Diario de la guerra en Ucrania (segunda parte)

Aleksandr Sneguiriov (texto e ilustraciones)

Traducción: Marina Berri

La primera parte del Diario de la guerra en Ucrania puede leerse aquí.

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12.4.2022

Estuve de visita en la casa de una antigua conocida que me invitó a “sincronizar los relojes”. Me contó que consiguió los certificados de nacimiento de sus abuelos y que quiere hacerse el pasaporte de uno de los países de Europa del Este. Dice que puede convertirse en ciudadana de la Unión Europea por ocho mil euros.

Me contó sobre su padre, un hombre soviético de la vieja escuela, que a lo largo de todos estos años cambió sus rublos a dólares, los guardaba en la casa y ahora posee una pequeña fortuna. Pensé en las personas que siempre están preparadas para las contrariedades: algunas tienen una pistola, otras tienen una destiladora para fabricar samagón[1], otras tienen dólares. Son los tres pilares sobre los que se apoya Rusia: los dólares, las pistolas, las máquinas para fabricar samagón.

Mientras estaba en la aldea fui por agua al manantial. En un poste estaba pegado con cinta scotch un folio que contenía una hoja A4. Habían fotografiado en primer plano las manos de una mujer que tenía uñas largas pintadas de colores vivos. Cada uña estaba pintada con un esmalte diferente. Es difícil decir que este papel era una publicidad, más bien era un cartel de un salón de manicuría en el pueblito de Piévchee. Con letra minúscula estaba escrito: “el té, el café y el buen humor están incluidos en el precio”.

13.4.2022

Las socialites suben un video en el que dicen que, si tienen que elegir entre la patria y las carteras de Chanel, prefieren la patria. Después, las socialites rompen sus carteras con tijeras de podar.

Vi la noticia de que en Yalta detuvieron a una mujer porque tenía las uñas pintadas de amarillo y azul. Alguien lo informó, la policía la interrogó y ella decidió quitarse el esmalte de las uñas.

Por primera vez en mi vida preparé borsch. Corté la zanahoria, la remolacha, el repollo, las papas y la cebolla, y al final agregué los tomates. Mientras comía, pensaba que el borsch puede calificarse como un acto de apoyo a Ucrania, y disfrutar el borsch como una traición a la patria. Por cierto, salió rico, pero tenía mucha zanahoria.

14.4.2022

En el estudio de la editorial grabé un audiolibro. De repente saltó  la alarma de incendios, todos tuvimos que abandonar urgente el rascacielos. Fue un simulacro.

Mi padre vino de la aldea a la ciudad después de casi un año de ausencia. Se sorprendió de los cambios en el barrio: el almacén del boulevard cerró, el negocio de muebles de la esquina cerró, la tienda de alfombras cerró, el banco cerró, la concesionaria de Lamborghini cerró.

Me acordé del cuento de la escritora que toma sobre cómo durante el invierno en su pueblito se murió una vieja. La escritora la llamaba así: vieja. Esta misma vieja, es decir, una anciana, simplemente iba caminando por el pueblo y después se cayó y se murió. Ocurrió la mañana de un día de semana. Tardaron en darse cuenta, se acercaron, entendieron que la cosa venía mal y llamaron a la ambulancia. Vino la ambulancia, el médico constató la muerte, pero no estaban autorizados a llevarse a la vieja. Llamaron a la policía. Vino la policía, empezaron a averiguar quién era, de dónde era y si tenía parientes cerca de allí. Uno de sus familiares estaba trabajando en Moscú y no podía ir enseguida a firmar los papeles. El asunto se complicó, la vieja estuvo tirada en la vereda todo el día. El evento despertó una reacción tempestuosa en el chat del lugar, alteró a las mamás que exigían cubrir el rostro de la vieja, y mejor si cubrían también las manos, y todavía mejor si la cubrían por entero para que los niños no se asustaran. Alguien sacrificó una manta y taparon a la vieja. Así yació todo el día en la vereda en medio de ese próspero pueblo en las afueras de Moscú. El pueblo se llama El sueño.

16.4.2022

En lo de la poeta de Járkov Irina Evsa vi la foto de una chica víctima del bombardeo de su casa. Estaba en su casa, después pum. Le quedó todo el rostro lleno de suturas y verde por el antiséptico. Los hilos parecían ser de una toalla afelpada que un gato hubiera desgarrado. Mi abu decía que yo todavía estaba verde. Tendría que haber visto a esa chica.

Trabajo con textos, dicto seminarios, pelo papas y pienso cómo estará ella. Si se tocará las cicatrices, si se mirará en el espejo. Después de que me sacaran la muela, yo me tocaba la sutura con la lengua dos o tres veces por día. Y abría la boca frente al espejo a la mañana y a la noche. Dibujo su rostro para de algún modo tomar conciencia de todo esto, para entender su actual verde belleza.

