Blues para Natella

Serguéi Dovlátov
© Sergei Dovlatov Estate, 2019, con permiso de The Wylie Agency (UK) Limited

Introducción y traducción: Tomás Fernández (doctor en filología, profesor en la UBA) y Yana Makárova (periodista, docente de lengua rusa)

Introducción

Serguéi Donátovich Dovlátov (1941-1990) nació como evacuado en Ufá (República de Baskortostán) y murió como emigrante en Nueva York. De madre armenia y padre judío, cuenta en una entrevista que fue inscripto como armenio al nacer, pero nunca se sintió armenio, y como judío para lograr el permiso de emigrar de la Unión Soviética, pero nunca se sintió judío. Este viajero impenitente, que desconfiaba de las nacionalidades, decía ser un “ruso de profesión”. En 1972 partió hacia Tallin, donde permaneció tres años, “porque había un auto yendo en esa dirección”. En la Unión Soviética no logró sacar a la luz ningún libro, excepto como samizdat. Sí logró que publicaran en Ann Arbor un volumen intitulado, nada casualmente, El libro invisible (Невидимая книга, 1977). El éxito llegó a partir de 1979, tras su emigración a Estados Unidos. The New Yorker lo consideró un autor “delicioso”; Kurt Vonnegut le escribió para manifestarle su (sana) envidia de que lo publicaran precisamente en The New Yorker, que a él siempre le había resultado esquivo. Entre 1979 y 1990 publicó una docena de libros. En su centro cronológico se halla la colección de relatos La contramarcha de los entusiastas (Демарш энтузиастов, París, 1985, en la que aparecen también producciones de Vagrich A. Bajchanián y Naúm I. Sagalovski). En este libro inclasificable aparece por primera vez “Blues para Natella”.

Como es típico en Dovlátov, lo primero que llama la atención en este cuento es su tono o, mejor, su entonación: el ángulo inesperado en la voz del narrador, filosa y a la vez amable, impregnada en las tragedias de la vida y a la vez humorística. El cuento tiene tres partes bien diferenciadas. En la primera un narrador en primera persona escribe en un estilo pseudoelevado, paródico pero sin burla; la acción se sitúa en Georgia. En la central vemos a Natella y a sus pretendientes en acción. En la tercera el narrador observa pasar a la protagonista en la estación ferroviaria de una ciudad industrial sin nombre; la mujer le despierta ensoñaciones. En el nivel más visible el narrador provee una breve introducción (primera parte), hace un relato en un tiempo y un espacio concretos (segunda parte) y lo concluye con una coda en que el verano acaba y la heroína parte hacia Leningrado (tercera parte). Pero en otro nivel, apenas sugerido, el segundo episodio es fruto de la imaginación del narrador; el procedimiento está en línea con el que llevaron a cabo David Lynch en Mulholland Drive o Ambrose Bierce en An Occurrence at Owl Creek Bridge. Aquí se ve la sobria maestría técnica de Dovlátov: el narrador ve pasar a esa mujer de manos bronceadas y pestañas tupidas. Inmediatamente se enamora: como es su costumbre, de manera juguetona, cariñosa, temporal. Aquí cobran otro sentido las dos primeras partes del relato; quizá hayan sido escritas a posteriori y sean una declaración de amor, no tanto una aventura “real”. Justamente en su modo de entrecomillar la “realidad” con gusto, desparpajo y ternura reside uno de los motivos por el que todos queremos conocer mejor al gran Dovlátov.

Blues para Natella

(Блюз для Натэллы)[1]

dovlátovEn Georgia es mejor. Allí todo es de otra manera. Más dinero, vino y heroísmo. Gestos más generosos y la mano más cerca de la empuñadura del cuchillo…

Las mujeres de Georgia son estrictas, asustadizas, no les vayas a hacer una broma cuando pasan. Cualquiera lo sabe: las barricadas de sus pestañas tupidas son infranqueables.

En Georgia no hay clima. Hay solamente sol y sombra. En verano las sombras son más cortas, en invierno más largas, eso es todo.

En Georgia es mejor. Allí todo es de otra manera…

En la mano aprieto, oxidada, esta pluma. Mis dedos tiemblan, se hielan de miedo. Porque el instrumento es demasiado grosero. ¡Cómo pintar tu retrato! ¡Tu retrato, oh, Bokuchava Natella!

