Sobre la ‘liquidación’ de la humanidad (A propósito de la novela de Karel Čapek «La guerra de las salamandras»)

Andréi Platónov

Traducción: Omar Lobos

 1

En el prólogo editorial a la traducción rusa de la novela de Karel Čapek son citadas las palabras del propio autor respecto de su nueva obra: “…Hoy terminé el último capítulo de mi novela utópica. El héroe de este capítulo es: el nacionalismo. La acción es asaz sencilla: la destrucción del mundo y de los seres humanos. Es un capítulo repugnante, fundado solamente en la lógica. Sí, así debía terminar…” Y unas palabras más: “Escribir una sátira: lo más malo que se puede decir a las personas es, no ya culparlos, sino solamente sacar conclusiones de su realidad y modo de pensar actuales”.

El autor con esto nos ha dicho lo siguiente: él ha estudiado la realidad actual de la humanidad civilizada y la propia manera de pensar y comportarse del hombre contemporáneo, y sacó de esto, según opinión del autor, todas conclusiones lógicas y llegó a un resultado indefectible y el únicamente posible: la humanidad debe perecer física y espiritualmente. En cualquier caso, si por precaución suavizamos este cruel resultado, debe perecer la humanidad en su aspecto actual, pero es posible que algunas míseras y embrutecidas hordas queden en alguna parte en las grietas y pliegues de la tierra para luego, con el paso de los milenios, de nuevo empezar a hacer sonar el organillo de la civilización, a semejanza de sus olvidados, perecidos antepasados.

Dejando por ahora de lado la cuestión sobre la representación concreta, literaria, por parte de Čapek, del tema “destrucción del mundo y el ser humano”, diremos algunas palabras sobre este mismo tema.

En los últimos años en Occidente ha aparecido toda una serie de novelas escritas sobre el mismo torturante tema: la posibilidad e incluso lo ineludible de la destrucción del género humano. Algunos autores occidentales reelaboraron este tema de modo convencional, alejándose de la oprimente realidad europea, que se inflama con la pus del fascismo, otros escritores de manera directa, inmediata, han ahondado en esa realidad en la periodística.

Traeremos a la memoria algunos ejemplos. James Joyce en la novela Ulises tentó de demostrar que, estrictamente hablando, en general el ser humano no existe, por eso todo el problema de la vida o la destrucción del género humano no tiene sentido ni contenido. Joyce sometió, por así decirlo, a una investigación hiperexacta y extremadamente detallada al carácter humano en la figura del dublinés Bloom; el autor realizó un lento viaje por esta alma humana y descubrió su inconsistencia; mejor dicho, Joyce no descubrió allí nada, ningún valor o al menos un sentido potencial de la existencia del ser humano, de aquellas cosas que tienen significación absoluta.

La vida es tratada por Joyce como una corriente de acontecimientos de la magnitud de un átomo, como un torrente de banalidades que irritan ligeramente al ser humano, y esta irritación, particularmente, es lo que constituye el proceso vital. Pero, primero, si la realidad está constituida por átomos, la experiencia humana nunca tiene que ver con cada átomo por separado, sino siempre solo con grandes conjuntos de ellos. Segundo, en la novela de Joyce vemos no a una persona real, sino a una persona deformada por la pluma experimentadora del autor de la novela, desgranada en polvo en su retorta experiencial, convertida en sus propios experimentos. Su mecanismo investigativo Joyce lo ha utilizado como una máquina de destrucción.

Pero no se puede llevar el análisis con semejante celo corrosivo para que lo vivo se descomponga en algo muerto si quieres comprender lo vivo, y por eso la desacreditación voluntaria o involuntaria del ser humano, resultante de la novela de Joyce, no es convincente.

Un escritor europeo occidental poco conocido tiene un cuento que se llama “El conocimiento de la esencia”; este relato cuenta del amor de un joven por una muchacha; a la vez el joven, adorando a su hermosa novia, se tortura con la pregunta de por qué su amada es tan hermosa, por qué le da sin cesar un sentimiento de felicidad, el encanto de una vida eternamente conmovida. Quizá, en el alma misma y en el cuerpo de su amada haya algo misterioso, que no exista en el resto de la gente. Por un tiempo esto permanece sin saberse. Pero poco después la muchacha muere, y entonces todo ese amor torturante, convulsionado del joven se convierte en el extraño y torturante deseo de adivinar el secreto de la fascinación de la muerta. Utilizando el laboratorio del padre, ingeniero químico, y siendo él mismo un biólogo incipiente, convierte el cuerpo frío de su novia, trabajándolo con reactivos, en distintos productos. Estos productos eran conocidos y habituales, se los podía obtener en mayor cantidad, digamos, del cuerpo de una vaca. El huérfano amante hace de las sustancias obtenidas de tal manera un candil –una mecha y aceite de quemar líquido– y enciende el fuego. El candil empezó a arder, de la mecha salió hollín, una llama gris turbia iluminó la habitación del experimentador de la misteriosa esencia del amor. Después el aceite del candil se consumió, quedó oscuro, el joven apoyó la cabeza sobre la mesa donde hacía un rato yacía el cuerpo de su amada, y murió. Si a la novia muerta se la puede uno representar como símbolo de la realidad, el joven inquiridor, que busca en un cadáver la fuente de la vida, sería el símbolo de los escritores semejantes a Joyce. La verdadera resolución del tema del relato reseñado más arriba se encuentra justamente en lo inverso: en la preservación de la novia, no en su aniquilamiento inconsciente por el deseo pasional, oscuro e ignorante de obtener la posibilidad de experimentar con su cadáver.

Con la misma serie de escritores como Joyce se relaciona Marcel Proust (En busca del tiempo perdido). Los hombres de Proust descubren, por así decir, la inconsistencia esencial primordial del hombre en general (por lo menos el autor trata de demostrar esta posición); el sentido o el contenido de la vida para los personajes de Proust se encierra en la combinación de los instintos e impresiones innatos, “primigenios”, por lo cual todo lazo con el mundo real debe ser radicalmente roto. El ser humano queda como un huérfano completo, en el que solamente laten restos de sentimientos y pensamientos, que alguna vez fueron elaborados por alguien (quizá, los antepasados) en la experiencia de la vida real, pero ahora se disuelven más y más, debilitados, convertidos en sueños y en muerte. El hombre de Proust es semejante a la brizna de hierba con la raíz seca; la brizna todavía puede vivir un tantito fuera de la superficie del suelo, alimentándose con la reserva de sus jugos interiores, pero esto será ya su agonía.