Ayer cené con una conocida que dirige la biblioteca. Me dijo que muchos de sus conocidos esperan una guerra nuclear y se quedan deliberadamente en Moscú. Algunos lo hacen porque creen que a Moscú la rodea una segura defensa antimisiles; otros creen que el golpe principal le será asestado a Moscú, entonces se podrá morir enseguida y sin sufrir.

Recordé las palabras que mi vecino dijo a fines de febrero. Por un lado, dijo que Moscú es un baluarte, por otro, dijo que había que irse a la profundo de Rusia. Entonces calculó que para recorrer el camino hasta Krasnoyarsk en su Porsche Cayenne necesitaría veinte bidones de gasolina de veinte litros cada uno. Lo único que no queda claro es cómo cargar esos bidones en el Porsche Cayenne. Lo más importante es tener suficiente nafta, irse lejos de las metrópolis, en los barrios poco poblados se puede conseguir nafta barata.

La escritora que vendió sus carteras LV dejó otra vez de tomar y ahora ayuda a los heridos. Cerca de su pueblo El sueño, en un campamento infantil de verano, establecieron un centro de rehabilitación para militares. Ahí las condiciones son muy difíciles. En cada habitación hay seis personas, no alcanzan las medicinas, los calzoncillos ni incluso las vendas. Los voluntarios de su pueblo, exclusivamente mujeres, juntan dinero para comprar todo lo necesario. Hacen falta hasta cepillos de dientes. Los voluntarios temen postear sobre el tema en los blogs y publicitar la colecta por la nueva ley contra los fakes.

Vino por unos días un ruso alemán que conozco desde hace mucho y que actualmente vive en Berlín. Su mujer, una psicóloga, tiene ahora mucho trabajo. Con el flujo masivo de refugiados los alemanes empezaron a buscar psicólogos que hablen ucraniano, pero se dieron cuenta de que hay pocos y —más importante aún— de que a la mayoría de los refugiados les resulta más simple y más cómodo hablar en ruso.

Los refugiados de las regiones orientales de Ucrania están especialmente frustrados. Creían que ellos eran, si bien no rusos, sí muy próximos a Rusia, y ahora precisamente sobre ellos se dirigió el ataque principal. No entienden, ¿por qué bombardean Járkov, y no Lvov?!

La paradoja radica en que gracias a las acciones de Putin, que dijo que los rusos y los ucranianos son un único pueblo, se forma de manera concluyente también una nación y un estado ucraniano.

Me da lástima el crucero Moscú. No se trata de militarismo ni de imperialismo, sino de la pérdida de un coetáneo: me llevaba solo medio año. Como si fuera un compañero de escuela. Un hombre de mediana edad apenas envejecido que fanfarroneaba y que de repente sufrió una muerte absurda.

Cerca de casa hay un edificio de oficinas de cuatro pisos. En la entrada hay una multitud, nunca antes vi tanta gente. Me acerco, una voz mecánica dice: alarma de incendios, salgan enseguida del edificio.

Según se ve en las redes sociales, en Odessa florecieron las magnolias.

18.4.2022

Me quedé pensando en que la aparente indiferencia de los ciudadanos rusos ante la guerra no se debe a una auténtica indiferencia, sino, por el contrario, a un profundo y completo entendimiento de lo que sucede y a la expectativa de los sufrimientos y privaciones inevitables que se deben soportar. Por una costumbre centenaria, los rusos sencillamente comprendieron que se avecinaban tiempos difíciles en todo sentido y enseguida se enfocaron en el futuro y se sustrajeron del presente. Es como si en la consciencia de los ciudadanos rusos la guerra, con todos sus horrores sucedidos y por venir, ya hubiera transcurrido y se pudiera pasar enseguida al castigo. Por ello la sociedad está ensimismada: todos esperan la punición y se preparan.

Una psicóloga que conozco pasó su infancia entera en Irpín, en las afueras de Kiev. Ahora se alegra de que sus parientes se hayan peleado para siempre hace ya treinta años y de no haber vuelto allí desde esa época. Se alegra porque ahora, al ver las crueles noticias sobre esos lugares, no sufre tanto como podría sufrir si el lazo con sus parientes no se hubiera roto.

