Orígenes del ideal eslavo

Pablo Tijan*

Publicado originalmente en ARBOR. Revista General de Investigación y Cultura del Consejo Superior de Investigaciones Científicas Nº 37. Madrid, enero 1949. (Arbor; Madrid Tomo 12, N.º 37, (1949): 95). Gentilmente cedido por CSIC para su publicación en Eslavia.

* Pavao Tijan (1908-1997) fue un eslavista croata que en 1945 abandonó su país y pasó el resto de su vida en España.

La inmensa fuerza de Rusia, que se manifiesta en su expansión imperialista o militarista, bolchevique o paneslavista, es tal que asombra y aun atemoriza al mundo y, al mismo tiempo, hace sentir la necesidad de estudiarla. Hoy ya no se cree con Herder que la raza eslava esté llamada a resucitar a Europa y salvar su civilización, ni hay en Occidente fanáticos, como Jorge Križanić[1], que quieran sacrificarse por el apostolado de la idea eslava. Más bien se intenta revisar tales opiniones y empresas apostólicas, enfocando el problema desde el punto de vista de Donoso Cortés, al escribir en 1838 sobre Rusia y la cuestión oriental: «Cuestión inmensa, enigma grave, temeroso, si puede decirse así, de cuya adivinación dependen los destinos futuros del género humano, y que espanta a la imaginación y abruma al entendimiento»[2].

La trayectoria del pensamiento occidental sobre el mundo eslavo se asemeja a la curva de un bumerang; líbrase de las primeras inquietudes para elevarse, a través de Herder, hasta la culminación del entusiasmo por lo «eslavo» en el romanticismo europeo, convirtiéndose luego en temor y espanto. Al mismo tiempo, el ideal eslavo experimenta entre los mismos eslavos las más diversas metamorfosis. Hoy día las masas están completamente desilusionadas en lo que se refiere al ideal paneslavo; en cambio, los gobernantes están convencidos de su triunfo.

El ideal eslavo nunca ha tenido la misma formulación ni todos los pueblos lo han interpretado y defendido de la misma manera. Es precisamente aquí donde se manifiestan todas las diferencias entre los eslavos, debidas a su cultura, a la diversidad de sus conceptos políticos, de sus intereses económicos y de su actitud religiosa. El concepto del «eslavismo» no se puede comparar con los conceptos de «romanidad» o «germanidad», a pesar de la frecuencia de dicha comparación. «Romanidad» y «germanidad» son conceptos culturales. e históricos; «eslavismo» es solo un concepto filológico y etnológico. Los pueblos eslavos proceden de la disolución de la comunidad preeslava, de manera muy diversa de como se formaron los pueblos románicos y germánicos. Las relaciones entre los eslavos católicos y los ortodoxos orientales pueden compararse con las relaciones entre los rumanos y los demás pueblos románicos.

I. Primeros rasgos de la conciencia común eslava. Los croatas, sus maestros

Los orígenes de la conciencia entre los eslavos de pertenecer todos a una comunidad y, por consiguiente, también los del ideal eslavo, han de buscarse en Roma y en ambas orillas del Adriático.

En Roma y en Italia, como centro de la ciencia y cultura europeas, sabían más de los diversos pueblos eslavos que en los propios centros culturales de éstos. La Curia romana sentía un interés especial por Oriente, y nunca dejó de esforzarse por unir las Iglesias. En este sentido se trabajó particularmente después del Concilio Tridentino (1545-1563) y durante la Contrarreforma. En la segunda mitad del siglo XVI se fundó una serie de colegios «ilíricos», es decir, «croatas», en Loreto, Bolonia, Fermo y Roma. Los colegios de Roma y de Fermo tenían un fin especial: preparar futuros misioneros para los países eslavos. Allí se enseñaban los idiomas y la historia de los respectivos países. Encargado por el general de los jesuitas, Claudio Aquaviva, el jesuita croata Bartolomé Kašić (1575-1630) escribió una de las primeras gramáticas eslavas: Institutiones linguae illyricae (Romae, 1604). Siguió a ésta toda una serie de obras parecidas, de carácter lexicográfico e histórico, destacando entre ellas, por el influjo ejercido, la de Mauro Orbini.

El abad benedictino de la isla de Mljet, Mauro Orbini (m. 1614), oriundo de Dubrovnik (Croacia) –influido por el tratado del dominico croata Vicente Pribojević, De origine successibusque Slavorum (Venetiis, 1532), que apareció también en traducción italiana el año 1595– escribió, basándose en los antiguos escritores bizantinos y venecianos y en las viejas crónicas eslavas del siglo XII, y publicó en Pesaro una obra titulada: Il Regno degli Slavi, hoggi corrottamente dett Schiavoni (1601). A pesar de su volumen, la historia de Orbini es obra de escaso valor y más bien un trabajo de mera compilación. Según él, los eslavos lucharon en Asia y África, porque los encuentra ya en el ejército de Alejandro Magno. Los venedos, ilirios, masagetas, finos, prusianos y vándalos son para él eslavos, así como todas las demás razas germánicas de los tiempos de las invasiones bárbaras. Los eslavos saquearon Roma bajo Alarico, derrotaron a los hunos, lucharon bajo Belisario… La obra, desde sus comienzos hasta el final, está llena de un inmenso orgullo por todo lo eslavo, cuyo nombre deduce de la palabra slava = gloria.

La obra de Orbini tuvo gran resonancia en todo el mundo, particularmente entre los eslavos. Es el primer libro que trata de todos los eslavos, presentándolos como una nación, y, como alienta en él –diríamos hoy– el sentimiento patriótico, llegó a convertirse en fuente de todas las formas sucesivas del ideal eslavo. Alcanzó en su tiempo una difusión muy grande. En la Biblioteca Nacional de Madrid hay un ejemplar.

Los primeros en acoger esta obra con entusiasmo fueron, naturalmente, los croatas, compatriotas del autor. Pero lo que más contribuyó a su popularidad en el mundo eslavo fue la historia en verso del fraile franciscano Andrés Kačić Miošić (1704-1760), que canta el pasado croata («del pueblo eslavo») y, además, las res gestae de otros pueblos balcánicos, a los cuales Kačić considera eslavos. Kačić es todavía hoy el poeta más leído en Croacia, y fue el primero que se tradujo a los idiomas mundiales. A través de Fortis y Herder, los poemas de Kačić se vierten al alemán, italiano y francés. Otro franciscano croata, Emerik Pavić, tradujo la obra de Kačić al latín.

Todavía llega más lejos el más grande poeta croata de los tiempos pasados, Juan Gundulić (1589-1630), cuando en su poema heroico y romántico Osman celebra la victoria polaca sobre los turcos, cerca de Chotin, en 1621, y luego el asesinato del sultán Osmán II; en el poema se observa la evidente tendencia a glorificar al príncipe polaco Vladislao, de quien se espera la liberación definitiva de todos los eslavos y cristianos del yugo turco.

