La primera tragedia socialista

Andréi Platónov

Traducción: Omar Lobos

No hay que asomarse a la vida ni embriagarse con ella: nuestro tiempo es mejor y más serio que el placer beatífico. El que se embriaga caerá y perecerá como un ratoncito que se mete en la ratonera para “embriagarse” con el sebo en el señuelo. A nuestro alrededor hay mucho sebo, pero cada pedacito está en un señuelo. Basta estar en las filas de los hombres comunes del paciente trabajo socialista, nada más.

No, cumple tu deber, arduo y tenaz
Al que el destino te ha llamado,
Y como yo, después, sufre y muere.
(A. De Vigny)

Pero no se trata de la muerte, por supuesto, sino de la victoria.

Con esta actitud y conciencia se corresponde la estructura de la naturaleza. Esta no es grande ni abundante. O está tan rigurosamente estructurada que su abundancia y grandeza no se la ha entregado aún a nadie. Lo cual está bien, de otro modo –en el tiempo histórico– la naturaleza entera hace tiempo habría sido saqueada, dilapidada, devorada, y la habrían succionado hasta el hueso: siempre habría alcanzado el apetito. Habría sido suficiente que el mundo físico no tuviera una ley suya, cierto, una ley fundamental: la dialéctica, y en muy pocos siglos habría sido aniquilado por los hombres por completo. Aún más, incluso sin los hombres la naturaleza en tal caso se habría hecho añicos a sí misma. La dialéctica probablemente sea la expresión de una avaricia, del arduamente perceptible rigor de la construcción de la naturaleza, y solo gracias a eso ha sido posible la educación histórica de la humanidad. Si no, hace tiempo que todo sobre la tierra se hubiera terminado, como un niño que juega con los caramelos, hasta que se derritieron en sus manos y no alcanzó siquiera a comerlos.

¿En qué radica el sentido de la tragedia histórica contemporánea? El sentido, para mí, radica en que “la técnica… lo resuelve todo”. Entre la técnica y la naturaleza hay una situación trágica por principio. La lucha de clases, la cuestión de la defensa de la URSS y la victoria sobre el imperialismo tiene hoy por sobre todo un contenido técnico.

El objeto de la técnica es “dame un punto de apoyo y moveré el mundo”. Pero la construcción de la naturaleza es tal que no le gusta que le ganen: se puede mover el mundo, tomando los momentos necesarios de la palanca, pero es preciso perder tanto en el camino y en el tiempo de marcha del largo brazo de la palanca, que prácticamente la victoria será inútil. Esto es un episodio elemental de la dialéctica. Tomemos un hecho contemporáneo: la fisión del núcleo de un átomo. No constituirá una ganancia directa en la fuerza, o sea, no se puede, perdiendo n cantidad de energía, recibir n+1. Pero el genio de la técnica yace en los caminos oblicuos: para la destrucción del átomo se necesitan fuerzas naturales “compañeras de viaje”, por ejemplo, la radiación cósmica, entonces resulta un balance positivo del trabajo.

La misma naturaleza, por su parte, si se la mira bien, se mantiene hermética. Ella es capaz de trabajar por un simple toma y daca, incluso con un aumento a su favor, mientras que la técnica se empeña en hacer al revés. El mundo exterior se defiende de ella con su dialéctica. Todo el arte de la técnica se sostiene en los vientos laterales de la naturaleza, “compañeros de viaje”, y ella actúa por su interés concentrado.

En la sociología, en el amor, en lo profundo del hombre la dialéctica es así de inmutable e indestructible, si la miras de frente. Un hombre que tiene un hijo de diez años se lo dejó a la mujer y él se casó con una bella muchacha. El niño empezó a extrañar al padre y con paciencia y sin maña se ahorcó. Un gramo de placer en una punta hace equilibro con una tonelada de tierra sepulcral en la otra.

El padre tomó la cuerda del cuello del hijo y enseguida lo siguió a la tumba. Él quería embriagarse de una bella inocente. Quería llevar el amor no como una obligación con una mujer, sino como placer. No te embriagues, o muere. Te encuentras en un mundo difícil e indigente.

La ideología se encuentra no en una altura exterior, no en la “superestructura”, sino en el corazón mismo del hombre y en el medio de su sentimiento comunitario.