¡Oh, Natella! ¡Eres el cáliz en el banquete de los barbudos y fuertes! ¡Eres el trago de agua fresca después de la pelea! ¡Eres la triste melodía que voló hasta aquí desde ventanas desconocidas! ¡Eres el aguacero que nos sorprendió en las montañas! ¡Y el árbol bajo el cual nos guarecimos del aguacero! ¡Y el rayo que reduce el árbol a astillas! ¡Eres la juventud del hermoso país!

***

Cada mañana Natella separa las pesadas aguas del Aragva.[2] En la orilla quedan quietos el sarafán,[3] pisado por una piedra, el reloj y los zapatos de verano.

Natella se aleja nadando y se torna de un blanco cambiante bajo el agua. Apaciblemente susurran en la costa los arbustos de uva “Isabel”.[4] Y detrás de los arbustos hierven en este momento las pasiones. Allí está acuclillado desde hace un tiempo Árchil Piradze, el zootécnico.

Árchil Piradze salió de su casa una hora atrás.

–Árchil –le anunció su vieja, Keke Piradze–, te espero. Me preocupo cuando no estás. Mira, escupo en el porche. Antes de que se seque, tienes que volver.

–Bueno –dijo Árchil.

La vieja escupió y volvió a la casa. En ese momento su hijo entró en acción. Sacó de debajo del porche una escopeta oxidada. Luego la cargó y se dirigió al río.

Ahora está acuclillado y espera. Finalmente se cierran las aguas del Aragva. Natella da unos pasos sobre las piedras lisas…

¿¡Qué hay en el mundo más maravilloso que esta escena!? ¿¡Cómo puede afectar a Árchil Piradze!? ¡A Árchil, capaz de desmayarse de emoción incluso frente a una estatua de yeso que representa un caballo!

Y entonces Árchil Piradze agarra su escopeta oxidada. La levanta más y más. Después aprieta el gatillo.

El humo se dispersa lentamente, se silencia el estruendo. Enmudece el lejano eco en las montañas.

–¿De nuevo usted, Piradze? –dice severamente Natella–. Yo ya sabía. ¿¡Hasta cuándo va a durar esto!? Ya le dije hace mucho que no seré su esposa. ¿Para qué hace esto? ¿Para qué dispara diariamente contra mí? Alguna vez usted ya estuvo preso quince días por violación. ¿Esto le parece poco, Árchil Luarsábovich?

–Ahora soy otra persona, Natella. ¿No me crees? Entré a la facultad. Más que eso, soy estudiante.

–Difícil de creer.

–Tengo cuadernos y libros. Tengo un manual con el nombre de Química. ¿Quieres verlo?

–¿Sobornó usted a alguien?

–Aunque no lo creas, no. Me han declarado gratuitamente estudiante no presencial.

–Me alegro por usted.

–Entonces vuelve, Natella. Lo tendrás todo: tocadiscos, heladera, vaca. Viajaremos.

–¿En qué?

–En calesita.

–No puedo. Pese a todo el encanto hacia usted.[5]

–¡Cambié! –exclamó Piradze–. Estudio. Con sudor y granizo[6] alcanzaré todo, Natella.

–No puedo. En Leningrado, por desgracia, me espera el doctorando Grigory Rabinóvich, le di mi palabra.

–Yo también seré doctorando. Leeré muchos libros. Puede decirse que ya leí un libro entero.

–¿Cómo se llama?

–Se llama: relato.

–¿Y nada más?

–Se llama: ¡Serafímovich!

–Personalmente yo agrado más a Tolstói[7] –dijo Natella.

–¡Leeré sus libros! Que no se preocupe.

–¡Silencio! –dijo Natella–. ¿Escucha usted?

Desde los arbustos llegaban tiernas palabras:

Me dijiste, mujer: ¡No!
Y por la nieve, ay, por la nieve te fuiste.
Dura fue la respuesta que diste,
Noche de sufrimientos,
Ah, entre sufrimientos transcurrió.

Por el camino venía lentamente el operador de cine Guigo Zandukeli con un rifle tomado como botín de guerra. Por treinta y seis años el arma permaneció bajo tierra. Su culata de madera floreció con jóvenes brotes. Y desde la boca del arma salió una dalia.

Al ver a Natella con Piradze, Guigo se detuvo. Ahora llevaba el rifle apuntando hacia delante.