La obra de Orbini se difundió también directamente, siendo un hecho importantísimo que Pedro el Grande encargara a su íntimo colaborador, el obispo ruso Feofan Prokopovic [Feofán Prokopóvich], traducirla, corregirla y editarla. A través de la edición rusa la conocieron otros pueblos eslavos cismáticos. El historiador servio, archimandrita Juan Rajić (1726-1801), que fue durante algún tiempo alumno de los jesuitas, pero marchó a Rusia temiendo convertirse al catolicismo, escribió, también bajo el influjo parcial de Orbini, su obra Historia de varios pueblos eslavos, especialmente de los búlgaros, croatas y servios (Viena, 1794-95, 4 tomos). Esta obra, primer tratado grande y sistemático sobre la historia de los eslavos del Sur, ejerció un influjo nacional e histórico muy importante entre los servios y búlgaros.

Durante su estancia en el monasterio Hilendar, en el monte Athos, Rajić conoció al búlgaro padre Paisio, que había leído a Orbini en la traducción rusa, así como los Annales ecclesiastici de Baronio, y censuraba en ambas obras muchísimos datos inexactos acerca de los búlgaros. Movido por esto y herido por las palabras de monjes de otras nacionalidades, escribió, en 1762, su Historia eslavo-búlgara del pueblo búlgaro, de los reyes y santos búlgaros, que se convirtió en seguida en heraldo del nacionalismo búlgaro.

Así fue cómo la concepción de la unidad eslava de Orbini penetró en la mayoría de los pueblos eslavos, despertando el orgullo nacional y el interés por los estudios de su propio pasado.

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A todo lo dicho vinieron a sumarse los esfuerzos de los misioneros romanos entre los eslavos no católicos. Después del jesuita italiano Antonio Possevino, que realizó la unión con los ucranianos en Brest-Litovsk (1595), aparece el croata Alejandro Komulović (1548-1608), arcipreste de San Jerónimo de Roma. Su misión era de carácter político y religioso a la vez. Por los años 1584-1587 –son años que siguen a Lepanto– visita al príncipe de Transilvania y al duque de Moldavia para levantarlos contra los turcos aunque sin éxito. Fue a Moscú por primera vez en 1595 y nuevamente en 1597, como legado del Papa Clemente VIII, con miras a convencer al zar Fédor Ivanovic [Fiódor Ivánovich] para una guerra que liberase a todos los cristianos del dominio turco y para intentar la unión de las Iglesias. A pesar de que Komulović no tuvo éxito en su misión, su carácter dinámico y sus escritos influyeron mucho sobre los países eslavos.

La figura más grande de esta serie de misioneros croatas en el mundo eslavo es Jorge Križanić (1618-1683), descendiente de la vieja nobleza guerrera croata. Animado por las ideas de la Contrarreforma, decidió consagrar toda su vida a trabajar por la unión de las Iglesias. Después de su viaje a Constantinopla, elabora en Roma su obra Bibliotheca Schismaticorum universa (1656): revisa las afirmaciones de Orbini sobre los pretendidos pueblos eslavos y toma en cuenta sólo a aquellos pueblos que existen verdaderamente como eslavos. Concibe el colosal proyecto de incluir a Rusia en la unión, y, por consiguiente, en la comunidad europea. Rusia, pensaba Križanić, liberaría a los demás eslavos de la esclavitud turca y establecería un Imperio paneslavo. Esto le lleva ya en 1647 a Moscú, donde permanece dos meses, con el permiso de la Congregación de Propaganda Fide. En 1657 salió nuevamente para Moscú, pero esta vez por su propia cuenta. Allí estudió la situación, propagó su idea y escribió informes para el zar Aleksej Mihajlovic [Alexéi Mijáilovich]. No logró ser comprendido en el ambiente ruso, retrasado y poco ilustrado, ni tampoco en los círculos eclesiásticos, influidos por los teólogos bizantinos y dominados por el ambicioso patriarca Nikon. Sus enemigos consiguieron en 1661 su destierro a Siberia, donde permaneció hasta la subida al trono del nuevo zar Fédor Alekseevic [Fiódor Alexéievich] (1676). En la soledad siberiana maduró Križanić sus pensamientos y escribió sus obras. Las más importantes son: Política o diálogo sobre la gobernación, El Estado ruso a mediados del siglo XVII y Exposición gramatical de la lengua rusa (gramática de un idioma artificial paneslavo, compuesto por él).

Križanić fue «un diletante en el apostolado, pero un diletante genial», según palabras de P. Pierling[3]. Desilusionado, trató de salir de Rusia. A duras penas consiguió llegar a Vilna, donde ingresó en la Orden dominicana con el nombre de Agustín (1677). Tampoco en el convento logró tranquilizarse completamente. Cuando el mundo cristiano se vio por última vez gravemente amenazado por los turcos, que llegaron hasta Viena (1683), Križanić sintió encendérsele la sangre guerrera de sus antepasados y se incorporó, como capellán militar, al ejército liberador del rey polaco Juan Sobieski. Ante los muros de Viena pereció este gran ideólogo de la unidad cristiana y eslava, sin haber logrado ser comprendido.

Suele considerarse a Križanić como el padre del paneslavismo; pero se olvida casi siempre que este paneslavismo primitivo fue de origen romano, católico y occidental, y que su fin era atraer el mundo eslavo oriental al seno de la Iglesia universal y ligarlo al resto de Europa.

Con la figura de Križanić desaparecen los croatas del primer plano del ideal eslavo. Pero también después de Križanić hubo entre los croatas lamosos partidarios de la idea misional de la unión eclesiástica entre los eslavos. Tales fueron el obispo de Djakovo, José Jorge Strossmayer (1815-1905), y el arzobispo de Sarajevo, José Stadler (1843-1918). Este entusiasmo por el ideal misionero es, a mi juicio, el rasgo común en el carácter nacional de los españoles y croatas.

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La marea del ideal eslavo, después de avanzar hasta los muros del Kremlin, vuelve con más fuerza hacia Occidente, ya en tiempos de Pedro el Grande. Este busca y establece contactos reales con casi todos los pueblos eslavos y entre éstos empieza a sentirse la unidad y a ver en el imperio ruso la más grande potencia política eslava.