La historia como tragedia universal comenzó junto con el hombre, pero la técnica sirve a la historia con un acto conclusivo. En Occidente esta tragedia va no hacia su resolución, sino hacia su aniquilación, a que el tema sea anulado por medio del fascismo y la guerra. La tragedia formulada se está resolviendo solo entre nosotros.

Yo quisiera que el arte fuera no solamente un “reflejo”, sino una profecía exacta de nuevos trabajos ciclópeos para cambiar la vida que existe universalmente, parecida a un amontonamiento de ciegos entre las ortigas.

La técnica, empezada alguna vez como autodefensa de los esclavos y luego tomada por la clase obrera contra la explotación mortal, tiene aun hoy el carácter de ser un medio para la lucha de clases. Pero ahora en la URSS adquiere ya otra cualidad y determinación.  La clase obrera, que pasó un siglo entero en trabajos con la ruda materia de la naturaleza, ha adquirido tal potencial técnico creador que, al ser ennoblecido por el socialismo, creó una técnica capaz, en el curso de dos o tres décadas, de convertir la clase en la razón de la naturaleza, con poder absoluto a escalas prácticas.

Pero el propio hombre cambia más lento de lo que cambia el mundo. Justamente aquí está el centro de la tragedia. Para esto hacen falta ingenieros creativos del alma humana. Ellos deben advertir sobre el peligro de que la técnica se adelante al alma humana. Ya en este momento el hombre no está a la altura de lo histórico.

En las condiciones óptimas para el progreso histórico que hay entre nosotros, vivimos en la víspera de la conquista sustancial del mundo, es decir, de la regulación de todos los procesos importantes para nosotros –desde el punto de vista práctico–, procesos hasta ahora elementales. Pero el hombre contemporáneo, incluso su mejor tipo, es insuficiente. Está provisto no con esa alma, no con ese corazón y conciencia que le permitirá, al hallarse en el futuro a la cabeza de la naturaleza, cumplir su deber y proeza hasta el final, sin arruinar por algún juego psíquico toda la estructura del mundo y a sí mismo. Aquí esta dramática situación posee un contenido puramente “nuestro”, soviético. Al socialismo se lo puede mirar como la tragedia de un alma en tensión, que ha vencido su propia indigencia, para que el más lejano futuro esté a resguardo de la catástrofe.

En la fórmula sobre los ingenieros de almas está cifrado el tema de la primera tragedia puramente socialista. Dentro de algunos años este problema será más importante que la metalurgia; toda la ciencia, la técnica y la metalurgia –una herramienta de poder sobre la naturaleza– no servirán para nada si le tocan como herencia a una sociedad indigna. Más aún, ese hombre imperfecto hará de la historia tal tragedia sin fin ni desenlace que se le cansará el propio corazón.

Pero esto no habrá de tener lugar, si trabajamos ahora. Si nos convertimos realmente en ingenieros e inventores de almas humanas, y no en capataces.

Yo vi una vez entre la intelectualidad soviética una mujer joven que se había puesto triste. Era una química muy capaz, pero no era bella. Todos se divertían en ese jardín estival pero nadie le prestaba atención como mujer y como compañera. Todos estaban espolvoreados con florcitas estivales y papelitos, y ella estaba incómoda a un costado, como ajena y solitaria. El festejo continuó hasta tarde en la noche. Entonces esta joven mujer juntó a escondidas cerca de sus vecinos florcitas y papelitos caídos, se fue a la oscuridad, tras los árboles, y se los derramó sobre los cabellos y el cuello y volvió a sentarse, sonriente, con los ojos brillándole de lágrimas. De lejos vino a ella un ingeniero excelente, buen mozo, y, rojo de vergüenza, se puso a bailar y ocuparse de ella todo el resto de la velada.

Esto de bueno no tiene nada. Una persona de alma socialista debería haber advertido a esta mujer antes de que ella vaya al jardín a llorar y volcarse papelitos.

1934

Nota: El artículo fue escrito para integrar un volumen colectivo que se llamaría “Dos quinquenios”, pero Gorki en enero de 1935 lo devolvió al encargado de la compilación con la siguiente evaluación: “…no sirve el razonamiento pesimista de A. Platónov. Le aconsejo rechazar la publicación de este material, guardándolo para un futuro…” (en Варламов, 2011, 200)

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