparecía por primera vez en un documento internacional. La resolución lo definió como “una denegación del derecho a la vida de los grupos humanos”, independientemente de que estos “grupos raciales, religiosos, políticos o de otro tipo hayan sido destruidos por completo o en parte”; y, por tanto, como un crimen sometido al derecho en cualquier lugar y tiempo.

El genocidio, como una convención institucionalizada, nació como consecuencia de las masivas matanzas de judíos por parte de la Alemania nazi. Resultó un reflejo del Holocausto, de la Shoá. Y esto que aparece como un dato, como una obviedad, como un acto de justicia, si se indaga más allá de lo que los ojos «ven», puede revelar algunas cuestiones implícitas, algún contrabando ideológico con piel de cordero. La pregunta que podría hacerse es la siguiente: ¿a qué se debe la pereza de la humanidad para inventar esta categoría? ¿La historia de los hombres, como género, estuvo exenta de genocidios antes del Holocausto? ¿Qué pasó en Auschwitz, Treblinka, Dachau, etc., que provocó el nacimiento de una convención que permite dilucidar, discernir e incluso juzgar los genocidios (bueno, algunos)? ¿Cuál es el motivo del antes y el después?

En el marco de la SGM hubo muchas matanzas generalizadas de población. Los pueblos soviéticos, yugoslavos, polaco y alemán fueron, junto a los hombres y mujeres de religión judía y todos los luchadores antifascistas, quienes más sufrieron la barbarie de la guerra imperialista. Sin embargo, solo se ha reconocido, de manera pública y extendida, la barbarie contra los judíos; la Shoá se ha terminado convirtiendo en el “genocidio”. Pero la brutalidad del ejército alemán para con el conjunto de la población soviética no ha registrado, prácticamente, parangón histórico. La Wehrmacht (Fuerzas de Defensa) alemana no estaba dispuesta a tomar prisioneros en el frente oriental. Dos terceras partes de la población de Bielorrusia (república soviética) fueron exterminadas. En total, 2.230.000 personas fueron asesinadas durante los tres años de ocupación alemana. Más de 600 pueblos fueron aniquilados y su población masacrada. Sin embargo, poco se sabe acerca del genocidio de la Bielorrusia soviética.

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Masha Bruskina con dos compañeros de la resistencia antes de ser ejecutados fueron forzados a caminar por las calles de Minsk. A la chica le colgaron un cartel al cuello que decía en bielorruso y en alemán: «Somos partisanos y disparamos a soldados alemanes». 2 de octubre de 1941

El reino de Yugoslavia fue invadido a principios de abril de 1941 por Alemania y sus aliados. Allí los nazis y sus colaboradores locales (de distintas nacionalidades) encontraron rápida resistencia por parte de un movimiento surgido bajo la dirección del Partido Comunista de Yugoslavia (PCY): los partisanos. La lucha de liberación nacional, con el paso del tiempo, se fue tornando cada vez más una disputa entre la conservación de las relaciones capitalistas de producción y su abolición. En ese marco de disputa, el nazismo y sus aliados llevaron adelante una verdadera matanza generalizada de la población que se resistía a la invasión. El campo de concentración ustasha de Jasenovac[2], tanto como la multiplicidad de masacres cometidas por el movimiento dirigido por Ante Pavelic[3], son contundentes pruebas de las barbaries llevadas adelante contra el pueblo yugoslavo (serbios, croatas, eslovenos, judíos, macedonios, etc.). Sin embargo, poco se puede leer acerca de estas matanzas. La lucha del pueblo yugoslavo contra la opresión de sus invasores y colaboradores vernáculos, que costó la vida de millones de seres humanos, se encuentra ausente del “Canon” de los genocidios oficiales.