Ni Joyce ni Proust mencionan la palabra fascismo, pero la desacreditación del hombre, la destrucción de su imagen, y aún más, el intento de liquidar los propios principios y toda justificación de la existencia humana (incluso desde el punto de vista de sus propios intereses individuales), todo esto lleva a tal disminución del hombre, a tal profanación moral, filosófica y física de él, que resulta como que solamente mereciera la pena de muerte, y si el propio hombre es impotente para condenarse a sí mismo a muerte y cumplir su sentencia, entonces hombres ajenos más “valerosos” serán competentes para hacer esto por él. Ahora nosotros sabemos el nombre de estos hombres ajenos “valerosos”.

Otros autores, más tardíos en el tiempo, llegaron al tema de la aniquilación del hombre y el género humano ya no a través de la previsión, el presentimiento o el “análisis”, sino por medio de la observación directa del hecho del aniquilamiento del hombre en la realidad.

Tales autores trabajan a menudo casi con pluma periodística: desean crear obras que signifiquen a la vez un lamento y una profecía. Algunos de ellos (Louis Céline, Viaje al fin de la noche) se limitan solamente al lamento y a reconocerse a sí mismos y al hombre en general como “canallas de su propia vida” a los que les cabe la extinción (advirtamos aquí el peligro y la falsedad de esta conciencia de sí como “canalla”, bastante frecuente en la literatura occidental: cómo estos “canallas” antes que a sí mismos no habrían de aniquilar a algunos millones de otros –¡que no se reconocen a sí mismos en absoluto como canallas!–, porque a los “canallas” conscientes les resulta aburrido vivir, ¿no se encontrarán un deporte y un consuelo en la eliminación de otros, y se postergarán a sí mismos para la próxima vuelta?). Otros escritores someten la contemporaneidad a investigación con el objetivo de descubrir “por una vía lógica” el medio para la salvación de la humanidad y con esto cumplir la profecía. Entre los últimos escritores contamos a R. Aldington y K. Čapek. Sobre Aldington ya fue nuestro artículo anterior, ahora nos ocuparemos de Čapek, que escribió una novela sobre un tema común a muchos de los más notables escritores de Europa occidental: la destrucción de la humanidad y su salvación.

2

El capitán de larga distancia van Toch descubrió, estando intensamente borracho, en las costas de un mar tropical “encantadores tapa-tapas”. Estos tapa-tapas era una variedad de lagartos marinos, o salamandras. Las salamandras andaban, pataleaban sobre sus patas traseras y movían las delanteras como manitas infantiles, sin destreza, indefensas, pero tanto más atractivas para el corazón del viejo capitán sin hijos. Los estuvo observando bastante tiempo, les enseñó a abrir con un cuchillo las valvas de ostras de las que las salamandras se alimentaban, y ellas mismas ahí se dieron cuenta de que podían abrir estas valvas con cualquier corteza. Más adelante el capitán vio que las salamandras pueden construir de manera autónoma presas y diques semejantes a los castores. A las salamandras más capaces van Toch las proveyó de cuchillos de acero, y las salamandras, hasta ahora indefensas, comenzaron a matar a sus enemigos mortales: los tiburones; regaló a las salamandras carretillas de hierro para el trabajo de construcción de bastimentos hidrotécnicos vitalmente imprescindibles para esos animales y algunos otros materiales e instrumentos. En retribución a estos servicios el capitán recibía de las salamandras perlas, de modo que la comunicación entre ellos representaba un interés práctico.

Arribado a la patria, el capitán van Toch propone al capitalista G. H. Bondy organizar una industria perlera por vía de la instalación de granjas de salamandras, la provisión de salamandras como instrumento para el trabajo y la defensa, y su alimentación

Casi simultáneamente con van Toch, o un tanto más tarde, las dotadas salamandras son descubiertas en otra región del mundo del trópico. Unos jóvenes ricos ociosos que viajaban en yate, algo como incipientes artistas de cine y beisbolistas, de casualidad entran en contacto con las salamandras en una laguna. Ante eso queda claro que las salamandras pueden pronunciar de manera racional palabras humanas: así, pidieron a una muchacha un cuchillo, con lo que quedaba de manifiesto, probablemente, su anterior aprendizaje con el capitán van Toch. Hablando más precisamente, aquí fue revelada la extrema receptividad de las salamandras para conocimientos útiles, pues estas salamandras encontradas por los jóvenes viajeros eran no las que había educado van Toch; sin embargo, la fuente originaria de sus conocimientos humanos, sus propagadores, fueron justamente las salamandras de van Toch.

Pero van Toch no era el único maestro de las salamandras. En el jardín zoológico de Londres una salamandra, de escuchar a las personas, se puso a hablar ella sola. Con su charlatanería impedía trabajar al guardián barrendero y lo fastidiaba, entonces él le enseño a leer los diarios en voz alta, para no perder tiempo él mismo en su lectura.

El pensamiento de las salamandras, que hasta ese momento tenía forma instintiva, refleja o alguna otra específica animal, ahora, al dominar el lenguaje humano, al recibir una primera representación del complejo de nociones humanas, rápidamente se había él mismo humanizado. Con esto la conciencia de las salamandras había manifestado una tendencia hacia el sano juicio y la racionalidad mayor que en los seres humanos, aunque esta conciencia de los animales también copiaba en los primeros tiempos todo el delirio y el absurdo de las relaciones humanas del capitalismo tardío occidental. He aquí una pequeña escena de conversación de gente erudita con la salamandra, escena de elevado nivel satírico:

“Erudito.– ¿Cómo se llama usted?
Salamandra.– Andrew Scheuchzer.
E.– ¿Cuántos años tiene?
S.– No sé. ‘¿Quiere tener un aspecto juvenil? Use un corsé Libella”.
E.– ¿Qué día es hoy?
S.– Lunes. Hace un tiempo magnífico, sir. Este sábado en las carreras en Epsom va a correr Gibraltar.
E.– ¿Cuánto es tres por cinco?
S.– ¿Y eso para qué?
E.– ¿Sabe contar?
S.– Sí, sir. ¿Cuánto es veintinueve por diecisiete?
E.– Deje que le preguntemos nosotros, Andrew. Nombre los ríos ingleses.
S.– Támesis.
E.– ¿Cuál más?
S.– Támesis.
E.– ¿Otros no conoce? ¿Quién reina en Inglaterra?
S.– El rey Jorge. ¡Dios lo salve!
E.– ¡Muy bien, Andy! ¿Quién es el más grande escritor inglés?
S.– Kipling.
E.– Muy muy bien. ¿Ha leído usted alguna de sus obras?
S.– No. ¿A usted le gusta May West?
E.– Mejor le vamos a preguntar nosotros, Andy. ¿Qué conoce usted de la historia inglesa?
S.– A Enrique Octavo.
E.– ¿Qué sabe de él?
S.– La mejor película de los últimos años. Una puesta maravillosa. Un estupendo espectáculo.
E.– ¿Usted ha visto esta película?
S.– No, no la he visto. ¿Quiere conocer Inglaterra? Cómprese un Ford Baby.
E.– ¿Qué es lo que usted más desearía ver, Andy?
S.– Las regatas Cambridge-Oxford, sir.
E.– ¿Cuántas partes tiene el mundo?
S.– Cinco.
E.– Muy bien. Nómbrelas.
S.– Inglaterra y las demás.
E.– Nombre las demás.
S.– Son los alemanes. E Italia.
E.– ¿Dónde se encuentra la isla Gilbert?
S.– En Inglaterra. Inglaterra no va a atarse las manos en el continente. Inglaterra necesita diez mil aviones. Visite la costa Sur de Inglaterra.
E.– ¿Puedo examinar su lengua, Andy?
S.– Sí, sir. Cepíllese los dientes con pasta Flit. Dura más que las otras. Es la mejor de todas. Producción inglesa. ¿Quiere tener buen aliento? Use pasta Flit.
E.– Suficiente. Gracias…”

