Páver Nérler[1]
… apartar no pudisteis unos labios que tiemblan.[1]
Y silbar y volar como un estornino...[2]
… y esto empezará para siempre.[3]
1
Ósip Emílievich Mandelshtam era judío debido a sus orígenes familiares; sin embargo, su vocación literaria estaba en la poesía rusa, mientras que su patria espiritual se situaba en Europa. Mandelshtam perteneció por determinación propia a la vasta tradición cultural e ilustrada de Europa, con todos sus valores y referentes espirituales.
Los meses, semanas y días que el joven Mandelshtam pasó en el extranjero tuvieron una gran importancia para su obra. Transcurrieron durante un breve período comprendido entre el otoño de 1907 y el de 1910, lo cual posiblemente obedeció a la fecha de caducidad de su pasaporte. Sabemos que durante ese tiempo Mandelshtam visitó por lo menos cuatro países europeos: Francia, Italia, Suiza y Alemania.
Estuvo en Francia entre septiembre de 1907 y marzo de 1908: vivió en París, en el Barrio Latino, y posiblemente también viajó a Chartres, Reims e incluso Arlés. Cursó dos semestres incompletos en La Sorbona y en el Collège de France, y asistió a las clases de Henri Bergson y Joseph Bédier; allí afianzó la pasión por la literatura francesa antigua que lo iba a acompañar durante toda su vida, particularmente por François Villon.
Mandelshtam visitó Italia en dos ocasiones. En agosto de 1908 hizo una excursión a Génova, donde permaneció unos pocos días, o quizá fueron solo unas horas. Y en marzo de 1910 recorrió durante algunas semanas Venecia, Florencia, Siena y Roma. Más adelante, entre 1932 y 1934, cuando aquel mundo exterior ya estaba cerrado a cal y canto para él, Italia se le reveló de nuevo, de tal modo que sus italianos predilectos (Dante, Ariosto, Petrarca) se apoderaron de todo su ser.
En Suiza estuvo prácticamente de paso, si bien fue un paso por lo general calmoso; Mandelshtam se detuvo unas semanas en Montreux y Beatenberg. En cambio, cruzó Berna, Lausana y Ginebra casi de forma fulminante.
Realizó dos viajes a Alemania. Lo más relevante es que, desde el otoño de 1909 hasta la primavera de 1910, pasó algo más de un semestre en la Universidad de Heidelberg, donde asistió a los cursos de Wilhelm Windelband, Emil Lask, Friedrich Neumann, Henry Tode… Y, en junio de 1910, se desplazó hasta Zehlendorf, cerca de Berlín, para acompañar a su madre, que había ido a tomar las aguas.
Durante esos años de periplo por el continente, Mandelshtam sentó las bases del europeísmo que define su concepción poética; en efecto, la profunda identificación con la cultura paneuropea se convertiría en un rasgo esencial de su personalidad.
Pero los orígenes y la realidad de Rusia eran otros, bien lo sabía Mandelshtam. Las durísimas condiciones en que malvivía el campesinado y la relegación de los judíos a la Zona de Asentamiento debieron de espolearle la conciencia, y ese trasfondo social explica que en 1906 Mandelshtam mostrara sus simpatías por el Partido Social-Revolucionario. Por otra parte, y con el objetivo de poder iniciar sus estudios en la Universidad de San Petersburgo, en 1911 recibió el bautismo calvinista en Víborg (Finlandia). El consenso entre justicia y libertad que conciliaba esos dos polos se hallaba, desde el punto de vista histórico, en la obra del filósofo y politólogo Piotr Chaadáyev (1794-1856), considerado el primer ruso europeo; y, fuera de la dimensión histórica, en Aleksandr Pushkin (1799-1837) como primer poeta ruso que respondía de lleno a los criterios del acmeísmo, corriente que Mandelshtam contribuyó a crear, entendida como la armonía del logos y el melos que respira donde y cuando quiere. «Aprendamos seriedad y honor / en Occidente, con una familia extranjera»,[4] exclamaba Mandelshtam muchos años después en el poema «A la lengua alemana» (1932).
Solo con esta forma eurocéntrica de percibir el mundo se podía reflexionar y escribir sobre Rusia y la propia Europa de un modo tan ampliamente geopolítico y con un sentido de la filosofía de la historia tan profundo como lo hizo Mandelshtam en septiembre de 1914, refiriéndose a los primeros acontecimientos del inicio de la Primera Guerra Mundial:
Europa[5]
Como cangrejo mediterráneo, como estrella de mar,
el postrer continente fue arrojado a las aguas;
al Asia vasta, a América avezado,
lava a Europa el Océano y se calma.
Están cortadas sus orillas vivas,
y de penínsulas hay esculturas aéreas;
perfiles casi de hembra de los golfos:
arco indolente de Vizcaya y Génova.
De siempre tierra de conquistadores,
Europa con andrajos de Unión Sacra;
talón de España, itálica medusa,
tierna Polonia, donde no hay monarca.
¡Europa de los césares! Desde que a Bonaparte
Metternich apuntó con la pluma de ganso,
tu oculto mapa ante mis ojos cambia
por vez primera al cabo de cien años.
2
En Petersburgo, poco después de regresar de Europa, se produjo el espléndido debut literario de nuestro autor, que entonces contaba diecinueve años. En el suplemento literario del número de septiembre de 1910 de la revista Apolón aparecieron cinco poesías suyas, entre ellas la célebre «Silentium»:
Él no ha nacido aún,
sólo es palabra y música,
y por eso todo lo que vive
indisolublemente lo vincula.
[…]
Sigue, Afrodita, siendo espuma,
y vuelve tú a ser música, palabra,
ten, corazón, del corazón vergüenza
que al fundamento de la vida te ata.[6]
La voz poética de Mandelshtam sorprendía al instante por la pureza de su timbre y una incapacidad orgánica para la afectación. En el espeso contexto simbolista de entonces, aquella voz de porcelana se fortalecía poco a poco y se diferenciaba del resto. Por la forma en que reaccionó al atentado contra el archiduque Francisco Fernando, incluso podía adivinarse el singular temperamento político de su poseedor.