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La joven partisana de 17 años Lepa Radic colgada por los alemanes en Yugoslavia

La joven República Polaca, que había nacido como resultado de la finalización de la Primera Guerra Mundial (PGM), fue invadida el 1 de septiembre de 1939 por las tropas de Hitler. El pueblo polaco fue testigo “privilegiado” de la bliztkrieg: la innovación bélica desarrollada por las fuerzas militares alemanas. No solo la vanguardia militar fue destrozada sino también la retaguardia: el abastecimiento y la población civil fueron blancos privilegiados de las bombas de los Stuka y de las municiones de los Panzer. Pero el avance nazi sobre Polonia no se detuvo en la conquista. Se cerraron y destruyeron universidades, escuelas, museos, bibliotecas, etc. Las instituciones académicas polacas se germanizaron y cientos de monumentos fueron destruidos. La población de Varsovia fue diezmada: entre 600.000 y 800.000 polacos fueron asesinados durante la invasión. Se intentó llevar adelante un proceso de germanización de algunos polacos “racialmente adecuados”. Alrededor de 1,7 millones fueron considerados germanizables, incluyendo 200.000 niños que fueron separados de sus padres. Distinta suerte corrieron miles de niños considerados “no germanizables”. Estos fueron enviados a campos de concentración y exterminio, en donde se los utilizó como mano de obra esclava, en algunos casos, y se los asesinó, en otros.

Pero no solo los pueblos atacados por el nazismo y sus aliados sufrieron matanzas generalizadas de población. También el pueblo alemán vivió en carne propia toda la vileza de la SGM. Con el comienzo de las derrotas del nazismo y con el posterior retroceso de las fuerzas militares el cerco sobre el pueblo alemán se fue cerrando. El avance del Ejército Rojo, desde el este de Europa, y las bombas de los aviones aliados, desde el oeste del continente, generaron las condiciones para que se realizara una verdadera masacre sobre la población civil alemana. Lo ocurrido en las ciudades de Colonia, Dresde, Hamburgo, Berlín, etc., ha quedado como documento histórico, censurado, de la brutalidad de las fuerzas militares aliadas. Los asesinatos, de a decenas de miles, provocados por los aviones de la Real Fuerza Aérea Británica y las Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos de América, así como las humillaciones cometidas sobre la población civil por parte de las tropas soviéticas, no deberían situarse por “fuera” de los genocidios oficiales.

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Dresde, montaña de cadáveres tras los bombardeos del 13 y el 14 de febrero

La salida elegante: “Nunca Más, Genocidios”

Si se acuerda que fueron las contradicciones económicas capitalistas las que generaron las condiciones para que tuviera lugar el enfrentamiento bélico, de dimensiones nunca antes vistas, se puede inferir que a la salida de la guerra la situación era sensiblemente incómoda y era necesario encontrar explicaciones, hallar las causas que habían provocado semejante barbarie.

¿Cómo procesó el capitalismo el asesinato masivo de decenas de millones de seres humanos? ¿Cómo evitar la conexión entre la causa y el efecto cuando sus tres hijos dilectos del momento (Alemania, Inglaterra y EUA) habían sido los perpetradores? ¿Iba a ser fácil ocultar la dinámica económica y política que había ocasionado la guerra imperialista? La urgencia por recuperar el terreno perdido como consecuencia de la revolución rusa de 1917, ¿podía ser velada con la excusa del Lebensraum[4] de Hitler? ¿El intento de liquidación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas podía desvanecerse si se posaba la atención en la masacre sobre los judíos?

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Prisioneros de guerra soviéticos. El ejército alemán, prácticamente, no capturaba prisioneros en el frente oriental

Se puede pensar que el nacimiento del genocidio, parido por el conjunto de las relaciones burguesas internacionales, fue el intento de creación de un “antídoto” inmunizante que pudiera ocultar y exorcizar las causas que produjeron millones de asesinatos. Pero la innovación presentada como un exorcismo redentor es, en realidad, un velo que oculta las causas de las masacres del pasado e impide ver los elementos que pueden dar vida a las matanzas futuras.

