Selección de poemas de Jristo Fótev

Traducción: Liliana Tabákova

Jristo Fótev

Jristo Konstantínov Fótev (1934 –2002). Nacido en Estambul, Turquía, de padres búlgaros, Fótev se mudó con su familia a la ciudad portuaria búlgara de Burgás en el Mar Negro en 1940. Publicó su primera colección de poesía en 1960 y se convirtió en miembro de la Unión de Escritores Búlgaros en 1961. A partir de 1964, fue secretario creativo de la Unión. Los poemas de Fótev a menudo tratan el tema del amor. El mar es un elemento poético clave en su obra.

De Lírica, 1965

ELOGIO A LAS PALABRAS

                                    A Tomá Bínchev*

Venís con caras de sonidos –amo tanto
vuestras caras– ¡vuestro ser fecundo!
Os recibo y os pronuncio con encanto;
¡No quiero estar solo en este mundo!
No quiero estar muerto –¡no me olvido
de vuestro son maravilloso, matices y colores!
Pregunto, converso con vosotros, mis queridos
y todos me recitan de memoria…
Converso –las palabras van bullendo–
con animales y objetos… Yo sé
que los pájaros mejor me entienden,
¡pero en sus voces no hay palabras!
Palabras estupendas: ¡Mesa! ¡Teatro! ¡Aposento!
¡Ventana! ¡Libertad! ¡Burgás! ¡Dolor!
¡Bulgaria! Vida… ¡Vida! ¡Y viento!
¡Y piedad! ¡Don Quijote! ¡Hola! ¡Amor!
¡Amor! ¡Y tristeza! Y amor… Me abandono
en las palabras, en su lluvia luciente;
me sofoco, desaparezco, me trastorno,
no sé quién soy, mas de repente
se levanta del caos de asfalto
mi nombre humano –mi signo en desvelo–
¡y vuelvo a mi integridad –salvado–!
¡Y de nuevo en un tren vuelo!
Venís con caras de sonidos; con ritmo
y vida decentes, descuidados,
admirables y severos –tan distintos–,
pero siempre con un solo Dios.

***

A K. Pavlov**

Y las noches son cristalinamente heladas.
El aire no hechiza a nadie.
La tierra es para sí misma.
La luna es para sí misma.
Y todos somos sólo para nosotros mismos
en las noches de enero.
Y nos parece que una invención
–maravillosa y grande, pero invención, al fin–
fueron también las hierbas,
y las flores,
y los árboles.
Está ensimismado el árbol.
¡No creáis! Su muerte es aparente.
Y su figura muerta que
nos recuerda los antiquísimos relieves
de los cavernícolas también es engañosa…
El árbol ha cerrado los ojos,
sonríe para sus adentros el árbol.
Y cree, trabaja incesantemente
su fantasía escondida en lo más recóndito
de sus raíces aparentemente carbonizadas.
Sonríe el árbol. No creáis
que nos desprecia. Se alegra el árbol.
Y piensa que nos parecemos a él
en el candor, los esfuerzos y la felicidad…
Que en lo más profundo de nosotros,
donde se encuentran nuestras raíces fuertes,
tenemos una fe más grande que la suya
en las hierbas y las flores, y en los árboles….

De Dedicatorias sentimentales, 1967

***
¡El mar!
¡El gran acontecimiento!
Cómo me eleva a su cima, me vuelve
a emparedar en su cristal.
En la convivencia refulgente con las escamas
de los peces, con las alas de los mosquitos…
(Cómo me pesaba la ropa, y el cuerpo
emparedado en mi memoria… El nombre.)
Después de lo insultante, lo terrible en el hábito
de vivir, ¡recíbeme!
Nunca
voy a rebajarte a mis tristes
recursos de humanización.
Viviré en ti, como los peces,
para devolverme la confianza infantil
en mis brazos, en mis piernas. Es maravilloso
que seas tan grande. Tal vez tú seas el único
exacto en la estricta abstracción
de los mapas… En mis recuerdos más turbios.
¡Cómo el aire me quemaba las branquias
y mis aletas tropezaban con los árboles!
Y milenios antes que mis lágrimas
caían en la arena mis escamas…
El mar –y el movimiento más íntimo–
(con que te desnudaste ante mi vista
y te casaste con el aire… Es noviembre.
La estación de las leyendas y las copas).
Bajaste drásticamente tus colores,
más desnudo y auténtico que el aire
te erguiste frente a mí… ¿Y los delfines?
¿Y su cantar gregoriano
en griego antiguo? Oh, mar del amanecer.
Mar de la tarde y de las medianoches,
domesticado en tantos puertos.
Devuélveme tus branquias y tus aletas,
también mi alegría por la vida
en tu espacio, tu luz…
¡Cómo corrían de puntillas
los horizontes sobre tus olas!
Poetas y marineros sin esperanza
te miraban, el gran acontecimiento,
tal vez el único en nuestras vidas…
Una combinación estupenda de tantos
elementos incompatibles: libélulas,
actinias, constelaciones y gaviotas…
En las arenas, el chorro cantarín
de las rocas de antaño… Pero es imposible
avanzar con palabras por tu estatura.
Callaré para seguir viviendo,
soy una lágrima
por tus pómulos encaminada a los labios.

