Tomás Salvador Bombachi
Llevada al cine por el director Jiří Menzel en 1966 y galardonada con el Oscar a la mejor película de habla no-inglesa en 1967, la novela Trenes rigurosamente vigilados (en checo, Ostře sledované vlaky) del escritor Bohumil Hrabal (1914-1997), publicada en 1965 y traducida al español por Fernando de Valenzuela Villaverde, retrata la resistencia checa en una estación de trenes y el intento de sabotaje de los trenes de carga alemanes, ya en los últimos tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Novela donde Hrabal plasma su propia experiencia como maquinista y su vivencia de la guerra, Trenes… se estructura a partir de su narrador-protagonista: Miloš Hrma, un tímido joven empleado en los ferrocarriles del Estado, cuya existencia oscila entre los recuerdos familiares, los propósitos suicidas, la necesidad de probar su hombría y un momento histórico asfixiante.

La repetición mecánica hasta el hartazgo del movimiento de subir y bajar palancas, así como el Bartleby de Melville, que copia documentos legales una y otra vez, una y otra vez, permite al propio Miloš reconocer su existencia anclada en la mera reiteración de permanecer al lado de las vías y levantar semáforos para guionar el ritmo de los trenes. La novela puede pensarse como un cuadro: un cuadro que ilustra una vida que transcurre en el sinsentido de la repetición del trabajo, de la guerra, de las dudas sexuales y los trenes que pasan. No obstante, hacia el final de la narración, Miloš buscará romper la monotonía y la pasividad, dándole un sentido distinto a su joven vida: “Yo tendré la oportunidad de hacer algo grande” (Hrabal, 2013).
La escritura de Hrabal ondula entre la crudeza y la violencia de la guerra, y la sexualidad incipiente: animales degollados, cuerpos aplastados y los primeros deseos y preocupaciones sexuales de Miloš. Al comienzo de la narración, él observa a dos oficiales de la SS que lo tomaron de rehén cuando uno de los trenes se detuvo en la estación:
la locomotora se detuvo y saltaron dos SS delgados, con las parabellum en las manos, y se quedaron un momento mirando mi gorra roja […] Y me llamó la atención, los dos SS eran hermosos, más bien como si escribieran versos o fueran a jugar al tenis (Hrabal, 2013).
¿Cómo es posible encontrar belleza en el enemigo, aislarse por un momento del caos y la perturbación del espacio y la existencia provocada por aquellos dos sujetos erguidos que portan el símbolo de la destrucción en sus manos? La narrativa bélica configura un espacio donde la moral tiene un lugar claramente marcado[1]. En Trenes… conviven dos miradas sobre aquello: una colectiva, simbolizada en el estado de zozobra y los efectos negativos de la guerra, y otra individual, observada tanto en la preocupación sexual de Miloš como en las descripciones personales sobre los oficiales nazis, la cual permite pensar cierto distanciamiento, incluso desentendimiento, con respecto de la violencia de la guerra, aunque por momentos pareciera imposible sustraerse al escenario bélico.
Absurdo y acción
La idea de convivir con la certeza de la muerte gravita en toda la narración; se aproxima en cada riel, en cada tren. La muerte determina el pensar, el sentir y el actuar. Aquella no es algo extraño o lejano y nuestro narrador-protagonista es consciente de tal opresión: sabe que en su presente acecha el trágico final de la muerte. Incluso él busca, fallidamente, anticipársele en su intento de suicidio. La muerte configura en la novela lo absoluto en la vida: en primer lugar, por la propia finitud de la existencia, y, en segundo lugar, por la presencia del enemigo, un enemigo categórico. Aquella presencia del Otro absoluto que atenta contra todo, contra aquella estratégica estación y contra Europa misma, justifica el desenfrenado acto final de Miloš al planear, junto a su compañero el factor Hubička, dejar caer explosivos sobre unos de los transportes rigurosamente vigilados.
Comenzar a pensar, escribe Camus, es empezar a ser minado: por el entorno, por los pensamientos. Hrabal reproduce personas marginales, vidas sin brillo, la sensación de quietud y la imposibilidad de proyección de un porvenir posible. Miloš no experimenta la muerte sino aquella vida insípida. En tal caso, vivencia la muerte ajena al observar la inhumanidad del hombre. ¿Qué transportan los trenes? Armas, animales. Personas. Aquellos trenes bien simbolizan lo moderno, lo que conecta, lo sólido y lo que ordena el ritmo de la vida. Pero en Hrabal la figura del tren refiere también al contenido y no tanto a la forma: es el contenido lo que se vuelve importante, lo que reclama vigilancia.
