Tomás Várnagy[1]
Elie Wiesel se preguntaba: “¿Cuánto tiempo tendrán que permanecer los
soldados extranjeros en la aplastada provincia de Kosovo para impedir
que la muerte siga reinando?” y concluía: “El capítulo yugoslavo
está lejos de haber acabado”.
Las profundas heridas producidas por todos los horrores y excesos cometidos en el territorio de la ex-Yugoslavia a partir de las guerras que comenzaron en 1991 –sin olvidar las atrocidades de todos los bandos durante la Segunda Guerra Mundial- y el posterior desmembramiento de lo que quiso ser un país, no permitirán el restablecimiento de una paz plena hasta que las generaciones venideras sean educadas en el auténtico respeto por los derechos humanos.
En nuestra opinión, Yugoslavia no fue destruida por lo que algunas agencias de prensa internacionales calificaron, ligeramente, de «odios étnicos ancestrales», sino que fue masacrada por movimientos chauvinistas y resentimientos iniciados e incitados por el liderazgo político de las repúblicas apoyadas por las diferentes potencias con intereses en la región. La responsabilidad sobre dicha destrucción no está en las nacionalidades que convivieron pacíficamente durante siglos -y Sarajevo fue un gran ejemplo de ello- sino en la insensata e inhumana actitud de dirigentes en el siglo XX que utilizaron cualquier medio a su alcance para lograr sus objetivos hegemónicos.
Se ha definido a la Yugoslavia de la década de 1960 como un país con doce minorías nacionales, seis repúblicas (Bosnia, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia), tres religiones principales (católicos, cristianos ortodoxos y musulmanes), dos alfabetos (latino y cirílico) y un partido (comunista) único. Los problemas eran de diferente índole: económicos, un Norte rico y un Sur pobre; políticos, centralismo o federalismo; culturales, Este-Oeste; y el conjunto de ellos aceleró un conflicto con los resultados ya conocidos.
Los orígenes del problema
Las divisiones que afectan a Yugoslavia se remontan a principios de la Edad Media, cuando Teodosio el Grande parte al Imperio Romano a fines del siglo IV con una línea que separó a las regiones dominadas por Roma (Occidente) de Constantinopla (Oriente). Durante siglos, toda la región de los Balcanes fue un campo de batalla entre ambas partes de esa escisión: eslavos, turcos, austríacos, húngaros e italianos. Esta región fue un límite geográfico entre Roma y Bizancio, entre catolicismo y ortodoxia, el Este y el Oeste, entre el Islam turco y la cristiandad austro-húngara, entre el socialismo realmente existente y la Europa capitalista.
En el siglo VI de nuestra era comenzaron a llegar del Este las tribus eslavas (croatas, eslovenos y serbios) y, luego, en el año 925 se proclamó el Reino de los Croatas, de corta duración, pues el rey de Hungría tomó posesión de la Corona en el siglo XI; los eslovenos, asimismo, estuvieron bajo control austríacos sin haber conocido la independencia hasta el siglo XX, con la excepción del paréntesis napoleónico. Mientras croatas y eslovenos vivían sometidos a sus vecinos, los serbios crearon un imperio que conocería su apogeo con Esteban Dusan, y cuyo centro era Kosovo. Este primer Estado serbio fue aplastado en su cuna por los turcos en la batalla de Kosovo-Polje en el 1389, perdiendo su independencia por los próximos cinco siglos.
El invasor turco confió en aquellos nativos que aceptaban el Islam, y es así que apareció, sobre todo en Bosnia, la categoría de eslavos musulmanes, o sea de croatas y serbios convertidos a esta religión. Kosovo, la cuna de Serbia, se pobló de albaneses, una etnia indoeuropea no eslava. Al mismo tiempo muchos serbios emigraron al norte, estableciéndose en Croacia, ya que disponían de zonas francas si aceptaban defender el territorio contra los turcos, formándose así la región de la Krajina. Los montenegrinos, mientras tanto, estuvieron al margen gracias a lo abrupto y montañoso de su región (Črna Gora, Montaña Negra) y consiguieron mantener su independencia.
Uno de los resultados de la Revolución Francesa fue el despertar de las nacionalidades en toda Europa. En los Balcanes, los serbios fueron los primeros y, en 1806, Kara George (“Jorge Negro”) los lideró en una revuelta que estableció un principado independiente con centro en Belgrado. Los turcos reconquistaron Serbia en 1813, pero una segunda revuelta en 1817, liderada por Milos Obrenovic, con la ayuda de Rusia, convirtió a la nación serbia en el primer Estado soberano emancipado de los otomanos.
La frontera entre los imperios de Austria-Hungría (Habsburgo) y Otomano (turco) separó a los croatas de los serbios por más de cuatro siglos, aunque su lengua y su etnia eran casi idénticas. Actualmente los croatas son católicos, utilizan el alfabeto romano y ven como fuentes de su civilización al Oeste y Norte de Europa, esto es, Roma, Viena y Berlín. Los serbios, en cambio, son cristianos ortodoxos, utilizan el alfabeto cirílico y su tendencia es más oriental, percibiendo a Moscú y a los rusos como hermanos eslavos con un destino común.
Las otras cuatro repúblicas tenían sus particularidades: Eslovenia era la más occidental (“germanizada”) y adelantada económicamente; Macedonia y Montenegro eran las menos desarrolladas; Bosnia-Hercegovina tenía un importante porcentaje de población eslava de religión musulmana y, también, croatas y serbios viviendo en su territorio. Serbia tenía dos provincias: Vojvodina al norte, con una importante minoría húngara; y Kosovo al sur, con un 90 por ciento de población albanesa, con una lengua muy diferente a la serbia y de religión mayoritariamente musulmana.
El Tratado de Berlín de 1878 le dió a Austria el control de Bosnia-Hercegovina, anexándola formalmente en 1908, un territorio que los serbios consideraban como propio y que provocaría el atentado de Sarajevo en 1914. Antes de la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, se debatieron las ventajas de la unión de los eslavos del sur en un Estado. Eslovenia, la costa dálmata y Bosnia-Hercegovina estaban gobernadas por los austríacos; Croacia y Vojvodina por los húngaros.
La conciencia de que los pueblos eslavos de Rusia, Europa Central y Balcanes hablan lenguas emparentadas nace en el siglo XIX, sugiriendo la posibilidad del “paneslavismo” para conformar un gran imperio. Entre los eslavos del sur (“yug-eslavos”), la idea se expresó en la década de 1840 en la obra del croata Ljudevit Gaj, que sostenía que todos los pueblos eslavos del sur eran ramas de la misma tribu iliria; y, pocos años después, el “ilirianismo” dio lugar al “yugoslavismo”. Un obispo croata, Josip Strossmayer, creía asimismo en la unidad cultural de los eslavos del sur y, cuando fundó la Academia de Artes y Ciencias en Zagreb en 1867 no la denominó Academia Croata sino Academia Yugoslava.
Los serbios, en la década de 1860, tenían también un programa para unir a los eslavos del sur en un solo Estado. El ideal de federación balcánica fue propagado por el príncipe Miguel Obrenovic, pero dicho ideal de unificación implicaba el liderazgo serbio. Los serbios y croatas que vivían dentro del Imperio de los Habsburgo cooperaron políticamente antes de la Primera Guerra Mundial, y muchos intelectuales en Zagreb y Belgrado estaban entusiasmados con la idea de “yugoslavismo”.
