Pablo Tijan*
Artículo publicado en Arbor; Madrid, Tomo 51, Nº 194 (Feb 1, 1962): 45. Gentilmente cedido para su publicación en Eslavia por CSIC (Consejo Superior De Investigaciones Científicas).
* Pavao Tijan (1908-1997) fue un eslavista croata que en 1945 abandonó su país y pasó el resto de su vida en España.
En las disposiciones testamentarias del fundador del premio Nobel se dice que la Academia sueca, al conceder premios de literatura, ha de mantener el mejor equilibrio posible entre las naciones sin despreciar las literaturas de los pequeños países que no pueden conseguir fácilmente el reconocimiento universal. En realidad, hasta el año 1961 ningún representante de las llamadas “pequeñas literaturas”, fuera de la órbita escandinava, obtuvo el codiciado galardón. Los escritores escandinavos pertenecen también al grupo de las pequeñas naciones, pero, en cambio, son considerados como “autores de casa”. El idioma y el ambiente cultural en que nacen sus obras resultan familiares a los académicos de Estocolmo, lo cual no puede decirse de los autores de otras tierras lejanas y lenguas poco conocidas. Este importante impedimento fue salvado en el caso de Ivo Andrić, pues sus principales obras han sido traducidas a veinticinco idiomas debido, en gran parte, a los esfuerzos del propio Gobierno yugoslavo que, persiguiendo este fin, venía preparando ya desde hace años el ambiente a favor de su candidato.
Ya en la votación del año 1960, Andrić quedó finalista con un solo voto de diferencia. Su nombre sonaba, pero tuvo que vencer a un gran número de candidatos. En los últimos días se barajaban unos cincuenta nombres de gran resonancia en el mundo de las letras, entre los cuales estaban los ingleses Graham Greene y Lawrence Durrell, el norteamericano John Steinbeck, el alemán Erich Kästner, el venezolano Rómulo Gallegos, el italiano Alberto Moravia y tres escandinavos, como de costumbre: la baronesa danesa Karen Blixen-Finecke, el noruego Johan Falkberget y el finlandés Väinö Linna, sin contar con Martin Buber, el filósofo y teólogo austríaco, de ochenta y tres años, del que se decía que era favorito del malogrado académico y secretario general de las Naciones Unidas Dag Hammarskjöld. La candidatura de Martin Buber entraba en los cálculos políticos de Hammarskjöld, pero su repentina muerte en vísperas de la votación inclinó definitivamente la balanza en favor de Ivo Andrić.
Se tiene la impresión de que los académicos suecos prefieren, desde hace unos años, premiar sólo un determinado libro a la obra de toda una vida, convencidos tal vez de que, en la literatura actual, hay muchos grandes poetas y escritores, pero no tantas obras excepcionales. Siguiendo este criterio, la Academia sueca “quiso expresar –como se dice en la exposición de motivos de la concesión de este último premio– su reconocimiento a la fuerza épica con que Andrić consiguió presentar los sucesos y la suerte de su país a través de su larga historia”. Se ha tenido en cuenta, pues, su gran novela histórica Un puente sobre el Drina, o a lo sumo, su creación épica del último período, mientras que sus obras poéticas del primer período, igualmente grandes y representativas, siguen desconocidas para el gran público. Con toda la gran publicidad que le ha valido el más apreciado galardón literario, Andrić sigue siendo un escritor poco conocido y, como hombre, enigmático.
Los problemas en torno a Andrić surgen cuando se quiere saber a qué literatura pertenece el flamante premio Nobel. La Academia sueca y las grandes agencias de noticias dijeron con suficiente claridad que era “un escritor yugoslavo”, pero la cosa no es tan sencilla como para acatar este aserto incondicionalmente, porque una literatura “yugoslava” no existe como tal.
Yugoslavia es un país de sólo cuarenta y tres años de historia y compuesto de varios pueblos de las cuales los tres principales –los servios, croatas y eslovenos– tenían cada uno su propia literatura mucho antes de 1918 cuando entraron a formar el Estado común. Estas tres literaturas, distintas ya en sus orígenes lo mismo que en su desarrollo histórico y su orientación cultural, continuaron cada una su vida particular, también en el nuevo Estado, apoyándose en sus fuerzas tradicionales y en sus lenguas literarias vernáculas. Las tres tienen su público bien determinado y su acusado carácter nacional. Los tres centros literarios coinciden con los centros de gravedad de la vida política y nacional y, al igual que hasta ahora no ha sido posible realizar una unidad nacional de los tres pueblos, tampoco se han podido unificar sus tres literaturas. Es más, con el tiempo ha surgido en Yugoslavia una cuarta literatura nacional, la macedonia.
