R.G. Nazírov
Traducción: Marcia Gasca
En Europa Occidental, a medida que avanzaba la cristianización de los pueblos bárbaros, se creaba una situación mitológica compleja. El cristianismo se desprendió de sus raíces del Cercano Oriente; los pueblos recién bautizados tenían pocos conocimientos de las Escrituras sagradas y no asimilaron muy bien ni siquiera los principales postulados de la religión cristiana. En las entrañas de estos pueblos se conservaron las creencias y los ritos paganos. Así, por ejemplo, al dios del sol de los celtas, Beleno, continuaron venerándolo incluso después del bautizo, y más adelante fue identificado con Cristo. El paganismo se enmascaraba, se ocultaba y buscaba concesiones con la nueva religión.
Al mismo tiempo, los nuevos cristianos de Europa conservaban, de su reciente pasado pagano, la energía viva del proceso de creación de mitos. Esa creación recibía un matiz cristiano superficial, lo que traía consigo sorprendentes síntesis. De este modo, resulta bastante curiosa la mitificación de Atila, el rey de los hunos en los siglos V-VI.
Aún en vida, los predicadores cristianos lo declararon El Azote de Dios (metus orbi), descendiente del Kan o de Nembroda. Eso fue una atadura bíblica, pero al mismo tiempo la invencibilidad de Atila se explicaba por el hecho de que cierto pastor había hallado el gladium Marti —la espada del dios Marte— y se la había regalado a Atila. De esta forma, el jinete asiático de piel amarilla se convirtió en descendiente de un personaje bíblico y poseedor de la antigua espada divina: ¡una mezcla muy característica!
A partir del año 465 el trono del imperio romano fue ocupado por Valentiniano III. Su hermana Honoria representaba un peligro potencial para la sucesión del trono. Con el fin de evitar complicaciones a la dinastía, la condenaron a la soltería, la encerraron en el palacio y comenzaron a prepararla para la vida monástica. Durante muchos años Honoria estuvo luchando contra la tiranía familiar. Se casó en secreto con el administrador de sus propiedades; cuando el secreto se descubrió, ejecutaron al desdichado esposo, y a Honoria la enviaron a Constantinopla, a la hacienda de su primo, el emperador oriental Feodosio II. Presa de la desesperación, envió a un eunuco fiel donde Atila con la propuesta de que la tomara por esposa y con un anillo valioso como garantía.
El anillo de Honoria representa un maravilloso símbolo real. La princesa se dirigió al rey de los hunos como a una instancia superior, como al pretendiente que su hermano no puede ejecutar, ella esperaba de Atila la liberación. Atila exigió como esposa a Honoria y con ella, en calidad de dote, parte de las posesiones y los tesoros de Valentiniano III. Al no recibir el consentimiento, en la primavera del año 451, Atila, al mando de enormes fuerzas, cruzó el Rin, y las ciudades de Galia ardieron.
Aecio, gran jefe militar y político, logró por un tiempo formar una coalición de Occidente: galo-romanos, francos, visigodos, borgoñones y otros. En la batalla decisiva en los Campos de Cataluña en total se enfrentaron medio millón de hombres (15 de julio de 451) y perecieron de ambos bandos 165 mil. Los ríos en aquellos campos se tiñeron de sangre y se desbordaron. Atila fue frenado y al día siguiente puso rumbo a las estepas de Panonia.
En 452 invadió la Italia del Norte, borró de la faz de la tierra Aquilea y tomó Milán. Se dirigía a Roma, y la muerte de la antigua capital parecía inevitable. Pero sus tropas fueron víctima de varias epidemias, los hunos se asustaron, Atila titubeaba. A su encuentro vino el obispo romano León I con los Sacramentos. Tras las conversaciones, Atila convino en no tocar Roma, quedó satisfecho con un gran rescate y volvió sobre sus pasos. Desde entonces, el mundo cristiano honra al valiente papa como el santo León el Grande. Surgió la leyenda eclesiástica acerca del milagro: el propio apóstol Pedro había bajado del cielo para defender al papa León.
Al abandonar Italia, Atila aún amenazaba con regresar por Honoria. Pero en 453 murió repentinamente la noche después de su boda con la hermosa borgoñesa Ildico. Europa vio esto como un nuevo milagro. Atila se convirtió en un mito. También fue mitificado su caballo: donde pisaban sus cascos no crecía más la hierba; tras la muerte de Atila su caballo se fue a un establo en el cielo. Cuando aparecía un cometa, se decía que era la cola de ese terrible caballo.