La existencia del Estado independiente de Serbia representaba para los austríacos el peligroso principio nacional de gobernabilidad que, si se aceptaba, destruiría al Estado Habsburgo: desde el Medioevo, el ideal de Kaisertreue (“lealtad al Emperador”) había sido el que mantenía unidas a las diferentes nacionalidades del Imperio Austro-húngaro. Si se consentía la noción serbia de que cada etnia tiene el derecho a su propio Estado soberano, entonces el Imperio estaría acabado.
Primera y Segunda Guerra Mundial
El 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austríaco es asesinado por un extremista serbio en Sarajevo. Viena demandó reparaciones a Serbia tan humillantes que equivalían a su sometimiento a la corona austríaca y fueron, por lo tanto, rechazadas, declarándose la guerra. Rusia, aliada a Serbia, movilizó sus tropas, lo cual llevó a Alemania a enfrentarse a Rusia y también a su aliada, Francia. La invasión alemana a Bélgica hizo entrar a Gran Bretaña en el conflicto. En este cataclismo europeo se destruyeron cuatro imperios: el austríaco, el alemán, el ruso y el otomano.

Serbio: “Si me tocas, te…”
Austríaco: “Si te mueves, te…”
Rusia: “Si le pegas al pequeño, te…”
Alemania: “Si golpeas a mi amigo, te…”
Francia: Si le pegas…”
Inglaterra: “Hey, ustedes, si…”
Al comenzar la guerra, el gobierno serbio adoptó oficialmente la consigna de la “liberación y unificación de todos nuestros hermanos sometidos: serbios, croatas y eslovenos”. En 1917 se reunieron en la isla de Corfú los líderes de estos pueblos y establecieron una monarquía democrática y constitucional bajo la dinastía serbia. Lo que no quedó claramente establecido en este pacto fue si el reino sería un Estado centralizado -como querían los serbios-, o una federación de pueblos iguales y soberanos, según el deseo de croatas y eslovenos.
Al finalizar la Primera Guerra los serbios emergieron en el bando de los victoriosos, habiendo perdido un cuarto de su población masculina adulta; el 1º de diciembre de 1918 se proclamó el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos liderado por el rey Alejandro I Karađorđević de Serbia, sin que las partes interesadas estuviesen de acuerdo sobre el fondo de la cuestión.
Kosovo formaba parte de dicho Reino en 1918, aunque en el nuevo reparto de Europa las grandes potencias no tuvieron en consideración los principios wilsonianos del derecho de autodeterminación de las naciones. Se emplearon políticas discriminatorias en contra de los albaneses kosovares: confiscación de propiedades, terror policíaco, cierre de escuelas en lengua albanesa e, incluso, la prohibición de hablar albanés en público. Respondiendo a estas políticas, los albaneses establecieron el Comité Kosovar que operaba clandestinamente y alentaba la resistencia pasiva en contra de los opresores serbios.
El conflicto político consistía en cómo iba a constituirse un Estado yugoslavo -si debía ser unitario o federal-, y el económico estaba relacionado con una Eslovenia y Croacia más desarrolladas que el resto del país. Esta región no era la única con un norte rico y un sur pobre, pero las diferencias eran mucho mayores en Yugoslavia que, por ejemplo, en España o Italia, ya que existían historias, religiones y culturas muy diferentes. La constitución de 1921 centralizó el gobierno en manos de los serbios, siendo los croatas los principales opositores, ya que demandaban una constitución federal. Durante un debate parlamentario en 1928 fue asesinado el líder croata Stjepan Radić y otros dos diputados.
El rey Alejandro estableció una dictadura monárquica en 1929 suspendiendo la legislatura y la constitución, y cambia el nombre del país por “Yugoslavia” (“eslavos del sur”) con el objetivo de hacer desaparecer a las antiguas naciones, reprimiendo a los movimientos croata y esloveno, acusando a los demócratas de “comunistas” y encarcelando a los opositores. Para los no serbios, “yugoslavismo” se asociaba con dominación serbia; y tanto para los serbios y no serbios demócratas e izquierdistas, la monarquía se asociaba con opresión. En 1934 el rey Alejandro visitó Francia y fue asesinado en Marsella junto con el canciller francés, Louis Barthou, por un terrorista macedonio contratado por los ustasha, una sociedad secreta de terroristas fascistas croatas cuya misión era desembarazarse del dominio serbio. Su máximo líder, Ante Pavelic, emigró a la Argentina al finalizar la Segunda Guerra.
El 6 de abril de 1941, sin la formalidad de una declaración de guerra, Hitler invadió Yugoslavia, ocupándola en pocos días. El rey Pedro y su gobierno se refugiaron en Londres; Yugoslavia fue dividida: Croacia, junto con Bosnia-Hercegovina, se convirtió en un Estado fascista independiente; Eslovenia fue repartida entre alemanes (austríacos –recordemos el Anschluss de 1938) e italianos; Bulgaria anexó la mayor parte de Macedonia; Hungría recuperó Vojvodina (Vajdaság para los húngaros) y parte de Eslovenia (que había perdido en 1918); Italia anexó Dalmacia y Montenegro; Albania aumentó sus territorios con Kosovo y el noroeste de Macedonia, y Serbia quedó bajo “protección” germana.
Los italianos habían invadido Albania en abril de 1939 y, cuando Yugoslavia fue desmembrada por las potencias del Eje en 1941, Kosovo fue transferida a Albania, y las áreas pobladas por albaneses de Macedonia y Montenegro también fueron unificadas en el Estado cliente albanés. Los albaneses fascistas acosaron y expulsaron a muchos serbios de Kosovo; pero hubo también una resistencia albanesa, liderada por el comunista Enver Hoxha, que luchó en contra de los aliados del Eje.
Los fascistas croatas (ustashas) realizaron una limpieza étnica y política, enviando a campos de concentración a serbios, judíos, gitanos y croatas antifascistas, siendo responsables de la muerte de cientos de miles de personas, especialmente en el campo de concentración de Jasenovac, cuyo último dirigente fue un croata exilado en Argentina y que fue extraditado y juzgado en su país de origen por los crímenes cometidos.
Un grupo de oficiales serbios pro monárquicos se negó a someterse a los alemanes, refugiándose en las montañas y autodenominándose chetniks, antiguos guerreros serbios que lucharon contra los turcos. El líder de dicho grupo, Draža Mihajlović, fue nombrado Ministro de Defensa y comandante del ejército de resistencia por el rey Pedro, pero ese apoyo británico fue retirado cuando se descubrió, a principios de 1944, que los chetniks estaban colaborando con los alemanes e italianos en la lucha contra los partisanos de Tito.
Tito y la Segunda Yugoslavia
Josip Broz, “Tito”, lanzó una insurrección general en Serbia en julio de 1941 y fue proclamado comandante en jefe de un nuevo movimiento, los partisanos, guerrilla comunista compuesta por elementos progresistas de todas las etnias y nacionalidades: serbios, croatas, eslovenos, albaneses kosovares, etc. Sus éxitos militares fueron tan resonantes que, en noviembre de 1943, fue nombrado Mariscal de Yugoslavia en el Congreso de Jajce. Liberaron la mayor parte de Serbia de los alemanes y anunciaron posteriormente que su movimiento no era únicamente de resistencia, sino revolucionario, pues establecerían un gobierno comunista, lo cual provocó la guerra entre chetniks y partisanos.