Las diferencias son particularmente grandes entre la literatura croata y la servia, lo cual impide su unificación. La literatura croata se inicia ya en la Edad Media en el estrecho contacto con Roma y el occidente católico europeo, reflejando en su desarrollo todos los movimientos espirituales y literarios europeos desde la literatura religiosa y narrativa medieval, pasando por el humanismo, el Renacimiento, la Reforma y Contrarreforma, la Ilustración, el romanticismo y el realismo, hasta desembocar en las corrientes modernas y contemporáneas. La literatura servia se origina también en la Edad Media, pero en la órbita cultural bizantina en la cual permanece hasta fines del siglo XVIII, experimentando un vacío cultural durante los cuatro siglos de la dominación otomana. Luego se renueva en la época de la Ilustración, estableciendo en el siglo XVIII los primeros contactos con Occidente sin que se haya podido desprender del todo de la herencia oriental que todavía se advierte en su escritura que es la cirílica, con caracteres derivados del alfabeto griego.
Todos los intentos, más o menos utópicos, de unificar estas dos literaturas, fracasaron, lo mismo que los ensayos de unificación nacional de los servios y croatas. En política se ha conseguido, al menos, una unificación material, puramente formal, por la presión del Estado centralista, pero la vida cultural y la literatura escapan a esta presión porque están más íntimamente ligadas a la idiosincrasia nacional de los distintos pueblos que se oponen a esta unión.
Andrić, de joven, era también uno de los entusiastas de la unión serviocroata, pero siendo croata y católico, inició su vida literaria como escritor croata, porque entonces ni siquiera existía un Estado común de los servios, croatas y eslovenos. Es sólo a partir del año 1934, residiendo en Belgrado, cuando empieza a declararse servio, probablemente por motivos oportunistas. Finalmente, aceptando la política oficial del régimen comunista en la segunda Yugoslavia de crear también una literatura yugoslava, Andrić cambia una vez más de orientación nacional y se declara yugoslavo.
La trayectoria de su vida nos va a aclarar tal vez mejor estos cambios en su orientación.
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Ivo Andrić nació el 9 de octubre de 1892 en el seno de una familia croata católica de Bosnia. Vio la luz del mundo en Dolac, un pequeño arrabal de la ciudad de Travnik, antigua sede de los visires de Bosnia, donde su madre se hallaba de visita. La familia Andrić vivía entonces en Sarajevo. Su padre, artesano y pequeño comerciante, murió muy joven, y la madre, después de la muerte de su marido, se trasladó con el pequeño Ivo de dos años a Višegrad. En este pequeño y pintoresco pueblo sobre el río Drina, milenaria frontera entre dos mundos, pasó Andrić su niñez hasta terminar la escuela primaria. El bachillerato lo estudió primero en el colegio de los jesuitas en Travnik y lo terminó más tarde en Sarayevo.
Durante sus estudios en Sarayevo se relacionó con la juventud revolucionaria bosnia, de inspiración servia, que soñaba con la destrucción del imperio austrohúngaro y la creación de un Estado nacional para todos los eslavos del sur. En su entusiasmo juvenil, Andrić no se dio cuenta de que esta actividad revolucionaria iba en contra de la gran obra civilizadora que la monarquía danubiana había realizado en su patria chica después de haber ocupado y anexionado esa abandonada provincia del imperio otomano, liberándola de las condiciones medievales en que vegetaba y abriéndola al progreso y a la cultura de Occidente. Gracias a este proceso civilizador de signo europeo, Andrić pudo adquirir una sólida formación humanística y literaria y luego continuar sus estudios de eslavística en las universidades de Zagreb, Viena y Cracovia.
Sospechoso por sus simpatías con los revolucionarios, el estudiante Andrić fue recluido a raíz del atentado de Sarajevo, de 1914, contra el heredero del trono de Austria-Hungría y pasó en distintas prisiones y campos de concentración algo más de dos años, siendo, por fin, amnistiado en el año 1917 por el nuevo emperador Carlos. Luego continuó sus estudios universitarios en Graz, donde se doctoró en 1923 con una tesis sobre la cultura bosnia.