Entre los hombres de su confianza, que el zar envía a estudiar en Europa, se encuentra Pedro Andreevic Tolstoj [Piotr Andréievich Tolstói], que se dirige a Italia y Dalmacia. Aquí conoce a los croatas y oye hablar de los servios. A través de la descripción que hizo de su viaje reciben los rusos noticias directas sobre los eslavos del Sur. Por el mismo tiempo (1698) pide el zar al Gobierno de Venecia que le envíe un especialista en navegación para sus jóvenes rusos, y los venecianos le recomiendan al croata Marcos Martinović (1663-1716), que organiza en Perast, en Boka Kotorska, una escuela náutica, donde terminaron sus estudios dieciséis rusos. En la armada de Pedro el Grande sobresalió también otro croata de Boka Kotorska, Matías Zmajević, que fue admitido en la marina rusa el año 1710, y llegó hasta el grado de almirante del Báltico; pero por negarse a cambiar su religión católica por la cismática fue torturado y degradado.

Frente a los intentos de unión por parte de los católicos, surge entre los rusos la idea de la protección a la santa Ortodoxia. En este sentido se orientaron desde entonces todas sus actividades culturales y políticas entre los eslavos. Así, Pedro el Grande solicita, con éxito, la alianza del obispo montenegrino Danilo para la guerra turca (1712-1714). Después de la guerra fue el propio Danilo, en 1715, a visitar al zar Pedro. Siguiendo a este primer contacto se desarrolló una amistad permanente entre Montenegro y Rusia. […] su obra Historia de Montenegro. Moscú, 1754. En el mismo sentido se interviene cerca de los servios que se trasladaron al sur de Hungría a principios del siglo XVIII. Para preservarlos de la unión y confirmarlos en la ortodoxia, a petición de sus patriarcas y metropolitanos, el Santo Sínodo ruso envía en 1726 a Maxim Suvórov, que lleva consigo libros rusos, eclesiásticos y escolares, y funda en Karlovci la escuela eslava. De este modo queda establecida la unión espiritual entre servios y rusos, sobre la base de la ortodoxia y del común idioma eclesiástico-eslavo.

Esta política de Pedro el Grande fue continuada por sus sucesores, especialmente por Catalina II, con su política balcánica.

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De origen diverso es el interés por el mundo eslavo que nace de la filología eslava. Ya desde los tiempos del humanismo hay entre los eslavos católicos, así como también en Italia y Alemania, escritores que tratan –la mayoría en latín– de la historia, la geografía y los idiomas de cada uno de los pueblos eslavos, con más espíritu crítico que Orbini. Pero éstos no tenían una visión común de todos los eslavos ni el entusiasmo que alentaba en los escritos de los misioneros arriba citados. Por eso fue menor su influencia. Fueron los filólogos los que empezaron a estudiar el mundo eslavo como un todo, y de los resultados de su ciencia recibió la idea eslava nuevo empuje.

El «patriarca de la filología eslava» fue el checo José Dobrovský (1753-1829). Pensaba éste hacerse jesuita, pero al ser disuelta la Compañía se hizo sacerdote secular. Este es un dato importante, pues adaptó el método crítico de los estudios bíblicos al estudio del idioma checo y del antiguo eslavo, y luego al estudio comparativo de otros idiomas eslavos. En los primeros años de su carrera, Dobrovský es un sabio árido, investigador objetivo y racionalista típico, que sólo considera al idioma como objeto de sus estudios. De este tiempo procede su célebre dicho sobre la lengua y la antigüedad checa: «Dejad al muerto en paz». Esto le enajenó las simpatías de los jóvenes del resurgimiento checo. Luego, bajo la influencia de Herder, comienza a aficionarse a lo eslavo, y en carta al eslavista Durich dice: «Dios mostrará al mundo grandes cosas de los eslavos y por mediación de ellos. El reino checo se extenderá y engrandecerá: Polonia, castigada por haber descuidado su idioma patrio, surgirá otra vez; el imperio ruso extenderá sus fronteras hasta la India y Persia; los eslavos reconquistarán su antiguo territorio»[4]. En 1806 fundó la revista Slavin, pero nunca estuvo de acuerdo con las exageraciones de otros eslavistas más jóvenes. Mas esto nos conduce ya a la época del resurgimiento eslavo.

II. Resurgimiento de los pueblos eslavos. Los checos, ideólogos de la «reciprocidad eslava».

El resurgimiento de los eslavos en la primera mitad del siglo XIX tiene un carácter fundamentalmente nacionalista y un fuerte matiz paneslavo. Las causas del resurgimiento son casi iguales en todos los pueblos eslavos, pero se diferencia el curso que siguió en cada uno particularmente. Los supuestos teóricos se basan en la filosofía de la Historia de Herder, en su teoría de la predestinación de la raza eslava y en la proclamación de los derechos del hombre y el ciudadano por la Revolución francesa. Los factores políticos inmediatos fueron las guerras napoleónicas. La libertad y la independencia nacional fueron los ideales de todos los eslavos durante su resurgimiento.

El medio más eficaz para fomentar este ideal es el idioma patrio. Por este tiempo, generalmente bajo el influjo del romanticismo alemán. se inicia la literatura artística de la mayoría de los pueblos eslavos. El romanticismo eslavo es más real que formal; no nace ni se difunde ideológicamente, sino que se impone más bien como un hecho.

La teoría de Herder sobre los eslavos fue aceptada como un dogma. Sobre ella se fantaseó mucho, pero se meditó poco. Fecundó la poesía, ofuscó la política, pero no creó una nueva filosofía. Por eso, los prohombres del resurgimiento eslavo no tienen o, mejor, no expresan un concepto bien definido del mundo y de la vida, ni una doctrina política, ni un orden social, ni un sistema económico. Se limitan a augurar un feliz porvenir a la comunidad fraternal de los pueblos eslavos libres. Este objetivo tan poco definido fue la causa próxima del distanciamiento y de que cada pueblo buscara el resurgimiento por su propio camino. De aquí nacieron diversas filosofías nacionales, particularmente la rusa y la polaca, apoyándose todas ellas en Schelling y Hegel. Sólo quedaron en común las tareas fundamentales: elevar la conciencia nacional y propagar la «reciprocidad eslava».

La conciencia nacional había que elevarla en cada pueblo, pues sólo un pueblo consciente de sí mismo podía conseguir su libertad y conservar su ser nacional. La lucha por esta conciencia se dirigió, principalmente, contra los alemanes. Es frecuente en la poesía de la época la evocación del pasado, cuando los eslavos ocupaban las tierras comprendidas entre el Elba y la isla de Rügen, de las cuales fueron desalojados por los alemanes. En estos temas se inspiran los polacos Mickiewicz y Słowacki, el eslovaco Kollár, que escribió en checo, y el croata Fr. Marković. Los húngaros son los enemigos de segunda clase, principalmente para los croatas y eslovacos, y, hasta cierto punto, para los servios. Los turcos no son considerados como opresores de la conciencia nacional: la lucha contra éstos se libra por los derechos fundamentales del hombre. Pero el momento más delicado en el intento de elevar la conciencia nacional se presenta cuando se trata de pueblos como el ucraniano y el polaco, que están oprimidos por otros eslavos. Entonces se abre un abismo que no puede llenarse con frases sobre la fraternidad eslava.