En aquellos años, cuando con posterioridad al magnicidio de Sarajevo los cañones anunciaron el comienzo de la Revolución Socialista de Octubre, nadie esperaba encontrar en Mandelshtam el espíritu de un nuevo André Chénier (1762-1794). Sin embargo, ya en noviembre de 1917 brotaron de su boca unos versos acusadores contra Lenin, el «favorito de Octubre», y los bolcheviques que con él acababan de tomar el poder:
Cuando el yugo de cólera y violencia
el favorito de Octubre nos preparaba,
y se erizaba un blindado asesino,
ametralladora en ristre, la frente baja,
«¡Crucificad a Kérenski!» —un soldado reclama,
mientras la vil plebe le aplaude:
con la bayoneta al corazón nos apunta Pilatos
para que su agitado latir se apague.[7]
Mandelshtam se refiere al comportamiento despiadado de los dirigentes del joven poder soviético, que por entonces aún no ocultaba sus objetivos totalitarios y se abría camino mediante los actos de violencia más atroces.
Los primeros años tras la revolución supusieron para Mandelshtam —quien durante los tiempos revueltos de la guerra civil tuvo que vagar sin descanso por ciudades rusas y ucranianas, a través de la Crimea de Wrangel y hasta la Georgia ocupada por los mencheviques— un auténtico cambio de paradigma que se reflejó en su obra poética. Los largos versos de Tristia (1922) transmiten una intensa carga emocional, y se diferencian claramente de los poemas más secos y comedidos, formalmente de factura impecable de su primer volumen (La piedra, 1913).
3
Basta con el título para ver que La piedra aspiraba a ser un manifiesto acmeísta. Al principio Mandelshtam tuvo la idea de que su primer libro se llamara La concha, algo que involuntariamente remitía a Las perlas de Nikolái Gumiliov.
Si Gumiliov le sugirió el título definitivo o fue él mismo quien se decidió por este encabezamiento no es relevante. Lo que sí importa es el hecho de que Mandelshtam se desprendió de la tradición romántica de Fiódor Tiútchev y de las ideas místicas del simbolismo, y puso la primera piedra de la nueva corriente literaria. En el ensayo «La mañana del acmeísmo» (1919), Mandelshtam se ocupa del «sentido consciente de la palabra».[8] La piedra, identificada con el Logos, estaba ansiosa por existir; y, como liberada de un hechizo, logró sobreponerse a la naturaleza inmóvil y a las palabras desprovistas de sentido de los simbolistas, y empezó a hablar en un nuevo lenguaje, preciso y elevado. El lenguaje de la piedra es la arquitectura y el urbanismo, la vida de la ciudad.
De ahí el denodado interés por lo arquitectónico y el arte de la construcción, tan característico de los versos «góticos» del período de La piedra. Y de ahí también la admiración de Mandelshtam por el dominio del oficio, lo artesano, la belleza de la obra acabada y, en suma, por la «época fisiológicamente brillante de la Edad Media» en que todo esto gozaba de un puesto de honor.[9]
Según la concepción mandelshtamiana, los acmeístas fundamentan su poética en el Logos entendido como la palabra consciente y cargada de sentido, distinguiéndose así tanto de los simbolistas con su música espiritualizada y su aura de transcendencia, como de los futuristas con su sinrazón y sus atrevidos experimentos fonolingüísticos (zaum). Con el acmeísmo la palabra como tal «ha adoptado por primera vez una majestuosa postura erecta y ha entrado en la Edad de Piedra de su existencia».[10] En el mismo ensayo-manifiesto se afirma lo siguiente: «Fue como si la piedra ansiara otra existencia. Reveló el potencial dinámico oculto en su interior como si suplicara que la admitieran en la “bóveda de arista” con el fin de participar en la gozosa acción conjunta de sus compañeras».[11] Y prosigue Mandelshtam: «[…] los simbolistas eran mediocres arquitectos. Construir significa conquistar el vacío, hipnotizar el espacio».[12]
Por mucho que los prebostes del simbolismo centraran los debates de la revista Apolón e intentaran relegar el acmeísmo a un segundo plano, este iba ganando terreno. Pero la demostración definitiva de la existencia del grupo acmeísta no fue Cielo extraño (1912) de Gumiliov ni tampoco El sauce (1913) de Serguéi Gorodetski, sino La piedra de Mandelshtam. Este libro justificaba por sí solo la razón de ser e incluso el nombre de la editorial Akmé, fundada por Mijaíl Lozinski, aun teniendo en cuenta que se publicó en abril de 1913 con una tirada exigua (trescientos ejemplares). La edición fue financiada por el autor (o mejor dicho, con dinero de su padre), y se vendió a comisión en la librería de M. V. Popov-Yasni de la avenida Nevski.
La primera edición de La piedra contenía solo veintitrés poemas, los cuales, aunque estaban fechados, no seguían un orden cronológico. Pero, a partir de la segunda edición, Mandelshtam adoptó el criterio temporal de los textos como principio preferente para los siguientes libros de poesía. Este volumen se publicó en diciembre de 1915 (en la portada se indica el año 1916) con una tirada de mil ejemplares, y contenía sesenta y siete poemas escritos entre 1908 y 1915. Serguéi Kablukov, secretario de la Sociedad Religioso-Filosófica de Petersburgo, y amigo íntimo y mentor de Mandelshtam, anotó el 30 de diciembre de 1915 en su diario: «[…] el libro también se resiente de los efectos de la censura: dos poemas, “La plebe se ha dormido” y “Seda de mar imperial”, no han obtenido el permiso. Además, la recopilación no ha salido lo suficientemente completa. El autor, en parte por recelo, en parte por capricho, ha descartado hasta veintisiete poesías que no estaban nada mal, algunas de ellas incluso eran excelentes».[13]
La tercera edición de La piedra vio la luz después de la revolución, en julio de 1923, en la serie «Biblioteka sovreménnoi rússkoi literatury» (Biblioteca de literatura rusa contemporánea) de la editorial estatal Gosizdat, con una tirada triplicada: tres mil ejemplares. En esta ocasión los poemas no están fechados, y se incluyen pequeñas modificaciones que alteran ligeramente el orden temporal. De las setenta y cinco poesías que incluye el libro, seis fueron escritas después de 1916 y, a decir verdad, no pertenecían al período creativo de La piedra. La última edición de esta obra en vida del autor fue la correspondiente sección del volumen Poemas (1928), que ya incluía setenta y tres poesías.
