Andi Nachón
Se presentó en la Feria del Libro 2025 el libro Sueños en otra lengua del escritor esloveno Brane Mozetič, publicado por Gog & Magog con traducción de Eugenio López Arriazu. Es el tercer libro del poeta que publica la editorial. Mozetič es uno de los autores preferidos por los alumnos del programa de la materia Literaturas Eslavas de carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires. El libro fue presentado en el stand con temática LGBT Orgullo y prejuicio, en el stand de la Unión Europea y en el Festival de Poesía de la Feria del Libro, también en la Universidad de Buenos Aires. Andi Nachón, escritora y profesora en la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes, nos regala su percepción, aguda y precisa, acerca del libro.
Solo elegí, es todo tuyo. Yo ya había elegido.
Cosa extraña ésta de abrir a otra mirada los sueños propios: esa dimensión paralela donde sin control se nos presenta algo de eso que somos, casi desconocemos y nos signa. Cosa rara y, por eso mismo, tan tentadora: entregar un ademán lábil, algo así como decir acá extiendo el terreno ignoto de estos sueños. Casi un dar –y darse– en la propia tierra incógnita.

ISBN 9786319021080
Para la mirada que recibe el sueño ajeno, irrumpe una tentación de otro orden: pura atracción hacia ese sitio donde se despliegan universos que, si bien poseen caracteres constantes –recursivos y reconocibles–, siempre traen un sello único.
Los sueños, como el poema, desdicen la lógica lineal y abren un espacio de posibilidad. Condensaciones y contigüidades, corrimientos significantes, metonimias: el sueño llega con el lado b de sus pesadillas y, también, trae el motor del deseo. Igual que el poema, los sueños también irradian siempre alguna forma de verdad. Verdades en tránsito, inasibles y por ello solo articulables desde cierta pronunciación sin control. Sea su impulso la escritura poética o lo onírico: ese estar, al menos un rato, apagados del yo.
Digo esto y pienso en la dimensión otra que habilita el sueño: un espacio-tiempo diferente adonde algunas personas entran cada vez que duermen. Ensoñar, soñar, ir al encuentro de: una búsqueda, su periplo, sin timón a mano, pero con guías o potestades que despliegan caminos. Aventura, a veces, reincidencia en los terrores más banales de lo diurno en otras ocasiones y, en ciertas oportunidades, resquicio para la maravilla.
Quien nos entrega sus sueños, quien corre ese velo y sus riesgos, sin pudores muestra algo recóndito, casi un tour a su paisaje interior. Tour implica mapas y puntos de encuentro, elijo mejor un camino del héroe singular, hacia dentro, por parajes que trastocan lo esperado.
A partir de esa piedra de toque, este libro potente despliega cuarenta y seis poemas en prosa, casi viñetas oníricas, en anhelo de otra lengua, otro idioma y otros cuerpos. Y, por qué no, una realidad otra.
Un caballo de ojos verdes me espera para salvarme. Todo lo tapa la televisión que se enciende. Está tan fuerte que me cubro los oídos. Que me lleve la mano que amo.
Con maestría, Brane Mozetič se trepa al potro del sueño y así nos lleva de las narices por territorios astillados, de fragmento en fragmento a través de horizontes imposibles. Devenimos pequeños Nemos, vamos saltando con él de una escena a otra, los momentos se suceden y se superponen hasta caer de la cama y, de pronto, descubrirnos en casa: a cobijo y algo así como más despiertos.
Mozetič despliega estas cartas de navegación que de entrada comprendemos y aceptamos. Un artificio fácil de acatar y olvidar: la dinámica onírica abre territorios, léxicos propios. Pero nada es tan simple en el sueño. Y menos en los poemas.
Alguien entonces pregunta: ¿pero qué clase de poeta sos si no podés levantar ni 50 kilos? Quien sueña y testimonia es poeta. Esta brújula marca el itinerario, cierto ritmo de caleidoscopio: sus movimientos, algunas constantes y los puntos en que elige detenerse.
En La construcción del sueño, Bergson sostiene que en la imagen soñada acontece la posibilidad de cierta síntesis creativa entre percepción y memoria: “la relación misma entre el movimiento de nuestro espíritu liberado de las necesidades y exigencias de la vigilia con aquel otro movimiento que opera sin duda en los estados de hechos sensibles”.