Un medio importante para elevar la conciencia nacional es el conocimiento de la propia historia. Por eso se acomete ahora con vigor el estudio de la historia de los pueblos eslavos. y surgen los primeros grandes historiadores, como el ruso Karamzín, el checo Palacký, el croata Kukuljević, el polaco Lelewel, etc.

Despiértase el orgullo eslavo al saber que tantos pueblos pertenecen la misma comunidad. Del parentesco en lo lingüístico se deduce la identidad racial. Se habla de un único pueblo eslavo, el más numeroso de Europa, que está dividido en muchas ramas. La primera generación de eslavistas, casi en su totalidad, sostiene esta opinión. Su fundador es Šafárik, con la obra Geschichte der slawischen Sprache und Literatur nach allen mundarten (Historia de la lengua literatura eslava según todos sus dialectos) (Ofen, 1826). Šafárik y Kollár son las figuras más importantes del resurgimiento eslavo, y por eso es preciso decir aquí unas palabras sobre los dos eslovacos.

Pablo José Šafárik (1795-1861), hijo de un pastor protestante, terminó él también los estudios teológicos en Jena, donde trabó amistad con Kollár; sin embargo, toda su vida se dedicó a estudiar las lenguas y literaturas eslavas, así como la etnografía eslava, siendo primeramente catedrático en el Instituto servio de Novi Sad y después bibliotecario de la Universidad de Praga. Quería demostrar, desde el punto de vista cultural y social, que los eslavos habían sido los habitantes primitivos de Europa y que todos eran del mismo origen. Afirmaba las ventajas culturales del carácter eslavo. Según él, todas las disposiciones intelectuales se encuentran en el alma eslava en completa armonía. Ni reina en ella el pensamiento seco ni la domina el ímpetu del sentimiento. El eslavo no vagabundea como el aventurero español, ni es esclavo de sus pasiones como el italiano, ni se pierde en razonamientos y teorías como el francés, ni está unas veces melancólico hasta el borde del suicidio y otras locamente entusiasmado como el inglés, ni, finalmente, única, gasta sus energías en infinitas lucubraciones como el alemán[5]. La única obra de Šafárik, de valor duradero, es la que llevó a cabo como coleccionador de los antiguos monumentos literarios eslavos.

Juan Kollár (1793-1859), después de estudiar en Presburgo (hoy Bratislava) y en Jena, vivió la mayor parte de su vida en Pest, como pastor protestante. Bajo el influjo de Herder y del romanticismo alemán se entusiasmó por la antigüedad eslava, de la cual vio todavía muchos restos en Alemania. En su principal obra poética, Slávy Dcera (La hija de Slava, 1821-1832), cantó en versos checos su amor a Mina –que fue después su esposa– y su entusiasmo por todo lo eslavo. Slávy Dcera contiene 643 sonetos, hechos al estilo de Petrarca. El ideario lo tomó de Herder: los habitantes del mundo eslavo, «cándidos como palomas», regenerarán a la humanidad, ya que la cultura de las razas germánicas y neolatinas está en decadencia. Se distingue de Herder en cuanto que éste imagina el porvenir eslavo en sentido federalista, mientras que Kollár establece un concepto centralista. La obra no tiene gran valor poético –ya su contemporáneo Čelakovský observó que los conceptos de Kollár son de naturaleza mixta: «filológicamente poetiza y filologiza poéticamente»[6]–, pero en su tiempo entusiasmaba a los lectores, si bien más política que artísticamente, siendo por todos reconocida como «el evangelio de la idea eslava».

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La «reciprocidad eslava» (vzajemnost) es la más notable idea original del resurgimiento eslavo. Fue Kollár el primero que la expuso en su tratado «sobre la reciprocidad literaria entre los pueblos e idiomas eslavos» (revista Srpski narodni list, Pest, 1835). Esta idea se convirtió muy pronto en lema de los jefes del resurgimiento. Kollár –viendo la imposibilidad práctica de crear un solo idioma literario para todos los eslavos– trata de reducir su número a cuatro: ilírico (para los eslavos del Sur), ruso, polaco y checo. Todo eslavo culto tendría que conocer los cuatro idiomas. La literatura sería una. Para conseguir esto era necesaria la «reciprocidad», es decir, un conocimiento recíproco y una ayuda mutua en las tareas culturales y políticas. Kollár –partiendo del falso punto de vista de que todos los eslavos constituyen una sola nación– siente su debilidad ante la gigantesca y casi insoluble cuestión de la unidad política, y por eso no la plantea, sino que se contenta con pedir la mutua ayuda en las luchas políticas.

De la reciprocidad eslava se habló y escribió mucho. Por ella se apasionaron los teóricos del resurgimiento y los poetas. Pero los resultados fueron muy escasos. El fin principal no se consiguió: la literatura eslava no llegó a adquirir unidad. Al principio todos se esforzaron por conocer mejor la creación literaria de todos los eslavos. Se tradujeron muchas obras. Las revistas publicaron informes sobre las literaturas eslavas. A poco de haberse fundado en Pest, el año 1826, una sociedad literaria y editorial servia, bajo el nombre de «Matica srbo-ilirska» (más tarde «Matica Srpska»: matica = abeja madre) nacieron casi en todas las naciones eslavas sociedades parecidas bajo el mismo nombre de «Matica» –existen todavía hoy–, contribuyendo muchísimo a la reciprocidad. Pero todo este movimiento fue de poca duración. Muy pronto prevalecieron el espíritu crítico y la sobriedad –en particular después de los acontecimientos de 1848–, y los escritores y poetas dejaron de tomar ejemplo de otros escritores eslavos, yendo a buscar modelos en los grandes autores de la literatura mundial.

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Otro notable producto del resurgimiento eslavo fue el paneslavismo, concepto vago y nunca bien definido, más sentimiento que doctrina. y que desde hace más de un siglo aparece con mayor o menor intensidad entre todos los pueblos eslavos, principalmente en tres aspectos: cultural, político y religioso. La denominación de «paneslavismo» se encuentra por primera vez en un escrito del eslovaco Herkel, en 1826. La idea fundamental del paneslavismo es la unificación de todo el mundo eslavo.

En el aspecto cultural del paneslavismo es, en el fondo, un programa más concreto de la reciprocidad eslava, pero con orientación política. Sus primeros representantes fueron los eslavos occidentales, siendo los checos sus más ardientes ideólogos y defensores. Su iniciador fue Kollár con su obra Slávy Dcera. Idealmente concebido, resulta políticamente ingenuo.