Vino una fotógrafa. Me dijo que me quería fotografiar antes de que llegara el fin del mundo. Le dije que sí, le pregunté si quería sacarme fotos en su casa o en la mía. Me dijo que en su casa era todo un lío, por eso mejor en la mía. Llegó, me dijo que recién salía de la pileta, que en la pileta había un sauna, que en el sauna había mujeres estrictas que les gritaban a todos los que entraban que cerraran la puerta para que no se escapara el vapor caliente. Discutían entre ellas acerca de cuestiones domésticas y de  entierros. Bueno, no de entierros, sino de una despedida. De la ceremonia de despedirse de la tripulación. La despedida de la tripulación del crucero. Ya habían preparado la corona y mañana la iban a bajar al agua del río del mismo nombre que el crucero.

De nuevo siento que soy un crucero. Je suis el crucero Moscú.

Según Wikipedia, ese gran crucero no participó directamente en ninguna batalla. Una enorme máquina de matar que murió así, sin haber matado a nadie.

Surgió una nueva palabra, macronear, del apellido del presidente Macron. Significa llamar a cualquier hora del día o de la noche por alguna razón o por ninguna.

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19.4.2022

Mi mujer volvió de Nueva York. Mientras la esperaba en el aeropuerto, miraba la pantalla en la que aparecen los vuelos internacionales. Ahora los aviones vuelan solo a Estambul, Ereván y Bakú. Seguramente vuelan también a algún lugar más, pero en la pantalla no había otros destinos.

Mi mujer dijo que el agente de migraciones controló bastante sus documentos y le preguntó si le gustaba Estados Unidos.

A modo de preparación para la llegada de mi mujer, mi papá revisó el freezer y me preguntó dónde estaba Kurt. Cuando la chinchilla Kurt murió, mi papá la puso en una bolsa y la escondió en el freezer al lado de los pelmeni[2]. Le respondí que enterré a Kurt a principios de marzo, no bien encontré un lugar que no estuviera cubierto de nieve.

Vi todavía más fotografías de muertos. Peatones comunes de las calles de Járkov. Un hombre yace con el rostro hacia abajo, de la cabeza le sale un río rojo y espeso. De la parte de atrás de la campera rasgada que lleva puesta una mujer retorcida en la calle asoma un pedazo de guata blanca.

20.04.2022

Yendo a cargar nafta a Lukoil, vi por enésima vez frente al aeropuerto Vnúkovo una perrita callejera. Cargué nafta, le compré a mi papá sus galletitas preferidas y dos salchichas sin especias. Me fui a buscar a la perra. Cerca de una verja, una mujer que fumaba a escondidas detrás del kit antiincendios dijo que aquellos que yo buscaba estaban corriendo cerca de la entrada a la estación de servicio. Bromeé diciendo que ella sabía a quién buscaba. Ella respondió que obvio. Fui a la entrada, no encontré a la perra, pero encontré a un perro y le di las salchichas. No es la primera vez que pasa que la hembra se queda sin nada. Cuando volvía al auto, vi en la oscuridad de la noche, un poco más allá, un pequeño obelisco militar con una estrella. Resultó ser el monumento a los habitantes de la aldea Baranovo muertos en la Segunda Guerra. A la aldea misma la derribaron para construir el aeropuerto, pero el monumento permaneció y ahora se erige en el lado más sucio de la estación de servicio Lukoil.

El romance de mi amigo y compañero de escuela, a quien yo le escribo notas amorosas, se desarrolla con intensidad. Mis mensajes le gustan mucho a su novia, y a él mismo le gusta que en sus flirteos participe otra persona. Dice en chiste que cómo no se me ocurrió a mí tomar su lugar y dormir con ella.

Se lo conté a una amiga, ella dijo que eso la excita. La provoca que yo me ocupe de cosas raras. Un escritor que entabla una correspondencia amorosa tomando el lugar de un amigo la excita. Le convidé hongos colmenilla guisados con smetana[3], un plato de temporada. Me dijo que nunca había comido y que era riquísimo. De verdad estaba riquísimo. Su entrepierna olía levemente a hierro, sentí el gusto de la sangre, su periodo no había terminado. Admiré su hermosa entrepierna cubierta de sangre.

Mi amiga dijo en broma que nuestros encuentros a menudo ocurrían durante su período, dijo que teníamos un régimen sangriento[4]. Dijo que tener sexo conmigo la calmaba. Después de las reuniones que tiene en su rascacielos se siente como una perra mordida, y de mi casa se va en paz. Es extraño ser un fóbico social nervioso y depresivo y a la vez provocar calma y tranquilidad.