* * *

En la cúspide misma de mi juventud me hallaba.
Era salvaje, desmesurado y atractivo.
Sin piedad –con furia– te amaba
y me sorprende que quedara vivo.
Era joven, inverosímil y ostentoso.
¡Cómo caía sobre tu voz tibia!
Soy culpable, de tu recuerdo angustioso
exijo piedad, no justicia.
No dejo de soñar con ese caos que brillaba…
Sin darme cuenta feliz había sido.
Sin piedad –con furia– te amaba.
Y siento haber sobrevivido.

De Puerto, 1969

LITURGIA SOLEMNE POR LOS DELFINES

Lo recuerdo,
el mar olía a crimen.
Y el crimen parecía en realidad
una labor normal.
Cómo volábamos con la flotilla pesquera
en el azul –en la escena–
y cómo bailaban los delfines…
Tú, mi capitán,
fusilabas al cabecilla y al último.
Y en el ovillo de su muerte los delfines
se arrojaban
con sus alas imperfectas –sus aletas–
al aire,
en el aire –los recordaré por siempre– de Asia
a la hora en que los cercábamos con nuestras redes…
(En la masacre aplicábamos la tecnología más exacta).
Y la matanza se parecía a un trabajo tan normal.
Obreros –albañiles de su muerte–
disparábamos
contra los delfines… Morían los delfines… Para siempre…
en el aire –entre el cielo y el mar– entre
la jerga compungida de las garzas…
Oh, mi capitán, no debimos hacerlo…
¿Acaso no sabíamos que fusilábamos a unos amigos?
No entendíamos y no creíamos en su lenguaje.
¡Ellos gritaban!
Pero –¡cómo gritaban!– en vano proferían
sus palabras ensangrentadas, mi capitán.

De Liturgia para los delfines, 1981

INTRODUCCIÓN

¡Cuánto quisiera yo vivir, vivir continuamente!
Que el aire triunfe en mis pulmones.
Y que me encuentre en mi cuerpo como en el mar: entero.
Que mis pensamientos sean buenos y alegres,
más confiados que las hojas de los árboles. Son estupendos
los árboles en su viaje por las estaciones…
Es linda nuestra tierra y el sol es imponente.
Pero pasáis por los caminos otoñales y todo
mi ser se inclina en una profunda reverencia.
Vosotras, las hermanas humildes de mi madre… Vuestros maridos
con las manos de mi padre; inhumanas en su
belleza mustia, más perfectos que la esperanza…
Vosotros, la gente que siempre se observa a sí misma,
y se indigna de sí misma. A veces
reís de vosotros mismos,
os quiero tanto.
Tenemos que reunirnos y trabajar juntos.
Y creer juntos; gritar, caer…
Porque sufrimos el sortilegio del saludo,
el gran sentido de estrechar la mano.
¡Cuánto quisiera vivir y reír continuamente!
Domar la orquesta desenfrenada de mi existencia,
sus síncopas abruptas convertir en música.
¡Y cuán imposible, inasequible y difícil me es!
Se retuerce –pez celeste– en mis manos.
Mina por dentro, sin esfuerzo, mis hábitos estables.
Emociona, reta a su público multitudinario
tristemente irónica e infinitamente sensacional.
Trágica, tranquila e insulsa.
Sin sentido, pero quizás la única.