En el caos de la semibautizada Europa comenzó la segunda mitologización del cristianismo, que se apoyaba ya en las realidades propias, locales.
Así, la pastorcita-profetiza Genoveva predijo que Lutetia Parisiorum, una pequeña ciudad en una isla en medio del Sena, se salvaría de la invasión de Atila: así sucedió. Atila siguió de largo, y desde entonces santa Genoveva es la protectora de París (antigua Lutetia). Para el bautizo de Clodoveo, rey de Francia, por el obispo Remi, una paloma trajo del cielo a Santa Ámpula con el bálsamo, y desde entonces lo utilizaban regularmente para la unción de los reyes franceses. El Grial, objeto sagrado de los mitos celtas (símbolo de la fecundidad) fue repensado como un cáliz de esmeralda, del cual bebió Jesucristo en la última cena; en él, además, habría sido recogida la sangre del Crucificado, tras lo cual José de Arimatea trajo el cáliz a Britania. Los cristianos de Europa necesitaban sus lugares y objetos sagrados y sus reliquias propias; estos no tardaron en aparecer. Pero el cristianismo de la temprana Edad Media en parte seguía siendo superficial; entre él y la tradición mitológica de los bárbaros recien bautizados seguía existiendo una brecha.
Las mitologías bárbaras, fundamentalmente la celta y la germano-escandinava, fecundaron la poesía épica feudal de la etapa más temprana. Así surgieron las leyendas acerca del rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda, acerca del hada Morgana y el mago Merlín, acerca de las búsquedas del Grial, del Caballero del Cisne (variante del mito totémico) y muchos otros.
Los mitos de las Edda, con su escatología sangrienta (Ragnarök, la muerte de los dioses en un fratricidio despiadado) se entrelazaron con las antiguas memorias acerca de la migración de los pueblos y de la destrucción del reino de Borgoña a manos de Atila en el Rin: así surgió el famoso “Cantar de los Nibelungos”, en el que Atila se convirtió en el rey Etzel, y su última esposa Ildico, en la reina Krimilda, vengadora de Sigfrido. Resulta interesante que en este poema épico, entre los famosos guerreros figura Elias von Riusen (es decir, Ilia el Ruso: supuestamente Ilia Múromets).
La segunda mitologización del cristianismo une a la Europa del feudalismo temprano. A ese mismo objetivo servía la canonización de los líderes nacionales, en particular, los líderes-cristianizadores. El rey Stepán (Ishtvan), quien llevó a cabo el bautismo en Hungría, fue canonizado, y Vladímir de Kíev incluso recibió la denominación de “igual a los apóstoles”, a pesar de su tempestuoso pasado. En el centro de la historia mitologizada de la Edad Media aparece la figura de Carlo Magno, que unió durante un corto período la mitad de Europa Occidental. El pueblo lo consideró durante largo tiempo un santo, aunque Carlo nunca fue canonizado. Y para eso hubo razones de peso.
El conde Rolando, protagonista de la poesía épica nacional de Francia, que pereció en el Paso de Roncesvalles (año 778), era sobrino de Carlo; la madre de Rolando era hermana del emperador; ella se retiró pronto a un monasterio. Sin embargo, muchos contemporáneos estaban convencidos de que el padre de Rolando era el propio rey Carlo Magno.
Además de eso, poco después de la muerte de Carlo surgió una leyenda, o más exactamente un cuento legendario (según la clasificación de L.G. Barag) con el siguiente contenido. Carlo se enamoró de tal modo de una alemana que abandonó todos los asuntos estatales. Ella murió, pero la pasión de Carlo creció más aún. Continuó visitando su cadáver y acariciándola, como si fuera una mujer viva. En cierta ocasión el arzobispo Turpin (también uno de los personajes del ciclo carolingio) en ausencia del emperador, entró a la habitación donde estaba el cadáver, para comprobar si no había allí algo de brujería. Al examinar el cuerpo, Turpin halló debajo de la lengua de la difunta un anillo mágico y se lo llevó consigo.