En el metro me senté al lado de dos tipos pelirrojos y barbudos. Dos tipos eslavos comunes con pantalones deportivos, zapatillas y gorras, que llevan bolsitos colgados del hombro. Esta clase de tipos se puede encontrar desde Vladivostok hasta Praga, se agolpan cerca de los consulados rusos, ucranianos, polacos y similares en los países de Europa del Este. Sonó el teléfono de uno de ellos. “No voy a ir hoy. Fui y no había nadie, pensé que le habían dicho, Galina Veniamínovna. Un día de vacaciones y otro a mi cargo. Sí, renuncio. Ahora voy a ir al cuartel de reclutamiento. Es que hice el servicio militar. Sí, de verdad. Recién firmé el contrato. Solo no, con un amigo. Sí, por propia voluntad. Si me hubieran llamado, no habría ido. Pagan algo decente. Doscientos. Pasado mañana volamos a Rostov, después no sé.”

En las escaleras mecánicas justo adelante mío se cayó una anciana. Quería subir a la escalera y se cayó. Frenaron la escalera mecánica enseguida pero, cuando levantamos a la anciana, la parte de atrás de su campera se rasgó y apareció guata blanca.

La dentista dijo que se me había metido un pedazo de zanahoria en el huequito que se me estaba cerrando en la encía. Dije que era una pesadilla, que me lavaba los dientes con mucho cuidado. La dentista dijo que no era nada grave. Le pregunté si yo no tenía en la boca alguna otra cosa saludable. La dentista me examinó y dijo que no veía más que unas amígdalas grandes. Le dije que quería saber si hacía mucho que el pedazo de zanahoria estaba ahí. La dentista dijo que se veía que la zanahoria estaba muy fresca.

Así que vives y no te das cuenta de que en la boca guardas provisiones. Ahora no solamente están al tanto mis lectores de que cocino borsch, sino que también lo sabe mi dentista.

Fui al policlínico en colectivo, no pagué el boleto. Volví caminando. Cerca del supermercado Piatiorachki vi a un vagabundo mugriento. El vagabundo iba vestido con harapos, como un constructor, solamente que no era un constructor. Le pasé por adelante y después volví. Le di cincuenta rublos. Por lo inesperado se estremeció y retrocedió, después pidió disculpas. Dijo: perdón, no me lo esperaba, me asusté. Le dije que no era nada y seguí adelante, pero él siguió repitiendo a mis espaldas: perdón, no me lo esperaba, me asusté. Es mejor darles plata a los vagabundos que pagar el boleto del transporte público.

25.4.2022

Soñé que escapaba de un espíritu maligno en una casa con gente desconocida. El espíritu maligno podía atravesar todo, pisos y paredes. Cuando nos defendíamos se libraba de nosotros fácilmente; no obstante, nos atacaba cuando no lo esperábamos. Tomamos la decisión de destruir la casa para que el espíritu maligno no tuviera dónde esconderse, por alguna razón empezamos por destruir el parquet.

En la ciudad, la víspera de Pascua se desarrolló un sábado comunista[5] en el boulevard: los vecinos del barrio plantaron arbustos y fertilizaron los árboles. Sonaba muy fuerte una canción soviética sobre Moscú y cerca de la fuente había una cocina de campaña de color caqui: los participantes del sábado comunista convidaban gachas.

A menudo me cruzo con textos que culpan a la literatura rusa: cómo pudo permitir eso, cómo “educó” a los agresores, asesinos, violadores y saqueadores. Recuerdo textos similares que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial, cuando unos se quejaban de la cultura alemana y otros de Dios. ¿Cómo pudo Dios permitir algo así? Si lo permitió, entonces o bien Dios es un monstruo, o bien no existe. Es comprensible la decepción humana ante tales situaciones, pero igual es importante recordar que ni la literatura ni Dios son nuestras niñeras y no nos deben nada. No voy a ponerme a discutir sobre la existencia o la ausencia de Dios, solo es importante recordar que nuestro sistema pequeñoburgués de coordenadas, el bien y el mal, difícilmente es idéntico al divino y ciertamente no es idéntico al sistema de coordenadas del arte.