De Sobre el sueño, 1995

ELEGÍA RAVADIGNOTTI
Ansío las almas gemelas.
Ezra Pound

Finalmente los sonidos saciaron mi alma.
El canon: la partitura de la acústica rural
sació mi cuerpo; de noche el asno,
su rebuzno, su angustia templada
al son del Universo entero. Él, el último
San Cristóbal… en medio del coro de los chacales,
de los ángeles caídos… (Oh, timbres de voces
expulsadas del Paraíso). Parientes pelirrojos
de mis paisanos (a excepción de algunos,
omito los nombres).
Estos centinelas nocturnos, siete perros
que ladran… No ladréis, desgraciados,
porque vuestra madre –esta perra sucia–
no ha reparado en la diferencia racial
entre el chacal y el lobo… Y él, el solitario
a un paso de mi casa, allá en la oscuridad
–en la vorágine de los árboles– ¡qué manera
de aullar hacia todos, contra todo!… Finalmente
amaneció el gallo… Después del gallo, el sol
y los pájaros hicieron estallar el aire, destrozaron
su sueño por aquella noche (se me olvidaba la lechuza
con su respuesta brillante). ¿Y la rana?
Su lamento ultrajado desde el hoyo
del contador de agua… Qué envidia tiene
al cisne (¡sueña tanto con volar!). Cierta vez vi cómo
–mejor dicho, la escuché desde el buche de la cigüeña–
arriba lejos se desgañitaba
cantando tal vez su última canción, su canto de cisne…
“Parece que va a llover”, dijeron los vecinos
–esos titanes del pensamiento–. “¿Qué hora será?”
preguntaron a sabiendas de que mis relojes
–los tres– me fueron robados con su discreta
colaboración… Tan señoriales en su destiempo,
esperando la lluvia, el milagro,
el fin del mundo… ¡Tal vez felices!
Sonidos varios –el mapa de mi vida–
(hablaré del pueblo más adelante). ¡Me maravilla
la nobleza refinada del aire!
Con ternura, sin violencia alguna,
los acoge –no los devora– en sus adentros,
los envuelve en la seda
de su silencio resplandeciente… A ellos,
cotidianamente hostiles entre sí, pobres sonidos…
Es la alta jerarquía en plena acción,
desde el quejido al suspiro y al eco…
Ah, cómo resuena el eco en mis oídos
en círculos… Dentro de mí –un ser ridículo– es octubre.
En medio de las malezas de mi jardín, entre el ejército
majestuoso y potente de las hierbas buenas
bonitas y olorosas… Copioso,
opíparo regio festín de las aves.
… ¿Debo preguntar por qué
estoy aquí? ¡Sí, aquí! ¿Qué sentido tiene
mi presencia? ¿Aguantaré?
¿Podré asumir toda la orquestación
vesánica e incoherente
de las calles, las casas, las huertas
de tomates, de los pastores y su ganado
–tristes conversadores a solas–?
Sus utensilios cavernícolas, los duendes
hogareños… El aura de los higos
por encima de voces y palabras, sin esperanza
ni gala alguna. ¿Los podré salvar
dentro de mí? ¿Acaso hace falta?
¿Por qué? ¿Para qué? Mas tú estás, con el escaso
aire en tus pulmones.
¡No preguntes! Mira cómo él –horrorizado–
salta a través de tu boca… ¿Los cigarrillos?
¡Ten cuidado con los cigarrillos! Ah, ¿eres tú?
Mi cielo. (Maravillosa). Quédate bajo el sol.
Quiero ver tu sombra acostada en las losas;
la aguja mate: las veinte
menos cinco… Menos seis… Los segundos
no cuentan (tampoco las épocas).
Gracias. Los gitanos que pasaron
me dijeron –mejor dicho, me cantaron, bailaron–
que el fin del mundo se aplaza… Pero es hora
para el aperitivo del mediodía. Gitanos felices,
conversaban con sus caballos. No preguntaron
por el camino (lo llevaban dentro). Luego se fueron
a Estambul – Constantinopla… Y esta noche
inacabable y olorosa me soñaré en Lisboa. Porque todos
somos caminantes y el Estado de Ravadínovo***
es la parada del sueño y del valor; la última
antes de que nos convirtamos en barcos
en nuestro puerto postrero…

Notas

* Tomá Bínchev (Burgás, 1946), poeta y editor búlgaro, primer merecedor del premio literario a nombre de Jristo Fótev.

** Konstantín Pavlov (Vítoshko, Pérnik, 1933 – Sofía, 2008), destacado poeta y guionista cinematográfico, con gran influencia en los poetas búlgaros más recientes.

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