Mandelshtam tenía la intención de titular su segundo libro La nueva piedra: este fue el nombre que hizo constar en el contrato firmado en noviembre de 1920 con la editorial Petrópolis.[14] Pero, tras abandonar Petrogrado en febrero del año siguiente durante casi un año (para viajar primero a Ucrania y después a Transcaucasia), Mandelshtam se desentendió de la preparación del volumen. El libro se publicó a principios de 1922 (en la portada se indica el año 1921) en el departamento de la editorial en Berlín, con el título Tristia, que remitía a Ovidio. La idea fue de Mijaíl Kuzmín, que tomó el nombre de uno de los poemas clave de la edición. En el libro se incluyeron cuarenta y cinco poesías concebidas entre 1916 y 1920, distribuidas en un orden cronológico no muy riguroso.
«A mi querido N. N., solicito que tenga en cuenta que este libro se ha publicado en contra de mi voluntad y sin que yo lo supiera»; «Este libro lo ha compuesto un grupo de personas incultas sin contar conmigo, en contra de mi voluntad, a partir de un montón de papeles desordenados»…[15] Con esta vehemencia se rebelaba Mandelshtam contra la arbitrariedad de los editores, mientras firmaba Tristia alegremente.
Mandelshtam incluyó veintiocho poesías de Tristia en su Segundo libro, que se publicó con el sello de Krug, una cooperativa editorial de Moscú, en noviembre de 1923, con una tirada de tres mil ejemplares y la dedicatoria «Para N. J.» (Nadezhda Jázina, la mujer del poeta). El manuscrito para la imprenta, las galeradas y las correcciones que se han conservado demuestran que Mandelshtam hizo esta vez un atento seguimiento de todo el proceso. El Segundo libro consta de cuarenta y tres poemas escritos ente 1916 y 1922.
Pero resulta curioso que Mandelshtam vacilara de nuevo al elegir el título. Dos opciones han llegado hasta nosotros, Aónides y La golondrina ciega, y ambas remiten al poema «La golondrina». El último libro de poesía en vida del autor vio la luz con el título Poemas, y fue publicado por la editorial Gosizdat en 1928 con una tirada de dos mil ejemplares. Se trata de una retrospectiva de dos décadas de actividad poética. El libro consta de tres apartados: «La piedra», «Tristia» y «1921-1925». Nótese el título «Tristia», contra el que antes el autor había expresado su absoluta disconformidad. Y en el mismo año, 1928, aparecieron dos libros más, ambos con un plan en cierto modo recopilatorio. Se trata del volumen en prosa El sello egipcio, que incluye junto con el relato homónimo los textos autobiográficos de El rumor del tiempo, publicado previamente en 1925; y de los artículos críticos reunidos en De la poesía, que contiene «una serie de apuntes tomados en distintos momentos entre 1910 y 1923, relacionados entre sí por su unidad de pensamiento».[16]
4
Todos estos libros se fueron publicando uno tras otro en pleno silencio poético de Mandelshtam. Durante cinco largos años, en el período que va de los poemas dirigidos a Olga Váksel en la primavera de 1925 hasta el ciclo «Armenia» del otoño de 1930, no consta ni una sola poesía nueva, a excepción de los poemas para niños.
¿Qué había ocurrido? ¿Por qué el poeta acmeísta Ósip Mandelshtam se había quedado sin voz? ¿O alguien le había cerrado el grifo, aunque no del todo? Una «sordera arácnida», según la acertada expresión del poeta en «Lamarck» (1932), reinaba en todo el país.
En aquellos años, no solo Mandelshtam guardó silencio: hicieron lo propio Anna Ajmátova, Borís Pasternak, Benedikt Lívshits… La agobiante atmósfera social amenazaba con sofocar con su sorda hostilidad a toda una generación de escritores. Y más tarde, en la década de 1930, aquella situación se tornó abiertamente en campañas de acoso contra escritores e intelectuales. Publicar iba siendo cada vez más difícil, y la traducción literaria era para ellos casi la única válvula de escape, además de una de las pocas maneras que tenían de ganarse la vida. Además, la designación de «especialistas» procedentes de estamentos completamente ajenos a este ámbito para que se encargaran de la política cultural no se consideraba algo vergonzoso, sino que incluso se fomentaba.
El propio Mandelshtam tradujo decenas de libros, principalmente del francés. Pero cada año que pasaba se hacía más evidente que aquella válvula de escape resultaba asfixiante y tóxica para su energía creadora, y finalmente fue la causante de más de cinco años de silencio.
5
Y fue en esta época cuando se desató la campaña de calumnias en torno a la novela del belga Charles De Coster sobre Till Eulenspiegel. Mandelshtam cometió el fatídico error de aceptar una propuesta editorial que consistía en revisar una traducción de esa obra. En un descuido, la editorial hizo constar en el libro solo el nombre de Mandelshtam, olvidándose de añadir al verdadero traductor. A pesar de que nuestro autor no tenía ninguna culpa, al salir la novela fue acusado de plagio.
En 1928 se le recriminó en la prensa haber cometido un robo intelectual. A pesar de todo, Mandelshtam debe en cierta medida al «affaire Eulenspiegel» su segundo nacimiento como escritor, puesto que en La cuarta prosa reelaboró literariamente lo sucedido. Aludiendo a uno de los temas más recurrentes de la literatura rusa, el «capote» o la «pelliza» (a partir del relato El capote de Gógol), Mandelshtam convierte todo ello en un insólito golpe de liberación, y se despoja de su «pelliza literaria»:
«Soy un peletero de pieles preciosas; yo, casi asfixiado por la peletería literaria, soy moralmente responsable de haber infundido en un bribón petersburgués el deseo de citar como una anécdota difamatoria la cálida pelliza de Gógol, arrancada de noche en la plaza de las espaldas del viejo miembro del Komsomol (Juventudes Comunistas), Akaki Akákievich. Me quito mi pelliza literaria y la pisoteo. Enfundado en una chaqueta y con treinta grados bajo cero, daré tres vueltas por el anillo de los bulevares de Moscú. Huiré del hospital amarillo del pasaje del Komsomol al encuentro de una pleuresía, con un resfriado de muerte, para no ver las doce ventanas judías iluminadas de la casa obscena en el bulevar Tverskói […]»[17]
La cuarta prosa, que supone un muy personal ajuste de cuentas con aquel escándalo, marca la ruptura definitiva del poeta con la literatura oficial, y lo obliga a redescubrirse como escritor. Y por fin, en octubre de 1930 en Tiflis, adonde acababa de llegar después de su vivificante viaje por Armenia, sucedió lo que parecía imposible: Mandelshtam se puso de nuevo a escribir versos:
¡Qué miedo tenemos los dos,
mi camarada de la boca grande!