En resumidas cuentas, el autor en las respuestas de la salamandra nos ha representado el pensamiento del tipo humano extendido en Occidente, un pensamiento en el que permanentemente se asocian imágenes y nociones de la publicidad, los prejuicios, propaganda de chauvinismo e ignorancia, un pensamiento casi en ruinas, disgregado en diversos “influjos” ideológicos de la sociedad explotadora… En algunos pasajes de la conversación, la salamandra, no obstante, ya manifiesta un juicio más significativo que su interlocutor erudito. Por ejemplo: “¿Cuánto es tres por cinco?” – “¿Y eso para qué?”, repregunta la salamandra: la pregunta del erudito es demasiado elemental, con esta pregunta no se pueden comprobar las capacidades mentales de la salamandra, y ella se venga del erudito: “¿Cuánto es veintinueve por diecisiete?”. Esto realmente exige extremar el cálculo para dar una respuesta. “Deje que le preguntemos nosotros”, se escurre el erudito.

En el protocolo de la conversación los eruditos anotan: “No se debe sobredimensionar su (de la salamandra) instrucción, por cuanto no supera en nada la instrucción de la persona media de nuestros días”.

Cualquier animal estaría en un primer momento satisfecho de una tal valoración de su instrucción.

3

El capitán van Toch, padre espiritual de las salamandras, falleció. El industrial G. H. Bondy transforma la modesta compañía exportadora del Pacífico en el Sindicato Mundial de las Salamandras. Bondy defiende su proyecto de sindicato ante los accionarios-constituyentes: “Las perlas nunca pueden ser el objeto de una empresa suficiente por sí misma, vertical y horizontalmente ramificada. Personalmente para mí este asunto de las perlas (producto comercial de base de la compañía del Pacífico, obtenido por las salamandras. A.P.) ha servido solamente de gran distracción… La pregunta es qué hacer ahora… aconséjennos qué hacer dentro de tres años con quince millares de salamandras… al presente doce mil salamandras están ocupadas en el puerto de Saigón en trabajos de construcción de nuevos docks, puertos y muelles… Esto es la primera experiencia a gran escala. Esta experiencia, señores, ha dado resultados satisfactorios en alto grado. Ahora ya no cabe dudar del futuro de las salamandras. Con esto por lejos aún no se agotan las tareas del Sindicato de las Salamandras. El Sindicato va a buscar esmeradamente en todo el globo terráqueo trabajo para millones de salamandras. Va a presentar proyectos y planes generales para dominar el mar. Va a hacer propaganda de la utopía y de grandes sueños. Va a presentar proyectos de nuevas riberas y canales, represas que unan entre sí grandes masas de tierra firme, islas artificiales para la aviación transoceánica, nuevos continentes erigidos en medio del océano. En ello está el futuro de la humanidad… Nosotros, señores, daremos al mundo trabajadores del mar… Yo quisiera que pensáramos en escalas de millares de salamandras, decenas de millones de brazos trabajadores, la transfiguración de la corteza terrestre, la nueva creación del mundo y nuevas eras geológicas. Nosotros podemos ahora hablar de futuras Atlántidas, de un ensanchamiento cada vez mayor de los viejos continentes a cuenta del océano mundial, de nuevos continentes que serán creados por la propia humanidad…”

G. H. Bondy, siendo solo un emprendedor, aunque de impulso y apetito universal, también se equivocó: no terminó de valorar el significado de su Sindicato de las Salamandras. En este sindicato, a juzgar por la marcha ulterior de la novela, se juntó casi toda la humanidad, al principio para explotar a las salamandras y enriquecerse a cuenta del trabajo de aquellas, y luego para luchar con ellas. El sindicato fue así el comienzo de toda la era salamandrina de la humanidad.

Los mansos, laboriosos y entendedores animales, alimentándose de un alimento barato provisto por el sindicato, en brevísimo plazo construyeron bastimentos grandiosos, para los cuales hubieran sido necesarias décadas de masivo esfuerzo humano y contribuciones millonarias. Las salamandras por su parte trabajaban casi gratis, tal como si el esfuerzo fuera una necesidad vital suya, además de que la fertilidad de las salamandras era a tal punto grande que las costas de mares y océanos empezaron a parecerse a una sopa de cabezas de pescado o renacuajos. La cuenta de salamandras obreras iba ya en los millares; su excremento (su descendencia) el sindicato podía venderlo casi por toneladas. La aplicada capacidad de trabajo de las salamandras, su fertilidad abundante –los hijos rápidamente integraban las filas de los padres trabajadores– crearon un rendimiento del trabajo inusualmente alto, desconocido antes para la humanidad. Esos trabajos a escala continental, geológica, con los cuales soñaba G. H. Bondy, eran hechos realidad por las salamandras en la naturaleza.

Pero aun este excelente rendimiento del esfuerzo de los animales resultó insuficiente. Ya desde el comienzo mismo de la explotación de las salamandras, a su trabajo se aplicaron principios del trabajo humano racional. Las salamandras eran divididas en categorías según el grado de su capacitación para el trabajo, destreza e indicios de calificación. A las salamandras, en interés del rendimiento del trabajo, fue imprescindible transmitirles conocimientos técnicos y asimismo las disciplinas humanistas relacionadas con aquellos.