A los que aprueban la guerra no los influye la propaganda. La propaganda accionó en ellos algo que estaba dormido, activó un virus adormecido. Creo que la arrogancia humillada es la causa de todo. La relación con otros países y culturas desde el punto de vista de una fuerza superior. En Rusia se conformó una manera de interactuar con otras sociedades: o bien la victoria y el mecenazgo, o bien la sumisión y el resentimiento acumulado.  La cooperación no se contempla. Es posible que esto sea el resultado del destino histórico, o tal vez esta manera de ver haya sido parcialmente impuesta por la propaganda. La Segunda Guerra Mundial produjo un trauma profundo. No hablo de las enormes pérdidas de vidas humanas, sino del complejo del vencedor. Eso puede suceder tanto con un hombre por separado, como con una nación entera. Imagínese que usted hizo algo totalmente fuera de lo común, algo sobresaliente, heroico, arriesgó la vida, arruinó su salud, quedó discapacitado, pero cumplió lo que se propuso. A usted lo honran, lo respetan y le temen. Usted siente que es importante. Disfruta de la gloria, pero  a su alrededor también hay otras personas importantes. Entre ustedes comienza una lucha por la primacía, por un lugar en el Olimpo. Al principio usted no era el favorito, si bien se lo trataba con respeto, también se lo trataba con un poco repugnancia, a usted eso no le resultaba suficiente, quería más. Usted trata de estar al mismo nivel en todo que otras personas importantes, o mejor, trata de superarlas, pero no lo consigue. Empieza a desesperarse, se enoja, envidia. Sus competidores experimentados aprovechan esto, lo provocan, lo empujan a realizar actos arrebatados. Usted se aísla, pasa mucho tiempo solo, bebe, se deprime, maltrata a sus familiares, destruye su propia casa, contempla las fotografías de su juventud, se admira de los premios que obtuvo, aburre a sus nietos con cuentos interminables sobre sus hazañas, exagera cada vez más y más su grandeza. Tiene un cierto poder y riqueza, pero se vuelve decrépito, lo rodean aduladores que refuerzan su aislamiento al reafirmar la teoría que usted sostiene de su propia excepcionalidad. Hacen eso para beneficiarse de sus favores, pero usted de pronto resuelve mostrarles a todos que lo han olvidado injustamente. En todo este tiempo, usted ha acumulado desprecio hacia los que lo rodean y ha forjado una apreciación errónea, carente de fundamento, de su propia situación. Usted se comporta como un hombre ofendido que perdió la razón, un hombre que desea hacer volver a la fuerza y mediante amenazas a quienes lo abandonaron a causa de que está pasado de moda, es fastidioso y es arrogante.

Un hombre así puede hacer durante cierto tiempo que los demás le teman, pero su época se acaba. Es una verdadera tragedia acerca de cómo un gran guerrero se transformó en un viejo y peligroso psicópata, que al mismo tiempo da pena y al que se lo quiere amansar cuanto antes.

26.04.2022

Traté de hacerles unas transferencias a cuatro chicas ucranianas que conozco. Una chica de Zaporiyia, una de mis lectoras, que me había hecho el horóscopo y que ahora huyó a Alemania con su hijo, me dijo que tiene dinero; una chica con la cual tuve un flirteo extraño por internet recibió el dinero; una antigua conocida que vive sola en Kiev me agradeció y me dijo que iba a comprar alimento para todas sus mascotas; otra chica, que conozco hace veinte años y que ahora se fue a Lituania con su anciana madre, no quiso recibir la plata, me culpó de todos los pecados de Rusia como si yo fuera Putin.

Mi padre estuvo en el dentista, le sacaron tres piezas, van a hacerle nuevas. A la tardecita fuimos a un café de tipo autoservicio en el edificio de al lado. Como cajeras trabajaban chicas que tenían  rostros orientales. Mi padre dijo que es raro que los rusos no quieran trabajar. Le dije que Rusia era un país multiétnico, que esas chicas tranquilamente pueden ser ciudadanas rusas, es posible que no sean rusas desde el punto de vista étnico, pero igual son rusas. Mi padre dijo que lo disculpara por haberme ofendido. Yo le dije que no hacía falta que se disculpara conmigo. Mi papá repitió, discúlpame por haberte ofendido. Le dije que no hacía falta disculparse conmigo. Mi padre dijo de nuevo, discúlpame por haberte ofendido y se fue, y yo me quedé solo con los tres platos. Me senté y pensé que ni mi padre ni yo nos parecemos a los rusos étnicos, pero que nos consideramos parte de ellos. Pensé que mi padre ya tenía ochenta y siete años y medio, que hoy le sacaron tres piezas dentales, que no tengo que pelearme con él, incluso si sus palabras me hacen enfurecer muchísimo.  No tengo que pelearme incluso si me enfurecen muchísimo. Simplemente me olvidé de tomar los antidepresivos.

