N. B. Osmákov
Traducción y selección: Alejandro Ariel González[i]
¿Qué han dicho las distintas épocas sobre la novela de Lérmontov? ¿Qué nuevos aspectos y facetas ha descubierto cada una de ellas en el contenido de esta obra?
Nos detendremos en los principales períodos de la historia de Rusia e intentaremos determinar, hasta donde sea posible, dada la limitación del material necesario para el análisis, cómo reaccionó el público y la crítica a la novela de Lérmontov, cómo fue percibido su protagonista en distintas épocas.
En los años ’40, época de estancamiento de la reacción post-decabrista, Lérmontov comprendió con toda lucidez el estado psicológico de la sociedad rusa de los años ’30 y ’40. Este período está caracterizado por la frivolidad de los sectores altos y por la pasividad y la ignorancia de la inmensa mayoría de la población. Sin embargo, no hay que quedarse en el aspecto exterior de esta sociedad, ya que en ella maduraba en forma latente el pensamiento revolucionario. Como ejemplo de este último, basta recordar a Bielinski y su lucha por la liberación, así como a los círculos secretos donde se formaba la ideología extremista de la escasa juventud vanguardista de la época. La mirada de Lérmontov se constituyó indudablemente bajo la influencia de este factor de la vida rusa, y en su creación dicho factor recibió su expresión artística.
En la época de Lérmontov existían distintos segmentos de lectores, que reaccionarían de diferente modo a su obra. “Un héroe de nuestro tiempo” despertó desde su misma publicación un gran interés. Los 1200 ejemplares de la primera edición se agotaron enseguida, al igual que los de la segunda edición. La mayoría de los lectores vio en esta obra, si no una copia exacta de Child-Harold, al menos la resonancia del escepticismo del poeta inglés y, en general, de las tendencias occidentales trasladadas al terruño ruso. Algunos vieron en el libro una apología incondicional de Pechorin. Concentrando la atención en los aspectos negativos del carácter del héroe, arremetieron contra el autor, confundiendo a éste con aquél. Al respecto, es interesante señalar la opinión del zar Nicolás I sobre el libro:
“He leído ‘Un héroe de nuestro tiempo’ hasta el final, y encuentro su segunda parte abominable, digna de estar de moda. Se trata de una exagerada representación de caracteres desdeñables, tal como encontramos en las actuales novelas extranjeras. Novelas semejantes dañan las costumbres y estropean el carácter. En última instancia, uno se acostumbra a pensar que el mundo consiste sólo de individuos semejantes, en los cuales las acciones que aparentemente son las mejores derivan de móviles falsos y despreciables. Por lo tanto, repito que, según mi parecer, es un libro lamentable, que muestra la gran corrupción del autor”.
Esta opinión del zar era compartida por todos los críticos reaccionarios de la época.
Otros lectores, al considerar que Lérmontov compartía las ideas y aprobaba las acciones de su héroe, recibieron con entusiasmo la figura de Pechorin y comenzaron a imitar a éste. Se abre así un período en la crítica en el que tiende a fundirse a Pechorin con Lérmontov.
En contra de esta opinión general, algunos críticos comenzaron a separar al protagonista del escritor, lo que les permitió pensar la obra como sátira y no como apología. La sátira sería de la expresión máxima del dandismo de la época: no sorprenderse por nada, mostrarse indiferente a todo, colocar el propio yo por encima de todo; la mal comprendida anglomanía estaba en su apogeo, de ahí el empleo lamentable de las facultades otorgadas por Dios. Lérmontov reunió muy exitosamente todos estos rasgos en su héroe, lo que lo hacía interesante, pero mostrando al mismo tiempo la vacuidad de gente similar y el daño que ésta podía causar a la sociedad. No fue culpa de Lérmontov que muchos prefirieran ver en el libro una apología en lugar de una sátira. Paradójicamente, la novela de Lérmontov, que posibilitó el descrédito de la postura romántica, generó al mismo tiempo el culto romántico de Pechorin, que se difundió en el público durante los años ’40 y ’50 e incluso hasta los ’60.