La mojigatería y santurronería en la persona de solteronas burguesas ayudaron en esto a las salamandras. Gracias al “ardor incansable” de cierta madame Zimmerman se crearon para las salamandras gimnasios de tipo clásico. Los millonarios compraban por grandes sumas salamandras eruditas, “que hablaban con soltura en nueve lenguas”. Las salamandras rápidamente se elevaron por todos los escalones de la civilización humana; entre ellas ya habían aparecido sus propios doctores de ciencias correspondientes que habían defendido sus tesis ante instituciones científicas humanas; para ellas se habían creado enseñanzas filosófico-religiosas especiales (en verdad, las salamandras tampoco comprendían para qué les era necesario un dios, en esto su instrucción indudablemente superaba la humana); se consideró la cuestión de la posibilidad de matrimonios mixtos entre seres humanos y salamandras (si esto hubiera sido anatómicamente posible, los sers humanos, por supuesto, hubieran consentido en tales matrimonios); finalmente, en la sociedad humana apareció el culto de la salamandra: las personas mismas empezaron a inclinarse ante la Gran Salamandra, desconocida por las propias salamandras, y a imitar a los animales en los sonidos, en el movimiento y en los bailes (imitar a las salamandras en su ateo y sano juicio las personas evidentemente no podían), pero más tarde, como dice el autor, las salamandras adoptaron cierta otra religión, inclinándose ante una salamandra hercúlea con cabeza humana: probablemente, la mística humana autoritaria había arraigado incluso en los animales, pero más bien las salamandras habían tenido para ello una necesidad administrativa y social.

Aumentar el rendimiento de su esfuerzo aun para las salamandras se volvió una necesidad cruel, por cuanto dominaban una monstruosa capacidad para multiplicarse. Para las nuevas generaciones de salamandras se necesitaba ganar nuevos “territorios”, por cuanto las viejas regiones ya estaban pobladas por completo. El caso era que para la vida de las salamandras eran necesarias las costas, lagunas y una configuración lo más desarrollada posible de las orillas. Las nuevas generaciones de salamandras pueden distribuirse solamente bajo determinadas condiciones, si se trata de emprender la gigantesca reconstrucción de todos los continentes del planeta y tapar, digamos, con material de las Islas Británicas las profundidades oceánicas (las salamandras no pueden vivir en lugares demasiado profundos). Al dominar toda esta suma de conocimientos humanos, las salamandras, por supuesto, mejor y más fácilmente iban a realizar los trabajos imprescindibles para ellas, y ellas lo comprendieron.

El autor aquí nos propone en un plano satírico también su valoración de todo el complejo de conocimientos humanos como cultura: ¿es tan profundo y grande este complejo, como para que puedan, casi en broma, hacerlo propio animales capaces, empujados por la necesidad de sobrevivir?

Más adelante el autor propone al lector algunas cuestiones más. Por ejemplo: “¿Acaso la civilización no es simplemente el saber aprovechar aquello que inventó algún otro? Y si las salamandras no tienen, pongamos, ideas propias, pueden completamente tener, con todo, sus propios conocimientos. Que no tengan su música y su literatura, pero pueden pasarse maravillosamente sin ellas. Y las personas comienzan a llegar a la conclusión que esto es magníficamente actual… Como se ve, también el ser humano puede aprender alguna cosa de las salamandras, y en esto no hay nada asombroso; ¿acaso no logran las salamandras éxitos inmensísimos?…, junto con las salamandras llegó al mundo un progreso e ideal colosal, cuyo nombre es: la Cantidad… Las salamandras son, sencillamente, la Multitud; crean una era justamente porque son tantas… en una palabra, ha llegado una gran era. Entonces ¿qué es lo que falta aún para que realmente llegue el nuevo siglo feliz de la satisfacción y el florecimiento general?… Honestamente, ¡nada!”, un tanto irónicamente y con bastante seriedad contesta el autor de la novela.

En alguna parte, no obstante, ya hemos oído estas palabras. Cultura y Civilización, Creación y Técnica, Historia y Naturaleza, Irrepetible Originalidad Única y Estándar, Calidad y Cantidad: esto ya ha sido contrapuesto. Uno de los autores de semejante “enseñanza” fue Oswald Spengler (su obra principal, La decadencia de Occidente, probablemente, sea bien conocida de Karel Čapek, en tanto él, un tanto oblicuamente, alude a Spengler en su novela). Los predecesores de Spengler fueron los místicos reaccionarios rusos N. Daniliévski y K. Leóntiev, y sus seguidores en Rusia fueron Berdiáiev, Frank, Steppun y otros.

Compartiendo, por lo visto, el punto de vista de Spengler (en relación con la complexión interior, anímica, de las salamandras), Čapek escribe, sin advertir ninguna contradicción: “Las salamandras tienen sus ciudades submarinas y subterráneas. Tienen sus capitales en las profundidades, sus Essex y Birminghams en el fondo marino… tienen sus barrios fabriles superpoblados, puertos, vías troncales de transporte y amontonamientos de población de a millones; en una palabra, tienen su mundo… La fuente de energía es para ellas el mar con su flujo y reflujo, con sus corrientes submarinas y diferencias de temperatura”, etc.

La cuestión que ahora nosotros consideramos tiene principalmente una importante significación, porque, evidentemente, incluso los mejores escritores de vanguardia de Occidente voluntaria o involuntariamente comparten en algo la “enseñanza” de Spengler. Čapek en correspondencia con esta “enseñanza” admite que es posible construir sus capitales en la profundidad marina, sus Essex y Birminghams, aprovechar la energía del mar y demás, y simultáneamente todo esto puede ser hecho por seres absolutamente “sin alma”, aunque civilizados, animales-salamandras: dicho de otro modo, Čapek está convencido de la oposición entre Arte y Técnica o Cultura y Civilización, aceptando que la segunda provino de la primera como un viejo de un joven.

El fascismo contemporáneo utiliza ampliamente los libros de Spengler como filosofía de los señores e ideología de los führers, como medio de represión a los trabajadores, como herramienta para su progresiva explotación, que conduce a los seres humanos a su ruina espiritual y física.

¿Es posible que un escritor satírico tan dotado y penetrante como Čapek no comprenda que actualmente la mayoría de la humanidad trabajadora son los técnicos, porque toda tarea contemporánea está ligada a la utilización de las máquinas y equipamientos técnicos? ¿Y qué significa la contraposición de la Cultura y la Civilización, dicho de otro modo, de la Creación y la Técnica?

Esta contraposición significa la completa ignorancia de las personas que comparten ese punto de vista, su falta de conocimientos tanto sobre la cultura como sobre la técnica, si es que detrás de esto no se oculta una simple intención malévola utilitariamente política. Trataremos de demostrar esto, pero primero dejemos en claro que nos da tristeza observar en personas cuya actividad consciente está volcada a la lucha contra el fascismo elementos reaccionarios ocultos, quizá no comprendidos por ellos mismos.