¡Oh, cómo se deshace nuestro tabaco,
amiguete cascanueces, tontorrón!
Y silbar y volar como un estornino
quisiera yo, y comer pasteles…
Pero ya se ve que no hay manera.[18]
El resultado fue una colección de poemas completamente diferentes, absolutamente nuevos. Y fue así, Nuevos versos, como Mandelshtam acabó titulando este nuevo libro (aunque también se barajó la posibilidad de llamarlo El libro nuevo).
6
Con el paso del tiempo se demostró que precisamente los años treinta iban a ser la época de mayor actividad del Mandelshtam poeta. Un período de combustión casi ininterrumpida que, en su incandescencia, en ocasiones alcanza la brillantez y densidad de Pushkin en su famoso otoño de Bóldino. Durante algo menos de siete años, entre octubre de 1930 y julio de 1937, surgieron más de doscientos poemas, es decir, casi la misma cantidad que en el cuarto de siglo anterior. Sin ese importante bagaje, sin la fase creativa que actualmente conocemos como el «Mandelshtam tardío», la poesía rusa del siglo XX (y la poesía rusa en general) sería inconcebible. Ya entonces algunos autores eran conscientes de la magnitud de la lírica mandelshtamiana, como por ejemplo Ajmátova, Pasternak o Víktor Shklovski.
En mayo de 1934 Mandelshtam fue detenido por haber escrito, en octubre y noviembre del año anterior, unos versos satíricos sobre Stalin. Primero fue desterrado a Cherdyn, una pequeña ciudad en la región de Perm, en los Urales; y más tarde a Vorónezh.
Siempre había algo que empujaba al poeta a prodigarse en acciones que a los ojos de sus contemporáneos parecían absurdas o peligrosas, y que hoy en día podrían parecer incluso heroicas. Es el caso, sin ir más lejos, de los fatídicos versos de 1933, o de sus desafiantes respuestas a las provocaciones que se daban a veces en las veladas en las que participaba: «¡Yo soy contemporáneo de Ajmátova!»; «¡No renuncio ni a los vivos ni a los muertos!» (con estas palabras recordó Mandelshtam al poeta Nikolái Gumiliov, fusilado en 1921, quien había sido su amigo y primer marido de Anna Ajmátova); o el famoso comentario que Nadezhda Mandelshtam recoge en sus memorias, según el cual el acmeísmo era «la nostalgia por la cultura universal».[19]
Al pretender desplazar la verdad y la sinceridad de la conciencia de la gente, aquella época también privaba al poeta del aire para respirar, envolvía su alma con la falsedad y la mentira, y amenazaba con cubrir para siempre con una pesada losa «la humana boca torcida y ardiente».[20] De ahí la imagen conmovedora del poeta enterrado vivo, como se nos presenta en los Cuadernos de Vorónezh: «Sí, estoy tendido en la tierra, moviendo los labios…».[21]
Sepultado en vida el poeta, condenado al silencio, pero no enmudecido, y muy lejos de rendirse: la veracidad de la palabra de Mandelshtam se resiste a sucumbir a los embates de su tiempo:
Con apartarme de los mares, del impulso y el vuelo
y dar al pie el apoyo de una violenta tierra,
¿qué habéis logrado? Unos excelentes beneficios:
apartar no pudisteis unos labios que tiemblan.[22]
7
Detengámonos un poco más en los años treinta: Nuevos versos, Viaje a Armenia, Coloquio sobre Dante y algunos textos más. Pero, ¿qué obras llegaron a ver la luz?
Dos decenas y media de poemas repartidos en cinco recopilaciones que, aun siendo modestas, muchos lectores guardaron en su memoria. Se publicaron en Literatúrnaya Gazeta, en Zvezdá y, sobre todo, en Novy Mir. Sin olvidar el Viaje a Armenia, que apareció en el número de mayo de 1933 de la revista literaria Zvezdá.
Mandelshtam estaba ultimando nuevos libros para la imprenta. Para algunos de ellos ya se habían preparado los contratos e incluso pagado honorarios, como por ejemplo de la edición en dos tomos que debía publicar la Editorial Estatal de Literatura (Gosudárstvennoe izdátelstvo judózhestvennoi literatury, GIJL), y el Viaje a Armenia había pasado hasta tres revisiones. Pero ninguno de estos libros, ni los volúmenes Obras escogidas y Versos en la editorial Gosizdat, ni tampoco el Coloquio sobre Dante llegaron a ver la luz.
Y aunque incluso estando desterrado en Vorónezh Mandelshtam no cejó en su empeño de llegar al lector —enviaba sus poemas a Krásnaya Nov, Zvezdá, Znamia y otras revistas—, el muro que se había levantado entre los lectores y el poeta resultó ser infranqueable. En mayo de 1938 Mandelshtam fue arrestado por segunda vez, y la notificación de su muerte, acaecida el 27 de diciembre de 1938 en el lejano campo de tránsito de Vtoraya Rechka, cerca de Vladivostok, no se divulgó hasta principios de 1939. La obra de Mandelshtam llegó al público por vía indirecta. La mujer del poeta, Nadezhda Yákovlevna, y algunos fieles amigos como Natasha Stempel memorizaron los poemas o los copiaron en trozos de papel. Así preservaron durante largos años el legado del escritor, a sabiendas de que con ello se ponían a sí mismos en peligro.
En la década de 1960, un cuarto de siglo después de la muerte del autor, sus versos se esparcieron por la Unión Soviética y el resto del mundo en infinidad de copias escritas a máquina. A partir de mediados de los años sesenta toda una serie de revistas se hace eco de esas notas, y los poemas de Mandelshtam aparecen en publicaciones como Moskvá, Prostor, Literatúrnaya Armenia, Literatúrnaya Gruzia, Den Poezii o Literatúrnaya Rossiya, aunque debido a las difíciles condiciones de transmisión no sean siempre fieles a los textos originales.