–¿Vino usted para matarme, Guigo Rafaélevich? –preguntó Natella.

–Un poco –respondió Guigo.

–Lo único que todos hacen es matarme. ¡Unas veces usted, Árchil, y otras veces usted, Guigo! Solo el doctorando Grigory Rabinóvich escribe tranquilamente su tesis sobre las sepias. Él es un verdadero hombre. Le di mi palabra…

En este momento se inmiscuyó Piradze:

–¿Quién te dio el derecho, Guigo, de matar a Bokuchava Natella?

–¿Y quién te dio ese derecho a ti? –preguntó Zandukeli.

Dos disparos resonaron al mismo tiempo.

Estruendo, humo, un eco que da vueltas. Luego la voz apenada y llena de reproche de Natella.

–Les suplico, no se peleen. ¡Háganse amigos, Guigo y Árchil!

–Y en verdad –dijo Piradze–, para qué derramar sangre inútilmente. ¿No es mejor beber una botella de buen vino?

–Es cierto –concedió Zandukeli.

Piradze sacó de su bolsillo una “pequeña”.[8] Arrancó con los dientes la tapa de metal.

–¡Llenemos las copas! –dijo.

Piradze echó la cabeza hacia atrás y bebió con gusto. Le pasó la botellita a Guigo. Este no se hizo rogar.

–¡Qué lástima, no hay nada para picar! –dijo Árchil.

–Tengo una cebolla –se alegró Zandukeli–, toma. La traje por si me arrestaban.

–¡Salud, Grigory Rabinóvich! –dijeron, bebiendo.

***

Dos semanas transcurrieron así de rápido. Se acabaron las vacaciones. En nuestra ciudad industrial todo es apretado y húmedo. Mañana en una OCC[9] la ingeniera Bokuchava se inclinará sobre un tablero de diseño. Los colegas jóvenes, pero también los menos jóvenes, van a admirar sus manos bronceadas.

Natella caminaba por el andén. Finalmente quedó atrás el ruido de las ruedas y el olor a humo de estación. Olvidado el terraplén que está corriendo bajo las ventanas. Olvidadas las oscuras isbas.  Olvidados los niños descalzos que miraban el tren pasar.

La muchacha desapareció en la multitud y yo fui obstinadamente tras ella. Fui, aunque hacía tiempo había perdido de vista a Bokuchava Natella. Fui porque pertenezco al grandioso estamento de los hombres. Ya sé que soy grosero, ciego, desprolijo, calculador, desconfiado, gordo, cínico; voy a ir hasta el final.

Me enorgullezco del derecho inalienable a ver cómo te vas. ¡Y considero que tu sonrisa es la dicha!

Notas

[1] Tomamos el texto de las obras completas de Dovlátov en cuatro tomos, tomo III (San Petersburgo, 2018), pp. 250-254. Deseamos agradecer a nuestra colega y amiga Paula Daniélievna Di Santo, que cotejó con nosotros el texto original y la traducción, por sus valiosas sugerencias y apoyo constante. También a la correctora anónima de la revista por su aguda lectura y pertinentes comentarios. [Todas las notas son del traductor y de la traductora.]

[2] Río georgiano en la ladera sur de la cordillera del Cáucaso. En la actualidad, se lo suele denominar “Aragvi” tanto en ruso como en castellano.

[3] Vestido tradicional largo y de forma trapezoidal.

[4] Variedad de uva habitualmente conocida como “Isabella”. Originaria de Norteamérica, fue llevada a Europa a principios del siglo XIX. Se propaga con gran facilidad.

[5] Sic en ruso. Lo esperable sería, desde luego, “el encanto de usted” o “(mi) atracción hacia usted”; no “el encanto hacia usted”.

[6] Un proverbio ruso sobre lograr “con sudor y sangre” (потом и кровью) deviene “con sudor y granizo” (потом и градом).

[7] Evidentemente, lo esperable sería “Tolstói me agrada más”. Como en los ejemplos anteriores, los personajes emplean, en lugar de una construcción o palabra culta, otra que se le asemeja, con efecto cómico (tal uso se denomina “malapropismo”, del francés mal à propos).

[8] Petaca. El modo ruso informal de referirse a ella es, simplemente, “pequeña” (botella).

[9] Oficina Central de Construcción.

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