En este mismo año se trasladó a Belgrado, donde ingresó en el ministerio de Asuntos exteriores del nuevo Estado. Como diplomático ha prestado sus servicios en los consulados y legaciones de Yugoslavia en Trieste, Graz, Roma, Bucarest, Madrid, Ginebra y Berlín, alternando estas prolongadas estancias en el extranjero con periodos en Belgrado. Siempre discreto y sumiso a cualquier régimen, Andrić llegó a ser nombrado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Yugoslavia en Berlín en vísperas del ataque alemán a Yugoslavia. De su actividad diplomática en aquellos momentos críticos no se sabe nada hasta que no se publiquen los documentos pertinentes. Rotas las relaciones entre Belgrado y Berlín, Andrić se traslada a Belgrado donde, bajo la ocupación alemana, vive totalmente retirado y escribe sus grandes novelas Un puente sobre el Drina, La crónica de Travnik y La señorita.
Llegados los comunistas al poder, Andrić expresa sus simpatías por la lucha que aquéllos sostuvieron y por los resultados obtenidos. Sin embargo, se encuentra en una situación precaria como fiel servidor de regímenes dictatoriales y como escritor “burgués”, hasta que prevalece la influencia de sus antiguos amigos de la joven Bosnia revolucionaria, convertidos en comunistas y llegados ahora al poder, que necesitaban el nombre y prestigio del mejor escritor del país. A Andrić le fue perdonado su pasado: es nombrado presidente de la asociación de escritores de Yugoslavia y pudo publicar sus grandes novelas escritas, en su mayor parte, durante la guerra. En calidad de presidente de la Asociación de Escritores de Yugoslavia visitó la Unión Soviética en 1946; sobre este viaje, publicó un libro de impresiones. Algún tiempo fue diputado en el parlamento de la república de Bosnia y Hercegovina, y también miembro del parlamento central de Belgrado.
Andrić es actualmente miembro de la Academia servia de Ciencias desde 1939. Las Academias de Zagreb y Lyublyana le eligieron como miembro correspondiente después de la segunda guerra mundial. En 1956 recibió el premio yugoslavo por “la obra total de su vida”. Está en posesión de varias condecoraciones nacionales (de la dinastía real y comunistas) y extranjeras.
Permaneciendo la mayor parte de su vida soltero, Andrić se casó en 1958 con Milica Babić, de Bosanski Shabac, pintora y figurinista del Teatro nacional de Belgrado. El matrimonio tiene su residencia en Belgrado.
Con motivo de la concesión del premio, el nuevo laureado Nobel declaró que una parte del importe del mismo la va a dedicar a varias instituciones de su país.
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Andrić se inicia en la literatura siendo estudiante. Empieza con la poesía, y su primer poema, Lañska pyesma, aparece en 1912 en la revista ‘“Bosanska Vila”. Sigue publicando versos en varias revistas croatas, en líneas generales, hasta 1914 cuando, en vísperas de la primera guerra mundial, se presenta, junto con otros once jóvenes poetas croatas, en la representativa y programática antología La joven lírica croata (Hrvatska mlada lirika, Zagreb, 1914). En sus primeras poesías, Andrić se nos manifiesta como una tierna naturaleza lírica, introspectiva y melancólica, con una fuerte tendencia a ahondar filosóficamente en los problemas esenciales de la vida. En esta poesía hay reflejos directos del descontento de toda una juventud revolucionaria. Formalmente pertenece al último período del modernismo croata; se percibe en ella claramente la influencia del gran modernista croata A. G. Matos.
Durante su cautiverio, Andrić escribió sus “Conversaciones con el alma”, libro de poesía en prosa que, con el título Ex Ponto publicó en Zagreb en 1913. Estas meditaciones líricas y reflexiones sobre los sufrimientos del hombre y su destino pertenecen a lo mejor y más representativo de la literatura croata. Con su fina sensibilidad poética y con el calor humano que sabe imprimir a sus expresiones, Andrić eleva su caso individual a la categoría universal. En su resignación cristiana, sin protestas ni odio contra los tiranos, se percibe todavía su formación de católico educado por los jesuitas. Su segundo libro, Inquietudes (Nemiri, Zagreb, 1919), continúa estas meditaciones líricas en prosa.