Tito estaba convencido de que una nueva Yugoslavia tenía que estar basada en un tratamiento más justo de las diversas nacionalidades. Desde la primera reunión, en 1942, del Consejo Antifascista para la Liberación Nacional de Yugoslavia, precursor del gobierno de posguerra, los comunistas propugnaron por una “unión voluntaria de pueblos separados” y popularizaron el eslogan “Fraternidad y Unidad”, siendo la única agrupación política que abogaba por el «yugoslavismo».
El Ejército Rojo de la Unión Soviética liberó Belgrado de los alemanes en octubre de 1944, pero la liberación del resto de Yugoslavia fue obra de los partisanos de Tito. Unos 100.000 croatas que cruzaron a Austria (Bleiburg) para evitar las represalias de Tito fueron enviados de vuelta por los aliados y, muchos de ellos (entre 25 y 50.000), fueron ejecutados sumariamente. En los siguientes meses hubo una represión generalizada en toda Yugoslavia: fueron purgados los ustasha, los chetniks, los monarquistas y los no comunistas. El gobierno yugoslavo calculó que las bajas totales de la guerra fueron de 1.700.000 muertos en una población de 16 millones.
La Segunda Yugoslavia, creada en 1945, fue un Estado federal con seis repúblicas (Bosnia-Hercegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia) y dos provincias dentro de la República de Serbia (Vojvodina y Kosovo). Esta nueva república federal de pueblos iguales parecía ser una buena solución para la extraordinaria mezcla de diferentes pueblos y nacionalidades.
Los comunistas yugoslavos condenaron los horrores del conflicto bélico como una explosión extrema de la sociedad burguesa. Las profundas heridas de la Guerra fueron disimuladas, pero no curadas. El nuevo gobierno poseía tres elementos unificantes que permitieron la construcción de una Yugoslavia multiétnica: (1) el marxismo con su ideología internacionalista, (2) la experiencia partisana, en la cual colaboraron todas las nacionalidades, (3) el liderazgo de Tito, cuya autoridad, durante su vida, nunca fue cuestionada.
A diferencia de los otros países de Europa Central y Oriental, Tito comenzó inmediatamente la revolución socialista. Era un héroe de guerra y un vehemente bolchevique: se nacionalizaron los bancos, industrias y empresas; comenzaron las colectivizaciones agrarias y se organizó una eficiente policía secreta; se confiscaron propiedades de las iglesias católica y ortodoxa, y se cerraron monasterios y lugares de culto.
La Yugoslavia de Tito no sólo sería socialista, sino también federal, pues había que superar las masacres y los odios acumulados durante la Segunda Guerra Mundial para construir un Estado común en el cual se establecieron tres categorías: naciones, que dispondrían de una república federada; nacionalidades, que disfrutarían de cierta autonomía en el interior de las repúblicas; y minorías, que figurarían en las estadísticas elaboradas en los censos.

A partir de 1945, el gobierno de Tito trató relativamente bien a los albaneses de Kosovo, dado su deseo de establecer una Federación Balcánica de todos los eslavos del sur, incluyendo Yugoslavia y Bulgaria, a la cual se unirían los albaneses (no eslavos); pero esta idea tuvo su final abrupto en 1948 con la ruptura Tito-Stalin. En 1949 se implementaron duras medidas para frenar la tentativa de ciertos grupos albaneses kosovares de unirse a Albania. Las políticas opresivas fueron llevadas a cabo por la policía secreta yugoslava, entrenada por la KGB soviética, intimidando y aterrorizando a la población albanesa. Tito estaba convencido de que el sentimiento de “yugoslavismo” suplantaría al de las identidades nacionales, y la plataforma partidaria de 1956 expresaba la idea de una “conciencia socialista yugoslava”. El problema fue que “yugoslavismo” se identificaba con socialismo y, cuando se desintegró la Liga de los Comunistas unas décadas más tarde, también desapareció la idea de “yugoslavismo”.
Centralistas versus federales
Hubo dos tendencias que caracterizaron al Partido Comunista durante sus primeros años en el poder: una de centralización, asociada al director de los servicios de seguridad federal, el serbio Aleksandar Ranković, que preconizaba una “política de mano dura”; y otra contraria a la centralización, asociada al teórico de la autogestión, el esloveno Edvard Kardelj. Esta puja termina en 1966 cuando cae Ranković acusado de “actividades faccionales”, aunque popularmente se ve su caída como una derrota para los serbios, especialmente por las revelaciones acerca de sus brutales políticas en contra de los albaneses de Kosovo y los húngaros de Vojvodina.
Las políticas de descentralización que comenzaron en 1966 produjeron la Constitución de 1974, que debilitó los poderes federales, fortaleció los de las repúblicas y dio autonomía a las dos provincias serbias, culminando con la presidencia colegiada y rotativa compuesta por ocho miembros, uno por cada República y por cada provincia autónoma. No hubo mayores inconvenientes de 1974 a 1980, pues el mariscal Tito era presidente de por vida; los problemas surgieron después de su muerte.
Esta constitución causó gran desagrado entre los serbios, que afirmaban haber ganado la guerra y perdido la paz. Krajina, un enclave serbio en Croacia, no era autónoma, pero Vojvodina y Kosovo dentro de Serbia sí lo eran. El serbio Mihailo Đjurić afirmaba en 1971 que Serbia ya estaba en “una postura desigual con respecto a las otras naciones de Yugoslavia (…). La consecuencia final de los cambios será su completa desintegración. Es obvio que las fronteras de la actual República Socialista de Serbia no son ni las fronteras nacionales ni las fronteras históricas de la nación serbia (…). La nación serbia (…) debe comenzar a luchar por su identidad nacional e integridad peligrosamente amenazadas.”
Otros críticos serbios, con argumentos menos étnicos, atacaban las políticas de descentralización con el argumento de que no era posible tener un Estado unido sin fuertes órganos del gobierno central, independientes y eficientes. Consideraban que era absolutamente crucial para el bienestar económico de Yugoslavia el hecho de que el Estado central controlara los bancos, la moneda, los asuntos fiscales y las reglas de comercio internacional. Comenzó así una controversia en la cual los llamados a la unidad federal eran considerados por algunos como máscaras del hegemonismo serbio.
Los albaneses kosovares realizaron actos de resistencia pasiva hasta 1966, año en el que cayó Ranković, “el martillo de los albaneses”, y se introdujo una política mucho más flexible. Se permitió nuevamente la educación en lengua albanesa, y Kosovo recibió la autonomía dentro de la federación yugoslava gracias a la constitución de 1974. Se estableció una universidad en lengua albanesa en Prizren y se abrieron muchas instituciones culturales albanesas.
Los fondos federales yugoslavos para las regiones subdesarrolladas gastaron mucho dinero en Kosovo y los albaneses trabajaban en varias instituciones federales. Pese a las mejores intenciones, la provincia de Kosovo siguió siendo la región más pobre de Yugoslavia, sea por malas inversiones, sea por la corrupción de los funcionarios federales, sea por otras causas.