En mayo de 1967 la editorial Iskusstvo publicaba el primer libro póstumo de Mandelshtam que veía la luz en Rusia, el Coloquio sobre Dante, a cargo de Aleksandr Morózov. Y no fue hasta finales de 1973 que apareció el volumen correspondiente a Mandelshtam en la colección «Biblioteka poeta», cuya preparación se había iniciado nada menos que en 1956, con una tirada de 15.000 ejemplares. En 1990, la magnífica edición de La piedra con el sello de Naúka a cargo de A. Mets, L. Ginzburg, S. Vasilenko y Yu. Freidin elevó el listón hasta los 150.000. Ese mismo año, de la recopilación en dos tomos preparada por Pavel Nerler en colaboración con Serguéi Avérintsev y A. D. Mijáilov se imprimieron 200.000 ejemplares, que se agotaron en apenas dos semanas.
8
Durante los años en que la obra lírica de Mandelshtam no gozó de reconocimiento oficial y estuvo prohibida de forma categórica y condenada a un olvido aparente, todo un mito sobre Mandelshtam fue tomando forma y cobrando fuerza.
Mandelshtam había aprendido muy pronto a hablar en su propio nombre; luego se convirtió en la voz de muchos; hasta que, más adelante, logró hablar en nombre de todos. Vean si no la carta cargada de dramatismo que Nikolái Punin, esposo de Anna Ajmátova, dirigió a su primera mujer, Аnna Arens-Púnina, el 23 de septiembre de 1929: «Pienso en el destino que me han arrebatado, como dijo Mandelshtam de todos nosotros».[23]
Y no es casual que le fuese dado, precisamente a él, expresar el carácter dual y contradictorio de la época en la que vivió y murió. Un tiempo cuya tesis estaba formada de miedo y silencio, como en el célebre epigrama contra Stalin:
Vivimos sin sentir el país bajo nuestros pies,
nuestras voces a diez pasos no se oyen […][24]
Mientras que su antítesis combinaba valor y esperanza:
Porque no tengo yo sangre de lobo
y solo mi igual podrá matarme.[25]
El hecho de disponer de ediciones exhaustivas de la obra de un gran poeta (en este caso, Mandelshtam) en su propio país (Rusia) es un indicador del respeto que esa sociedad profesa hacia su legado cultural. Hoy en día, el interés que despierta la obra de nuestro autor se enmarca en un interés compartido por la literatura rusa del siglo XX en general. Téngase en cuenta que, mientras que la exclusión de los versos de Mandelshtam del acervo cultural se prolongó durante algo más de tres décadas, la obra de autores como Nikolái Gumiliov, Vladislav Jodasévich o Gueorgui Ivánov fue dejada de lado durante casi medio siglo. Esta circunstancia engendró a toda una generación de lectores que fueron privados de conocer una parte importante de la poesía rusa contemporánea.
9
Dos revoluciones (la de Febrero y la de Octubre) y dos guerras (la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil Rusa): Mandelshtam se vio obligado a ser testigo directo de todos estos acontecimientos, que sacudieron los pilares de su concepción del mundo…
Cuando en verano de 1923 el poeta Lev Górnung, que entonces tenía veintidós años, hizo llegar a Mandelshtam un cuadernillo con sus versos, ya no se estaba dirigiendo a un maestro del acmeísmo, sino a un poeta completamente distinto. Y este, sin ningún tipo de ostentación, le respondió en una nota adjunta a los poemas: «[…] hay en ellos [en sus versos, P. N.] una lucha, una voluntad viva contra la carga de los muertos, como contra las palabras “acmeístas”. A usted le gusta el pathos. Usted quiere sentir el tiempo. Pero la percepción del tiempo cambia. El acmeísmo del año 1923 no es el mismo que el del año 1913. Probablemente el acmeísmo haya dejado de existir por completo. Tan solo pretendía ser la “consciencia” de la poesía. Era un juicio sobre la poesía, pero no la poesía misma».[26]
Esta confesión constituye una especie de antimanifiesto acmeísta. ¿De qué se está retractando Mandelshtam? Del carácter estático del acmeísmo, del peligro de la inmovilización de la palabra, que sigue estando llena de un sentido propio, aunque privada del contacto con su tiempo histórico y de una «voluntad viva».
De hecho, Mandelshtam ya había renegado del acmeísmo anteriormente, poco después de la revolución: «No es necesario crear escuelas poéticas. No es necesario inventarse una poética propia. […] No pidáis a la poesía ningún tipo especial de “sustancialidad”, de materialidad o concreción».[27] Así se expresaba el autor en el artículo «La palabra y la cultura», que en mayo de 1921 apareció en el almanaque del Taller de los Poetas Drakón. En este texto el autor intenta interpretar los cambios históricos de que ha sido testigo, y al mismo tiempo se prepara a conciencia para ir al encuentro de lo nuevo con actitud orgullosa e independiente. Mandelshtam advierte que en aquella aún joven república soviética a la cultura se le había encomendado la misión de reemplazar a la Iglesia: «La Cultura se ha convertido en Iglesia». Y el autor insiste: «Se ha producido una separación de la Cultura Eclesiástica y del Estado». A partir de entonces, la humanidad pasó a dividirse entre «amigos y enemigos de la palabra».[28]
Al creer firmemente que el «aislamiento del Estado en lo que se refiere a valores culturales» lleva en buena lógica a hacerlo «por completo dependiente de la cultura»,[29] Mandelshtam no intuyó cómo se desarrollaría en su caso particular la relación entre el escritor y el Estado.
