Sobre el brillo del agua

Oksana Timoféieva

Traducción y fotografías: Ana Sol Alderete

(La traductora agradece especialmente a Valeria Zuzuk por la revisión de la traducción y a Oksana Timoféieva por autorizar su publicación).

Presentación

Oksana Timoféieva es una filósofa nacida en Siberia en 1978. La conocí personalmente porque fue una de las disertantes de la Escuela de Arte Comprometido a la que asistí en San Petersburgo durante el verano boreal de 2016. Esta última fue una iniciativa de Chto Delat, colectivo artístico del cual es miembro. Aunque radicada en Moscú, entonces era profesora en la Universidad Europea de San Petersburgo, donde además participaba del comité editorial de la revista Stasis. Aquel verano publicaron un número especial titulado Что делать с сексом? (“¿Qué hacer con el sexo?”), recuperando un breve texto de Andréi Platónov, “Antisexus”.[1]

Actualmente reside en Berlín, donde se desempeña como investigadora en la Universidad de las Artes (UdK – Universität der Künste), es miembro asociado senior del Instituto para la Reconstitución Global (Institute for Global Reconstitution) y profesora visitante en el Centro de Pensamiento Ecológico Aplicado (CApE – Center for Applied Ecological Thinking) de la Universidad de Copenhague. Su trabajo académico, que conocí principalmente a través de dos órdenes de preguntas (sobre la utopía y el erotismo en el mundo soviético), comprende asimismo reflexiones sobre la animalidad, la violencia y la espiritualidad.[2] Su libro más reciente, Мальчики, вы звери (2024) ya fue traducido al inglés y al alemán. “Sobre el brillo del agua” es un ensayo muy breve inspirado en el videoarte Memory de Ania Tsirlina y Sid Iandovka, pero publicado de manera independiente, en ruso, en el portal Syg.ma.[3] Es su primer texto traducido al español.

Sobre el brillo del agua

El agua es un elemento primario. Y al mismo tiempo es el único y el primero de ellos que entra en cada cosa. Al mirar el agua por dentro, será profundidad y, por fuera, será superficie. El agua se nos figura como superficie en las fronteras con el aire y con la tierra firme. Es así que con el aire la frontera no es solo con el aire, sino con el cielo y, si se insiste en que el cielo también es aire, de todas formas hay una diferencia, aquella que captamos mediante la lengua: de uno decimos que es aire y del otro, que es cielo, suponiendo que el aire está en todas partes y el cielo, arriba. Aunque, en realidad, el cielo también puede estar en todas partes: abajo, justo ante nosotras, detrás, y puede que esté de costado, a la izquierda, a la derecha, formando un muro.

No sabemos nada sobre la frontera entre el aire y el cielo: es como si no existiera. En cambio, podemos establecer fácilmente la que separa el aire y el agua. Por lo menos, la mayoría de las veces, cuando el agua es densa y mojada, y el aire disperso y seco. Pero si sobre el agua el aire se condensa en neblina, la frontera desaparece. En el crepúsculo y con clima húmedo, se anula la frontera entre el mar y el cielo. No sé si esto ocurre continuamente o a veces, cada tanto, pero se anula. La frontera anulada por completo entre el mar y el cielo está significativamente más allá que la evanescente frontera entre el agua y la tierra firme: no se la puede alcanzar, pero sí percibir. La frontera entre el agua y la tierra firme, a su vez, es lavada de manera constante por el agua, que avanza con su oleaje sobre la tierra y se arrastra de regreso en la resaca, la colma de algas y empantana la costa.

De la superficie del aire, el cielo y la tierra firme, la del agua se diferencia con un brillo particular. Por supuesto que hay un brillo en la tierra, en el aire y en el cielo cuando, por ejemplo, estallan las bombas y los petardos, o cuando relampaguea. Pero el relámpago no produce brillo, sino que ilumina. La luz del relámpago impacta y atraviesa la inmensidad del cielo indistinguible del mar. Y lo mismo puede decirse del sol: no brilla, sino que ilumina. En sentido estricto, el sol arde, como arde cualquier otra estrella. Como arden la lámpara, el farol y otras fuentes de luz. Todo lo que arde e ilumina tiene relación con el fuego. Y aunque decimos que los destellos de luz en el agua alumbran, e incluso que encandilan, al mismo tiempo esos destellos pertenecen al elemento opuesto al fuego. El brillo del agua es el reflejo de la luz del fuego. La pluralidad de su forma constituye la infinitud real.

El movimiento del agua entra en resonancia con el del aire, que para cada momento de la eternidad determina la forma del brillo del agua. La forma más estática es el brillo sobre el espejo del agua, cuando la luz se refleja de modo tal que el cielo se retira por completo atrás de su frontera, se deposita en el fondo, y la altura se transforma en profundidad. En el brillo de las olas creciendo se refleja la longitud dinámica de la Tierra o su estructura rítmica. En la oscuridad del agua el alumbrado nocturno se refleja no solo como luz, sino también como color: la intensidad del espectro está determinada por la altura del oleaje. Sin embargo, el brillo más intenso se da ante el reflejo del sol, inmenso y unitario, en las ondulaciones del agua, ínfimas y múltiples. Cada fragmento de ondulación centellea como un pequeño pez plateado o dorado. Centellear significa al mismo tiempo brillar y temblar, reflejar la luz del fuego en la cadencia de las vibraciones del agua.

Reflejado en las ondulaciones del agua, el sol se descompone en miríadas de pececitos dorados y plateados, cada uno de los cuales tiene, desde la creación del mundo, su historia. Pero esta historia está oculta para nosotras. Los ojos de las personas no pueden verla, porque subordinan lo visible a su propia lógica de comprensión: tierra, agua, puente, rambla, puerto, aeropuerto, cielo. Para ver en el brillo del agua la historia secreta de la vida de sus partículas se necesitan ojos no humanos, que no conozcan las fronteras y las posiciones de los elementos, o bien que anulen esas fronteras. Sin embargo, no se trata de una mirada rebelde, una mirada en contra o transversal, no es aquella que combate los moldes impuestos. ¿Para qué combatir lo que no existe? Más bien, dicha mirada está vacía, exenta de un sostén propio. No tiene amo, no pertenece a nadie, no está al servicio de nadie. Esta es la mirada: la mirada-médium vacía de cualquier sustento humano, un espacio en sí y un medio, que ya ni siquiera es ambiental, porque nos salimos del círculo. Se desplaza libremente entre el cielo profundo y la superficie del agua centelleante de modo tal que, entre aquello que acostumbrábamos a considerar elementos diferenciados, acontece un encuentro. De los elementos del mundo aparentemente conocido de pronto surge una nueva realidad, en la cual se despliega la historia oculta al ojo de las personas.

Notas

[1]El número puede consultarse aquí.

[2]Una lista completa de sus libros y artículos publicados puede consultarse aquí, en varios casos con enlaces de acceso a los textos completos.

[3]El texto en ruso puede consultarse aquí.