Al mismo tiempo, Kosovo experimentó un crecimiento de la población albanesa sin precedentes: de 733.000 en 1948 pasaron a ser 1.730.000 en 1981 (los albaneses tienen -por lejos- la más alta tasa de natalidad de toda Europa). Paralelamente decreció la población de habitantes serbios: en 1953 constituían el 27 por ciento de la población total y en 1990 representaban menos del 10 por ciento. Este descenso de la población serbia se debió, por un lado, a la emigración a otras regiones más desarrolladas y, por el otro, a la intimidación anti serbia llevada a cabo por los albaneses.
ESTRUCTURA ETNICA DE LA POBLACION DE LA SEGUNDA YUGOSLAVIA
(CENSO DE 1981)
YUGOSLAVIA | 22.427.000 | 100,0 (%) |
Serbios | 8.140.507 | 36,3 |
Croatas | 4.428.000 | 19,8 |
Musulmanes | 1.990.890 | 8,9 |
Eslovenos | 1.753.571 | 7,8 |
Macedonios | 1.341.598 | 6,0 |
Montenegrinos | 579.043 | 2,6 |
Yugoslavos | 1.219.024 | 5,4 |
Albaneses | 1.730.838 | 7,7 |
Húngaros | 426.827 | 1,9 |
Búlgaros | 36.189 | 0,2 |
Checos | 19.624 | 0,1 |
Italianos | 15.132 | 0.0 |
Alemanes | 8.712 | 0.0 |
Gitanos (roma/romaní) | 168.197 | 0,7 |
Rutenos | 23.286 | 0,1 |
Eslovacos | 80.334 | 0,4 |
Turcos | 101.291 | 0,5 |
Valacos | 32.071 | 0,1 |
No declarados | 46.701 | 0,2 |
Otros/desconocidos | 185.942 | 0,8 |
Década de 1980
Tito falleció en 1980 a los 88 años. Su muerte marcó el fin de toda una generación de posguerra cuyo compromiso con el marxismo, la experiencia partisana, y el mismo Tito, habían servido para mantener unida a Yugoslavia. Las nuevas generaciones ya no estaban tan entusiasmadas y el fracaso económico de la autogestión hizo que muchos yugoslavos tuviesen el mismo desencanto acerca del socialismo que los otros ciudadanos de Europa Central y Oriental. El país estaba dirigido, entonces, por una presidencia rotativa y lo único que cohesionaba la unión de la federación era el Partido, lo cual probó ser insuficiente.
Además, el deterioro de la situación económica siguió profundizándose, y el gobierno colectivo no tenía suficiente autoridad para solucionar ni los problemas económicos ni los políticos. El gobierno federal implementó programas de austeridad, devaluaciones monetarias, planes de restructuración, control de precios y salarios y búsqueda de inversiones para lograr una estabilidad ya perdida. Entre 1965 y 1985 hubo 25 congelamientos de precios, implementados y abandonados rápidamente; la deuda externa era enorme: 21 mil millones de dólares.
Un problema tampoco resuelto fue la cuestión de las minorías nacionales cuyos derechos y privilegios estaban supuestamente protegidos por la constitución de 1974; pero la situación en Kosovo, con 90 por ciento de albaneses, estaba muy lejos de la teoría. De acuerdo a la propaganda serbia, había tantos serbios como albaneses antes de la Segunda Guerra Mundial, pero los serbios habían tenido que abandonar Kosovo por el terrorismo albanés pro-fascista durante la guerra.
En la década de 1980 los albaneses se quejaron de ser víctimas de la discriminación, los estudiantes pedían mejores condiciones en la Universidad de Pristina y hubo masivas manifestaciones anti serbias que demandaban que la provincia se convirtiese en una república. El gobierno federal envió tropas y los serbios acusaron a los albaneses kosovares de comenzar una contrarrevolución liderada por agitadores foráneos que querían unir a Kosovo con Albania. Pero, de hecho, desde las manifestaciones de 1968 y 1981 hasta la guerra en 1991, los líderes de los movimientos albaneses en Kosovo negaron rotundamente cualquier interés en unirse a Albania, reclamando solamente la autonomía.
En 1981 hubo grandes disturbios y manifestaciones en la provincia solicitando la autodeterminación, el establecimiento de una república kosovar y la liberación de prisioneros políticos. Las autoridades federales temían por las vidas de la minoría serbia y la posible unión de esa república a Albania y la policía yugoslava actuó duramente para suprimir el desorden. Entre 1981 y 1985 se encarcelaron a 3.344 albaneses por ofensas “nacionalistas” y se produjo la muerte de más de 100 manifestantes. Los albaneses, por su lado, colocaron bombas y provocaron incendios, hostigando a muchos serbios a abandonar la provincia.
La Academia de Ciencias Serbia produjo en mayo de 1985 un Memorandum sobre la situación yugoslava, criticando a Tito y sus sucesores por la discriminación en contra de Serbia y por darle autonomía a las provincias en 1974, negando a los serbios el derecho a su propio Estado. Estos, de acuerdo a la Academia, no solamente estaban sufriendo un “genocidio físico, político, legal y cultural” en Kosovo, sino que –además- había muchos serbios en otras repúblicas, especialmente Croacia, amenazados por el mismo destino. “El sojuzgamiento económico de Serbia”, concluía este Memorandum, “sólo puede ser comprendido si se entiende su inferioridad política”.
Los serbios nunca olvidaron que los eslovenos y los croatas se unieron a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, y que los albaneses kosovares se unieron a los fascistas italianos, mientras que a los no serbios les disgustaba la dominación desde Belgrado.
Slobodan Milošević
Slobodan Milošević encabezó un movimiento serbio xenófobo a fines de la década de 1980, ganando gran popularidad en Serbia (fue elegido democráticamente en tres ocasiones), aunque visto con mucha desconfianza por el resto de las repúblicas. Se convirtió en el máximo dirigente del Partido Comunista Serbio en mayo de 1986, y se hizo famoso a partir del 24 de abril de 1987 con un discurso ante unos 15.000 manifestantes serbios y montenegrinos, “víctimas del genocidio” en Kosovo, donde afirmó: “Nadie golpeará nuevamente a un serbio”. Se ha dicho que la carrera de Milošević puede dividirse en un antes y un después de este discurso.

hizo sus necesidades en zapatos serbios!”
Público: “¡Hay que matar a todos los albaneses!”
“¡Hay que matar a todos los patos!”
En 1987 Milošević se convirtió en el Primer Ministro de Yugoslavia y, como ardiente nacionalista, estaba determinado a reafirmar la supremacía serbia en Yugoslavia a través de la manipulación de los medios de comunicación y una campaña anti-albanesa. En Kosovo se siguió una política de ocupación militar permanente, represión policial y purgas partidarias para reemplazar a los funcionarios albaneses por serbios.
Contrastando con el típico burócrata yugoslavo de la década de 1980 –seco, aburrido, lleno de frases leninistas poco atractivas para una sociedad desengañada con el socialismo- Milošević emergió como un héroe para los serbios, incluidos muchos intelectuales de izquierda. A los serbios no les gustaba la Constitución de 1974 y los incidentes contra los serbios en Kosovo le dieron una excelente oportunidad para movilizar a las masas.