Pero muy pronto, en el artículo «El humanismo y el presente» (1923), Mandelshtam reflexiona con detalle acerca de la futura «arquitectura social»,[30] y contrapone al mundo de la «pirámide», construido a partir del individuo, el «gótico social»,[31] edificado para él: «Si la arquitectura social del futuro no se cimenta en una justificación genuinamente humanista, aplastará al hombre como Asiria y Babilonia lo hicieron en el pasado».[32] Mandelshtam tiene la esperanza de que los valores humanos no hayan desaparecido, quiere pensar que solo «se han retirado, se han ocultado como las monedas de oro», y que «igual que las reservas de este metal […] garantizan toda circulación de ideas en la Europa contemporánea».[33] Y concluye así su reflexión: «[…] los magníficos florines del humanismo sonarán una vez más, pero no al chocar contra la pala del arqueólogo; cuando llegue el momento, reconocerán su época y resonarán como las tintineantes monedas de la divisa común que pasa de mano en mano».[34]
Mandelshtam resultó ser a la vez un mal y un buen profeta. Mientras se consumía en un campo soviético perdido en el fin del mundo, a buen seguro no le llegó la noticia de que en aquel tiempo en su amado Heidelberg y en otras ciudades alemanas ardían las sinagogas. Según el testimonio de Semión Lipkin, Mandelshtam dijo: «Hitler y Stalin son alumnos de Lenin». De hecho, en las memorias de Lipkin encontramos una versión parecida de aquellas palabras: «Este Hitler, al que hace unos días los alemanes han elegido canciller, será el continuador de la causa de nuestros líderes. Estos fueron su punto de partida, y habrá de volver a ellos».[35]
Pero en ningún caso imaginaba Mandelshtam que, un cuarto de siglo más tarde, sus poemas iban a convertirse precisamente en aquellos «florines de oro del humanismo» que él había profetizado, en una «reserva de oro» del patrimonio cultural europeo.
«La poesía es el arado que desentierra el tiempo, poniendo al descubierto sus estratos más profundos, su tierra negra»,[36] podemos leer en el artículo «La palabra y la cultura», que hemos mencionado antes. Y resultó que Mandelshtam estaba escribiendo sobre sí mismo: setenta y ocho años después de su muerte, estas palabras están labradas en la placa conmemorativa que se colocó en Heidelberg en su honor, en la casa en la que pasó sus días estudiantiles quizá más despreocupados, más libres y felices.
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Ya antes de la revolución, y también durante los años de la guerra civil, las distintas autoridades sometieron a Mandelshtam a todo tipo de pruebas: enviaban informes sobre él, lo arrestaban, lo soltaban, negaban con la cabeza en un gesto de reproche. Pero el poder soviético lo trató con métodos represivos particularmente implacables: prohibía imprimir sus obras, orquestaba campañas calumniosas, le mandaban espías a casa… Más adelante siguieron los arrestos, el destierro, la condena, el indulto y de nuevo la condena, esta vez definitiva.
Ósip Mandelshtam, que vivió las dos revoluciones con una angustia intuitiva — «Pues bien, probemos: del timón la enorme, / y torpe y chirriante rueda»—,[37] no dejó de buscar durante los años veinte la forma adecuada de relacionarse con aquel poder que tan ajeno le resultaba.
El Mandelshtam poeta guardó silencio durante largos años, y solo su viaje a Armenia, que fue ensombrecido por el «affaire Eulenspiegel», fue capaz de infundirle nueva energía. Aquella voz había recobrado su vigor. El poeta se entregaba a la experimentación métrica y a los ciclos sobre un mismo tema. Fortalecido por el ciclo «Armenia», concibió poemas audaces como el famoso «Por la gloria ruidosa de siglos futuros» de marzo de 1931.
Tras presenciar con sus propios ojos los estragos del Holodomor, la hambruna que asoló Ucrania entre 1932 y 1933, Mandelshtam no pudo contenerse más. Y entonces escribió aquello sobre el «pervertidor de almas y descuartizador de campesinos», como se dice en el epigrama sobre Stalin, certificando con ello su prematura condena a muerte. Pero en 1934 Stalin le concedió un aplazamiento de la pena. Aunque ni mucho menos fue por antojo o de forma desinteresada, sino para quedar como un taumaturgo y transmitir al «maestro» una suerte de favor creativo, de gratitud elemental, y afirmar luego en tono de burla y por enésima vez: «Nuestra fuerza reside en que hemos obligado primero a Mandelshtam y después a Bulgákov a trabajar para nosotros».[38] Y, en efecto, Mandelshtam escribió unos años más tarde una larga y ambigua «Oda a Stalin» (1937).
A partir de los versos de la «Oda» surgió toda una rama de los estudios modernos sobre Mandelshtam que especula apasionadamente sobre el «colaboracionismo» del poeta: cuándo, en qué sentido y en qué medida Mandelshtam «se quebró», y a qué se deben los desacuerdos «estilísticos» con la época que le tocó vivir.
Pero en 1938 no quedaba ya tiempo para jugar, ni siquiera al gato y el ratón. El público al que todo aquello pudiera divertir había menguado en gran medida, puesto que desde el año anterior las purgas de Stalin con sus arrestos y fusilamientos se encontraban en pleno apogeo.
El secretario general de la Unión de Escritores de entonces, Vladímir Stavski, envió una carta de denuncia al jefe del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), Nikolái Yezhov, en la cual se mencionaba como prueba de cargo el susodicho epigrama contra Stalin. Aquella carta propició que el poeta rebelde fuera detenido por segunda vez.
El 2 de mayo de 1938, en efecto, Mandelshtam fue arrestado en Samátija. En un principio se iniciaron diligencias, y después se le abrió un expediente de reclusión. Un jurado del NKVD dictó sentencia: cinco años en un campo de trabajos forzados. En la cárcel, durante el destierro, en el convoy y en el campo de tránsito la salud de Mandelshtam se había deteriorado mucho. Murió el 27 de diciembre de 1938, como sabemos, en un campo de deportados del Lejano Oriente, convertido en una sustancia irreconocible, la que sus enemigos habían querido. Su cuerpo no fue enterrado hasta la primavera, y encontró su último reposo en una fosa común.
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Mandelshtam es considerado hoy uno de los poetas más importantes de la poesía rusa del siglo XX. Su obra tiene una magnitud y un talento comparables a la poesía de Aleksandr Pushkin, y una profundidad filosófica análoga a los versos de Fiódor Tiútchev. Mandelshtam estaba dotado de un excepcional temperamento político, o cívico si se prefiere, de un modo que recuerda a Nikolái Nekrásov. Y por su altura literaria es equiparable a la de su coetáneo Borís Pasternak.
El destino deparó a Mandelshtam las más duras y amargas vicisitudes de un poeta ruso en los tiempos más oscuros de Rusia. Nuestro autor atesoraba como ningún otro poeta de su época una sensibilidad especial para captar el «rumor del tiempo».
