Seguramente, pura magia

Kepa Uharte

El proceso de traducción va perfeccionándose con la experiencia a un nivel técnico, casi automático: la búsqueda del equivalente apropiado de cada palabra o expresión según el contexto, el tecleo, la corrección, la edición, no deja de ser algo bastante maquinal y a veces previsible. El fin de todo esto es lograr que el traductor se convierta en mediador de una voz que en principio no le es propia. Algo tan inasible, tan inefable como la respuesta que dio Marguerite Duras en el programa Apostrophes a la pregunta de Pivot: ¿Cómo escribe usted? Ella se llevó las manos a la cabeza, en un sentido literal, y contestó que las palabras surgían allí detrás y se iban plasmando en un texto. No recuerdo exactamente qué palabras usó, pero ese gesto que emulaba olas de palabras cayendo en cascada sobre la página se me quedó clavado como descripción gráfica de qué venía a ser lo que yo pretendía hacer cuando me decía a mí mismo que quería que el lector del texto traducido pudiera sentir todo lo que potencialmente podría sentir el lector del texto original, como si el autor no supiera que mientras escribía en un idioma también lo podía estar haciendo simultáneamente en otro. Emular, pues, el acto de escribir original. Y es en este materializarse de lo que surge más allá de la voluntad de la escritura, o quizá después de ella, donde yo intuyo que está la auténtica especificidad de mi profesión, aunque después no sea necesariamente capaz de explicarme con exactitud, no a mí mismo y mucho menos a los demás, qué es lo que se ha producido ni cómo. Traducir literatura implica, pues, transmitir sus misterios, sus incoherencias, sus imágenes buscadas y las implícitas, pues uno no solo detecta significantes sino también silencios, ausencias, resistencias. Y para todo ello los diccionarios, grandes acompañantes, se quedan cortos, y yo sé que he de ir a buscar a otro lugar. Pero ¿adónde? Me dejo guiar por el gesto de Duras. Allí mismo, a ese proceso intangible de la búsqueda de la voz. El autor, la autora, me dan todas las pistas en su texto, donde cada palabra, cada coma, cada desviación de la norma forman parte de una gramática que le es absolutamente propia y que uno tiene que aprender igual que se aprende un idioma nuevo.

Durante años traduje textos de autores muertos, así que nunca se me pasó por la cabeza que pudiera preguntarles nada que no estuviera ya en el texto, y en un momento dado empezaron a llegarme textos de autores vivos, y sin embargo seguía convencido de que más allá del texto no había preguntas que valieran la pena hacerse, no en voz alta y mucho menos a quien ya había soltado su obra y la había entregado a los demás. Con el tiempo, he aprendido a relativizar esta postura y cruzar la puerta circunstancialmente, pero siempre como último recurso y casi como un pequeño gesto de deferencia, para que el autor no sienta que lo evito, cosa que por otra parte no está lejos de la realidad. En el caso de Markéta Pilátová, ella siempre respetó esa distancia, seguramente debido más a mi timidez que a ningún tipo de decisión premeditada. Sin embargo, me ha bastado romper recientemente el hielo para entender o verbalizar algo que intuía, algo que se había transmitido sin ser plenamente consciente de ello.

Cuando, durante la pandemia, en mi calle entendimos que no podíamos decorarla para la Festa Major de agosto, como hacemos cada año con gran esfuerzo del vecindario, que se reúne durante semanas para elaborar artefactos artísticos frágiles y efímeros, vino a mí un fragmento de Mis ojos te llevarán a casa:

Luiza me explicó que según su vecina japonesa por lo visto se puede organizar infaliblemente la curación de una persona enferma. Pero tienen que plegarse mil pequeños pájaros orizuru de papel. La concentración y el hecho de que mientras se pliegan alguien está pensando en el enfermo son la mejor medicina del mundo (2012, 147).

 Propuse a mis vecinos crear figuras de papiroflexia, cada uno en su casa, y finalmente juntarlas. Los mismos orizuru que elaboran las protagonistas de la novela y que actúan como medicamento. Durante varios meses plegamos papel, y los orizuru habían de simbolizar el tiempo dedicado a pensar en nosotros como comunidad, algo que finalmente se vio reflejado en una calle Jesús desierta de gente y bajo la amenaza de lluvias torrenciales, miles de delicados pájaros de papel colgados de un hilo a la intemperie durante una semana. Fue nuestra manera de resistirnos, mediante la creación, a aquel agujero negro que abrió el confinamiento, nuestra manera de encontrar una sanación comunitaria a la locura de la soledad forzada.