La SGM había sido la demostración, más lamentable y evidente, de los irreparables daños que pueden causar las relaciones capitalistas de producción. La tarea de ocultar esta situación, de presentar el efecto como la causa, de hacer de Hitler el responsable y no la consecuencia, no era tan sencilla. Esta vez estaba claro, y no había manera de ocultarlo, que el horror y el espanto habían sido causados por Occidente. Entonces: ¿cómo exorcizar a la civilización occidental? Y yendo más al punto: ¿cómo desligar el modo de producción capitalista del infierno que él mismo había creado? A diferencia de las matanzas masivas cometidas por distintas potencias coloniales precapitalistas, como España a partir de la conquista de América, o consolidadamente capitalistas como Francia y Gran Bretaña durante el siglo XIX, esta barbarie no fue realizada lejos, en otro continente, sino bien cerca, en el centro de la «civilización», en el corazón de la modernidad europea, con la lengua de Kant, Hegel, Goethe, etc., pero también en el idioma utilizado por Nicolás Maquiavelo y Dante Alighieri. Esta vez no era posible acusar a los bárbaros, moros, hunos, mongoles, árabes, turcos, etc.

¿Cómo resolver la situación? Una salida posible era la de caracterizar el nazismo como un estado de excepción, como un impasse, como una patología. De esa manera podía alejarse la causa del efecto. No era el capitalismo occidental lo que había provocado la guerra sino la locura de Hitler, la demencia de un líder. Y esta explicación podía ser acompañada, “por abajo”, sotto voce, por una argumentación que sostenía la existencia de un racismo supremacista de la nación alemana: ¡Estaba en la sangre! Pero en esta ocasión la sangre estaba enferma, la ideología nacionalista se había descompuesto y tomado forma negativa: por una “desgracia” subjetiva, por la patología del líder, seguida por su pueblo, el nacionalismo alemán había mutado al Nacionalsocialismo de Hitler, Goebbels, Mengele, Eichmann, etc. Entonces, las clases dirigentes y propietarias del capitalismo occidental, quienes por medio de la capacidad de fuego de los distintos Estados imperialistas habían causado la guerra, es decir creado el “Frankenstein”, pretendieron, con la rápida creación de la Organización de las Nacionales Unidas y la inmediata invención de la categoría del genocidio, exorcizar la causa, es decir, dejar libre de culpa a la valorización del capital y la maximización de la ganancia.

Había que proceder rápido, se debía actuar sobre la “patología”. Porque logrando caracterizar el problema como una enfermedad y no como una funcionalidad del organismo podía alejarse la causa del efecto. Y, con el alejamiento de la causa del efecto, más lejos quedaban las posibilidades de entender el capitalismo como un todo orgánico que generaba (y genera) enfrentamientos, guerras, barbaries y, claro, genocidios.

Si el genocidio es locura y demencia supremacista de una «raza» sobre otra, el telón cae para que, detrás de él, el capital siga valorizándose, para que la maximización de la ganancia sea la regla y la fraternidad y armonía de los trabajadores, de los distintos pueblos, un imposible.

Algunas consideraciones finales

El genocidio nazi sobre el pueblo soviético no es “oficialmente” caracterizado como genocidio. ¿No hay sensibilidad hacia los soviéticos, a pesar de que 23 millones de ellos murieron durante la SGM? El 70% de las bajas fueron civiles. ¿Este hecho no se ajusta a eso de “grupos raciales, religiosos, políticos o de otro tipo destruidos por completo o en parte”?

 ¿Los asesinatos en masa sobre el pueblo yugoslavo (sin distinción de nacionalidad) tampoco son genocidio? Las barbaries del nacionalismo ustasha, que contaron con la “sofisticación” de la construcción de campos de exterminio para niños y mujeres, parecen no aplicar al canon genocida.

Se estima que la cantidad de víctimas de nacionalidad polaca fue de alrededor de 850.000 militares y casi 6 millones de civiles. El porcentaje de estos últimos, por sí solo, no hace más que definir a estas matanzas como genocidios. ¿Y sin embargo?