En la década de 1930 el poemario Tristia era considerado por sus contemporáneos como la culminación de su poesía, mientras seguían viendo en Mandelshtam sobre todo al poeta de la lírica temprana. En los años cincuenta, el interés por su obra recayó sobre poemas como «Oda al estilete» y «Concierto en la estación», así como sobre los del «lobo», llamados así porque en ellos aparece el motivo de este animal. El más conocido es sin duda «Por la gloria ruidosa de siglos futuros» (1931), o «El lobo» según la denominación popular, que fue incluido en el último momento en la edición de Gleb Struve y Borís Filíppov de 1955: «el siglo perro-lobo se me abalanza por la espalda, / mas no tengo yo sangre de lobo…».[39]
Desde comienzos de la década de 1960 hasta el final del régimen soviético la atención se centró de manera preferente sobre los poemas de los Cuadernos de Moscú. En casi todos los hogares de intelectuales podía encontrarse una edición clandestina en samizdat o bien en tamizdat (libros de autores críticos con el régimen impresos en Occidente e introducidos ilegalmente en la URSS) con poemas de Mandelshtam, en la que se encontraban el mencionado «El lobo» (1931) y el epigrama contra Stalin (1933), poema por el que la valentía de Mandelshtam pasaría a la historia.
En la década de 1990 el interés por la obra de nuestro autor se desplazó a los poemas de los Cuadernos de Vorónezh (1935-1937). Sobre todo los «Versos del soldado desconocido» y la «Oda a Stalin», reinterpretados durante la primera década del siglo XXI, provocaron una serie de debates sobre el supuesto conformismo del escritor.
El reciente 125º aniversario del nacimiento de Mandelshtam nos ha brindado la ocasión para discutir los aspectos filosóficos de su poesía, pues esta es una búsqueda de explicaciones fundamentales, una huida de lo cotidiano. La lírica mandelshtamiana conmueve por su búsqueda de eternidad y universalidad, tal como se observa en los versos de «A la lengua alemana» (1932) o en el poema dedicado a Natasha Stempel «En la tierra desierta cayendo sin querer» (1937):
Hay mujeres nacidas en terreno lluvioso
y es cada paso suyo un sonoro sollozo,
acompañar resucitados es su carrera
y a los muertos saludar por vez primera.[40]
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En la actualidad, la voz de Mandelshtam no ha perdido fuerza poética. Más bien al contrario, se ha visto fortalecida, algo que no solo atañe a su poesía sino que se extiende también a sus textos en prosa, caracterizados por el colorido, las metáforas audaces, la claridad y la originalidad de su lenguaje.
En el ensayo Coloquio sobre Dante (1933), obra que en buena medida constituye su ars poetica, Mandelshtam retoma sutilmente motivos y temas ya presentes en sus artículos de juventud, así como en sus escritos La cuarta prosa (1929) y Viaje a Armenia (1933). El coloquio ficticio es un diálogo sobre la naturaleza de lo poético y la materia de la poesía.
En el Coloquio sobre Dante Mandelshtam evita a menudo el término «palabra», sustituyéndolo por otros como «poesía» o «lenguaje poético». Y este no es el único desvío acometido por Mandelshtam en la obra. El Coloquio sobre Dante sirve al autor para adentrarse en un terreno nuevo y desarrollar una poética dinámica del surgir, de aquello que nace ante nuestros ojos.
Mandelshtam está particularmente preocupado por el proceso del ser en movimiento que se expande en diversas direcciones, lo dinámico, el ímpetu creador, lo que hace brotar el sentido de la lengua literaria.[41] De este modo «la obra surge como el todo resultante de un único impulso diferenciador que la atraviesa. Ni un solo instante permanece parecida a sí misma».[42] No es el surgimiento de la forma sino el nacimiento de ese impulso el motor que lleva a Mandelshtam a analizar la obra de Dante y a entregarse a estudiar «la subordinación mutua del impulso y el texto».[43]
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Tan poco se opone la poesía de Mandelshtam a una simple narración como difícil resulta la mera narración de su destino. En sus años de juventud, conmovido por la muerte de Skriabin, Mandelshtam afirmó en su breve ensayo «Pushkin y Skriabin» (1915) que la muerte de un artista es su acto más importante y creativo: «Quiero hablar de la muerte de Skriabin como del acto más elevado de su arte. Me parece que no se debe separar la muerte de un artista de la cadena de sus logros creativos, sino que hay que considerarla como el último eslabón, aquel que cierra la cadena. Desde este punto de vista absolutamente cristiano, la muerte de Skriabin es algo asombroso. No solo es destacable como el fabuloso ensalzamiento póstumo de un artista ante la mirada de la masa, sino que también se presenta como la fuente de su arte, como su razón teleológica. Si a esa vida creadora se le quita el manto de la muerte, entonces se la libera de su propio fundamento haciéndola emanar de la muerte para ordenarse en torno suyo como si rodeara un sol y absorbiese su luz».[44]
Estas palabras muestran al mismo tiempo una intensa expresividad y una enorme responsabilidad. ¿La muerte como fuente teleológica de la vida, el propio destino como código genético o una especie de impronta que deja la evolución creativa? El propio poeta toma una decisión consciente, convirtiéndose así en la herramienta de una creación mayor.
Si se observa la muerte de Mandelshtam desde esta perspectiva, la creación poética, el coraje civil y la humanidad salieron triunfadores en noviembre de 1933, cuando el poeta escribió aquellos aciagos versos sobre Stalin con «el puño desgastado apretando» el año de su propio nacimiento.[45]
Como poeta, Mandelshtam decidió darle una bofetada al tirano con su epigrama: él nunca habría bebido la cicuta de sus manos.
¿Acaso eligió conscientemente ese final? Mandelshtam amaba la vida de tal modo que resulta difícil imaginarse al poeta eligiendo la muerte. Su final no fue ejecutado por un poder superior; fue la trituradora de un sistema totalitario personificado en el «peón» Stalin.
Al contemplar la obra de Mandelshtam uno comprende que la intención de su escritura no era la representación narcisista de sí mismo, pues para él solo contaba la palabra: «Cualquier palabra es un haz de significados que se yerguen en diversas direcciones y no tienden hacia un único punto oficial. Al decir “sol”, es como si realizáramos un largo viaje al que estamos tan acostumbrados que podríamos hacerlo dormidos. La poesía se diferencia del lenguaje automático en que nos despierta y nos sacude a mitad de una palabra. Entonces la palabra se revela como mucho más larga de lo que nos imaginábamos, y recordamos que hablar es estar siempre en camino».[46]
Notas
[1] Este ensayo redactado en ruso y traducido al español por Elionor Guntín Masot y Anastasía Konoválova, y revisado por Sebastià Moranta, fue concebido por encargo del Museo Estatal de Literatura de Moscú. Se publicó originalmente en el siguiente volumen bilingüe alemán-español: Dutli, Ralph; Mikuschewitsch, Wladimir; Moranta, Sebastià; Nerler, Pavel (2016). Ossip Mandelshtam. Wort und Schicksal / Ósip Mandelshtam. Palabra y destino. Ed. A. Alexandrova et al. Moscow State Literature Museum / UNESCO Cities of Literature Heidelberg & Granada. Heidelberg: Das Wunderhorn, pp. 57-95.