27.4.2022

Salieron a luz muchos saqueos de soldados rusos. Según las fotos y los videos registrados por las oficinas postales y otros lugares por el estilo, de los territorios ucranianos ocupados roban herramientas para la construcción, electrodomésticos, automóviles y todo aquello que les llama la atención. Esto recuerda el asunto de los trofeos de la Segunda Guerra. Mi abuelo, un general de ferrocarril, durante el otoño de 1945 se encontraba a cargo de transportar columnas de automóviles desde Alemania. Los automóviles estaban destinados al Comisariado popular de transporte. Mi abuelo contó que en Alemania se detuvieron en las afueras de Berlín, en una casa abandonada, y que al irse se llevaron las cosas que les gustaban. Hace poco le pregunté a mi padre qué es lo que se había llevado el abuelo. Mi padre recuerda que él tenía once o quizás ya doce años y que él fue con su mamá, mi abuela, a encontrarse con mi abuelo en la estación de trenes por la mañana temprano. Era otoño, estaba oscuro. Y bueno, esta es la lista. Un sillón tapizado de rosa oscuro con patas que imitaban a las de un animal. Dos camas de estilo art deco con respaldo de diferente altura. Una mesa auxiliar con ruedas de latón. Un cajón de chocolates primoroso con blancas servilletas estampadas. Seis copas de cristal, seis tenedores, seis cuchillos. Un rollo de una gruesa tela marrón, un rollo de pana negra, un recorte de terciopelo negro. Cuatro pieles de zorro plateado. Un conjunto de fina ropa interior de lana para oficiales. Dos nuevas cámaras de fotos Zeis Ikon para rollos de seis centímetros, una vieja bicicleta con ruedas rojas remendadas, con timbre y farol nuevos. Un reloj de pie, un reloj de pared. Un piano Wolkenhauer, dos radios Telefunken. Un destornillador, un sargento, un martillo, una garlopa. Un sillón de un cuerpo color rosa oscuro. Una máquina de coser Kaizer. Una oleografía que representa bien a una mujer desnuda, bien a un ángel, apoyado sobre una columna. Un juego de navajas de afeitar, cada una con el nombre de un día de la semana grabado. Unos binoculares negros. Una pistola de oficial Walther marrón chocolate. Una reproducción del cuadro de Vermeer “Una copa de vino” y otra reproducción más, que muestra a un milico de rojas mejillas borracho en una coraza y a una moza con un delantal que trae otro jarro de cerveza.

Algunas cosas las entregaron de inmediato al negocio de objetos de segunda mano, en mi familia el dinero, supuestamente,  no alcanzaba —una parte significativa del salario que mi abuelo recibía como general se entregó al estado a cambio de bonos de guerra, que formaron una pila considerable y nunca se cambiaron. Llevaron al  negocio de segundo mano dos pieles de zorro, de las dos pieles que les quedaron la abuela hizo un cuello y un manguito. Vendieron una radio y una de las cámaras de fotos. El cuadro con el milico se lo regalaron a la tía que confeccionó un vestido con el terciopelo para la abuela. El abuelo entregó la pistola a la milicia, tenía miedo de guardar armas en la casa. El juego de navajas con los días de la semana grabados se lo regalaron a un hermano de la abuela que había sido prisionera de guerra en Alemania. Por cierto, él fue quien atribuyó “Una copa de vino” —leyó el nombre del pintor— a Vermeer. Nadie de la familia conocía a ese artista. El hermano de mi abuela tampoco lo conocía, pero cuando fue prisionero de guerra aprendió algo de alemán.

Cuando era chico yo terminé de gastar una camiseta y unos calzones largos de ese mismo juego de ropa interior de oficial. Cuando la camiseta se rasgó en el hombro, mi mamá le cosió un remiendo grande y cuadrado hecho con una tela de hilos de oro. La tela se llamaba lurex. Es posible que mi mamá no tuviera a mano otro retazo más acorde al color blanco, similar al de la leche horneada, de la tela, o puede ser que simplemente tomó una decisión extravagante. Yo usaba esa camiseta en lugar de un pijama y cuando estaba debajo de la colcha me sentía una estrella pop.

Durante este enero mandé a arreglar el sillón de un cuerpo y le hice cambiar el tapizado soviético por terciopelo rosa. Este terciopelo es un terciopelo sintético barato de Leroy Merlin, pero no quedó mal. La máquina de coser Kaizer le sirve a mi papá de mesita, la ventana de uno de los dormitorios de la dacha tiene una cortina hecha con la gruesa tela marrón de aquel rollo. También conservamos el destornillador, está en un cajón con las herramientas y siempre que hay que desatornillar un tornillo grande viene al rescate. Uso el sargento cuando pego sillas. De Vermeer quedó un hermoso marco negro, ahora cuelga de él una naturaleza muerta con dos velas. Del sillón rosa quedaron dos de las patas que imitaban patas de animales; hace alrededor de quince años le agregaron esas patas a un pequeño armario e hicieron una cómoda. El resto, como la mayoría de las cosas de la familia, se esfumaron en el espacio.

Me olvidé de otros dos objetos de  la ración de trofeos. Un puntero japonés y un avioncito polaco. Una amiga de la abuela que volvió de Sajalín nos regaló el puntero nacarado. Cuando era chico, envolvían en algodón el extremo de ese puntero, lo sumergían en lugol y me lo metían en mi dolorida garganta. En el otoño de 1939, mi abuelo le trajo de Lvov el avioncito, un juguete, a mi papá. Las alas del avioncito tenían pintados círculos blancos y rojos separados por una cruz, de los cañoncitos salían chispas —las rueditas accionaban un mecanismo basado en un pedernal. Mi pequeño padre estaba decepcionado de que en las alas hubiera círculos, no estrellas; el mecanismo con el pedernal se rompió rápido.