Los rusos elaboraron el paneslavismo político y religioso, y de ellos aceptaron estas formas los demás eslavos cismáticos. El paneslavismo político aspiraba a que Rusia destruyese el Imperio de los Habsburgos y librase a los eslavos balcánicos de la dominación turca, para que se pudiera formar una confederación de las naciones eslavas bajo la hegemonía rusa. Eso es, en realidad, la política rusa expansionista e imperialista. El paneslavismo religioso representa una parte de la doctrina de los «eslavófilos» rusos y sirve de base moral al paneslavismo político.

El que la idea paneslavista no haya sido nunca claramente definida ni aceptada por todos del mismo modo se debe a las profundas diferencias existentes entre los pueblos eslavos y a sus diversos, y a veces contrarios, intereses políticos. En cada pueblo eslavo se origina una lucha entre las dos corrientes: la de los idealistas, entusiastas y soñadores de una comunidad fraternal eslava, y la de los realistas, que cuidan ante todo de los intereses de su propio pueblo. Entre los primeros se encuentran Kollár y Šafárik, los croatas Gaj y Strossmayer y los «eslavófilos» rusos. Entre los últimos están los rusos llamados «occidentales», el checo Palacký, el eslovaco Holly, el croata A. Starčević, etc.

Esta misma dualidad se manifiesta en las relaciones entre pueblos eslavos vecinos. Ante la idea de los cuatro idiomas de Kollár, los eslovenos se sintieron amenazados por los croatas; los eslovacos, por los checos, y los ucranianos, por los rusos y polacos. Ciertos errores filológicos de los primeros eslavistas causaron muchas injusticias y graves perjuicios a croatas, ucranianos. búlgaros y eslovacos. Pero el mayor obstáculo para conseguir los fines del paneslavismo está en la secular enemistad entre los dos pueblos eslavos más grandes, el ruso y el polaco. Agrandan el conflicto entre estas dos naciones la ortodoxia cismática y el catolicismo. choque que también se produce en las relaciones entre servios y croatas.

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Los ideólogos del resurgimiento eslavo no definieron su actitud frente a la religión. Influidos por el racionalismo, eran generalmente indiferentes, si no librepensadores. Perteneciendo los eslavos a cuatro religiones –los hay ortodoxo-cismáticos, católicos, protestantes y musulmanes–, aconsejábales la prudencia no rozar esta cuestión. Todos los eslavos debían amarse como hermanos, sin tener en cuenta las diferencias religiosas. Pero esta tolerancia no llegó a cuajar sino a lo sumo entre quienes no practicaban religión alguna. Las masas de fieles permanecieron en sus exclusivismos. En este sentido hay un fenómeno muy interesante: Kollár y Šafárik, principales ideólogos, eran pastores protestantes, es decir, representantes de la confesión que cuenta con menos fieles entre los eslavos. El clero católico, educado en su mayoría en el espíritu del josefinismo, se adhirió casi en su totalidad al resurgimiento, pero no tocó las cuestiones religiosas. El clero cismático era, en cambio, intransigente e intolerante, sobre todo el servio. Al contrario de los eslavos occidentales, los rusos discutieron mucho sobre problemas religiosos.

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Queda aún por decir algo sobre la situación de la idea eslava en cada uno de los pueblos eslavos durante su resurgimiento.

Los checos son los que destacan en esta época. Entre ellos surgieron los principales ideólogos y propagadores de la idea eslava. El resurgimiento checo se desarrolla bajo el signo de la reacción contra los intentos germanizantes y centralizadores del emperador José II, reacción inspirada por los primeros eslavistas, sobre todo Kollár y Šafárik. La situación política del pueblo checo en Austria durante la primera mitad del siglo XIX creó en su clase rectora una visión bastante real: los eslavos en la monarquía de los Habsburgos eran el grupo más numeroso, pero sin derechos políticos. Para conseguirlos tenían que despertar y ponerse de acuerdo. Pero había que sos: tener a Austria, pues sólo con ella podían salvarse. Todo esto lo formuló de manera perfecta el iniciador de la política checa, el historiador Francisco Palacký (1798-1876), en su famoso mensaje a la Dieta de Francfort en 1048: «Si Austria no existiera, habría que crearla». Por eso los checos se apartan de Rusia tan pronto la conocen. En este sentido es muy significativa la postura adoptada por el periodista y político Carlos Havlíček Borovský (1821-1850), quien en 1844 escribía desde Moscú: «¡Ojalá pudiese Kollár venir a Rusia en mi lugar! Se desesperaría pensando en lo que él mismo ha hecho por el eslavismo… Quien quiera, en efecto, hacer bien a los checos, envíelos a Rusia pagándoles los gastos»[7].

El resurgimiento nacional eslovaco lo inició, ya a fines del siglo XVIII el sacerdote y filólogo Anton Bernolák (1762-1813), iniciador del nacionalismo eslovaco. Por otra parte, la labor de Kollár y Šafárik trató de conseguir la unidad checoslovaca, a la que se opuso fuertemente L’udevít Štúr (1815-1850), que acabó por fijar el idioma eslovaco como lenguaje literario. Además, los eslovacos tenían que resistir a la presión cultural de los checos, y Štúr simpatizó con Rusia.

El resurgimiento esloveno tiene bastante semejanza con el checo, pero fue menos intenso que éste, por ser entre los eslovenos menor el número de intelectuales. Además, los eslovenos tuvieron que luchar con restos de jansenismo. Uno de los jefes del resurgimiento fue el eslavista Bartolomé Kopitar (1730-1844), bibliotecario del Palacio Imperial de Viena y censor de libros. Orientó a los eslovenos en sentido austrófilo. Kopitar veía a Viena como un posible centro de todos los eslavos, con una Academia Eslava que tendría sucursales en todos los países eslavos. Católico fervoroso, desconfiaba de Rusia y de la Iglesia oriental. Contribuyó mucho a que los eslovenos se apartasen definitivamente del «ilirismo» croata.