 Los más de 300.000 civiles alemanes asesinados en Dresde como consecuencia de los bombardeos británicos y estadounidenses, ¿tampoco entran en los genocidios oficiales?

Saliendo por un instante del continente europeo, la “prueba” nuclear estadounidense en Hiroshima y Nagasaki, ¿no es “una denegación del derecho a la vida de los grupos humanos”?

“La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio”, de 1948, venía con letra chica, pero no escrita. Y, como si de un espíritu se tratase, esta letra minúscula e ilegible susurra que los intereses económicos, instrumentados por la política y legitimados por la ideología, son los que determinan qué es y qué no es genocidio. Y así como se puede sostener que la diferencia entre el dialecto y la lengua es que la segunda es el dialecto que ganó, el que tiene el poder del Estado — el dialecto hecho poder político consolidado—, se puede utilizar la misma lógica para entender el genocidio. Entonces los genocidios serán “canonizados” por los poderes de turno de acuerdo a como estén conformadas las relaciones económicas, sociales, políticas e ideológicas internacionales de cada momento histórico. Por eso hubo, hay y habrá “genocidios y genocidios”. Parafraseando a George Orwell, en su libro Rebelión en la Granja: algunas matanzas serán más matanzas que otras. La de los soviéticos, yugoslavos, polacos y alemanes durante la SGM no han aplicado, según el jurado generado por las históricas relaciones capitalistas de producción desde la SGM hasta nuestros días.

Los trabajadores de los distintos pueblos del mundo deberían tener sus propias reglas y convenciones bien alejadas de la categoría de genocidio. Cuando la gente común, el hombre y la mujer de a pie, pueda definir quiénes son sus verdaderos enemigos (que hablan su mismo idioma y viven dentro de su país), la categoría de genocidio va a comenzar a ser un término que los estudiosos y curiosos buscarán en el diccionario para entender un determinado período histórico: el modo de producción capitalista. Mientras tanto, tendremos genocidios por acá y por allá. Siempre «corriendo» desde atrás, e intentando reparar las muertes a través de la memoria y los monumentos oficiales de la burocracia política de turno, pero bien lejos de eliminar las causas que producen las masacres.

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Dresde luego de los bombardeos aliados

Pero la reparación burguesa de sus propias barbaries nunca puede ser consuelo para quienes no forman parte de sus filas. Y no puede serlo, no solo porque no evita que sigan sucediendo, sino porque alienan la capacidad de entender las causas que generan la muerte entre aquellos que tienen muchísimas cosas en común a pesar de hablar distintas lenguas y vivir en diferentes Estados.

El filósofo y judío alemán Walter Benjamin, en la tesis número 9 de su trabajo Tesis sobre la filosofía de la historia, escribía lo siguiente:

“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán lo empuja irresistiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso”[5].

Tomando las palabras de Benjamin como una guía, se puede señalar que el concepto de genocidio funciona como un obstáculo ideológico, como un bravío huracán que impide ver y entender cuáles son las causas que generan las grandes matanzas de la gente común, de aquellas gentes que con su labor cotidiana hacen el mundo en el que vivimos.

Notas

[1] Raphael Lemkin compuso la palabra genocidio a partir del sustantivo griego genos (‘raza’, ‘pueblo’) y del sufijo latino cide (de cadere, ‘matar’).

[2] Campo de concentración y exterminio creado por el Estado independiente de Croacia. Se calcula que fueron asesinados una cifra cercana a las 700.000 personas. Mayoritariamente serbios, pero también judíos, gitanos y antifascistas de cualquier nacionalidad.

[3] Ante Pavelic fue la figura más importante del movimiento Ustasha, considerado el poglavnik (líder); también fue el principal jefe político del Estado Independiente de Croacia.

[4] El espacio vital que el nazismo consideraba que era necesario para el natural desarrollo de la nación alemana.

[5] Benjamin, Walter. “Tesis de la Filosofía de la Historia”. Editorial Protohistoria, Argentina (2020), pág 38.

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