En cuanto a la actitud del propio Lérmontov respecto a la crítica y recepción de su obra, hay que recurrir al prólogo a la segunda edición del libro. Hacia el final dice: “Nuestro público es aún tan joven y sencillo que no comprende una fábula si al final de ésta no encuentra la moraleja. No adivina las bromas, no percibe las ironías; simplemente es maleducado”.
Esta incomprensión no significó que la novela no tuviera éxito, al contrario; pero su profundo sentido social, la fina ironía del autor, el significado socio-psicológico del personaje de Pechorin quedaba aún fuera de la conciencia del lector. Hay que destacar que el prólogo a la novela Lérmontov lo escribe después de la aparición del artículo de Bielinski sobre “Un héroe de nuestro tiempo”, en el que se plantea la pregunta por el significado social del personaje Pechorin.
La concordancia entre la interpretación de Lérmontov y la de Bielinski hay que pensarla como coincidencia, ya que es muy improbable que pueda hablarse de una influencia de Bielinski sobre él.
El ataque a la obra vincula a Pechorin con las ideas importadas de occidente, comparándolo con la literatura inglesa y francesa. Mucho antes de esto, Lérmontov atacó este tipo de lectura en su poema “No, no soy Byron, soy otro…”.
En definitiva, la interpretación de la obra se vio limitada no sólo por el restringido círculo de lectores, sino porque la mayor parte de este círculo sacaba poco provecho de los valores estéticos que hasta el momento permanecían ocultos en la novela.
Bielinski fue el primero en descubrir la originalidad de su creación y en mostrar las verdaderas fuentes de la novela de Lérmontov. Fue el primero en situar a Pechorin en el contexto del desarrollo de la literatura rusa y de las cuestiones sociales de la época. Según Bielinski, “el Pechorin de Lérmontov es la mejor respuesta a todas estas cuestiones. Es el Oneguin de nuestro tiempo, el héroe de nuestro tiempo. La diferencia entre ellos es bastante menor que la distancia que los separa”. Bielinski fue el primer crítico que prestó atención al contenido y al significado social de Pechorin, a que en su complejo y contradictorio carácter se reflejaba la particularidad de toda una época de la vida rusa: “su carácter es o bien una resuelta inacción o bien una actividad huera […] Lérmontov mostró objetivamente la sociedad contemporánea y sus representantes”. Bielinski descubrió lo que actualmente se llama el subtexto de la obra.
Sin embargo, buena parte de la literatura de los años ’40 siguió bajo la influencia de la primera lectura superficial de la obra, en la que se destacaba, por entre todos los rasgos del carácter de Pechorin, el de la rapacidad y la astucia. Con el correr del tiempo, este tipo de héroes terminó dando lugar a todo género de comedias.
En los años ’60 esta imagen externa y superficial de Pechorin cayó en descrédito. Cambiaron los interrogantes estéticos y políticos. Se despreciaba a los héroes de la literatura de los ’40, se menospreciaba la reflexión, se ansiaba pasar de las palabras a la acción, se intentaba actuar con fines sociales útiles. Por eso la pregunta fundamental de esta generación coincide con el título del libro más leído de esos años: “¿Qué hacer?”.
Podría parecer que el tipo artístico de Pechorin debiera haber pasado a un segundo plano en la conciencia de esta generación; sin embargo, no perdió íntegramente su significado social y estético.
El Pechorin, tal como fuera magistralmente interpretado por Bielinski, con todo su egoísmo y reflexión, estaba cerca de los lectores del ’60 en cuanto a la búsqueda de la acción, el ansia por alguna actividad que le diera sentido a sus vidas. Por eso no puede hablarse de un total olvido de la función social y estética de la novela de Lérmontov; en cierto modo se debilitó, pero no se perdió por completo.
La palabra de Bielinski gozaba de gran prestigio en los años ’60, y por eso su valoración de “Un héroe de nuestro tiempo” seguía ejerciendo influencia.
