Julián Lescano
Sochi, Rusia ― Entre las montañas del Cáucaso y el Mar Negro, la ciudad de Sochi se convirtió en el epicentro de la juventud global durante el Festival Mundial de la Juventud 2024, un evento que sin duda se cuenta entre los más relevantes del año a nivel internacional, aunque fácilmente puede haber pasado desapercibido para quien vive en esta parte del globo, dada la escasa cobertura que le han prodigado los medios occidentales.
Las cifras del festival son, por sí solas, impactantes. Entre el 29 de febrero y el 7 de marzo de este año, en Sochi se congregaron más de 20.000 participantes de 190 países. A ese ya formidable número hay que sumarle 5.000 voluntarios y 300 guías de todas las regiones de Rusia que se dieron cita allí para colaborar en la realización del evento. Más aún: luego de finalizada la parte principal del festival, 30 ciudades fueron sede del Programa Regional, gracias al cual 2.000 miembros de las delegaciones extranjeras pudieron conocer en profundidad los diferentes territorios de Rusia, experimentando en primera persona la riqueza étnica y cultural de un país en cuyos 89 sujetos federales conviven 190 nacionalidades y 100 lenguas distintas.
Aunque tiene su antecesor espiritual en los Festivales Mundiales de la Juventud y los Estudiantes que se han llevado a cabo mayormente en países del bloque socialista desde tiempos de la Guerra Fría (y que cuentan con casi 20 ediciones hasta la fecha, la última de las cuales tuvo sede también en Sochi), esta encarnación del Festival de la Juventud, a la que se buscó imprimirle un sello distinto, con un cariz político menos explícito ―si bien con un posicionamiento unificado alrededor de la idea de multipolaridad―, es la primera de su tipo. Según dichos de la organización, se espera que tengan lugar eventos semejantes en los próximos años, con el próximo festival ―en el que participarán 10.000 jóvenes de todo el mundo― programado para 2027.
El programa principal del Festival se desarrolló en Sirius, territorio federal independiente dentro del krai de Krasnodar. En Sirius ―situado en el extremo suroccidental de Rusia, en la frontera con Abjasia― se encuentran el Parque Olímpico y otros elementos del conglomerado costero ―hoteles, parques, establecimientos culinarios y de ocio― que fueron erigidos para los XXII Juegos Olímpicos de Invierno que se llevaron a cabo en 2014, por lo que la infraestructura de la ciudad estaba más que preparada para recibir las decenas de miles de personas que se congregaron allí desde todo el mundo. Esas estructuras, descomunales y firmes como todo en Rusia, albergaron cientos de actividades: desde mesas redondas hasta desfiles, desde concursos de poesía hasta ferias de comidas típicas, desde masivos recitales de las bandas más populares del momento hasta sesudas conferencias de personalidades del más alto nivel de la política rusa, como Serguéi Lavrov y María Zajárova.
El festival, al que asistimos como parte de la delegación argentina, comenzó con una ceremonia de inauguración deslumbrante en el Palacio de Hielo Bolshói, conocido por su majestuosidad desde los Juegos Olímpicos de Invierno y donde, en aquella ocasión, se celebraron las competencias de hockey sobre hielo. Decorados futuristas revestían las paredes y las luces brillaban intensamente mientras se sucedían diferentes números musicales, teatrales y de baile, presentados por representantes tanto de Rusia como de otras delegaciones. Así, la concurrencia se deleitaba ante un coro brasilero que entonaba las estrofas de su himno nacional al tiempo que disfrutaba de un desfile de vestimentas tradicionales de los más alejados rincones del mundo: papajas del Cáucaso y ushankas rusos convivían con pintorescos ponchos de nuestro país y con coloridos atuendos típicos nigerianos.
A lo largo de la semana, el festival ofreció una amplia gama de actividades diseñadas para inspirar, educar y entretener a los participantes. Los talleres y seminarios abarcaban temas desde la innovación tecnológica hasta el activismo climático, con el acento puesto en el respeto por la diversidad y en la apuesta por un mundo multipolar. Cada sesión estaba dirigida por expertos en sus campos y a menudo contaba con la participación activa de los jóvenes, quienes compartían sus experiencias y propuestas.
Una de las iniciativas más interesantes fue la biblioteca “Sirius”, en la que delegados de los países participantes podían dejar alguna obra de la literatura rusa traducida a su lengua natal. La colosal biblioteca se llenó de tomos en uzbeko, mandarín, árabe, turco, francés, portugués, urdu, bengalí… Por nuestra parte, contribuimos con la excelente traducción autóctona de Un héroe de nuestro tiempo, publicada en 2020 por Dedalus, sumando así el infaltable componente argentino a esa Biblioteca de Babel sui generis.