Materia y memoria hacen a estos poemas sus compases, signados por encuentros. Presencias ligadas a un mundo: las revueltas del deseo, las militancias y posturas políticas alrededor de las alianzas y luchas queer, la creación disidente durante el siglo XX y estos arrabales del nuevo milenio. Raves, sexodisidencias, lugares de encuentros y desencuentros, charlas con sus momentos de comunión y traslados a veces nimios y a veces performáticamente grandilocuentes. Nuestro soñador recorre baños, pasillos de disco, pistas, habitaciones de hotel, antros, hogares, ciudades en ruinas o paisajes abiertos. Entrar en colisión con cada texto es ir al encuentro de sus lares: nombres propios que traen el ethos de una época que nos signó. Se sueña en confianza y autodefensa, a través de tiempos revueltos y dislocados, ahí donde es posible que el amigo perdido otra vez nos bese.
“Apenas lo oigo, se me acerca, se levanta, se para frente a mí y habla. De la guerra, de la sangre, del amor, de la lucha, de la lucha constante. Yo estoy callado. Porque me ha vencido. Porque veo su cuerpo frente a mí. Porque parece que la casa se derrumba, que ahora vamos a estar bajo las ruinas. Eso me entibia. Pero digo: Tenemos que salvarnos. Él solo se ríe: Ya es tarde, ya es tarde para nosotros. En el vapor espeso solo está aún su mano, extendida, para que la tome y me lleve a alguna parte”.
Recorrer este libro despliega un pasaje entrañable, la entrada a las alianzas con que esta voz poética, en escucha y resonancia, reverbera. Nos trae un canto otro, el canto de aquelles que amplificaron eso a lo que es posible darle voz y extendieron las fronteras de esto que podemos decir, nombrar, cantar. Boyscouts y girlscouts de la noche, como pandillas replicantes, que se animaron a ser guiados por sus deseos y nombrarlos contra su irregularidad silenciada. Esa otra vida por la que el siglo XX luchó a través de revueltas constantes y en este hoy, oscurantista y ultraderechoso, vuelve a ponerse en jaque.
Algunas comunidades aún encienden una vez al año farolitos y los dejan ir por los aires al encuentro de sus seres queridos que ya no están. En Japón todavía se cree en la noche de Tanabata, ese lapso en que se abre el puente que une este espacio y el otro para permitir el encuentro con quienes han partido. En diapasón con estos gestos y sus rituales, Brane nos trae cada noche soñada donde se encuentra a algune de sus lares. Como si los territorios de esa otra dimensión que es el sueño permitieran retomar la conversación dejada en pausa tras esa cuestión tan banal como inexorable que trata la muerte.
Ademán conmovedor, que habilita un espacio de interpelación a la vez que comulga fantasmáticamente con aquelles que no pueden responder a través del día. Peter Pan le propone a Wendy volver a encontrarse ahí donde se besan la vigilia y el sueño. Estos son los resquicios arrebatados en distracción de la parca que nos obsequia Brane con sus manos abiertas. Así esas voces invocadas por los sueños vuelven a estar presentes, a hablarnos sus caminos y sus riesgos: así están entre nosotres y nos alientan. No hay linealidades, ni explicaciones, ni certezas. Apenas los fragmentos que ganaron animándose a ser intermitencias por los mares del deseo, lucecitas que inventaron otras lenguas.
“Si te llama el amor que desafía todas las normas, recibilo abiertamente… Se ríe con acidez. No, no, no hay amor, no hay un mundo bueno, solo cuchillos, bombas, bocas cerradas, puertas cerradas, pueblos idiotas, las voces de la multitud que patalea, grita, quiere sangre. Intento agarrar su mano temblorosa, pero está demasiado lejos, como si se estuviera yendo. Si alguna vez vuelvo a soñar, va a ser en otra lengua…”
Amé este soñar en otra lengua, su potencia irreverente me alcanzó y me vi ahí. Como Brane, muchas de las conversaciones fundamentales para mí se pusieron en pausa o son solo en mi interior. Tanto perdido y tanto ganado no salvan de extrañar o anhelar ese libro que no fue escrito ni podré leer, alguna charla inconclusa a través de los años, esa noche que dejamos pasar y no nos fuimos juntes de la disco. A veces riego las plantas y abro el diálogo con esas criaturas amadas que ya partieron para que vuelvan en impulso o consuelo a mí. Como Brane, sé que muchos de mis lares ya no están. A través de otras lenguas también me digo: Filmamos lo suficiente, lo suficiente.
Amo este libro porque no se queda ahí, abrevando la nostalgia como un resplandor en la hierba que no volverá. Decidí por mí, decidí por mí, continúa susurrándonos lo ya ido mientras se inclina acariciándonos con sus cabellos verdes y nos empuja hacia delante. Igual que este libro se vuelca voraz en su apetito y su goce hacia horizontes expandidos, oteando eso que nos legaron y cómo, maravillosamente cómo, reverberará en todo esto que está llegando. De esas lenguas que vendrán también, a su modo, nos hablan estos sueños.