En un artículo de Chernishevski sobre Pechorin, se sostenía que éste era una víctima de la injusticia de la estructura social rusa: su carácter y sus acciones eran considerados como resultado del condicionamiento social. Chernishevski se pregunta: “¿por qué nuestra realidad produce justamente este tipo de personas y no otro?”. Según él, Lérmontov representa en Pechorin el ejemplo de en qué se convierten los mejores individuos, los más fuertes y nobles, bajo la influencia del ambiente social. Otro crítico de los ’60, Dobroliúbov, hace consideraciones similares.
Uno y otro complementaron la interpretación de Bielinski, con el agregado que les proporcionaban los 20 años de literatura transcurridos desde entonces, años en los que la literatura rusa se enriqueció y ganó en profundidad.
Chernishevski discutió con muchos críticos de su época que afirmaban que Pechorin integraba una misma lista de personajes, junto con Oneguin, Beltov y Rudin. Según Chernishevski, interpretaban mal las palabras de Bielinski: cuando éste comparó a Oneguin con Pechorin, no quiso decir que fueran idénticos, sino que ambos servían igualmente para mostrar la diferencia entre el carácter de las épocas a las que pertenecieron.
En definitiva, en los años ’60 Pechorin perdió vigencia como tipo artístico-literario, pero el tiempo reforzó su significado socio-psicológico y estético.
El punto de vista democrático-revolucionario sobre la creación de Lérmontov fue desarrollado por Nekrásov y Saltikov-Schedrin. Este punto de vista se oponía radicalmente a las interpretaciones liberales y reaccionarias de los años ’60 y ’70.
Písarev sostiene que Pechorin y Bazárov pueden ser vistos como antagonistas, que no tienen nada en común excepto la inteligencia y el consecuente egoísmo. Písarev niega que entre ellos haya vínculos genealógicos.
Según Shelgúnov, Pechorin, más que un héroe de nuestro tiempo, debería ser llamado un “héroe de salón”, ya que no reflejaba toda la realidad de la época, sino sólo la del medio social en el que vivía Lérmontov, con lo cual volvía a identificarse al héroe con el autor. Volvía a insistirse en el byronismo de Lérmontov.
Entre los años ’80 y ’90 la obra de Lérmontov fue considerada como la expresión de una “personalidad vigorosa”, por fuera de las condiciones históricas concretas, en total consonancia con la doctrina populista. Se veía en Lérmontov a un poeta individualista, alejado de las grandes cuestiones sociales y de las grandes generalizaciones. Así, su obra daba expresión a una protesta individual.
Por lo tanto, cada época, incluyendo la populista, intentó hallar en la obra de Lérmontov aquello que correspondía a los ideales del momento, acentuando algunos motivos y relegando otros. En el populismo volvió a identificarse la personalidad de Pechorin con la de Lérmontov.
Por extraño que parezca a primera vista, con este tratamiento populista de la obra de Lérmontov y del carácter de Pechorin se hallaban los elementos básicos del tratamiento que dieron a ambos el simbolismo y el modernismo.
Solovióv, en su trabajo póstumo sobre Lérmontov (1899), habló de él como el fundador, por la orientación de los sentimientos y de las ideas, y parcialmente de las acciones, de lo que brevemente puede llamarse “nietzscheanismo”. Esto era resultado de identificar el orgullo de la personalidad en las obras de Lérmontov con las ideas de Nietzsche acerca del superhombre. Merezhkovski avanza en la misma dirección.
Gorki retoma (1908-1909) la interpretación democrático-revolucionaria. Gorki ve, desde un punto de vista social, el pesimismo de Pechorin como un “sentimiento enérgico”, en el que resuena el desprecio a su tiempo y su rechazo, el ansia por la lucha y la tristeza y la desesperación provocadas por la conciencia de la soledad y de la impotencia.
La crítica soviética (Lunacharski, 1926), enfatizó el carácter contestatario y de protesta de Pechorin, al que consideró como un eslabón de enlace entre los decabristas y las ideas revolucionarias posteriores.
Notas
[i] Fuente original: Осьмаков Н. В., «Герой нашего времени» Лермонтова в историко-функциональном аспекте, в кн.: Лермонтов и литература народов Советского Союза, Ер., 1974, с. 74—103.