Pedimos se nos disculpe por esta formulación abrupta, pero nos vimos forzados a adoptarla aquí porque la cuestión toca uno de los fundamentos de la cosmovisión del europeo occidental contemporáneo.

“‘Somos hombres del Siglo de las Salamandras’ ha sido dicho con un sentimiento de orgullo legítimo; ¡tal es la puerta con que podía toparse el Siglo del Hombre con su tráfago paulatino, fútil y meticuloso que se ha denominado cultura, arte, ciencia pura y no sé qué más!”, escribe Čapek en su novela. La entonación satírica está a la vista, pero hay aquí aun otra cosa, también a la vista: el Siglo de las Salamandras, la vida animal, está diciendo, son hechos insufribles, oprimentes, pero qué hacer, si las salamandras son más fuerte que nosotros: ¿no es mejor que angustiarse y gimotear al vacío reconocer abiertamente el triunfo del propio enemigo, someterse a él y beber valerosamente el duro destino hasta el final, conservando un rostro orgulloso y tranquilo? Čapek aquí una vez más solo repite a Spengler, que propone a los hombres de la cultura quedarse en su puesto hasta el final, como soldados a los que han olvidado relevar, y caer muertos en la dura y seca tierra de la “civilización”, comprendiendo nítidamente que así tenía que ser, que no había otra salida que morituri te salutant. El fascismo tomó de Spengler esta “enseñanza” sentimentalmente diletante e ignorante, porque el fascismo necesita la destrucción sumisa de los seres humanos, al fascismo le es imprescindible crear en las personas una disposición anímica beatífica y voluptuosa dirigida a la autoaniquilación en nombre de la gloria y el egoísmo de los führers, en nombre del señorío de los césares del imperialismo, pero ¿para qué precisaba Čapek abordar semejante “teoría” en su novela, ya con tristeza, ya con miedo, ya irónicamente (y más frecuentemente con desesperación y abierta pesadumbre), en lugar de hacer añicos con acerada pluma satírica la oscura cabeza del tonto endemoniado y mostrar el gran espacio del futuro, solo temporalmente cubierto por la sombra de un enemigo circunstancial del género humano, si bien el más despiadado, que es el fascismo? El escritor no tiene que tomar el estremecimiento del propio corazón como embates subterráneos de una catástrofe mundial que se avecina. La humanidad (en su conjunto) aún no ha visto el bien en la vida histórica, sino que, según palabras de Marx, padece aún su prehistoria: ¿no significan por esto todos los intentos de “sentenciar” a la humanidad a su liquidación, a la muerte, a ser deglutida por “las salamandras”, solo variaciones de aquella misma ignorancia reaccionaria (ignorancia que sirve, no obstante, de instrumento por completo consciente de represión y opresión en manos de la clase de los señores), ignorancia y además miedo? ¡Pero la ignorancia y el miedo son las mejores garantías del régimen hiperexplotador! ¿Para qué precisaba el antifascista Čapek caer en su novela en un extravío para él tan triste? Pongamos que esto le salió al autor de modo casi inconsciente, gracias al trágico (y a veces cómico) curso de los acontecimientos en la Europa Occidental contemporánea, pero el verdadero escritor no debe perder su consciencia cualquiera sea la marcha de las cosas.

4

Así, según Čapek, las salamandras son seres de la técnica, del trabajo mecánico, del estándar, de la cantidad, de la reproducción. Habiéndose apropiado de la civilización técnica de los humanos, construidos sus Birminghams submarinos y subterráneos, sus capitales y grandes vías de comunicación, las salamandras con todo no adquirieron el genio humano o la animación, siguieron siendo los animales de antes, casi inanimados.

En consecuencia, la técnica y la cultura espiritual, según Spengler y Čapek, no necesariamente deben integrarse una con otra, al contrario, pueden ser antagonistas.

El esquema aquí es este: cierto principio humano cultural, originalmente creador, conforma, como si fuera un oasis en el tiempo, determinado mundo histórico; luego el principio creador se agota, y entonces los resultados, los frutos de la anterior creación comienzan a ser explotados por los últimos representantes de la cultura histórica que se está extinguiendo: llega el período de la técnica, de la esclerosis de las fuerzas creadoras.

Esta teoría tiene un carácter manifiestamente místico. ¿Qué cosa es un “principio creador” cultural y de dónde proviene? Su don para el conocimiento, su capacidad para el trabajo y la creación toda persona lo recibe de dos fuentes: la experiencia histórica de las generaciones anteriores y su relación personal con la realidad por medio del trabajo; lo último –el trabajo personal– va a parar al fin y al cabo al tesoro de la experiencia histórica, enriqueciendo a nuestros descendientes con una experiencia y un conocimiento adicional de la realidad, por más que este aporte nuestro no sea grande. En verdad, hay un aspecto del “trabajo” que solamente gasta y depreda la herencia histórica tanto en sentido espiritual como material: es la actividad de los explotadores.

¿Qué es lo que en general sirve de fuente y medio para la creación de la cultura? Es, por supuesto, el trabajo del hombre en el mundo real, por más que ese trabajo en su forma elevada o particular se llame creación. Pero, como hemos dicho más arriba, el trabajo actual del hombre siempre está ligado a la utilización de herramientas técnicas: la técnica y el trabajo son ahora inseparables, la técnica se ha vuelto un medio universal del trabajo humano y en parte lo sustituye. El bien material, lo mismo que el espiritual (en el sentido de la adquisición de nuevos conocimientos, sean estos de producción o morales), es imposible representárselos de otro modo que logrados en el trabajo en sociedad, en la relación práctica con la realidad. En consecuencia, el trabajo técnico, eso que se presenta como fuente de por lo menos la actual cultura europea occidental (o civilización: aquí no vamos a examinar la diferencia casuística de estas nociones), la técnica (y el trabajo) se declaran “elementos inanimados” que señalan una época de decadencia de la cultura occidental. Dicho de otro modo, lo que se presenta como lo creador del alma humana, es considerado, por el contrario, su destructor: la técnica la pueden dominar aún animales inanimados como las salamandras. Justamente por eso las salamandras hicieron suya la técnica de modo tan excelente, porque son “sin alma”, y los inventores primarios de la técnica –los seres humanos– están condenados a perecer.

Da tedio escarbar en este absurdo, pero nosotros aquí estamos obligados a examinar aun el absurdo.

La historia humana real –tanto ahora como dos mil y pico de años atrás, en la época antigua– se desenvolvió y se desenvuelve, por supuesto, completamente de otro modo que como supone Spengler o algún otro a semejanza de él. La técnica es justamente una señal del trabajo humano animado, y yace en el principio de cualquier cultura, no en su final.