El resurgimiento croata nació del propio impulso que le daban muchos hombres ilustres, desde Pablo Ritter Vitezović (1652-1713). En este sentido, es la fase final de un período, en el que se distingue del de los otros eslavos, cuyo resurgimiento es siempre la fase inicial de una época nueva. La primera fase de este resurgimiento se conoce con el nombre de «ilirismo» o «movimiento ilírico», encabezado por Ljudevit Gaj (1809-1872) que le dio el nombre de «ilírico» por considerar a los croatas, lo mismo que a los demás eslavos del Sur, autóctonos en la Península Balcánica y descendientes de los antiguos ilirios. Bajo este nombre quería realizar la unidad cultural de todos los eslavos del Sur. Esta idea no fue aceptada ni por los servios ni por los eslovenos, y muy pronto la rechazaron los mismos croatas. Los influjos del extranjero nunca pudieron prevalecer sobre la creación propia, que se basaba políticamente en el derecho constitucional croata y se dirigía a la lucha contra los húngaros y contra la Corte vienesa para conseguir la unión de todas las provincias croatas. El más sometido a las influencias eslavas fue el mismo Gaj. Recorrió dos veces (1840 y 1367) Rusia, pero en ambas ocasiones volvió desilusionado. Por lo demás, después de la prohibición del nombre de «ilírico» en 1843, su intervención en la vida pública de Croacia fue mínimo.

Los servios permanecieron bastante alejados de todo este movimiento. Por entonces les preocupaba más la liberación y ordenación de su país. Para ellos trabajó Šafárik. De los eslavos occidentales están separados por la religión; de los rusos, por el espacio, y por eso aceptan de la idea eslava lo que realmente les conviene, mientras mantienen y desarrollan vigorosamente su nacionalismo servio. Vuk St. Karadžić (1787-1864), famoso coleccionista de canciones populares y de material folklórico y filólogo autodidacto, puede considerarse como uno de los fundadores de la ideología panservia por su tesis sobre los «seryios de las tres confesiones», entre los que incluye también, injustificadamente, a los croatas.

Los búlgaros gimen por entonces en la esclavitud turca. Les falta una clase intelectual y por eso no participan en el resurgimiento. Se limitan a ser objeto del entusiasmo poético y político de los otros eslavos. Su lucha por la conciencia y lengua nacional se dirige contra el clero griego. El hombre más destacado, Basilio Aprílov (1789-1847), está sometido a la influencia rusa.

También entre los polacos tuvo la idea eslava sus partidarios. J. P. Woroniecz fue, en cierto sentido, el antecesor de Kollár, como Lorenzo Surowiecki (1769-1827) fue el de Šafárik; Estanislao Staszic (1755-1826) fue incluso rusófilo. Mas, por motivos políticosociales, los polacos nunca sintieron verdadero entusiasmo por el paneslavismo. No habiéndose encontrado en el Congreso de Viena ni después una solución para restablecer el Estado polaco, los habitantes de este país consideraban a los rusos, con razón, como los más grandes opresores de sus libertades. La poesía polaca de esta época (Mickiewicz, Krasiński, Słowacki) es la más profunda de todas las eslavas. Una forma particular de la idea eslava entre los polacos es el mesianismo, doctrina de Andrés Towiański (1794-1878), basada sobre una mezcla de la mística de Saint Martin, del mesmerismo, del utopismo social de Saint-Simon, de la teosofía de Swedenborg, de la masonería rusa y, por fin, de la cabalística judía. Psicológicamente tiene su origen en el triste estado de la nación subyugada, que no se resigna a aceptarlo para siempre, sino que espera la liberación y la victoria después de las duras penas y sufrimientos actuales. El pueblo polaco sufre, y por eso le está reservada la misión de ser el salvador de la Humanidad. Esta doctrina toma desde 1841 la forma y organización de una secta religiosa. A ella pertenecieron poetas tan destacados como Mickiewicz y Słowacki. También tuvo repercusiones en otros pueblos eslavos.

Más trágica es aún la situación de los ucranianos. Políticamente están divididos entre Rusia y Austria; culturalmente, en cambio, sufren la presión de rusos y polacos. A principio del siglo XIX comienza en Galitzia la agitación del resurgimiento con el folklorista Juan Petrovic Kotljarevskij [Juan Petróvich Kotliarevski] (1769-1838), que es, en efecto, el padre de la literatura ucraniana. Los impulsos vienen de los eslavos occidentales. Los verdaderos promotores del nacionalismo ucraniano son Nicolás J. Kostomarov [Nikolás Kostomárov] (1817-1885) y el poeta Taras Sevcenko [Tarás Shevchenko] (1814-1861). En 1846 fundaron en Kiev la «Sociedad de S. Cirilo y S. Metodio», que se proponía desarrollar un programa eslavo en general y ucraniano en particular; sus puntos principales eran: la liberación de todos los eslavos del dominio de otros pueblos (eslavos o no eslavos), su organización federativa, supresión de la esclavitud, igualdad de todos los hombres, libertad y tolerancia religiosa, libertad de pensamiento, libertad científica y publicitaria y enseñanza de todos los idiomas eslavos. Por ser autores de este programa, Sevcenko y Kostomarov fueron desterrados por muchos años. Al principio, los rusos consideraron a Sevcenko como separatista por escribir sus versos en ucraniano; pero cuando adquirió prestigio de gran poeta afirmaron que la suya era «la poesía popular y regional característica». Esto impidió que se llegara a una mutua comprensión entre ucranianos y rusos. Y lo mismo sucedió entre ucranianos y polacos, pues éstos despreciaron a Miguel Grabowski (1804-1863) por ayudar al resurgimiento ucraniano y por trabajar para el acercamiento de ambas naciones vecinas.

Del resurgimiento en el pueblo ruso no se puede hablar en el mismo sentido que de los demás eslavos. Comienza, en efecto, ya con las reformas de Pedro el Grande, un siglo antes, y su característica esencial es que ha sido dirigido desde arriba, por los soberanos, y con una muy acusada y directa intervención de extranjeros, mientras el resurgimiento de los otros eslavos es más espontáneo, nacido de abajo y animado por un deseo de conseguir la libertad nacional, que ya poseían los rusos. Las relaciones de los rusos con los demás eslavos están determinadas por la política oficial seguida con Polonia, Austria y Turquía, y, además, por la solidaridad del ortodoxo oriental. Es en la cuarta década del siglo XIX, con Puškin [Pushkin] (Canciones de los eslavos occidentales. según Mérimée), cuando comienza a despertarse en la literatura rusa cierto interés por los demás eslavos. Por el mismo tiempo, una serie de pensadores rusos empieza a discutir sobre la esencia y el destino de Rusia y del mundo eslavo, discusión que caracteriza esencialmente la vida espiritual y política rusa hasta la primera guerra mundial. Pero este tema requiere un trabajo aparte.