Aparte de estos libros, Andrić desarrolla en la turbulenta atmósfera de la primera postguerra una actividad literaria bastante viva en el círculo de los escritores nacionalistas revolucionarios de orientación yugoslava. Es uno de los fundadores de la revista Književni Jug (“El Sur literario”, Zagreb, 1918-1919). En esta publicación, que se dedicó más bien a los problemas nacionalistas que al incipiente expresionismo en la literatura croata, y en otras de aquella época, Andrić escribe ensayos, artículos programáticos y políticos, reseñas, etcétera, dando siempre testimonio de su talento y buen estilo.
Con la publicación de la narración El viaje de Gerzelez Alí (Put Alije Gjerzeleza, Zagreb, 1920), Andrić abandona definitivamente la poesía dedicándose casi exclusivamente a la prosa narrativa sobre temas de su Bosnia nativa, alternando, en ocasiones, con el ensayo, artículo y crítica literaria. El protagonista de su primera narración es un conocido personaje del cuento popular bosnio, hombre fuerte y temible por su extraordinaria fuerza física, pero inerme y ridículo ante la mujer que ama y a la que no sabe conquistar. La primera narración de Andrić posee ya todas las excelentes cualidades del prosista Andrić: imágenes vivas y plásticas con el rico colorismo oriental, un lenguaje recio y cuidado, un estudio psicológico de sus personajes, fino humorismo y una perfecta composición estructural.
Después de este primer libro narrativo siguen tres volúmenes de Narraciones (Pripovetke), publicados en Belgrado en 1924, 1931 y 1936. Los argumentos de todas estas narraciones y cuentos han sido tomados del pasado de Bosnia y de sus tradiciones. Por sus páginas desfilan los representantes típicos de la abigarrada sociedad bosnia, cristianos y musulmanes, turcos y austríacos, cónsules y visires, sefardíes, frailes franciscanos y popes ortodoxos, el pueblo y sus tiranos, héroes y rebeldes, aventureros, espadachines, pícaros y ladrones, todos ellos conviviendo y luchando en un reducido territorio en el que entrechocaban tres culturas distintas y tres antagónicos intereses políticos. El autor parte casi siempre de una anécdota, insignificante a primera vista, pero que le sirve de base para desarrollar los eternos problemas humanos. Estos bosnios suyos son, a pesar del colorismo local, ante todo hombres a los que desgarran sus pasiones y que buscan el sentido de su vida ante Dios, ante la muerte, en las relaciones entre hombre y mujer. Andrić tiene mucha comprensión para el hombre y sus sufrimientos, y, sin embargo, en lugar de su anterior resignación cristiana tiende cada vez más hacia un fatalismo oriental: al hombre le resulta inútil su lucha para liberarse de sus pasiones y para sustraerse al dolor.
Entre los ensayos de esta época entre las dos guerras mundiales destacan dos, sobre Goya (1929) y Bolívar (1933), resultado de su encuentro con el mundo hispánico, en los que se reflejan, además, las simpatías del antiguo aprendiz de revolucionario por un gran revolucionario del arte y por un libertador. En otros ensayos estudió a Petrarca y a Máximo Gorki, al lado de varios poetas croatas y servios.
Terminada la segunda guerra mundial, y al cabo de varios años de silencio impuesto por las intensas ocupaciones diplomáticas y por la contienda misma, Andrić empezó a publicar, a partir de 1945, sus grandes novelas escritas, en buena parte, durante la ocupación y que le proporcionarían fama mundial y, a la postre, el máximo premio literario.