Si por técnica Čapek entiende la más estrecha noción de “maquinismo”, que exteriormente es como que exigiera la tensión creadora del trabajador, esta representación es fácil de refutar. K. Čapek seguramente ha oído del martillo mecánico de Stajánov y la locomotora de Krivonós. En el martillo mecánico y la locomotora no hay nada nuevo, pero todos conocen qué nueva y puramente creadora aplicación dieron a estas máquinas los dos célebres obreros soviéticos (y tras ellos cientos de miles de obreros en los más diversos mecanismos, desde la máquina para calzado hasta el simple azadón).[1] Precisamente, este acto técnico, creador, de al principio solo dos obreros, se convirtió en una de las fuentes principales para el desarrollo de una nueva cultura mundial de la humanidad: el comunismo.

¿Para qué se realizó todo esto? Para que en el mundo hubiera la mayor cantidad de pan posible, vestimenta, vivienda, música, literatura y pensamientos lo más profundo posibles, para proveer al tiempo futuro de un progreso de la humanidad mucho más exitoso y rápido que ahora. Y como resultado del movimiento stajanoviano, soviético, la cultura de golpe obtuvo un nuevo desarrollo: como prueba de esto sirven las nuevas escuelas, bibliotecas, teatros, palacios y demás. Aquí solamente hacemos recordar estos hechos de público conocimiento.

Evidentemente, la marcha de la historia no se realiza en absoluto con aquellas fuerzas y en aquella dirección que suponen algunos pensadores y escritores en Occidente. Razonando sobre la técnica, ellos realmente no tienen noción de ella más que la que ha elaborado su pensamiento idealista y especulativo. Ellos “ponderan” ligeramente la experiencia trabajadora y la conciencia de cientos de millones de seres humanos solo con su “conjetura” literaria de cabeza; hablando de manera censurable de la “técnica”, que produce gran cantidad de todos los productos posibles, no pueden señalar siquiera un solo país donde se pueda alimentar con trigo a todo el pueblo del primero al último (de la URSS algunos pensadores y filósofos de Europa occidental no hacen mención en absoluto, puede ser justamente porque este país con su práctica refuta todas sus concepciones). ¿Dónde está aquí entonces el extremo, incluso “abrumador”, desarrollo de la técnica? Antes bien, ella se encuentra solo en el comienzo de su real progreso universalmente histórico, temporalmente oprimida en la actualidad en el esqueleto petrificado del capitalismo. La conversación sobre la cantidad, la cual es como que gracias a la técnica se ha convertido en calidad, es un oscuro malentendido. ¿Acaso el autor de la novela piensa que es tan sencillo convertir lo raro, lo recientemente descubierto, lo original, en masivo y accesible para todos? Que pruebe alguno de los críticos de la técnica… Que hagan accesible para todos aunque sea el pan, la vestimenta y el trabajo, que también son elementos de la cultura.

La solución a todo ese tratamiento de la cultura, la técnica y el destino de la humanidad entera expresado más arriba se encierra en que la clase pereciente fabrica en sí misma el veneno cadavérico antes de su muerte histórica, y con este veneno contagia no solo a sus representantes originarios, sino también a gente “en vecindad” –de otros grupos sociales–, incluso a aquellos que desean estar en oposición a la entumecida clase de los señores. En estas personas, la condición destructiva social de la clase de los señores puede a veces convertirse en una sensación individualmente particular, que los engaña antes que nada a ellos mismos.

Por fuerza de la inducción, de la “afección directa” de una sociedad parásita extraña a ellos, a los intelectuales impresionables y talentosos les parece que ellos mismos también deben perecer, y los agonizantes suelen estar convencidos de que sin ellos no habrá más vida en la tierra. Ellos, estas personas, son semejantes a niños conmovedores que juegan en un campo de batalla ajeno y son los primeros en caer bajo el fuego de la ametralladora.

5

Volvamos al destino posterior de las salamandras y determinamos a quién tenía en vista el autor con estos animales convencionalmente fantásticos.

Los lugareños en Ceilán mataron a algunas salamandras. Las salamandras en respuesta “atacaron tal aldea”. El barco pirata Montrose arribó a las Islas Cocos para cazar salamandras. Las salamandras rechazaron a los hombres, después de lo cual una gran salamandra se presentó ante el capitán y le dijo: “¡Vuelva atrás!”. El capitán preguntó: “Yo quiero saber qué hicieron con mi gente” (los que habían atacado antes a las salamandras). “Ellos no hubieran debido atacarnos, sir –dijo la salamandra–, ¡vuelva a su barco, sir!” “El capitán… hizo silencio un momento, y después dijo tranquilamente: –¡Muy bien! ¡Dispare, Jenkins! –y el mecánico Jenkins comenzó a disparar a las salamandras con una ametralladora”, “…y ellas (las salamandras) caían como espigas segadas. Algunas de ellas disparaban con sus revólveres a míster Lindley (el capitán), pero él permanecía de pie con los brazos cruzados y ni siquiera se movió”.

“…al cabo de algunas semanas se acercó a las Islas Cocos la cañonera de su majestad británica Fireball… desde el mar salieron las salamandras, se sentaron en la arena en un gran círculo y comenzaron su danza triunfal. Entonces la cañonera de su majestad les largó su primer shrapnel”.

Así empezó la guerra de la humanidad con las salamandras, evidentemente, por culpa de los representantes de la humanidad. Los estados de Europa, asustados de las salamandras, comenzaron a prepararse para la guerra no con las salamandras, sino antes que nada de unos con otros: “La fortaleza en el lado inglés fue ocupada por dos divisiones de pesadas salamandras y aproximadamente treinta mil salamandras trabajadoras, y en el francés, por tres divisiones de salamandras combatientes de primera clase”.

O sea, entrando en conflicto con las salamandras, los países europeos querían atacarse primero que nada el uno al otro por medio de las mismas salamandras.

Las salamandras comprendieron este juego, armado no por cálculo, sino por locura de las personas, y cayeron sobre toda la humanidad europea, cayeron de un modo como solamente podían caer veinte millares de salamandras, armadas con todo lo “prestado” por la civilización humana, multiplicado por su capacidad para el trabajo y cantidad…

¿Y qué otra cosa iban a hacer? Pues las salamandras ahora ya se han convencido de que la humanidad no les es necesaria y es peligrosa: los hombres las atacan y les disparan con ametralladores; todo lo que era valioso y de mérito en la civilización las salamandras ya lo habían hecho suyo; para una reproducción natural ellas necesitaban la reconstrucción del planeta, una nueva distribución de los océanos y continentes, pero en los continentes viven los hombres.