28.4.2022

Sobre el césped frente al metro yace el cuerpo de un hombre, tiene los brazos extendidos, la cabeza tirada hacia atrás, la boca abierta. No, no le dispararon, solo empezó a hacer calor y los borrachines moscovitas ahora se tumban en el pasto.

30.4.2022

Soñé que una de las paredes de mi casa era transparente, igual que si no existiera. En lugar de piso, en la casa había arena, auténticas dunas que se continuaban también detrás de la pared transparente. Ahí en la arena jugaban niños con camperitas multicolores. Después los chicos pasaban a través de la pared transparente, entraban en mi casa y empezaban a jugar en la arena, cerca de mí.

Cuando nos encontramos con mi padre, él tiene muchas ganas de discutir sobre de la guerra. En general yo evito ese tipo de conversaciones, pero hoy no pude. Al final casi nos peleamos. Mi padre aprueba la guerra, considera que es desagradable pero una parte necesaria de la lucha con la OTAN, con Estados Unidos, con Occidente.

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La disputa con mi padre no empezó por eso. Yo considero que debatir acerca de la muerte de miles de personas y acerca de la destrucción de ciudades es posible cuando uno mismo pelea, arriesga su propia vida y sabe qué significa eso: privar de la vida a otra persona. Pero si uno está sentado frente al televisor en un departamento con calefacción, entonces no tiene derecho a debatir si la seguridad de Rusia vale miles de niños y adultos, de perros y gatos, de casas y negocios. Ese tipo de argumentos convierte a cualquier persona en un monstruo, yo no quiero ver cómo mi propio padre se transforma en un monstruo, por eso trato de evitar esas conversaciones.

Todo esto ocurrió mientras tomamos el té a la tarde. Mi padre dijo que Rusia tendrá la victoria en dos meses, y que yo no podría convencerlo de lo contrario. Yo le dije que no lo quiero convencer de lo contrario, solo no quiero que él me decepcione.

Me encontré en un hotel con la madre de dos chicos. Estaba acostada, apoyaba la cabeza sobre la mano y hablaba.  Fue a una sesión de masajes a la casa de un poeta. La recibió un tipo que tenía el aspecto de un stripper vestido solo con un pantalón blanco. Mientras él la masajeaba, hace falta aclarar que sin esforzarse mucho, se le paró. Se frotaba contra ella de manera insinuante, acercándole la bragueta blanca y sobresaliente hacia el rostro, ella se daba vuelta. Él puso una de sus piernas sobre la mesa de masajes y empezó a leer sus versos. O eran versos de otro, pero un poco cambiados, ella no es especialista en el tema.

Ella está muy ocupada con sus hijos, los lleva a hacer deporte. Constantemente hay entrenamientos y competencias en diferentes regiones. Hace ya un año que no pasa nada con su esposo, cada vez ella inventa una razón para negarse. Ya no es cómodo mentir. Al principio era porque ella tenía otro, ella lo amaba y el marido se enteró, le escribió, y entonces el otro le dijo que todo se había terminado, que en realidad estaba casado, bueno, no casado, pero tenía una mujer con la que había tenido hijos, ya no vivían juntos, pero igual había obligaciones, y desapareció; con el marido nada, él está normal, pero ella no quiere ni que se le acerque, él le propone diferentes variantes, incluso no está en contra de que ella tenga otro mientras no haya amor, un hombre decente que dé lástima, no lástima en el mal sentido, sino una pena amistosa; a ella eso no la excita, yo te vi y enseguida me di cuenta de que íbamos a dormir juntos, me entiendes, con mi marido pasó que cuando nació mi hijo menor, él volvió a casa borracho y se le cayó el teléfono, entonces los teléfonos no tenían clave, empezaron a llegar mensajes, yo miré, algo me impulsó a hacerlo, y ahí había una conversación, él respondía discretamente, y ella directamente lo presionaba, yo llamé por teléfono, la niñera estaba con el bebé cerca de la ventana, y yo llamo, hola, soy la mujer, ella me escuchó y me dijo que yo misma aclarara todo con él, básicamente está bien, quiero que acabes adentro, recién se terminó mi período, dicen que incluso si acabas durante el período puedes quedar embarazada, los espermatozoides viven tres semanas, a mí me pasó eso, me hice un aborto cinco meses después del primer parto, me entiendes, quiero tomar, tengo la garganta seca, de qué te ríes,  y si me muero, ella me llamó por teléfono borracha cinco años más tarde, dijo —yo soy la amante de tu marido, le digo —bueno, y este chico, con el que yo estuve mucho tiempo, el chico al que le escribió mi marido, no es un chico, ya es un hombre grande, me escribió ayer, me desbloqueó de todo y me escribió, imagínate.