Un puente sobre el Drina (Na Drini ćuprija, Belgrado, 1945), es una especie de síntesis de toda su obra narrativa anterior. Es una gran novela histórica que no tiene unidad de acción, personajes ni tiempo, sino que está compuesta de modo curioso sobre la base de leyendas populares y elementos folklóricos en torno al famoso puente sobre el río Drina, en Višegrad, en la frontera entre Servia y Bosnia, construido en 1571 por el gran visir Mehmed-bajá Sokolović (1505-1579), natural de Bosnia. Este puente es el verdadero protagonista de la novela, testigo mudo de las seculares luchas entre el cristianismo y el islam y del paulatino e inexorable derrumbamiento del feudalismo turco con la simultánea creación de nuevas formas políticas y sociales de vida. Tanto el río Drina como el puente que lo cruza tienen para Andrić valor simbólico. El puente viene a ser el símbolo de los esfuerzos humanos por conciliar y unir las partes opuestas, vencer la soledad y el aislamiento y conseguir la asociación, mientras que, por debajo del puente, el río representa las misteriosas corrientes de la historia. El autor se propone demostrar que son absurdas las guerras y los conflictos individuales entre los hombres, porque la vida sigue igual que la corriente del río, los individuos desaparecen, pero la comunidad, la colectividad, permanece. Estas ideas sobre la colectividad eterna e indestructible podrían interpretarse, tal vez, como concesión que Andrić hace al régimen comunista. Otra es, desde luego, terminar la historia del puente en 1914, con la sugerencia de que, con el derrumbamiento de los antiguos imperios, había desaparecido el antagonismo entre Oriente y Occidente en aquella crítica zona de choque. Precisamente, toda la historia de Yugoslavia y, de modo particular, los sangrientos acontecimientos cuyo escenario fue el Drina durante la pasada guerra, prueban que el milenario conflicto entre dos mundos distintos perdura aún.
La segunda gran novela de esta última época es La crónica de Travnik (Travnićka Hronika, Belgrado, 1945), también sin unidad orgánica, pero más condensada, porque se refiere a sólo siete años (1806-1814) de la vida en la capital de Bosnia de entonces, Travnik, donde entraban en conflicto los cónsules de Napoleón y del emperador Francisco de Austria, defendiendo los intereses de sus respectivos imperios en esta extrema provincia del agonizante imperio otomano. En las desavenencias entre los cónsules se reflejan también los odios y las luchas entre una población heterogénea compuesta de musulmanes, ortodoxos, católicos y judíos.
El mismo año 1945, y también en Belgrado, fue publicada la tercera gran novela de Andrić, Señorita (Gospodjica), la que más se acerca a los tiempos actuales. En esta novela y en los Cuentos nuevos (Nove pripovesti, Belgrado, 1950) prevalecen los problemas psicológicos sobre los sociales, los cuales Andrić no sabe o no quiere tratar… En dos narraciones posteriores, Mentira (Laž) y El patio maldito (Prokleta avlija), publicadas en 1956, algunos críticos pretendían avistar a un Andrić nuevo que se atreve a censurar al déspota (Tito) y al Estado tiránico (régimen comunista de Yugoslavia); sin embargo, el propio autor no dio su aprobación a tales interpretaciones, pero tampoco continuó escribiendo sobre temas tan comprometidos. En la Yugoslavia de hoy no conviene escribir dos veces ni insistir en frases como ésta: “Si quieres apreciar el valor de un Estado y de su régimen, o el futuro de ambos, tienes que tratar de conocer a cuántos hombre honrados e inocentes sufren en las cárceles y a cuántos delincuentes gozan de libertad” (El patio maldito).
En cuanto a sus planes para el futuro, Andrić declaró que está preparando un libro de narraciones con temas históricos y contemporáneos, también de Bosnia, y que llegarán hasta el año 1918. También quiere continuar La crónica de Travnik, que probablemente será una Crónica de Sarayevo, puesto que, en 1850, la sede de la administración otomana fue trasladada a la actual capital de Bosnia.
Tratando de resumir lo expuesto anteriormente, se puede afirmar que Ivo Andrić es un escritor moderno que no se pierde en las abstracciones, sino que siempre permanece sencillo, ocupado en mil pequeños detalles, comprensivo y humano, y en esto radican su grandeza y su valor literario, Es un narrador ameno y atractivo que enlaza con éxito el pasado y el presente de su país, inspirándose en su historia y en sus leyendas. Bosnia, con sus pueblos y aldeas, con los órganos del decadente poder turco y con las nuevas fuerzas nacionales que se levantan por la libertad, le ofrecen fuente inagotable para sus anécdotas y argumentos y motivos para sus profundas reflexiones sobre el hombre y su destino. Maestro de la narración épica, sobrio y elegante, Andrić construye sus obras con energía y con sentido estético, al igual que aquel arquitecto que levantó el puente legendario sobre el Drina.