Por supuesto, piensa el autor de la novela en la persona de sus personajes, de todo son culpables los propios hombres. “Esto lo hicieron todos los hombres. Lo hicieron los gobiernos, lo hizo el capital… Todos querían poseer siempre más de estas salamandras. Todos querían ganar con ellas. Nosotros también les mandábamos armas y todo lo que fuera… Todos nosotros somos culpables de esto…”

Y más adelante el autor habla ya en su propio nombre: “Yo no soy político ni economista; yo no podía disuadirlos (a los hombres); qué hacer, por lo visto el mundo perecerá y se hundirá; por lo menos, esto será realizado con ayuda de la ciencia, la técnica y la opinión generalizada, además de que será puesta en juego toda la invención humana. Ninguna catástrofe cósmica, sino exclusivamente las razones de estado, administrativas y demás semejantes… Contra esto no hay nada que hacer”.

De modo que las salamandras, en consecuencia, son hijas de los seres humanos, porque en los propios seres humanos hay, evidentemente, un principio salamándrico que los conduce a su propia ruina: “Todos somos culpables de esto”. Los seres humanos son “salamandras” y, además, más de lo que a ellos les parece, pues justamente los seres humanos hicieron de míseros animales, desconocidos y raros, un poderoso ejército de vencedores de la humanidad. “¿Sabes –se pregunta el autor a sí mismo– quién les debe dinero a las salamandras, quién financia este fin del mundo, todo este nuevo diluvio universal?” – “Lo sé –contesta su interlocutor interior–. Todas nuestras empresas industriales. Todos nuestros bancos. Todos nuestros gobiernos”.

Y el autor concluye su novela con una banalidad consoladora: “Todos los océanos del mundo van a estar apestados. El mar será contagiado artificialmente por una peste de ranas de cultivo. Y esto, hermano, es el fin. Las salamandras perecerán”. – “¿Todas?” – “De la primera a la última. Serán una especie extinguida… Y después los continentes gradualmente comenzarán de nuevo a crecer gracias a los aluviones fluviales… y todo de nuevo llegará a tener el mismo aspecto que tenía antes. Surgirá un nuevo mito sobre el diluvio universal…” – “¿Y después?” – “Eso ya no lo sé…”

Čapek supone que las salamandras no son capaces de vencer la peste de ranas, aunque sean capaces de vencer a la humanidad. En correspondencia con la visión de Čapek sobre la técnica esto es posible, por cuanto las salamandras, siendo técnicas, no son capaces de invención y creación; en correspondencia con el verdadero significado y contenido de la ciencia, estas son tonterías, y las salamandras encontrarían fácilmente la posibilidad de descontagiar los depósitos de agua de la peste de ranas.

Se cierra la novela con la pregunta: “¿Y después?” y la respuesta: “No sé”. La parte más esencial de la novela, por la que valía el hecho de escribirla, hubiera consistido en una respuesta positiva a la pregunta formulada; pero esta parte de la novela no ha sido escrita. Mucho más interesante e imprescindible para nosotros es justamente eso que será “después”, después de la victoria de los seres humanos sobre las salamandras –el nuevo mundo humano–, de estar de acuerdo con el autor en que las salamandras son la esencia de los seres fascistoides. ¿Pero no será imaginaria esta victoria?, pues, según Čapek, las salamandras se pertrecharon en todo de los seres humanos, entre otras cosas, los animales tomaron de los representantes de la humanidad también su carácter fascista y agresivo. Recordemos quién atacó primero a las salamandras y les inculcó el sentimiento y la técnica de la guerra… En consecuencia, si hablamos consecuentemente, la victoria sobre las salamandras de Čapek aún no libra al mundo del fascismo, aun si todos estos animales son exterminados.

Cierto embrión fascista queda dentro de los propios seres humanos, en su capacidad capitalista de ser dueños, en sus relaciones mutuas, allí mismo donde este embrión estaba ya antes de la aparición de las salamandras. ¿Entonces dónde está la salida, en qué consiste una victoria real, con principios y absoluta sobre el fascismo? El autor en serio no responde a esta pregunta; hace un esfuerzo y pronuncia de modo no convincente: liquidaremos a las salamandras con la peste de las ranas.

En un más completo texto de la novela, preparado para la edición en libro separado, el autor admite la repetición, la copia exacta por parte de las salamandras de la historia contemporánea de la humanidad capitalista, regida por “animales” en lugar de personas, hasta su final, hasta su conclusión. El autor razona de esta manera: en Oriente, en Lemuria, “aún viven tapa-tapas del capitán van Toch, originales, del Pacífico, salamandras semisalvajes, sobre ellas impera el King Salamander (rey de las salamandras), un decrépito y “atrasado” viejecito-salamandra. Y hay otras salamandras, que se han apropiado de otra región: la Atlántida. Esta región “civilizada, europeizada y americanizada, que ha alcanzado plena madurez desde el punto de vista de la técnica y el espíritu de la época… Ahora es allá el dictador el Chief Salamander, gran conquistador, técnico y soldado. Genguis Khan de las salamandras y rompedor de continentes. Es un ser humano, no una salamandra. “Su verdadero nombre es Andreas Schultze, y en tiempos de la guerra mundial fue sargento en alguna parte”.

“¡Ah, pues mira cómo es la cosa!” – “Bueno, por supuesto. Es así. Entonces, tenemos, Atlántida y Lemuria… La consigna dice: ‘¡Lemuria… para los lemurianos! ¡Abajo los de afuera!’”, y así. Entre los atlantes y los lemurianos crece un abismo de mutua desconfianza y una enemistad hereditaria a vida o muerte. Los atlantes desprecian a los lemurianos y los llaman “sucios salvajes”, “y los lemurianos odian fanáticamente a las salamandras atlantes”, y así. “La cosa llega a la guerra mundial de salamandras contra salamandras… La consigna será: “¡Nosotros o ellos!” Y entonces “los atlantes, más progresistas y educados a la europea, envenenarán los mares lemurianos con venenos químicos y cultivos de bacterias mortíferas, y además con tal éxito que se van a apestar todos los océanos del mundo”. En este mundo envenenado, apestado, evidentemente, perecerán tanto lemurianos como atlantes

Aquí el autor, según nuestra opinión, ha trabajado no con la plena fuerza y capacidad de su talento. La marcha de los últimos acontecimientos se encuentra en la contradicción antagonista con las razones que han engendrado estos hechos. Probemos indicar en lugar del autor esos hechos con los cuales hubiera podido sin especiales contradicciones “concluir” su novela, subordinándose en este caso al espíritu y la idea de la novela toda. Seres tan capaces como las salamandras, por supuesto, hubieran previsto que como resultado del envenenamiento de los mares ellas mismas iban a perecer por completo (incluso muchos millones de seres humanos prevén hoy las consecuencias de una futura guerra mundial, y las salamandras son más dotadas que las personas, porque las salamandras en todos los campos, no solo en el militar, han vencido a los seres humanos: y que el autor no concuerde con esto, nosotros tampoco estamos de acuerdo, por razones que hemos explicado más arriba).