Milošević demandó que las dos provincias de Serbia, Vojvodina y Kosovo, perdiesen su autonomía y fuesen gobernadas directamente por Belgrado. En octubre de 1988 organizó una manifestación de más de 100.000 serbios en la provincia de Vojvodina, con una fuerte minoría húngara, con enfrentamientos violentos que obligaron a renunciar al gobierno local. Ese año se convirtió en el político más visible y dinámico de Yugoslavia, impulsando y movilizando manifestaciones masivas.
El 20 de octubre de 1988, en una reunión del Politburó, Milošević repitió sus demandas para quitar la autonomía de las dos provincias y la necesidad de reforzar el papel de Serbia en la federación. El Politburó votó en contra de Milošević y en favor de una federación independiente como había querido Tito. Milošević no aceptó este veredicto y, en noviembre, pudo forzar la renuncia de los dirigentes de Kosovo a los que acusó de permitir la persecución de serbios. La semana siguiente llamó a una gigantesca manifestación en Belgrado en contra de las presuntas violaciones a los derechos humanos cometidas por los albaneses en Kosovo en perjuicio de los serbios, acudiendo al llamado unas 600 mil personas.
El 11 de enero de 1989 una serie de manifestaciones en Montenegro realizadas por los seguidores de Milošević forzaron al gobierno y a los líderes partidarios a renunciar. Milošević controlaba no sólo a Serbia, sino también a Kosovo, Vojvodina y, ahora, Montenegro. En marzo de 1989 logra la aprobación de enmiendas constitucionales que terminaron con las autonomías provinciales, produciendo grandes disturbios en Kosovo y temor entre eslovenos y croatas que no querían saber nada de una unidad yugoslava basada en la hegemonía serbia. El 28 de junio de 1989 reunió a más de un millón de manifestantes en Kosovo para conmemorar la funesta batalla que los serbios habían perdido ante los turcos seiscientos años antes.
Guerra en Yugoslavia
Los partidos comunistas de Croacia y Eslovenia votaron, en diciembre de 1989, en favor de la realización de elecciones libres en 1990, el abandono del papel dirigente del Partido Comunista, la adopción de una economía de mercado como única solución posible, y que se intentara la unión con el Mercado Común Europeo, todo ello dentro de la Federación de Yugoslavia.
A principios de 1989, Milan Kučan, dirigente de la Liga de Comunistas de Eslovenia, le dio la bienvenida a la “apertura política” y afirmó que “no hay democracia sin pluralismo”. En septiembre de ese año los eslovenos realizaron cambios en su constitución que declaraban a su país “un Estado soberano e independiente”, y la asamblea partidaria afirmaba el derecho de Eslovenia a la secesión, reclamaba autoridad para vetar la utilización de fuerzas armadas federales en su territorio, y le quitaba el papel dirigente a la Liga de Comunistas de Yugoslavia. Milošević acusó a los eslovenos de poner en peligro al país y de invitar a la guerra; ellos respondieron que querían “seguir siendo parte de Yugoslavia”, pero sin la dominación de serbios y comunistas, sino de un Estado basado en una asociación verdaderamente voluntaria.
Los eslovenos habían sido los mayores críticos de Milošević por sus acciones en Kosovo, tomando partido por los albaneses. En marzo de 1989, un millón de ellos (en una población de casi dos millones de habitantes) firmaron una declaración protestando por el tratamiento de los albaneses por parte de los serbios. Milošević contraatacó criticando “el odio fascista” y los acusó de una “coalición inescrupulosa” con los croatas en contra de los serbios; la respuesta de los eslovenos fue caracterizarlos de “irracionales” y “arrogantes”.
En diciembre de 1989, Milošević quiso realizar una manifestación masiva de serbios (que serían transportados de lugares fuera de Eslovenia) en Ljubljana, pero las autoridades eslovenas la prohibieron. Milošević pidió un boicot en contra de los productos eslovenos y estos respondieron negándose a pagar los fondos federales para las regiones subdesarrolladas.
Una convención partidaria federal fue abandonada, el 20 de enero de 1990, por los delegados eslovenos quienes, apoyados por los croatas y en menor medida por los macedonios y los bosnios, demandaban cambios para garantizar la libertad de prensa, los derechos humanos, y que el partido se hiciera cargo del desmantelamiento del sistema comunista. Además, proponían elecciones multipartidarias, voto secreto, democracia en Kosovo y la abolición del “centralismo democrático”. Milošević llamó estas mociones una “invitación a la guerra interna en el partido y en el país” y, ese mismo día, el Congreso partidario las rechazó por amplio margen. Los eslovenos, frustrados por no poder resistir el poder de Milošević abandonaron el Congreso y los serbios propusieron seguir sin ellos, pero las delegaciones de las otras repúblicas se negaron a ello. El diario del partido, Borba, anunció que “la Liga de los Comunistas dejó de existir”.
El 8 de abril de 1990 los eslovenos votaron mayoritariamente por una coalición en la cual Kučan, ahora reformista, fue elegido presidente de la república. En mayo, una alianza anticomunista, liderada por el ex general Franjo Tuđman, ganó las elecciones en Croacia con el 60 por ciento de los votos. Los nuevos gobiernos en ambas repúblicas insistieron en que sólo se quedarían en la federación si se aceptaban sus demandas, lo cual implicaba el desmantelamiento de todos los poderes del gobierno central. Serbia, la mayor de las repúblicas seguía dominada por los comunistas y, aunque conformaban sólo el 36 por ciento del total de la población yugoslava, eran mayoría absoluta en las fuerzas armadas.
Los croatas, además de los problemas económicos, tenían un importante problema étnico: 12 por ciento de la población de Croacia era serbia, la mayoría en la zona de Krajina. Tuđman elogió al Estado Independiente pro fascista de Croacia de la Segunda Guerra Mundial como una “expresión de las aspiraciones históricas de la nación croata para su Estado Independiente” y bregó por una Croacia con sus “fronteras históricas y naturales”, abogando –además- por una unión “económica, espiritual y cultural de Croacia y Bosnia-Hercegovina, que forman una unidad política natural e indivisible y que, históricamente, están destinadas a permanecer juntas”. Al mismo tiempo, denunciaba los “deseos hegemónicos de la Gran Serbia”, calificando a Milošević de neo-estalinista, serbo-bolchevique y simpatizante de Mussolini.
Los serbios, por su lado, atemorizados por lo que veían como una amenaza a la minoría que vivía en Croacia, calificaron al nuevo régimen croata de genocida, antisemita, anti serbio, secesionista y fascista. La prensa de ambas repúblicas contribuyó a la histeria xenófoba y podían encontrarse teorías conspirativas en abundancia. Un “respetable académico serbio”, Antonije Isaković, escribió: “Ellos (los croatas) están propugnando un nuevo genocidio serbio”; un diario croata se preguntaba: “¿Quién está incendiando los bosques croatas?”, con la clara implicancia de que se trataba de los serbios. No cabe duda de que Tuđman y Milošević utilizaron la exacerbación nacionalista para legitimarse en el poder.
La guerra que comenzó en 1991 fue el conflicto europeo más violento desde 1945, despedazando a Yugoslavia y creando nuevos Estados soberanos. Tuvo un saldo de más de 250.000 muertos y unos dos millones de desplazados de sus hogares. En 1996 la intervención foránea y la mediación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) detuvieron la lucha, pero aún es necesaria la presencia de fuerzas de paz internacionales para evitar nuevos enfrentamientos.