El acontecimiento más importante en la vida rusa de aquella época fue la victoria sobre Napoleón. Esta victoria llenó a todo el pueblo ruso de orgullo y despertó la conciencia y los sentimientos nacionales. Los contemporáneos empezaron a dividir la historia rusa en dos épocas: antes y después de la derrota francesa. He aquí lo que escribe el académico bolchevique Eugenio Tarlé en su reciente libro sobre la guerra rusofrancesa: «La resistencia del pueblo, no el frío ni la extensión del país, fue lo que venció a Napoleón. El pueblo ruso defendió su derecho a una existencia nacional independiente, y lo hizo con una voluntad de vencer tan indomable, con un heroísmo tan patente, con tanto desprecio de mezquinas ambiciones y con tanta abnegación, que ningún otro pueblo de aquel tiempo, a excepción del español, puede compararse con el ruso»[8]. Otra consecuencia de las guerras napoleónicas fue que muchos rusos recorrieron durante la campaña toda la Europa central, hasta París, y se familiarizaron con la cultura occidental, poniéndose en contacto con varios prohombres eslavos. A Rusia se dirigían entonces los ojos de todo el mundo y en el zar Alejandro I estaban puestas las mayores esperanzas. El Zar mismo, en sus frecuentes viajes por Europa, visitó también los países eslavos. Toda esta multitud de rusos que casi había inundado a Europa, al volver a su país aceleró la fermentación de las ideas que caracterizaron decisivamente a todo el siglo XIX ruso.

III. El primer Congreso paneslavo de Praga en 1848. Euforia de la idea eslava.

El año 1848 abunda también en los países eslavos en acontecimientos notables, aunque no tiene tanta importancia social y política como en la Europa occidental. Para los eslavos sometidos al turco aquel año pasó como otro cualquiera. Los dominados por Rusia padecían el duro sistema autocrático de Nicolás I, ya desde la sublevación polaca en 1831. Por entonces fermentan las ideas socialistas y revolucionarias en las sociedades secretas rusas y se propagan por medio de la literatura o de escritos clandestinos. Pero el zar Nicolás I estaba dispuesto a socorrer con su ejército a cualquier soberano amenazado por la revolución. Por consiguiente, nos quedan sólo los eslavos de Austria.

Por entonces reina en el Imperio austríaco el absolutismo. Tan pronto como se tuvieron noticias de la revolución de febrero en París, todos los pueblos de la Monarquía presentaron sus peticiones nacionalistas. Los primeros fueron los húngaros, dirigidos por Lajos Kossuth, que el 3 de febrero de 1848 pidieron un Gobierno propio. Habiendo estallado la revolución en Viena el 13 del mismo mes, el Emperador aceptó sus peticiones y el 11 de abril les aprobó la Constitución. Pero el joven y vigoroso nacionalismo magiar quería una Hungría unitaria, que llegase desde los Cárpatos hasta el mar. Esto dio lugar a que se levantasen los croatas y, en la gran reunión nacional de Zagreb, el 25 de marzo, proclamaron los «deseos del pueblo croata»: integridad y unión de todas las provincias croatas, con un Gobierno y ejército propios, supresión de la demarcación militar como territorio y régimen particular, abolición de la servidumbre de los campesinos. Por oponerse los húngaros a la aprobación de estas exigencias, el «ban» (virrey) croata Jelačić rompió las relaciones con Hungría y cruzó con su ejército el río fronterizo Drava el 11 de septiembre. Peticiones semejantes presentaron también los servios en Hungría, y su ejército, mandado por Esteban Supljikac, se puso al lado de Jelačić. También los eslovacos se alzaron en armas contra los húngaros, formulando sus exigencias por medio de sus jefes nacionales Štúr, Hurban y Hodza.

Por el mismo tiempo nació un movimiento entre los checos. Las reuniones nacionalistas de los días 11 y 29 de marzo elaboraron el primer programa político: unión de todas las provincias checas, Gobierno responsable para todos los asuntos internos, equiparación de la lengua checa a la alemana, libertades políticas, civiles y económicas. La propuesta de los radicales del «Repeal» (sociedad secreta revolucionaria, fundada en 1847) sobre la necesidad de la «organización del trabajo y del jornal» no fue aceptada. También se eligió entonces el «Comité Nacional», cuyo portavoz principal fue Palacký.

Para los eslovenos las exigencias nacionales las formuló Juan Bleiweis (1808-1881). Los eslovenos, igual que los checos, se negaron a enviar delegados a la Dieta de Francfort. Se declararon partidarios de una Austria independiente, constitucional y monárquica, en la cual se hiciera justicia a todos los pueblos. Pidieron la unión administrativa de las provincias eslovenas dentro de la monarquía austríaca y, en cuanto fuese posible, una constitución estatal.

El emperador Fernando estaba dispuesto, bajo la presión de los acontecimientos de Viena, a aprobar todas estas peticiones, y por eso convocó una Asamblea constituyente. Mientras tanto, la guerra en Hungría y la revolución de octubre en Viena desviaron el curso de los acontecimientos. El emperador Fernando tuvo que ceder el trono a Francisco José I, y la reacción triunfante disolvió, el 7 de marzo de 1849, la Constituyente –entonces en Kromeriz– y proclamó la constitución centralista y absolutista, que oprimió por igual a todos los pueblos de la monarquía hasta 1861.

Así, pues, en 1848 los intereses de los eslavos austríacos estaban de acuerdo: los croatas, los servios y los eslovacos, por la enemistad contra los húngaros; los checos y los eslovenos, por reacción contra Francfort; todos querían salvar a Austria. Solamente los polacos siguieron un camino propio, considerando sus intereses vitales más importantes que todos los sentimentalismos frente a las doctrinas eslavas. Trataron de aprovecharse de todos los conflictos internacionales o movimientos revolucionarios e intentaron restablecer su independencia. Por esta razón el jefe de la emigración polaca, príncipe Adán Czartoryski (1770-1861) quería reconciliar a los croatas y servios con los húngaros, para que todos juntos pudieran destruir a Austria y facilitar al mundo eslavo una vida libre e independiente de toda injerencia extranjera. Pero, siendo imposible reconciliar a los húngaros con los eslavos, Czartoryski abandonó la idea de la destrucción de Austria y abogó por su estructuración federativa como una necesidad antirrusa.[9]

Habiendo sido invitados a la gran Dieta alemana de Francfort, convocada para el 18 de mayo, también los representantes de Bohemia y de las tierras eslovenas (Estiria, Carintia, Carniola, Litoral) que habían pertenecido al Sacro Imperio Romano, los eslavos de Austria empezaron a buscar la manera de proteger las nacionalidades eslavas contra las tentativas de una nueva germanización. Inspirándose en la alianza de los Estados alemanes, que había de llevarse a cabo en la Dieta de Francfort, intentaron realizar una alianza parecida de los Estados eslavos. El 20 de abril el croata Juan Kukuljević lanzó la idea de un Congreso, idea que acaso le sugirió el eslovaco Štúr. Los checos la aceptaron, y ya el 11 de mayo el conde Thun y Palacký invitaban a los representantes de todos los pueblos eslavos del Imperio austríaco para que acudieran el 31 de mayo a dicho Congreso, que tendría lugar en Praga. Allí se reunieron unos trescientos cincuenta delegados, checos, eslovacos, polacos, ucranianos, servios lusacianos, eslovenos, croatas, servios y, además, como huésped, el ruso Miguel A. Bakunin. Como presidente se eligió a Palacký.