1.5.2022

Trajeron árboles de la vida a la dacha. Dos obreros ayudaron a descargarlos del camión y los plantaron formando una medialuna en el perímetro del camino circular que lleva a la casa. Cada hoyo se veía como un vaso rojizo con una franja negra: aquí abundan las capas de arcilla y barro negro. Quedó lindo, los árboles de la vida son parecidos a los cipreses. Los moscovitas tratan de estar a la altura del título “Tercera Roma”. Riego los árboles de la vida, los cuento, son doce. Pienso que hay uno que es Pedro, otro que es Juan, otro que es Judas Iscariote.

Me acordé de cómo hace algunos años, cuando surgió el proyecto de construir una ruta justo a través de nuestra casa, nos dijeron que recibiríamos una compensación no solo por el terreno y por las construcciones registradas,  sino también por los árboles. Cancelaron el proyecto, pero siempre  que hago algo en la dacha pienso, ¿y si lo destruyen? Me acordé de unas fotos de Ucrania que mostraban árboles cortados en pedazos y destrozados por los fragmentos que volaban a causa de las explosiones. Cuando empezó la guerra los árboles de las fotografías estaban desnudos, ahora están cubiertos con el primer follaje. A veces están apenas vivos, una rama sola sobresale, aun así, es una rama verde.

El tiempo es espléndido, no hay razón para estar triste, pero el estado de ánimo es malo. Una auténtica depresión. Dan ganas de correr las cortinas y esconderse abajo de la colcha. Lo hice, pero enseguida me llegó el video de un vecino: un pajarito golpea detrás de la ventana de nuestro cobertizo.

Me levanté, me vestí, fui al cobertizo. Tuve que correr muchos cachivaches para llegar al rincón en donde se había metido. Un pajarito chiquito, negro y blanco, como salido de una película vieja. Una motacilla. Logré agarrarlo con cuidado y sacarlo al aire libre. Abrí los dedos y salió volando.

2.5.2002

Después del 24 de febrero ya escribí veinticinco páginas de mi diario. Un librito mío normal consta de ciento cuarenta, ciento sesenta páginas, para escribir eso tardo tres años. O sea que ahora tengo un periodo muy productivo. Además, ya hice trece obras gráficas, cuatro poemas y un ensayo para una revista. Eso sin contar los seminarios semanales, la grabación de audiolibros, las presentaciones y otras cosas por el estilo. La vida está organizada de una manera extraña, incluso la muerte es capaz de inspirar.

3.5.2022

Paseé a lo largo del camino en la dacha. En el año 1812 precisamente por este camino el ejército de Napoleón se retiró de Moscú. Según los recuerdos del sargento de guardia Bourgogne en aquel entonces el camino era arenoso y el ejército marchaba en columnas de cuatro hombres por fila. Los soldados se llevaban trofeos, transportaban mucho de lo robado en el convoy. Si no me equivoco, el mismo Bourgogne, escribe acerca de dos floreritos que guardaba en una mochila.  Detrás del ejército marchaban los campesinos rusos y los comerciantes judíos, que intercambiaban cosas con los soldados. Los soldados directamente tiraban muchos de los objetos valiosos porque era difícil cargarlos. Bourgogne escribe que los márgenes del camino estaban llenos de objetos diferentes, de candelabros, cuadros, libros. En la Rusia de entonces pocos sabían leer, los aristócratas preferían el francés al ruso y, en consecuencia, leían novelas francesas, por eso a los soldados les resulta cómodo: los libros estaban en su lengua materna. Leían los libros mientras caminaban, cuando los terminaban los tiraban y agarraban uno nuevo. También entonces había bookcrossing.

Un hecho divertido: mi departamento de Moscú está situado en la calle por la que Napoleón entró a Moscú. De alguna manera, a veces salgo a encontrarme con Napoleón, y otras lo acompaño.

Notas

[1] Aguardiente que se prepara de manera casera. (N. de la T.)

[2] Comida típica de Europa del Este que consiste en un relleno de carne cubierto de masa que se hierve como la pasta. (N. de la T.)

[3] Crema agria típica de Europa del Este. (N. de la T.)

[4] El régimen de Putin se denomina “régimen sangriento”. (N. del A.)

[5] Día destinado al trabajo voluntario que fue instaurado durante la Revolución Rusa. (N. de la T.)

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