[1] «Al privarme de los mares, de correr y del vuelo…», en: Mandelshtam, Ossip (2010): Poesía. Trad. de Aquilino Duque. Madrid / México: Vaso Roto, p. 239.
[2] «¡Qué miedo tenemos los dos…!». Cf. Mandelshtam, Osip (1990): Sočinenija v dvuch tomach. Ed. de Pavel Nerler. Moskva: Chudožestvennaja literatura, vol. 1, p. 160. (Cuando las citas provienen de textos inéditos en castellano, se aporta una versión —si no se indica otra cosa— a cargo de las traductoras de este artículo. En tales casos, damos además la referencia bibliográfica del original ruso).
[3] «En la tierra desierta cayendo sin querer…», en: Poesía, p. 375.
[4] Versión de Tatiana Portnova a propósito para esta edición. Véase Sočinenija v dvuch tomach, vol. 1, p. 193.
[5] Poesía, p. 115.
[6] Poesía, p. 31.
[7] Sočinenija v dvuch tomach, vol. 1, p. 302.
[8] «La aurora del acmeísmo» [sic], en: Mandelshtam, Osip (2005): Sobre la naturaleza de la palabra y otros ensayos. Trad. de José Casas Risco. Madrid: Árdora, p. 16.
[9] Ibidem, p. 18.
[10] Ibidem, p. 16.
[11] Ibidem, p. 17.
[12] Ibidem, p. 18.
[13] Kablukov, Sergej (1990): «O. Ė. Mandel’štam v zapiskach dnevnika i perepiske S. P. Kablukova», en: Mandelshtam, Osip: Kamen’. Ed. de L. Ginzburg, A. Mec, S. Vasilenko y Ju. Frejdin. Leningrad: Nauka (Akademija nauk SSSR), «Literaturnye pamjatniki», pp. 241-258 [pp. 251-252].
[14] RGALI (Archivo Ruso de Literatura y Arte): fondo 1893, registro 1, expediente 8.
[15] Mandelshtam, Osip (2011): Inskripty i marginalii Osipa Mandelshtama. Ed. de Sergej Vasilenko y Pavel Nerler. Moskva: Mandelshtamovskoe obščestvo, p. 210.
[16] Mandelshtam, Osip (1928): O poėzii. Sbornik statej. Leningrad: Academia, p. 3.
[17] Mandelshtam, Osip (1995): Coloquio sobre Dante. La cuarta prosa. Madrid: Visor, pp. 83-84.
[18] Sočinenija v dvuch tomach, vol. 1, p. 160.
[19] Mandelshtam, Nadiezhda (1984): Contra toda esperanza. Memorias. Madrid: Alianza Editorial, p. 305.
[20] Mandelshtam, Osip (1994): Sobranie sočinenij v četyrëch tomach. Stichi i proza 1930-1937. Ed. de P. Nerler y A. Nikitaev (Mandelshtamovskoe obščestvo). Moskva: Art-Biznes-Centr, vol. 3, p. 308.
[21] Poesía, p. 239.
[22] Ibidem, p. 239.
[23] Punin, Nikolaj (2000): Mir svetel ljubov’ju. Dnevniki. Pis’ma. Ed. de L. A. Zykov. Moskva: Artist. Režissër. Teatr, p. 309.
[24] Mandelshtam, Osip (1998): Tristia y otros poemas. Trad. de Jesús García Gabaldón. Montblanc: Igitur, «Poesía», 6, p. 136.
[25] Sočinenija v dvuch tomach, vol. 1, p. 172.
[26] Mandelshtam, Osip (1999): Sobranie sočinenij v četyrëch tomach. Pis’ma. Ed. de P. Nerler, A. Nikitaev, Ju. Frejdin y S. Vasilenko (Mandelshtamovskoe obščestvo). Moskva: Art-Biznes-Centr, vol. 4, p. 33.
[27] «La palabra y la cultura», en: Sobre la naturaleza de la palabra y otros ensayos, pp. 43-49 [pp. 46-47].
[28] Ibidem, p. 44.
[29] Ibidem, p. 45.
[30] «El humanismo y el presente», en: Sobre la naturaleza de la palabra y otros ensayos, pp. 51-54 [p. 51].
[31] Ibidem, p. 52.
[32] Ibidem, p. 53.
[33] Ibidem, p. 53-54.
[34] Ibidem, p. 54.
[35] Lipkin, Semën (2008): Ugl’, pylajuščij ognëm… Moskva: RGGU, p. 34.
[36] «La palabra y la cultura», en: Sobre la naturaleza de la palabra y otros ensayos, p. 45.
[37] «¡Gloria al ocaso de la libertad, hermanos…!», en: Poesía, p. 187.
[38] Paráfrasis de una afirmación posterior de Stalin sobre Bulgákov, quien había escrito la obra de teatro Batum sobre la juventud del líder soviético. Véase Smeljanskij, Anatolij (1988): Uchod: Bulgakov, Stalin, «Batum». Moskva: Pravda, p. 45.
[39] Sočinenija v dvuch tomach, vol. 1, p. 172.
[40] Poesía, p. 375.
[41] Mandelshtam, Ósip (2004): Coloquio sobre Dante. Trad. de Selma Ancira. Barcelona: Acantilado, p. 12.
[42] Ibidem, p. 18.
[43] Ibidem, p. 97.
[44] Mandelshtam, Osip (1990): Sočinenija v dvuch tomach. Ed. de Pavel Nerler y Sergej Averincev. Moskva: Chudožestvennaja literatura, vol. 2, p. 157.
[45] «Se tensan con la sangre las aortas…», en: Poesía, p. 337.
[46] Coloquio sobre Dante, p. 28.