A su regreso, Carlo se asombró del aspecto deteriorado del cadáver y ordenó que lo sepultaran de inmediato. Pero el anillo mágico continuaba produciendo efecto: la pasión de Carlo se encausó hacia el arzobispo, del cual ahora no se separaba. Asustado, Turpin arrojó el anillo a un lago. Desde entonces, Carlo no abandonó ese lugar, construyó allí un palacio y un monasterio y expresó su deseo de ser enterrado allí. Se trata de la ciudad alemana de Aquisgrán, la residecia favorita de Carlo Magno.
Los relatos acerca del incesto de Carlo y su hermana y de su necrofilia pudieron perjudicar fuertemente el proceso de canonización, y la iglesia no quiso correr ese riesgo. Por eso Carlo se convirtió en un personaje de los relatos épicos, pero no en santo (sin embargo, Vladímir, el príncipe de Kíev, fue ambas cosas).
El mito acerca del rey durmiente-salvador tenía un origen celta. Bien temprano se extendió la idea de que el rey Arturo no había sido muerto en combate como lo relata la épica, sino solo herido; las hadas se lo llevaron a la lejana isla de Ávalon, donde descansaba de las heridas, pero a la hora fijada regresaría para salvar a Britania. Tales leyendas aparecieron también sobre Carlo Magno. En Alemania, el héroe de este mito internacional acerca del “segundo advenimiento” del gran adalid fue el emperador Federico Barbarroja (duerme con sus huestes en las entrañas de la montaña Kyffhäuser). Este gran guión, en mi opinión, representa la asimilación por parte de las mitologías nacionales europeas del mitologema cristiano del “Segundo advenimiento”. En las mitologías bárbaras hasta la cristianización de Europa no existía este mitologema.
La historia de la segunda mitologización cristiana también establece momentos dramáticos extremos. Así, en el siglo X se agudizó la anarquía feudal, legalizada con el derecho a poseer soldados privados; al mismo tiempo, la Iglesia romano-católica, preservadora de la cultura y santa de las monarquías del feudalismo temprano, entró en una temporada de vergonzosa decadencia. Durante bastante tiempo, en Roma existió la llamada “pornocracia” (el poder de las pecadoras); las cortesanas ricas Teodora y Marozia, madre e hija, elevaron al trono de san Pedro a sus amantes, o también destituían e incluso asesinaban a los papas inconvenientes. En este clima comenzó un pánico de dimensiones inauditas: el Gran Terror del año 1000.
Los amantes de la historia psicologizada explican esta psicosis escatológica de toda Europa Occidental por la numerofobia (miedo ante una u otra cifra), en este caso la “manía de las cifras cerradas”. A medida que se acercaba el año mil después de Cristo aumentaban las predicciones sobre el fin del mundo. ¡En el año 1000 será el Juicio Final!
Estas expectativas se incrementaron hasta dimensiones inverosímiles y provocaban tensiones, que incluso conducían a derramamientos de sangre. Debido a que esperaban una catástrofe universal, las personas abandonaban masivamente sus casas y sus parcelas, deambulaban por los caminos con los rostros perturbados y dejaban vacíos los países, de hecho ya devastados por las guerras feudales. En cierta medida se detuvo la producción agrícola, lo que provocó hambre y salvajismo. El cronista borgoñés Raúl Glaber testimonia: “…las personas, con una fruta o un huevo, atraían a niños hacia apartados senderos para comérselos… el hambre era tal que las fieras no resultaban tan amenazadoras a los hombres como otros hombres… en el mercado de Turne alguien vendía carne humana como un alimento común…”
Una de las principales causas de esta psicosis masiva fue la asimilación primitiva de la moral cristiana. La iglesia educaba a los pueblos recién bautizados en el temor a Dios, explicando todos los sufrimientos de las personas con el castigo por sus pecados. La eterna amenaza del castigo mutilaba el alma y conllevaba a una hipertrofia de los motivos escatológicos de la doctrina cristiana. En ese entonces los europeos no tanto creían en Dios cuanto le temían.
Por suerte, en el año 998 fue elegido al trono papal el culto e inteligente Silvestre II; él ayudó a Europa a sobrevivir aquel terrible año, cuando los cristianos esperaban la materialización del Apocalipsis. Alegando señales recibidas personalmente de Dios, el papa anunció que no llegaría el fin del mundo, y como sabemos, resultó tener la razón.
La psicosis del año Mil en general estuvo condicionada por el hecho de que la escatología cristiana se basaba en el pensamiento mitológico pagano.