Las noches en Sochi se llenaron de música, danza y gastronomía de todos los rincones del mundo. En uno de los días más memorables de la semana de la juventud, el pabellón central del festival se transformó en una feria donde cada país contó con un espacio para exponer y compartir su herencia cultural. Los asistentes podían degustar platos típicos, aprender bailes tradicionales y admirar bellas artesanías. Argentina no podía faltar, y su stand ―en el que había exhibidos alfajores, paquetes de yerba, delicados mates decorados, ejemplares del Martín Fierro y otros libros, obras de artistas contemporáneos, entre otras innumerables muestras de la cultura de nuestro país― fue uno de los más visitados y se vio beneficiado de la “mística” del triunfo en el último campeonato del mundo: fue una estampa habitual de ese día el visitante que pedía, y conseguía, tomarse sonriente una foto con la camiseta de Messi. Esta mística se extendió, ese mismo día, al Desfile de las Naciones ―una marcha triunfal con delegados de todos los países participantes que recorrió toda la plaza principal de Sirius hasta el escenario central―, donde la representación argentina destacó con cánticos, saltos y “pogos” mientras una enorme bandera celeste y blanca flameaba en las manos de los jóvenes que gritaban a voz en cuello el himno nacional.
Uno de los aspectos centrales del festival fue la idea de la unidad en la diversidad, la noción de que el respeto de las diferencias culturales es un eslabón clave para una cooperación internacional fructífera y justa para todas las partes involucradas. En ese sentido, uno de los mayores aciertos de la organización del Festival fue “hermanar” a cada delegación extranjera con la de una región de Rusia: las delegaciones hermanadas compartían charlas, excursiones y otras actividades, lo que les permitía desarrollar un respeto y entendimiento mutuo enraizados en el reconocimiento tanto de las diferencias, que vuelven el vínculo más enriquecedor y valioso en la medida en que posibilitan entablar contacto con un otro portador de una visión del mundo diversa de la propia, como de las hondas semejanzas que permiten trascender toda diferencia en el abrazo de la común humanidad.
A la delegación argentina le tocó en suerte compartir el festival con Yamal-Nenets (región situada en el noroeste de Siberia, que alberga las mayores reservas de gas natural de Rusia) y el vínculo entre ambas, forjado al calor de un buen número de encuentros y experiencias compartidas, quedó sellado en el acto de cierre en el pabellón de Yamal, durante el cual miembros de ambas delegaciones, encaramados al escenario, cantaron en abrazo fraternal, primero una conocida canción de Natalia Oreiro (por quien los rusos, como es sabido, sienten especial afecto), y luego una conmovedora tonada tradicional del pueblo nenets. La velada estuvo coronada por una conversación que sostuvieron ambas delegaciones con el gobernador de Yamal ―con 35 años, el más joven de Rusia―, Dmitri Artiújov: tanto argentinos como yamalios tuvieron la oportunidad de formularle preguntas sobre cuestiones como el desarrollo sostenible y las políticas habitacionales de la región, que Artiújov respondió con tanto acierto como calidez.
El festival también fue una plataforma para el diálogo y la toma de decisiones. Se llevaron a cabo varias mesas redondas y debates en los que se discutieron temas cruciales como la crisis climática, la inteligencia artificial, diversas problemáticas sociales e innovaciones en la educación. En particular, en varias instancias se subrayó la necesidad de la inclusión de jóvenes en los procesos de toma de decisiones y de la cooperación internacional para enfrentar problemas globales.
En este sentido, resulta de sumo interés la fundación de CICRAL (Centro de Integración y Cooperación entre Rusia y América Latina), lanzado poco antes del Festival en la Casa de Rusia de Buenos Aires e integrado por muchos de los jóvenes que formaron parte de la delegación argentina en Sochi. Durante el Festival, CICRAL tomó fuerza a partir del intercambio con representantes de otros países latinoamericanos como México, Cuba, El Salvador, Brasil, Venezuela, Nicaragua, Honduras… Reunidos en asamblea, tomaron la decisión conjunta de impulsar filiales de CICRAL en todos esos países como forma de promover tanto la integración del continente como el fortalecimiento de los lazos con Rusia en el espíritu de multipolaridad que animó buena parte de los debates que se produjeron en el marco del festival.
En definitiva, el Festival Mundial de la Juventud 2024 en Sochi no solo fue una celebración de la juventud y la diversidad, sino también un recordatorio del poder del encuentro y la colaboración. Los lazos forjados y las ideas compartidas durante estos días dejarán una huella duradera en cada uno de los participantes, que volverán a sus países de origen con nuevas ideas, nuevas experiencias y nuevos vínculos que les permitirán producir impactos positivos en sus comunidades.
Al cierre del evento, con fuegos artificiales iluminando el cielo sobre Sochi, los jóvenes regresaron a sus hogares con una renovada esperanza y un compromiso reforzado para trabajar por un mundo mejor. El festival, más que una acumulación de charlas y actividades, se convirtió en un símbolo del potencial y la energía de una generación decidida a marcar la diferencia en el mundo convulsionado que les toca vivir.
En su discurso en la ceremonia de cierre, a la que asistió personalmente, el presidente de Rusia Vladímir Putin hizo hincapié en uno de los lemas del Festival: “Empecemos el futuro juntos”. En efecto, para todos sus participantes, Sochi 2024 quedará en la memoria no solo como un evento, sino como un punto de partida hacia un futuro más justo, sostenible y unido.