Un tiempo más tarde, cuando traducía Senzibil, me encontré con un gran bloqueo a pesar de todas las explicaciones que Pilátová ofrece en recuadros; leí, traduje y corregí el libro de manera tan mecánica que no había conseguido entenderlo. Y aunque sepa que hay una voz que trasciende mis limitaciones cognitivas y confíe en que con mi trabajo esa voz se abra camino, no me sentí satisfecho como para entregar la traducción. Cierto es que la frustración forma parte de la profesión de traductor, y seguramente de tantas otras, pero en este caso no se trataba de un par de dudas concretas o de lagunas, es que no había entrado en absoluto y arrastraba la sensación de fracaso, ¿cómo enviar un texto así, incapaz de defenderlo? Mentiones[1], protonaciones y palacios del pensamiento no ayudaban, no tenía claro cuándo sucedían las cosas, si en esta u otra realidad, ¿o todo a la vez? Incluso dudaba de si los personajes estaban vivos o muertos. Me resistía a penetrar en la historia. Me resistía a conocerla. A saberla. Si bien como lector me habría podido permitir una lectura rápida, ligera, incluso en diagonal, como traductor no tengo opción: debo escuchar la voz que se hace escribir, porque yo mismo me he de convertir en esa voz, emular el proceso, sumergirme en él. Y como todas las pistas están en el texto, por fin tuve que escuchar a Pilátová:

Porque uno puede viajar por otras realidades, o echar un vistazo en ellas, husmear y buscar algo, o incluso hallarlo. Pero solo en la realidad en la que ha nacido puede y debe morir (Pilátová, En imprenta)

 Solo en la realidad en la que he nacido puedo y debo traducir, me decía Pilátová. Se trata de una novela sobre saltos en el tiempo, capacidades paranormales y universos paralelos que en principio no podría estar más lejos de mi realidad, y sin embargo yo mismo podría, y debería ser capaz de explicar mi realidad por medio de un relato no lineal, con saltos en el tiempo, capacidades paranormales y universos paralelos. Y en los recovecos del tiempo y del relato puedo echar un vistazo, husmear y buscar algo, o incluso hallarlo. Una pista más:

…ambos intuían que se movían por la superficie resbaladiza de los mitos o los arquetipos, que las otras realidades, a las que de vez en cuando eran capaces de echar un vistazo, eran una especie de espejo de todo lo que todos han oído en algún momento, en algún lugar. Que está aquí desde el principio (Pilátová, En imprenta)

Está aquí desde el principio y somos un espejo de lo que hemos vivido y oído, me suelta. Y veo que voy por buen camino. Pero ¿quién me lo dice?

¿Quiénes son, en realidad? ¿Ella, él? ¿Prototipos eternos de violencia doméstica? (Pilátová, En imprenta)

Yo, escritor parásito en la cabeza de la escritora, buscándome a mí mismo como prototipo para entender cuál es esa voz que tengo que emular y que también está en mí. Queda en agua de borrajas la búsqueda del equivalente de cada palabra, la identificación de cada metáfora, al asegurarme que ningún pedazo de información relevante se pierda o quede deslavazada, y que al mismo tiempo el lector (yo mismo como lector, como persona, no solo prototipo) no tenga que hacer un trabajo más allá del propuesto por el autor. En una novela sobre la lucha eterna entre el bien y el mal, sobre el lado oscuro, la sombra que nos persigue, tuve que frenar, dar marcha atrás, reiniciar el proceso de la traducción desde cero, pero con una lección aprendida. No puedo pretender una traducción profesional si esquivo la realidad en la que he nacido, la realidad en la que traduzco. Leí la novela de nuevo, pero desde dentro, desde mis propias experiencias de violencia doméstica, porque al fin y al cabo yo también soy un prototipo. Solo entonces, fue cuando me reconocí a mí mismo que, como dice Dolfina en la novela, algunas personas tienen que arder en el infierno para que el mundo sea un lugar más soportable (Pilátová, En imprenta), solo entonces las piezas del rompecabezas empezaron a encontrar su lugar.

Y algo más tarde, cuando durante mi última visita a Praga por fin rompí el hielo, Pilátová me comentó: cada vez escribo más cuentos de hadas para adultos, pero añadió: creo, o no, no lo sé. Y vuelvo a ver a Marguerite Duras haciendo ese gesto extraño, tan vago y al mismo tiempo tan pleno, como diciendo que la escritura se produce desde algún lugar que uno no acaba de controlar, que uno puede situar más o menos detrás de los ojos, moviéndose implacable hacia el papel en blanco. Seguramente, pura magia.

Bibliografía

Pilátová, M. (2012): Mis ojos te llevarán a cada. Tenerife. Ediciones Baile del Sol. Traducción de Kepa Uharte.

Pilátová, M. (En imprenta): Sensible (Senzibil). Traducción de Kepa Uharte.

Notas

[1] Término checo introducido por el ex ministro de educación František Kahuda, quien sostenía que estas partículas «superinfragravitacionales» eran capaces de propagarse por encima de la velocidad de la luz.