La iglesia luchaba contra los mitos paganos, pero lo más difícil era desarraigar los ritos. En esa lucha se establecían sorprendentes concesiones. Una parte de la mitología pagana se hacía descender al rango de leyenda histórica
Así, los cronistas anglosajones del siglo XI citan la leyenda acerca de Lady Godiva (sería más correcto decir Godgifu); la leyenda se anuncia como un acontecimiento real alrededor del año 1040. La bondadosa Godiva le pidió a su esposo, el jarl de Chester, librar a los habitantes de Coventry de los pesados impuestos. El esposo puso una condición, que Godiva atravesara la ciudad montada en un caballo totalmente desnuda. Ella le hizo saber esto a los habitantes de la ciudad y le ordenó a los ciudadanos cerrar las ventanas a la hora indicada y no salir de sus casas. Se desnudó y se paseó por la ciudad vacía; solo un canalla, el sastre Tom, se asomó a una hendija de las persianas, vio a Godiva y quedó ciego.
Esta leyenda es una pseudohistorización de los ritos femeninos arcaicos que eran tabú para los hombres. Es ampliamente conocido que en la Rus, hasta el mismo siglo XIX, durante las epidemias, las campesinas se desnudaban, se enganchaban al arado, y marcaban con este un círculo mágico alrededor de su aldea; en ese momento los hombres se ocultaban porque se consideraba que el hombre que viera la desnudez del ritual quedaba ciego.
El ejemplo de lady Godiva muestra que un rito puede sobrevivir a su mito: en ese caso recibe una segunda motivación pseudohistórica. Según la leyenda, precisamente Godiva fundó el monasterio en Coventry (año 1043). A la servidora del culto pagano que había sobrevivido le dieron la imagen de una campesina devota. Su paso por la ciudad de Coventry se escenifica hasta hoy; para el papel de Godiva escogen a muchachas de cabellos largos. En la forma “historizada” el ritual es tolerado por la Iglesia, pero no tiene que ver con ella.
En distintos confines de Europa, la Iglesia erradicó los ritos orgiásticos de los cultos paganos de la fertilidad. En la propia Inglaterra, particularmente vivo se mantenía el ciclo ritual de mayo con la exaltación del “árbol de mayo” (un símbolo fálico), con danzas y juegos en la espesura del bosque. Los papeles centrales en el rito eran interpretados por el ”rey de mayo”, Robin y la doncella Mariana. En el siglo XVI, cuando la lucha antifeudal de los campesinos ingleses alcanzó su culminación, las figuras mitológicas de Robin y Mariana se funden en una forma pseudohistórica: toma forma la leyenda acerca de la banda de Robin Hood, quien llevaba una vida libertina en el bosque de Sherwood. El mito desacralizado se convirtió en leyenda, y las personas creían en su carácter histórico. Los lectores del mundo entero conocieron a Robin Hood por la novela de W. Scott Ivanhoe. Solo en el siglo XX, tras revolver una montaña de archivos, los historiadores ingleses reconocieron que, en la vida real, nunca había existido ningún Robin Hood: su nombre, así como los nombres de los demás personajes de la leyenda, fueron tomados de antiguos mitos y cuentos.
En parte, un ejemplo similar lo encontramos en las Crónicas de Néstor. Como es sabido, en el año 945 los drevlyanos se rebelaron y asesinaron a Ígor, el príncipe de Kíev. Su viuda, Olga, durante la represión del levantamiento mostró una gran ingeniosidad. En particular, una parte de los enviados drevlyanos arribaron a Kíev por el río Dniepr y fueron recibidos con gran respeto: sus barcas juntos con los enviados fueron alzadas en hombros por la gente de Olga y llevadas en procesión solemne hasta el sitio donde habían sido cavados unos fosos en los que fueron despeñados los enviados. Allí fueron sepultados vivos. Esta ironía casi artística de Olga resulta excesiva: habría sido muy simple castigar a los enviados que ya estaban irremediablemente perdidos, ¿para qué hubo que arrastrar con sus barcas? Por lo visto, el cronista Néstor ya había olvidado el rito funerario báltico: a las personas distinguidas las enterraban en sus barcas. En el año 922, el viajero árabe Ahmed ibn Fadlan vio ese funeral de un príncipe ruso. Pero ese rito era importado, traído por los vikingos, y en la Rus no perduró. De este modo Néstor interpreta el rito funerario de los bálticos, ya medio olvidado, como una venganza particularmente refinada de Olga por su esposo asesinado, y lo convierte en un caso único, es decir, en el argumento de una leyenda historizada.