Por su estilo, Andrić recuerda a los grandes narradores del siglo pasado. Su arte narrativo, aunque perfecto, está recubierto de una pátina antigua que le relaciona con los grandes realistas del XIX. De los clásicos tiene la ecuanimidad, la serenidad del filósofo y la habilidad de equilibrar las situaciones y dosificar los sentimientos, permitiéndose a veces una ligera ironía. Jamás pierde la armonía interior y siempre acierta en la elección de los medios de expresión.
El minucioso análisis de su microcosmos bosnio, presentado con la riqueza de colores de una alfombra oriental, no impide a Andrić llegar a comprender lo esencial del alma humana. Con profundos principios éticos, solidario en todo momento del hombre que sufre y lucha desde las remotas épocas del dominio otomano hasta los tiempos actuales, Andrić, poeta y narrador, ha penetrado en el alma del pueblo y se ha convertido en filósofo-humanista al incorporarse la sabiduría y experiencia vital de este pueblo.
Desde luego, la mayor fuerza de Andrić reside en el análisis psicológico que sabe aplicar minuciosamente a sus personajes. Lo que más le importa es el destino del hombre, sin mirar si este hombre pertenece al pasado o vive en la actualidad. El hombre es, para Andrić, siempre el mismo en sus rasgos esenciales, únicamente cambian las circunstancias en torno a él. El hombre en el tiempo y en su circunstancia es el gran tema de Andrić. Del modo como trata este tema se tiene la impresión de que Andrić considera importante al hombre ante el incesante fluir del tiempo y ante el destino. Las figuras de su creación no pueden y no quieren influir en las decisiones del destino, pero lo que no puede el individuo aislado, lo puede la colectividad que demuestra una constante evolución moral y espiritual. Por eso, hay algo gris y triste en el ambiente creado por Andrić, pero no pesimista, porque si los individuos tienen que desaparecer, queda el pueblo que une todos los esfuerzos individuales y con tesón prosigue la lucha por la libertad.
En esta línea general de comprensión del hombre, Andrić tiene sus simpatías y sus antipatías. Los servios, los ortodoxos, son merecedores de sus mayores simpatías, porque en ellos ve a los auténticos luchadores por la libertad. A los católicos los ridiculiza a menudo cuando no los trata con desprecio por sus relaciones con sus hermanos de religión croatas y en Austria. Finalmente, resulta del todo injusto con los musulmanes, a los que llama exclusivamente “turcos”, considerándolos invasores y representantes de la opresión en los que difícilmente pueden encontrarse rasgos nobles y humanos. Sin embargo, la verdad es distinta. Los musulmanes de Bosnia son, en su gran mayoría, la más autóctona población de esta región descendientes de los croatas medievales que primero cayeron en la herejía albigense y luego se pasaron al islamismo cuando los turcos, en 1463, conquistaron el reino de Bosnia. Ellos mismos hubieron de sufrir en su carne la tiranía de los representantes del poder turco y también ellos se levantaron por la libertad contra el despotismo del decadente imperio otomano. La presencia de los musulmanes en la Bosnia actual molesta a Andrić porque desmiente su tesis principal de Un puente sobre el Drina, es decir, que mientras haya musulmanes en Bosnia no se ha conseguido la conciliación entre Oriente y Occidente tal como la concibe nuestro autor.
Buscar comparaciones de Andrić con otros escritores resulta un trabajo inútil, porque Andrić no tiene semejanzas con ninguno. Sabe narrar como los grandes novelistas del siglo pasado, pero el arte narrativo es también propio de su pueblo. Es buen psicólogo, pero su psicología no tiene nada de la profundidad de un Dostoyevski o de la introspección de un Proust. Es buen historiador, pero no llega a darnos las grandiosas versiones históricas de un Tolstoi. Joyce, Kafka, Bernanos, Eliot, Camus y muchos otros novelistas modernos pasaron casi inadvertidos por él. Algunos creen advertir que, con Stendhal, tenga tal ver en común el culto a la fuerza. Otros señalan su parentesco con Kazantzakis, pero esto será sólo una casualidad y no una relación directa. Desde luego, en Andrić no hay nada de vanguardista y por eso quizá está más cerca de Thomas Mann y de André Maurois, escritores que felizmente enlazan lo antiguo y lo moderno. La saturación de tantos experimentos en la actual novelística europea, y no una innovación, ha sido, a nuestro juicio, la razón principal de que Un puente sobre el Drina haya sido aceptado con tantas simpatías por el público europeo como fue acogido hace unos años el Dr. Zivago de Pasternak.
