Eugenio López Arriazu
El billar en el hotel Dobray es la historia de cómo Franz Schwartz se convierte en Franc Švarc, el abuelo de Dušan Šarotar.[1] Para contarla, Šarotar nos relata la historia de un billar, que está en un hotel, que está en un pueblo, el suyo, Murska Sóbota, que está en un país, Eslovenia, y en una llanura, la de Panonia. La llanura abarca toda Hungría y se derrama por sobre sus fronteras, no sólo en Eslovenia, sino en Croacia, Serbia, Rumania, Ucrania, Eslovaquia y Austria. Murska Sóbota está en el centro y en el fin del mundo al mismo tiempo. Es un pueblito alejado de las capitales, en el medio de la nada, pero cruce de todos los caminos que llevan a las capitales. Šarotar nos cuenta así la historia entrelazada de todas estas naciones.
Algo parecido sucede con el tiempo, que va en zigzag por sus tres capítulos, para atrás y para adelante. La novela acota su acción a un puñado de días: desde finales de marzo al 7 de abril de 1945. Desde el regreso de Auschwitz de Franz Schwartz hasta la toma del poder del nuevo gobierno socialista. Como la llanura, el tiempo también se desborda, sobre todo hacia atrás un año, hasta un poco antes de que deporten a Franz y su familia al campo de concentración y un poco más atrás todavía para contarnos la historia de otro personaje principal, el militar húngaro a cargo de la ciudad. Šarotar nos cuenta así, fragmentada y con suspenso, no sólo la historia de su abuelo, sino la de una guerra cuyas astillas tocan el presente.

Hay mucho de música en la novela, en el ritmo, en las imágenes poéticas, en los “órganos” de Stalin, en las repeticiones. Los personajes aparecen en contrapunto, canon y fuga, anudando y desatando sus conflictos. Pero no son etéreos. Las repeticiones remarcan con insistencia una realidad concreta: “Franz Schwartz, comerciante, propietario de un comercio de ramos generales antes de la guerra, señor burgués y por sobre todo esposo”; “Józef Sárdy, secretario de la repartición local del Consejo de Guerra”; Cuker Neni, la madama del prostíbulo que funciona en el hotel; el soldado húngaro Kolosvary y su novia Linna, “adoptada” por Neni; Josip Benko, “empresario y comerciante de la industria frigorífica”.
Las historias se cruzan y nos dan una visión de la Historia, que no es la clásica de las novelas históricas. La narración se distancia de los personajes, sobre todo de los antagónicos, a veces sin piedad, pero siempre con una intimidad existencial, más atenta a los efectos de la Historia en la subjetividad de sus protagonistas, que a los hechos objetivos, fríos y aislados. Están ahí, pero para que midamos correctamente sus consecuencias.
Šarotar logra esto con un punto de vista “cósmico”. Ya desde la primera frase, no hay separación entre los hombres y las cosas: “un cielo vacío y sordo caía sobre las casas bajas que daban breves resuellos en el aire húmedo y agobiante”. Quien mira ya no es un narrador omnisciente, sino “el ojo del mal”, que “había comenzado a observar este lugar apartado”. El ambiente se vuelve surrealista. Por la llanura, que antiguamente fue un mar, surcan ahora, metafóricamente, otra vez los barcos. Sobre todo, la nave de los locos. Así pasan, también por la mesa de billar el sexo y la vida, el juego y los negocios. Sus bolas viajan y matan carteros por la llanura. Sus tacos baten y nos sacuden para que despertemos.
Sólo resta agradecer a Florencia Ferre por su traducción, que tan bien capta y transmite el espíritu de la novela.
[1] Novelista, cuentista y poeta, nació en 1968 la ciudad de Murska Sóbota en el noroeste de Eslovenia. Estudió sociología y filosofía en la Universidad de Ljiubljana. Es también columnista de periódicos eslovenos reconocidos como Mladica, Nova revija y Sodobnost. Su novela El billar en el hotel Dobray se recupera la historia de su propio abuelo. Su novela Panorama también se encuentra traducida al español.