El rito desacralizado se convirtió en argumento legendario, como en el caso de lady Godica y el “rey de mayo” Robin.
Otra vía para que surjan argumentos legendarios es la transformación de antiguos mitos que han sobrevivido y se han conservado en la memoria de los pueblos de Europa occidental: los motivos de estos mitos se incluían en la creación de mitos de la Edad Media. Como es sabido, los rasgos de Perseo fueron transmitidos a San Jorge: el motivo de la muerte del dragón y la salvación de la doncella, destinada a entregarse en sacrificio al monstruo (“el milagro de Jorge sobre el dragón”). En los relatos sobre Tristán hallamos los motivos de las velas blancas y negras, aquellas que olvidó cambiar Teseo al regresar victorioso a Ática. En los apócrifos medievales sobre Judas Iscariote, a los ampliamente conocidos acontecimientos evangélicos, precede el mito transformado de Edipo (Judas ejecuta un parricidio no premeditado y se casa con la viuda del asesinado, su madre; al saber lo sucedido, presa del terror corre donde Cristo y se convierte en su discípulo).
Extraordinariamente curiosas resultan algunas leyendas alemanas de la Edad Media, por ejemplo, la leyenda de Tannhäuser. Es un personaje histórico, un minnesinger del siglo XIII, participante de las Cruzadas; la frivolidad de su lírica amorosa lo distinguía de la tradicional poesía cortesana del minnesinger de la corte. Por lo visto, la imagen del nuevo sujeto lírico fue trasladada al poeta mismo, como ocurría habitualmente en la historia de la literatura: de aquí la reputación de libertino que se le reservó a Tannhäuser. Murió en 1270, pero en el siglo XIV surgió una leyenda según la cual la diosa Holda, encantada por sus canciones o, según otras versiones, la mismísima Señora Venus, atrajo al minnesinger a su caverna mágica, donde este pasó largo tiempo disfrutando de los placeres carnales con la diosa. Al salir de la gruta se dirigió a Roma y le pidió al papa Urbano la absolución de los pecados. El papa escuchó su confesión y respondió: “Te absuelvo cuando mi báculo florezca”. Tannhäuser se marchó con gran tristeza y de repente el papa vio que su báculo se cubrió de flores. Arrepentido, Urbano mandó a sus mensajeros tras el cantor, pero no lo hallaron en ninguna parte.
Esta leyenda acerca del minnesinger que se convirtió en amante de frau Holda o incluso de Venus, culmina con un final enteramente cristiano: la misericordia del Señor es infinita, y el severo papa no tuvo razón al rechazar al pecador que se había arrepentido.
Es ampliamente conocida la leyenda del Flautista de Hamelín (o el cazador de ratas de Hamelín). La ciudad sucumbía por la terrible profusión de ratas; en el consejo municipal apareció un desconocido, y por una buena paga se comprometió a librar a Hamelín de esta desgracia. Le prometieron todo lo que deseaba. El desconocido comenzó a tocar su flauta y todas las ratas fueron tras él. Hasta las ratas enfermas y más débiles eran arrastradas por sus nietos. El músico condujo a todas las ratas a las márgenes del Weser y, sin dejar de tocar, se montó en una barca, se apartó de la orilla y comenzó a navegar; las ratas lo siguieron al río y se ahogaron. Pero cuando el cazador de ratas se presentó en el consejo municipal en busca de su recompensa se negaron a pagarle (o le pagaron solo una parte). Entonces salió a la calle y comenzó a tocar de nuevo; tras él, como encantados, marcharon los niños de Hamelín; salió con ellos fuera de la ciudad y entró en una cueva, y los niños tras él. Entonces la entrada de la cueva se cerró y nunca más nadie los vio. En el centro de Hamelín hasta el día de hoy está prohibido tocar cualquier instrumento musical.
¿Cuál es el sentido de este argumento? El castigo por incumplir las promesas. Pero, ¿quién tiene el derecho de imponer este horrible castigo a una ciudad? Probablemente, solo Dios. Pero en la leyenda no se dice ni una palabra acerca de Dios.