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Conocer a Andrić como escritor poco o nada ayuda a conocer a Andrić como hombre. El escritor que, en sus obras, tan alto mantiene los principios éticos, en su vida privada busca el compromiso con ellos. El escritor Andrić jamás ha elogiado un régimen de opresión; Andrić, el hombre, menos en su primera época juvenil de revolucionario, acata todos los regímenes injustos y opresivos y se muestra servil tanto a la primera Yugoslavia dictatorial como a la segunda, comunista. Del antiguo revolucionario no queda nada en Andrić.
Mas no es éste el único problema íntimo de Andrić, Queda, además, el problema de su determinación nacional. Nacido como croata y católico, Andrić se consideraba croata, aunque de orientación yugoslava, hasta alrededor de 1934. Colaboraba en las revistas croatas y publicaba sus primeros libros en Zagreb en lengua literaria croata. Residiendo en Belgrado, los primeros años no renunció a la nacionalidad croata, aunque escribiese en revistas servias. Por primera vez, en el año 1934 reacciona como un servio al no permitir a un editor croata de Zagreb la publicación de sus poesías en una antología de la lírica croata. Desde entonces, se considera servio y así lo afirma en el libro ¿Quién es quién en Yugoslavia? (publicado en Belgrado). Siendo servio adoptivo, Andrić se presta, en la segunda Yugoslavia, a la política oficial del régimen comunista de ponerse al frente de una nueva literatura “yugoslava” que hasta ahora no existía y que tampoco nació con las proclamaciones oficiales.
Es difícil aclarar esta decisión de Andrić de renunciar a su nacionalidad croata y aceptar la servia. Él mismo calla a este respecto. Únicamente las circunstancias ayudan a explicar su caso. El cambio se efectúa en 1934, cuando la dictadura del rey Alejandro, de marcado carácter anticroata, está en su apogeo y cuando Andrić espera ascender en la carrera diplomática e ingresar en la Academia servia, lo cual, en efecto, consigue más tarde. Andrić, de joven, era partidario entusiasta de la idea de la unión nacional de croatas y servios. Al efectuarse esta unión en 1918, pronto se echó de ver que la realidad era otra y que no existían los supuestos para tal unión. Los servios se quedaron con el poder, y los croatas, relegados a la categoría de ciudadanos de segunda clase, pasaron a la oposición pidiendo la disolución de la unión estatal forzada. Andrić era lo suficientemente inteligente para no desconocer la verdad, pero terco, como los bosnios de sus cuentos, no quiso reconocer su error. Con típico fatalismo oriental, persistió en él, tanto más que en Zagreb se le hacía la vida imposible a causa del creciente antagonismo serviocroata. Y como no podía ser yugoslavo, porque tal categoría realmente no existía, se declaró servio, seguro de poder participar en los privilegios de la nacionalidad dominante en el país.
Siendo políticamente servio, Andrić, sin embargo, por su idiosincrasia, por su formación cultural y por su estilo literario, es un occidental que no tiene nada en común, o muy poco, con el ambiente en que vive. Su lenguaje literario, a pesar de los grandes esfuerzos, jamás llegó a ser el lenguaje literario servio. Los mismos escritores servios se percatan de que Andrić no es uno de los suyos. Le consideran extranjero y por su educación católica le llaman irónicamente “fray Ivo”, aunque él no tenga la mentalidad de un fraile bosnio.
Por eso, Andrić vive muy retirado y nunca habla de sí mismo, como tampoco reacciona ante las disputas en torno a su conciencia nacional. Cuando los comunistas le presentan como candidato para diputado, Andrić no interviene en la campaña electoral. Encerrado en el más absoluto mutismo, guarda para sí su gran secreto. Desilusionado en su yugoslavismo revolucionario y romántico, Andrić huye del mundo. En Una carta de 1920 escribe “non est salus nisi in fuga”, que bien podría ser la solución de su enigma, que nos explicaría por qué toda su obra posterior se refiere al pasado.