Mientras tanto, en Kosovo, las manifestaciones de albaneses kosovares en enero de 1990 fueron duramente reprimidas por los serbios con más de 20 muertos y, en junio, la policía de Milošević disolvió la legislatura provincial. Kosovo se convirtió en una provincia ocupada por los serbios, se prohibieron la mayor parte de las publicaciones albanesas y la emisión de un programa de televisión albanés en Pristina. Los legisladores albaneses kosovares, democráticamente elegidos, pasaron a la clandestinidad y el 7 de septiembre de 1990 se reunieron secretamente en Kačanik y proclamaron una constitución para la República (fantasma) de Kosovo.
Un año después, los albaneses kosovares votaron mayoritariamente en favor de la constitución de Kačanik, pese a todos los esfuerzos desplegados por las autoridades serbias para detener esta elección “ilegal” para el centralismo serbio. El 19 de octubre de 1991 la legislatura clandestina declaró a Kosovo como “República independiente” y Albania fue el único país que reconoció rápidamente al nuevo Estado. El Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) comenzó a realizar acciones guerrilleras para desembarazarse del dominio serbio.
Kosovo y el ataque de la OTAN a la Tercera Yugoslavia
La Tercera República Federal de Yugoslavia surgió al finalizar la guerra de 1991, y su superficie era de 102.173 kilómetros cuadrados (tres veces menor que la provincia de Buenos Aires). La composición étnica en 1991 era la siguiente: serbios 62,3%; albaneses 16,6%; montenegrinos 5,0%; yugoslavos 3,3%; húngaros 3,3%; musulmanes 3,1%; croatas 1,1%; otros 5,3%. Estaba compuesta por la República de Montenegro (que se independizará en el 2006) y la República de Serbia que, a su vez, incluía dos provincias: Vojvodina al norte y Kosovo al sur (con una superficie de 10.887 kilómetros cuadrados y con forma de rombo de 100 kilómetros por lado). La población total, en 1995, era de 10.555.000 habitantes; mientras que la de Kosovo era de unos dos millones, con un 90 por ciento de y un 10 por ciento de serbios.
Tanto para serbios como para albaneses Kosovo tiene una importante significación histórica. Es aquí donde se originó la cultura serbia y el primer Estado serbio independiente en la Edad Media, y fue en Kosovo Polje, o Campo de los Mirlos, donde el ejército otomano del sultán Murad I infligió la mayor derrota al ejército serbio el 28 de junio de 1389, finalizando con su independencia por más de cuatro siglos.
Kosovo tiene para los serbios implicancias no sólo políticas, culturales e históricas, sino también emocionales y psicológicas. Las ceremonias que conmemoraban los 600 años de la batalla de Kosovo en 1989 fueron profundamente conmovedoras, consideran a Kosovo como su Jerusalén, su Tierra Santa. Un poeta serbio, Matija Bećković, escribió ese año: “La batalla de Kosovo nunca finalizó. Es como si el pueblo serbio hubiese luchado una sola batalla, ampliando el sepulcro de Kosovo (…). Kosovo es la palabra serbia más valiosa. Fue pagada con la sangre de todo un pueblo (…). Kosovo es el Ecuador del planeta serbio. Kosovo es la historia serbianizada del Diluvio: es el Nuevo Testamento serbio.”
Por otro lado, los albaneses afirman descender de los antiguos ilirios y ser el grupo étnico más antiguo de la zona. Además, esta región sirvió como base de operaciones del gran héroe albanés, el general Skanderbeg (Jorge Kastriota), quien frenó el avance de los ejércitos otomanos durante la primera mitad del siglo XV. Prizren, la segunda ciudad de la provincia, fue el lugar de reunión de los jefes de los clanes, en 1878, de donde surgió el movimiento nacional albanés que llevó a su independencia en la Primera Guerra Balcánica de 1912. El escritor albanés Ismail Kadaré afirma: «Los serbios (…) se complacen en repetir que Kosovo es la cuna de Serbia, pero los albaneses opinan que este territorio pertenece igualmente a su historia». Cuando los serbios “estaban totalmente ausentes de los Balcanes, antes del siglo VIII, (era) en una época en la que los albaneses ya estaban sólidamente implantados”.
24 de marzo de 1999
El gobierno yugoslavo liderado por Milošević intensificó en 1998 una campaña de represión y limpieza étnica de albaneses kosovares para mantener su dominio en la provincia. Se cometieron violaciones a los derechos humanos que llamaron la atención de la opinión pública europea y la prensa internacional, realizándose denuncias para detener tales atentados.
La situación en marzo de 1999 estaba relacionada con varias cuestiones: (uno) la presunta violación de los derechos humanos y la limpieza étnica de albaneses kosovares por parte de los serbios, (dos) la opresión serbia sobre los kosovares que produce una reacción política de independencia, dentro y fuera de Yugoslavia, y la acción guerrillera y terrorista del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) que pretendía la unión con Albania; (tres) la reacción del gobierno yugoslavo que quería evitar la secesión y mantener su soberanía estatal sobre la provincia; y, (cuatro) la intervención internacional.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una alianza militar defensiva, reminiscencia de la Guerra Fría y liderada por los Estados Unidos, decidió atacar (por “razones humanitarias”) el 24 de marzo de 1999 a Yugoslavia para detener la violación de los derechos humanos de los albaneses kosovares por parte de los serbios. Los bombardeos ocasionaron, al principio, el efecto contrario: reforzaron el apoyo interno al gobierno de Milošević, aceleraron y exacerbaron la limpieza étnica y el éxodo masivo de más de un millón de albaneses kosovares, además de provocar el sufrimiento del pueblo serbio (unos 6.000 heridos) y la muerte de más de 2.000 civiles inocentes, con daños materiales que superarían los 40 mil millones de dólares.
El 24 de marzo de 1999, la OTAN comenzó el ataque a la República Federal de Yugoslavia, conformada por Serbia y Montenegro y la infraestructura fue el principal blanco de las bombas, siendo muy pocos los objetivos militares alcanzados. Se destruyeron refinerías, fábricas, puentes, edificios gubernamentales, etcétera. Luego de 78 días de bombardeo constante, Milošević aceptó un cese del fuego que implicó la retirada de las tropas serbias de Kosovo y el consecuente ingreso de la Kosovo Force, es decir de los soldados de la OTAN.
La operación de la OTAN dirigida por Estados Unidos, sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, se inició bajo la doctrina de la “responsabilidad de proteger” afirmada por el presidente Bill Clinton y el primer ministro británico Tony Blair. Yugoslavia fue acusada de “limpieza étnica” y “genocidio” cuando llovieron bombas de la OTAN en puentes, trenes, hospitales, hogares, la red eléctrica e incluso convoyes de refugiados. Estas acciones violaron directamente la Carta de las Naciones Unidas (artículos 53 y 103), su propia carta, el Acta Final de Helsinki de 1975 y la Convención de Viena de 1980 sobre el Derecho de los Tratados.
En el nuevo orden mundial, luego del colapso del Muro de Berlín y la Unión Soviética, la guerra de la OTAN contra la Yugoslavia de Milošević demostró la inoperancia de la Naciones Unidas y del sistema jurídico internacional; teniendo como corolario el surgimiento de un nuevo y único gendarme mundial dirigido por los Estados Unidos, afirmando -dentro de su hegemonía global- una soberanía militar para intervenir cuando se considere que sus intereses pudiesen estar afectados.