Luego. Por cada veneno, por cada “peste” y “química”, los herederos de la civilización humana casi de inmediato hubieran inventado un contraveneno.

Más que eso. Tanto los atlantes como los lemurianos hubieran empezado a utilizar la misma arma de guerra, a pesar de las diferencias en la cultura y en la calificación técnica entre atlantes y lemurianos. Esto hubiera ocurrido indefectiblemente, por cuanto según Čapek las salamandras heredaron de las personas no solamente su juicio, sino toda su locura, su chauvinismo y su carácter traicionero; en virtud de estas últimas “capacidades”, muchas salamandras-atlantes se hubieran pasado del lado de los lemurianos y transmitido a éstos elevados conocimientos militares de los atlantes. Aparte de eso, los lemurianos hubieran contratado espías entre los atlantes y hubieran enviado a lo de los atlantes sus agentes de inteligencia. Gracias a estas circunstancias, las fuerzas de combate de las salamandras “avanzadas” y las de las “retrasadas” prontamente se hubieran equilibrado, y hubiera comenzado una larga guerra para mutuo agotamiento: un marcado desequilibro de una parte sobre la otra hubiera sido imposible. La química, el envenenamiento y la peste de las ranas con las que argumenta el autor son la esencia de la variante del deus ex machina; en la historia real, en el mundo real, esta machina no va a actuar.

La fantasía del autor es también la realidad, aunque sea llevada a una expresión abreviadamente algebraica.

Así, hay una guerra mundial de las salamandras: la historia de la humanidad continúa “por mano” de los animales. Las salamandras gradualmente se hunden en la muerte y la extenuación; están cerca, si no de la plena desaparición, sí del entumecimiento, de la conversión inversa en animales indefensos con un juicio nebuloso, que marchan al olvido en las profundidades de la naturaleza. Entonces en el escenario de la historia aparecerán, supongamos, diligentes hormigas (he aquí a quien le sienta lo de “civilización”, si se la comprende a la manera de Čapek), y estas hormigas se comen a los millares de salamandras caídas en los campos de batalla, y al mismo tiempo rodean los torsos de esas salamandras que aún se mueven en los combates o trabajan en la retaguardia, comiéndoselas hasta los esqueletos y arrastrando sus huesos por partes a sus “estados montón”. Con la intromisión de las hormigas termina la guerra de las salamandras. Las hormigas heredan la era del “salamandrismo” y a través de esta, la de la humanidad. Ese final de la novela no contradeciría el espíritu de la novela de Čapek, y el autor hubiera podido arreglárselas entonces sin el deus ex machina, con cuyo supuesto accionar él concluyó la novela. Continuemos un poco más nuestra variante de finalización de una obra ajena, para no responder, semejante al autor a la pregunta. “¿Y quién va a venir después de las hormigas?” – “No sé”. Tras engullirse a millares de salamandras, las hormigas se volvieron gordas y cayeron en un largo estado adormecido de “beatitud”. En momentos de tal estado las mataron los pulgones, áfidos que, como se sabe, sirven a las hormigas de vacas de ordeñe y en parte de esclavos. Cada áfido después de eso marchó en libertad, a la hierba y las flores. En libertad, todos los áfidos perecieron en las plantas parásitas, que se alimentan de insectos (aquí se puede acudir en ayuda de terminología botánica y entomológica). Y más adelante el autor hubiera caído en la infinita vorágine del metabolismo en la naturaleza; en la acción de la novela hubieran entrado incluso los minerales, las corrientes magnéticas y los rayos cósmicos, la novela no hubiera podido ser concluida.

La causa de la mala infinitud de una novela semejante está en esos principios viciosos, históricamente equivocados, que el autor ha puesto como fundamento de su obra; precisamente, que la humanidad en virtud de sus cualidades intrínsecas y en parte por condiciones externas va a su liquidación. Si esto es así, la novela de Čapek puede concluirse ya con la aparición del deus ex machina, y con la “vorágine del metabolismo”, es decir, la obra en general no puede ser concluida. El autor prefirió lo primero, y quizá tenga razón, porque es lo más breve. Pero a nosotros una elección tal del autor nos permite adivinar que Karel Čapek, probablemente, posea cierta comprensión de que, si la humanidad realmente es amenazada con su liquidación, superar esta liquidación es posible solo con el trazado de un plan de salida de este estado de amenaza y la correspondiente acción revolucionaria, y no con la previsión pasiva del futuro “ineludible” que nos espera a todos, en virtud de participar en el metabolismo de la naturaleza.

Esta salida ya existe. Ha sido abierta para toda la humanidad por el pueblo soviético; pero es extraño que esta salida para Čapek como que no existiera.

Como nuestra última observación, diremos de la “liquidación” de la humanidad: es una de las ideas extendidas en medio de la intelliguentsia occidental, y entre ésta incluso de la intelliguentsia antifascista. Esta idea es casi coetánea de la humanidad, en ella se encierra el “oculto” deseo de los opresores de aprovechar a los oprimidos hasta la muerte, hasta aniquilar a los últimos, y al mismo tiempo en esta idea hay el miedo y el temor de los opresores de que, tras liquidar a través de la explotación desmedida y las guerras a los trabajadores, los explotadores perderían la fuente y el sentido de su existencia y ellos mismos desaparecerían de la faz de la tierra.

El origen de la idea de la liquidación del género humano y sus autores nos son bien conocidos.

Pero hay otra idea, incomparablemente más verdadera. Es la liquidación de los “liquidadores” de la humanidad. Nosotros invitamos a Karel Čapek a unirse a ella.

Mucho valoramos a este gran hombre y escritor, y estamos seguros de que en el futuro se revelará como un artista demoledor, que trabajará con más exactitud y felicidad que en La guerra de las salamandras.[2]

Notas

[1] Stajánov aplicó el martillo mecánico a la extracción de carbón en las minas y marcó un récord inimaginable durante una sola noche, y Krivonós, a imitación de aquel, ayudante de maquinista de locomotora, aumentó la potencia de la caldera para poder duplicar la marcha. Así se fomentó e institucionalizó lo que se llamó “movimiento stajanoviano”.

[2] Lamentablemente, Čapek muere a los 48 años en diciembre de ese mismo año 1938, tres meses antes de la invasión nazi a Praga.

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