Mientras tanto, en la antigüedad existió el Señor de los ratones y ratas, que también era el señor de las artes y dios de la música: Apolo. Hasta su integración a la familia olímpica era una divinidad de los bosques de Asia Menor, el señor de los lobos. Una de las epíclesis (apodos de culto) de Apolo es “Esminteo” (“De los ratones”). De la Ilíada conocemos que envió la peste a los campamentos de Egeo; es cierto que la peste la transmiten las ratas y no los ratones, pero en la antigüedad estos prácticamente no se diferenciaban. Otra característica de Apolo era su notable crueldad: cuando Níobe se jactó de su superioridad reproductiva, humillando con esto a la madre de Apolo y de su hermana Artemisa, estos se cobraron la venganza por su madre, matando a todos los hijos de la descuidada mujer (no se sabe si doce o veinte), disparándoles flechas con sus arcos. Sumida en la tristeza, Níobe se convirtió en piedra. Hay que señalar que los hijos de Leto no la tocaron a ella, solo “la privaron de su superioridad”.
Un maravilloso músico, soberano de los ratones y ratas, se venga de los codiciosos burgueses de Hamelín, privándolos de sus niños. Quizás esta sea una lejana transformación del mito de Apolo.
Los ejemplos citados muestran que los relictos de los sistemas mitológicos destruidos pueden revivir e insertarse en nuevos sistemas mitológicos, en ocasiones perdiendo el sentido sacro, y en otras conservándolo solo en una forma velada (El flautista de Hamelín es un ser teodemoníaco, uno de los espíritus de la mitología germana antigua, que tiene similitud en parte con Rübezal —el espíritu montañés— y en parte con Apolo Esminteo).
La nueva mitología de Europa resultó capaz de regenerar argumentos desaparecidos. Así, en la antigua mitología se recuerdan los androides dorados (los autómatas antropoides), creados por Hefesto y que se utilizaban como sirvientes. La antigüedad también conoció al gigante de bronce Talos, que custodiaba la isla de Creta (en algunas variantes del mito también fue una creación de Hefesto). Talos fue inoculado con sangre de los dioses, además, una vena que recorría su cuerpo a lo largo de la columna vertebral, terminaba en el tobillo con un orificio que había sido sellado con un tapón de bronce. Medea, quien llegó con los argonautas, engañó a Talos, prometiéndole la inmortalidad; el coloso le permitió sacarle el tapón, la sangre se derramó y Talos murió.
En la Edad Media la construcción de androides se atribuyó a Alberto Magno, un gran científico y filósofo (fue maestro de Tomás de Aquino). En la época del Renacimiento (o a finales del Medioevo) tomó forma la leyenda judía del Gólem, un coloso de barro creado para que trabajara los sábados (cuando los judíos ortodoxos tenían prohibido incluso la más pequeña faena). Esa leyenda, por una parte, representa una insolente imitación de la creación de Adán por Dios (también de barro); por otra, la leyenda enaltece el poder mágico de los cabalistas judíos.
El primer Gólem fue hecho por un rabino del ghetto de Praga. Pronto el Prager Golem atrajo el interés de los alemanes y checos, y en lo adelante entró en la literatura. Pero en la reinterpretación europea, en primer lugar se propuso el motivo secundario de la leyenda: el Gólem puede revelarse contra su creador e incluso pisotearlo. Según una de las versiones, el rabino le ordenó al Gólem que le quitara las botas y cuando el coloso se arrodilló ante el amo este borró rápidamente una letra de la fórmula mágica escrita en la frente del Gólem, de manera que de la inscripción encantada que le había dado vida se formó otra palabra que significaba “muerte” y el Gólem al instante se convirtió en un montón de barro.
Precisamente la leyenda del Gólem dio lugar en la cultura europea al motivo de “la técnica que se enfurece”. El escritor checo Karel Chápek, que conoció la historia del Gólem de Praga, convirtió su revuelta en la revuelta de los robots, que aniquilan la humanidad (la pieza R.U.R.). La técnica puede escapar al control de los humanos. Parecían temores infundados. Parecían… hasta 1945.
La técnica que se enfurece es la bomba atómica. Los mitos no son falsos; no se puede estudiar la historia guiándonos por ellos, pero son capaces de advertirnos.
Notas
Primera publicación: Nazírov R. G., «La creación de mitos en la Edad Media», en El folklore de los pueblos de Rusia. Mito, folklore, literatura, Mezhvuzovski nauchni sbórnik, Ufá, Universidad de Bashkiria, 1997, pp. 65-74.