Después de 78 días de impiadosos bombardeos, Milošević y el Parlamento serbio (136 votos contra 74) aceptaron el 3 de junio el plan de paz presentado por la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia. Entre otros puntos, Belgrado se comprometió a retirar sus tropas (40.000 hombres) de Kosovo y permitir que ingresara una fuerza internacional bajo bandera de las Naciones Unidas. El plan garantizaba la integridad territorial y la soberanía de Yugoslavia y Kosovo lograría una amplia autonomía, pero no la independencia.
Los albaneses kosovares refugiados en Albania, Macedonia y Montenegro, comenzaron a regresar a sus hogares y se registraron incidentes con serbios, aunque gran parte de ellos (unos 100.000) abandonaron Kosovo por temor a represalias. Los serbios estaban menos preocupados por la llegada de los soldados de la OTAN o las Naciones Unidas, que el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) y las posibles venganzas de los albaneses.

Resolución 1244
El Consejo de Seguridad de la ONU, en su resolución 1244 del 10 de junio de 1999, autorizó a los Estados Miembros para que establecieran una presencia de seguridad cuyo objetivo fuera disuadir a las partes de que reanudaran las hostilidades, desmilitarizar el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) y facilitar el retorno de los refugiados. El Consejo también pidió al Secretario General que estableciera una presencia internacional civil en Kosovo –la Misión de Administración Provisional de las Naciones Unidas en Kosovo (UNMIK, United Nation Mission in Kosovo)– a fin de que Kosovo tuviera una administración provisional bajo la cual su población pudiera gozar de una autonomía y un gobierno autónomo sustanciales.
Se retiraron las fuerzas yugoslavas, la OTAN suspendió sus bombardeos y, para velar por la seguridad, llegaron 50.000 efectivos pertenecientes a la Fuerza Internacional de Seguridad en Kosovo (KFOR) dirigida por la OTAN. Los Estados Unidos construyeron Camp Bondsteel, una base militar que puede mantener hasta 7.000 soldados, lo cual la convierte en una de las mayores bases estadounidenses en Europa, con un pie en los Balcanes, cerca de Medio Oriente y Rusia.
La Resolución 1244 se aprobó con 14 votos a favor, ninguno en contra y una única abstención, la de China, que se mostró crítica con el bombardeo de la OTAN sobre Yugoslavia, particularmente por el bombardeo de su embajada en Belgrado (por “error”, de acuerdo a la OTAN). China argumentó que el conflicto debía resolverlo el gobierno y el pueblo, por lo que se oponía a cualquier intervención externa; sin embargo, dada la aprobación yugoslava a la propuesta de paz, no vetó la resolución.
La UNMIK estableció de inmediato una presencia sobre el terreno y por su complejidad y alcance, la tarea que se le había encomendado no tenía precedentes. El Consejo de Seguridad confirió autoridad a la UNMIK sobre el territorio y la población de Kosovo, incluso todas las facultades legislativas y ejecutivas y la administración del poder judicial. La Misión debía cumplir funciones administrativas civiles básicas, promover el establecimiento de una autonomía y un autogobierno sustanciales en Kosovo, facilitar un proceso político encaminado a determinar el estatuto futuro de Kosovo, coordinar la ayuda humanitaria y el socorro en casos de desastre de todos los organismos internacionales, facilitar la reconstrucción de la infraestructura básica, mantener la ley y el orden público, promover los derechos humanos, y velar para que todos los refugiados y personas desplazadas pudieran regresar libremente y en condiciones de seguridad a sus hogares en Kosovo.
Los Cuatro pilares de la UNMIK fueron: (1) asistencia humanitaria, encabezado por la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR); (2) administración civil, bajo el control de las Naciones Unidas; (3) democratización y construcción institucional, encabezado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE); y (4) reconstrucción y desarrollo económico, gestionado por la Unión Europea (UE).
Independencia de Kosovo
En 2006, el Enviado Especial del Secretario General de la ONU, Martti Ahtisaari, ex Presidente de Finlandia, celebró negociaciones entre las partes sobre el estatuto futuro de Kosovo, pero no fue posible superar las discrepancias profundas entre el gobierno de mayoría de origen albanés de Kosovo y Serbia. La propuesta sobre la independencia de Kosovo bajo supervisión internacional, que presentó el Enviado Especial, fue rechazada por Serbia y causó divisiones muy marcadas en el Consejo de Seguridad. Pero, en febrero de 2008, la Asamblea de Kosovo aprobó una declaración de independencia, a pesar de las firmes objeciones de Serbia que sigue considerando a Kosovo como parte inalienable de su territorio.
De los 193 miembros de las Naciones Unidas, 114 han reconocido la independencia de Kosovo, de acuerdo al Ministerio de Relaciones Exteriores de Kosovo. Países de la Unión Europea que no la han reconocido: Chipre, Eslovaquia, España, Grecia, Rumania. Tampoco lo ha hecho Rusia, que continuará ayudando a Serbia a “defender su soberanía e integridad territorial”. Sin embargo, unos años más tarde, en marzo de 2014, Rusia consideró que la declaración de independencia de Kosovo justificaba el reconocimiento de la independencia de Crimea, que se declaró independiente de Ucrania, citando el así llamado “precedente de independencia de Kosovo”.
La República Argentina no reconoció la declaración unilateral de independencia por parte del Parlamento de Kosovo por cuanto avala la plena vigencia de la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la cual votó a favor en 1999 cuando era miembro no permanente de dicho órgano. Dicha Resolución contiene elementos a los que nuestro país adhiere de manera irrestricta, en particular el principio de integridad territorial y la solución de las controversias mediante un acuerdo negociado y mutuamente aceptado por las partes involucradas. Además, afirma la importancia del respeto al principio de soberanía de la República de Serbia como base para encaminar una solución política en la región. En este principio de integridad territorial se basa la República Argentina para su reclamo por recuperar el ejercicio de su soberanía sobre las Islas Malvinas.
A pesar de los esfuerzos de sus aliados, Kosovo permanece en el limbo internacional. Serbia no reconoce a lo que refiere como la “secesión unilateral e ilegal” y retiene una demanda constitucional sobre el territorio de Kosovo. Kosovo no ha sido reconocido por la ONU, ya que dos miembros del consejo de seguridad, Rusia y China, bloquean su adhesión. Marko Đurić, jefe de la oficina de Serbia para Kosovo y Metohija (como los serbios se refieren a la región), señala que los países que no reconocen a Kosovo representan las tres cuartas partes de la población mundial.

Los actuales dirigentes políticos albaneses de Kosovo fueron también líderes de una agrupación que los Estados Unidos calificaron en su momento de “terrorista”. El actual presidente, Hashim Thaçi, era el líder político del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) que libró una guerra de guerrillas contra el estado yugoslavo; de ser considerada una organización de tipo terrorista, ligada al tráfico de armas y al narcotráfico, pasó a ser interpretada como un ejército que luchaba por la libertad del pueblo albanés; pasaron de ser “terroristas” a freedom fighters.