En consonancia con la lectura de Camus en “Un razonamiento absurdo”, es posible determinar cierto movimiento en Miloš: del carácter ilusorio de la costumbre o la inutilidad del sufrimiento a la muerte con un propósito. De la sensación absurda de la vida al intento de dotarla de un mínimo sentido. Tal vez la pregunta que ordena la existencia de Miloš luego de su intento de suicidio sea qué hacer frente a semejante maquinaria desterritorializante y deshumanizante, frente a un exilio sin remedio y la privación de la esperanza de su patria. Miloš intenta suicidarse al ver el escenario promovido por la guerra, aunque pronto, y acá resuena la figura combativa de su abuelo, quien sacrificó absurdamente su vida al intentar detener con su cuerpecito y su “fama” de hipnotizador la larga fila de tanques alemanes en la Primera Guerra, y terminó debajo de ellos, pronto dará a su existencia un sentido práctico, un “por qué”, para vivir terminando lo más rápido aquella vida. El suicidio, en primera instancia, formula una opción frente al absurdo asfixiante de la vida. Al fallar, a Miloš no le queda más remedio que comenzar de nuevo, hacerse responsable y colaborar, aunque sea, en algo. Lo colectivo otorga sentido a nuestro pequeño individuo.
Sexualidad y guerra
En los capítulos finales de Trenes… (los cuales no están titulados ni numerados), Miloš trata de probar su valor y su hombría poniendo el cuerpo para sabotear los trenes, al mismo tiempo que busca iniciarse en el mundo sexual con las “prácticas” para desligarse de su tan acuciante eyaculatio precocs. En la escena donde se encuentra con Viktoria Freie, una mensajera que arribó a la estación y se encendió al saber que el joven Miloš jamás había tenido relaciones sexuales, la descripción parece acompasar el escenario bélico y sexual:
toda la tierra temblaba, se oía un retumbar y un tronar, me daba la impresión de que no salía de mí ni del cuerpo de Viktoria, sino de fuera, que todo el edificio se estremecía hasta los cimientos, las ventanas vibraban, oí cómo en honor de mi glorioso y exitoso ingreso en la vida se ponían a sonar los teléfonos, los telégrafos empezaban a transmitir por su cuenta las señales de Morse, como solía suceder en las oficinas de comunicaciones cuando había tormenta […] Y después sentí cómo el cuerpo de Viktoria se estiraba formando un arco, oí cómo sus botas claveteadas se hundían en el canapé encerado, oí como se rasgaba la tela, cómo se rasgaba sin cesar y de algún sitio en las uñas de las manos y los pies corría hacia mi cerebro un espasmo resplandeciente, de pronto todo era blanco, después gris, luego marrón, como si el agua hirviendo se hubiera retirado y se volviese fría […] Abrí los ojos, Viktoria seguía recorriendo mi pelo con sus dedos y respiraba profundamente (Hrabal, 2013).
Los temblores producto de los bombardeos y el cuerpo encendido de Viktoria Freie, dos preocupaciones que gravitan en Miloš. La novela pone delante del lector un pasaje de lo erótico a lo caótico y de lo caótico a lo erótico. Dicha convivencia permite pensar la salida del “alumno” Miloš de la inocencia, la pasividad y la protección materna (justamente, la película de Menzel comienza con la imagen de la madre, arreglando a Miloš para su primer día en la estación), hacia un plano activo, un mundo salvaje, en guerra y atravesado por el desenfreno sexual. Incluso, el último capítulo de Trenes corta la monotonía y resulta el más turbado de la narración: resuenan disparos, muertes y explota uno de los trenes rigurosamente vigilados.
Trenes… presenta una serie de imágenes que aturden, que despiertan, que distraen. La guerra, el sexo, las risas. Sin embargo, el final de la novela toca las notas existenciales que a lo largo de la narración fueron desplegadas, pero con más fuerza. Si el existencialismo de cuño sartreano propone pensar al hombre como responsable de sí mismo, de lo que elige y proyecta, Miloš no puede desentenderse del sentimiento de responsabilidad fundado en su entorno. Seguro Hrabal pensó en Kafka y sus laberintos: los trenes son las puertas y ventanas kafkianas, pero ninguna de ellas conduce a ningún lado: ni las puertas a la salida, ni los trenes a un nuevo amanecer. Trenes rigurosamente vigilados concluye con un logro colectivo, la detonación de uno de los trenes de carga, pero a la vez con la apoteosis trágica individual del protagonista.
Bibliografía
Bohumil, H. (2013). Trenes rigurosamente vigilados (trad. Villaverde, F.). Editorial digital: ebookfolio.
Camus, A. (2006). “Un razonamiento absurdo”. En Camus, A., El mito de Sísifo (trad. Echáverri, L.). Buenos Aires: Losada, pp. 13-66.
Notas
[1] Novelas como Necrópolis, de Boris Pahor y Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque, donde la posición ética frente a lo bélico de ambos autores resuena de principio a fin.