Los delegados fueron recibidos con gran entusiasmo por la población de Praga, y el congreso empezó con gran solemnidad. Trajes típicos, fiestas, discursos y brindis, comentarios de la prensa local, hasta una misa solemne en rito bizantino-eslavo, con la conmemoración de todos los soberanos eslavos difuntos y de los jefes actuales, cuya lista encabezaba el emperador Fernando. Todas estas manifestaciones externas parecían indicar unanimidad absoluta y entusiasmaban a las masas. Pero no sucedió lo mismo con el desarrollo interno del congreso. Los tres puntos principales del programa eran: 1. Establecimiento de una liga de los pueblos eslavos dentro de la Monarquía para la protección y defensa común. 2. Transformación de la Monarquía en Estado federal, otorgando a todas las nacionalidades plena igualdad de derechos. 3. Definición más precisa de las aspiraciones de los pueblos eslavos, con miras a una colaboración permanente y más estrecha entre todos ellos en el terreno de la literatura, de la ciencia y del arte[10].

Hubiera sido lógico establecer las comisiones del congreso según estos puntos del programa. Pero, en realidad, las comisiones se basaron en los grupos territoriales: checo-eslovaca, polaco-ucraniana y yugoslava, pues ya de antemano se preveía una discordancia en las cuestiones principales.

En seguida se manifestaron las dos tendencias contrarias: la revolucionaria y antiaustríaca, y la contrarrevolucionaria y austrófila. Los checos, casi todos los eslovacos, los eslovenos, croatas y servios eran partidarios de Palacký y de su concepción austrófila. Esta tendencia recibió el nombre de austroslavismo. En cambio, los polacos y ucranianos –unos y otros entonces bajo una fuerte influencia de Bakunin– querían la revolución, la destrucción de Austria y la creación de Estados eslavos que mantuvieran entre sí relaciones fraternales y democráticas. Los polacos propusieron que se dirigiese a Europa un manifiesto pidiendo la restauración de Polonia y la liberación de todos los pueblos eslavos, no en nombre del paneslavismo, sino en nombre de la justicia. Palacký opinaba que las conclusiones del congreso relativas al programa político de los eslavos de Austria debían ser presentadas al emperador Fernando en forma de acta de homenaje y fidelidad. No obstante, el manifiesto fue aceptado en la sesión del 5 de junio, y posteriormente también el acta de homenaje y fidelidad al emperador, en la que se decía expresamente que el congreso no deseaba la creación de un Estado eslavo, sino que se tratase con justicia a los eslavos que formaban parte de la Monarquía y que se les considerase ante las leyes igual que a los demás pueblos. Se hizo una concesión a los polacos, incluyendo en el acta una petición de autonomía para Galitzia, pero no como promesa de establecer una Monarquía federal, sino como un paso hacia la restauración del antiguo Estado polaco. En cuanto a la segunda propuesta polaca, referente a una federación paneslava, el Congreso se declaró incompetente. En cambio, se eligió una comisión para estudiar un plan de alianza entre los eslavos de Austria.

Otras cuestiones no llegaron a ser resueltas por el Congreso. El 12 de junio hubo en Praga un choque de estudiantes y otros elementos jóvenes y radicales con el ejército, que precisamente por aquellos días tenía en Praga fuerzas muy numerosas. De comienzos insignificantes se llegó hasta las barricadas y las luchas callejeras –al estilo de las revoluciones de entonces–; pero el príncipe Windischgrätz, comandante de las tropas, restableció el orden muy pronto, aunque de una manera cruel. Los delegados eslavos recibieron el 13 de junio la orden de abandonar la capital, y el congreso se disolvió sin acabar sus tareas.

La importancia del Congreso de Praga ha sido generalmente exagerada en la historiografía eslava. Sólo recientemente se ha intentado considerar objetivamente su curso y sus resultados. En conjunto, sólo puede considerarse como un episodio, y de ningún modo como un acontecimiento iniciador de una nueva época en la historia del mundo eslavo. Sus resultados son más importantes en el sentido negativo que en el positivo. En vez de la esperada unidad política y cultural, se puso claramente de manifiesto un particularismo, o más bien un individualismo nacional de cada pueblo eslavo. Desde entonces no se habla ya de cuatro grupos de un solo pueblo eslavo, sino de doce naciones eslavas, cuyos intereses políticos están claramente definidos, siendo a veces contrarios e inconciliables. Cada una de estas naciones se dedicó a desarrollar su lenguaje y su literatura propia. En el mismo Congreso parece una ironía el discurso de Šafárik cuando, con el corazón conmovido, afirma el logro de la reciprocidad eslava, mientras que los delegados en sus debates usan casi siempre el alemán como idioma «intereslavo».

Los contemporáneos no apreciaron bastante la influencia y la figura de Bakunin en este congreso. Veían en él un personaje secundario; pero el mismo Bakunin. escribiendo sobre los días del congreso, dijo, con razón, que los consideraba como los más felices de su vida[11]. En efecto, dos siglos después de haberse esforzado Križanić por conseguir la unificación de la Europa cristiana por medio de los pueblos eslavos, aparece Bakunin, cuyos secuaces separarán a estos pueblos del resto de Europa un siglo más tarde, guiándose por su máxima: «La pasión destructora es una pasión creadora».

Notas

[1] En el texto se repusieron todos los acentos (ausentes en el original) de los nombres eslavos de los países con escritura latina. En el caso de los nombres transcriptos por el autor desde el cirílico a la fonética croata, pusimos entre corchetes cómo se transcribirían en castellano. Nota del Editor.

[2] Donoso Cortés: Obras completas.

[3] P. Pierling: La Russíe et le St. Siège IV. París, 1907.

[4] D. Denis: La Bohème depuis la Montagne Blanche. II. Paris, 1901.

[5] Stjepan Radić: Česki narod. Zagreb, 1910

[6] Literatura česká devatenáctého století, II. V Praze 1903.

[7] Literatura česká devatenáctého století. III. I. V Praze 1925.

[8] Eugen Tarlé: Napoleon in Russland, 1812. Zurich, 1944.

[9] R. Maixner: A. T. Brlic, émissaire du ban Jelacic en France, «Annales de l’institut Francais de Zagreb», 1939.

[10] L. Jerabek: Slovanský sjezd v Praze roku 1848. Praga. 1898.

[11] Michael Bakunin: Aufruf an die Slaven. Koethen, 1848.

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