Bernard Kouchner, un exrepresentante especial de la ONU en Kosovo, ministro de Asuntos Exteriores francés en el momento de la declaración de independencia de Kosovo, describió a Kosovo como “uno de los éxitos del sistema de la ONU” pues “hubo una guerra, una guerra sangrienta, y ahora no hay más guerra”. Y, obviamente, los albanokosovares están muy contentos con su nuevo país.
Emigración, desempleo, divisiones étnicas, corrupción y crímenes de guerra son temas y problemas no resueltos. El desempleo ronda el 30% y el desempleo juvenil supera el 50%, Kosovo tiene la edad promedio más baja en Europa, pero la economía genera sólo la mitad del número de empleos anuales necesarios para que los jóvenes ingresen a la fuerza laboral. Se calcula que alrededor de 190.000 kosovares emigraron en la última década, a pesar de un estricto régimen de visa de la Unión Europea. Muchos kosovares consideran que la corrupción es el cáncer de su sociedad. Transparencia Internacional clasifica a Kosovo como uno de los peores países de Europa en cuanto a percepción de corrupción, por debajo de muchos países del mundo.
Además, se acusó a UNMIK de fracasar en la implementación de una estrategia de desarrollo económico; no se reconstruyó totalmente la infraestructura; y, desde su establecimiento en 1999, de acuerdo a algunos organismos internacionales (Amnesty International), Kosovo se ha convertido en un lugar de destino de prostitución forzada de jóvenes y mujeres por la presencia de tropas de la ONU y OTAN, que estimularon el tráfico sexual desde Moldovia, Rumania y Ucrania. En julio 2006, el libro Peace at Any Price: How the World Failed Kosovo, escrito por dos miembros del personal superior de UNMIK, expusieron un catálogo de errores e incompetencia de la institución en sus primeros siete años de historia.
Los medios de comunicación occidentales, ansiosos por preservar la narrativa de la OTAN de derrotar a los malvados serbios, descartaron el terror como “asesinatos por venganza”. Así, las tropas de la OTAN observaron cómo sus protegidos albaneses aterrorizaron, incendiaron, bombardearon y saquearon la provincia durante años, obligando al exilio a unos 250.000 serbios, judíos, romaníes y otros grupos. La UNMIK cerró sus ojos cuando el triunfante ELK expulsaba a los no albaneses, principalmente serbios. Algunos funcionarios internacionales, testigos de estas acciones, hablaban de una limpieza étnica “al revés” (de serbios y otros por parte de los albaneses kosovares).
Finalmente está el tema de los serbios que viven en el norte de Kosovo en donde hay un fracaso en la eliminación de estructuras paralelas en cuanto a la salud y la educación, pues siguen dependiendo de presupuestos de la República de Serbia. Hay quienes consideran que la ONU fracasó en muchos de los objetivos establecidos y hubo (y sigue habiendo) gran resentimiento, especialmente por parte de serbios ya que han habido episodios de violencia étnica; ha sido y sigue siendo problemático el tema de los derechos humanos, especialmente de las minorías étnicas; el gobierno de Serbia reclamaba por unos 250.000 refugiados y personas internamente desplazadas de Kosovo, cuya vasta mayoría son serbios, que aún no se sienten seguros de retornar a sus hogares.
Cuando se declaró la independencia, los 11 representantes de los serbios del norte de Kosovo, boicotearon el procedimiento y se constituyeron en una minoría que hace imposible cualquier acuerdo. La atención se ha centrado cada vez más en esta región, donde Belgrado conserva una influencia significativa. En la orilla norte del río Ibar, en la ciudad dividida de Mitrovica, las calles están bordeadas de banderas serbias, las tiendas y los cafés usan dinares serbios, y las empresas estatales serbias proporcionan la mayoría de los servicios públicos.
Palabras finales
Contrariamente a las afirmaciones de la OTAN de 100.000 o más albaneses supuestamente masacrados por los serbios, los investigadores de la posguerra encontraron menos de 5.000 muertes, 1.500 de las cuales ocurrieron después de que la OTAN ocupó la provincia y comenzaron los pogromos albaneses.
Se plantean varios problemas y cuestionamientos: en primer lugar, el bombardeo, ¿hubo necesidad de hacerlo para evitar la limpieza étnica o la limpieza étnica comenzó con los bombardeos? Fue ilegal, pues no tuvo el aval de las Naciones Unidas, pero para algunos fue legítimo pues evitó mayores derramamientos de sangre. ¿Cómo es posible que nadie haya condenado a la OTAN por el bombardeo o hubo una autorización tácita de la ONU? ¿Existe realmente una obligación para intervenir (Responsibility To Protect, R2P) o es una política de las potencias para interferir en los asuntos internos de Estados soberanos?
En segundo lugar, y no menos importante, está el problema de la autodeterminación o la soberanía, ya que se violaron principios internacionales y no se respetó la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad (1999) cuando reafirma el “principio de la soberanía y la integridad territorial de la República Federativa de Yugoslavia”. En este sentido podemos preguntarnos si la independencia de Kosovo es válida y la respuesta negativa nos la da la misma ONU cuando no lo reconoce como país. A pesar de todas las conversaciones de los organismos internacionales y los gobiernos sobre la soberanía y el “orden mundial basado en reglas”, el caso de Kosovo es un ejemplo inquietante de hipocresía.
Luego, existen también otros problemas –ya mencionados- como la desocupación, la pobreza, el desempleo, la emigración, el crimen organizado, la economía informal, la corrupción, los movimientos fundamentalistas y otras cuestiones que hacen que Kosovo sólo pueda sobrevivir gracias a la presencia y ayuda internacionales, sin las cuales se convertiría inmediatamente en un Estado fallido.
Finalmente, doce años después de declarar la independencia, la problemática ex provincia se convirtió en lo que pareciera ser un barrio pobre de Estados Unidos. El diario británico The Guardian (20 febrero 2018) denominó a Kosovo como el 51º Estado de ese país, por la enorme fascinación y atracción que ejerce junto con el Reino Unido. Los albaneses kosovares consideran que los Estados Unidos y el Reino Unido son los que han fundado su Estado. En la década de 1990, el primer presidente de Kosovo, Ibrahim Rugova, terminaba sus conferencias de prensa todos los viernes con las palabras “Dios bendiga a Estados Unidos y a nuestros amigos occidentales”.
Un nombre muy común es Klinton, también Toni o Tonibler (por el ex primer ministro británico Tony Blair), y podemos encontrar una cadena de tiendas, Hillary, de ropa femenina, en honor a la esposa del expresidente Clinton. Hay muchas casas privadas, restaurantes, hoteles y edificios públicos construidos como imitaciones de la Casa Blanca.

En Pristina, capital de Kosovo, encontramos el bulevar George Bush y una de las principales avenidas se llama Bill Clinton. De ambos presidentes, y también de Hillary Clinton y algunos congresistas estadounidenses, hay estatuas en diferentes lugares de Kosovo. Pueden verse banderas estadounidenses y fotografías de los líderes estadounidenses en todos lados: en las calles, en hogares, negocios e incluso en edificios públicos y escuelas, y los kosovares tienen los mayores niveles del mundo –de acuerdo a encuestas- de imagen positiva de Estados Unidos.
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Notas
[1] Prof. de Filosofía (UBA), Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Estuvo en Pec, Kosovo, en 2001, en CICKO 1, acompañando a fuerzas de paz internacionales. varnagy@hotmail.com