Susana Cella
El concepto de identidad, como sabemos, es un concepto complejo, transdisciplinar, de múltiples definiciones que no dejan de involucrar posturas conflictivas.
Además de la dimensión transdisciplinar, el término se vincula con específicos saberes. Entre estos lo que atañe a lo subjetividad en tanto concebimos al sujeto como resultante de los nexos que establece con el otro, lo que le permite emerger como tal, esto a su vez involucra diversos aspectos: la misma instancia de otredad (desde las relaciones iniciales del humano hasta las que tienen que ver con la socialización, el otro que promueve identificaciones, desde el otro semejante al otro visto como diferente al punto de plantearse la afirmación identitaria contra el otro). Al considerar la dimensión subjetiva, si bien afirmamos recién su constitución en relación con el otro, la cuestión se amplía al tener en cuenta distintas concepciones de sujeto: autónomo, sujeto conciencia, sujeto escindido, dual, constituido según tres instancias que bien, grosso modo podemos llamar yo, ello y superyó (en términos freudianos) o remitirnos a lo real, lo simbólico y lo imaginario (según la postulación lacaniana). Pero además al considerar al sujeto como parte de una entidad colectiva, la sociedad (y en ella sus estamentos, instituciones, etc.), el tema de la identidad se vincula con agrupamientos según rasgos compartidos, así por ejemplo, la clase social o la nación para mencionar dos categorías que es imprescindible tener en cuenta al hablar de identidad, lo que a su vez obviamente nos lleva a ver cómo estas se definen y conciben. Destacamos aquí la que atañe a la identidad nacional.
La literatura, en su carácter de discurso que potencia simultáneamente los componentes textuales y aspira a la producción de sentido no clausurado, va a incorporar todas estas vertientes en las obras. Así, este libro de Eugenio López Arriazu, que por un lado se suma a otros de sus ensayos sobre literaturas eslavas (Pushkin sátiro y realista, Ensayos eslavos), también va a ocuparse aquí de ese campo literario –esa zona, esas literaturas, esas culturas- haciendo centro aquí en la cuestión de la identidad. Tarea no fácil por lo dicho anteriormente sobre la identidad, pero en este caso también por la extensión del área que abarca (el mundo eslavo), no sólo en cuanto a lo vinculable a la geografía sino también a lo no homogéneo por las particularidades que asume lo que podemos definir como un gran conjunto: las “literaturas eslavas”. Pensado como tal es posible establecer dentro de este conjuntos menores, y plantear relaciones de inclusión, intersección, unión y quizá alguna otra que haga operativa esta postulación al abordar el mundo eslavo visto como un espacio-tiempo habitado por grupos humanos cuyas características exhiben –en la comparación- similitudes de diversa índole, así por ejemplo una misma lengua o lenguas muy similares (en cuanto a su origen, estructura, vocabulario, entonación); pertenencia a un mismo grupo racial incluyendo aquí similares mestizajes), procesos históricos análogos (migraciones, organización socio-política vista en forma sincrónica y diacrónica incluyendo momentos de mayor preponderancia y de crisis, guerras y conquistas) susceptibles de observarse en períodos cotejables; religión predominante así como formas de culto o prácticas ceremoniales afines, análogas tradiciones culturales tanto en los aspectos mencionados como en formas de convivencia, vida cotidiana y visiones de mundo.
¿Cómo aproximarse a estas entidades que se erigen como identidades? A la pertenencia a una etnia, remitiendo a un linaje común y a ciertos rasgos que permiten los agrupamientos (lenguas, razas y, nombro asimismo otro que no ha dejado de suscitar discusiones: territorios), se suma para concebir lo identitario la idea de nación que, entre sus varios aspectos abarca también la fundación y consolidación de las literaturas nacionales, lo cual reafirma la conciencia de lo nacional en la conformación y desarrollo de obras incluidas en tal conjunto. Al pensar en el campo mayor de las eslavas, encontramos un espacio abarcativo que evidencia simultáneamente la idea de unidad y de diversidad (una literatura con relaciones culturales –de semejanzas y diferencias- y de carácter transnacional). Obviamente aquí el par semejanza/ diferencia tiene una importancia ineludible.

En los nueve apartados que conforman el texto de Arriazu, la idea de pertenencia a una comunidad con la que se comparten elementos comunes se juega en varias facetas de las que son índice los títulos de cada uno, que a su vez contienen muy uniformemente tres ensayos agrupados en torno de una noción teórica y consideraciones más o menos extensas sobre ellas, así por ejemplo, el tema del gótico o del paneslavismo, puesto en relación con una textualidad múltiple, tanto respecto de reflexiones o aportes de pensadores diversos (Hobswaum, Deleuze, Freud, por ejemplo, entre los no eslavos, que también están) como de textos específicamente literarios. Además de las dos nombradas amerita mencionar otras como idea mesiánica, paneslavismo, gótico, religión, Estado, mujer, cuerpo, lengua e historia.
En cuanto a los textos literarios tratados, predominan los autores rusos, donde no solo aparecen los clásicos sino también otros que aportan nombres y obras cuya circulación entre nosotros ha sido escasa o nula. Pero además en tanto “ensayos eslavos”, figuran también “textos literarios escritos en esloveno, serbio, búlgaro, checo y polaco”. Eugenio fija una pauta metodológica que bien se relaciona con los requisitos para un análisis riguroso desde una perspectiva que da a la dimensión textual un valor destacado. No incluyó textos que él mismo no pudiera leer en lengua original. A pesar de la ausencia de obras en lenguas eslavas que no cumplían con esta pauta que el autor se planteó y es consignada por él como deuda, bien se puede decir que el panorama desplegado, la cantidad de los efectivamente leídos en lengua original es admirable, condice con la cualidad de políglota del autor más si se tiene en cuenta que aquí solamente ha mencionado idiomas eslavos y no otros que domina perfectamente como atestiguan muchas de sus traducciones.
Estamos ante un libro que presenta una impecable estructuración, revela un afinado conocimiento de cada uno de los temas y autores que aborda, provee al lector de informaciones, datos y fuentes a través de citas y muy adecuadas notas al pie. Todo lo que acabo de decir se parece a una especie de evaluación de una tesis o algo por el estilo, de modo que tengo inexcusablemente que agregar que si bien toda esa veta, digamos, académica, está presente, lejos se halla este texto de ser una suerte de paper, de esas escrituras que suelo llamar burocráticas y que se sitúan creo en las antípodas del placer del texto. Porque el efecto de lectura es muy otro lo cual por supuesto tiene que ver con el estilo, el modo de discurrir del autor, la fluidez de su prosa donde pueden aparecer explicitaciones acerca de la propia escritura, en cuanto a señalar algún recurso que utiliza, por ejemplo, una necesaria digresión o comentario, asimismo, y de nuevo en las antípodas del paper, hay tomas de posición respecto de interpretaciones de distintos autores, destacable la de postular el tema de la identidad en relación no binaria sino según una tríada y asimismo ciertos comentarios que rozan lo cotidiano y producen un efecto de cercanía que no es sino una apelación al lector a tomar parte activamente en las cuestiones tratadas. Una cita me permite ejemplificar bien esto: el capítulo “El fantasma descreído. El Doble o mis Veladas en Rusia menor (un texto que no deja de suscitar cierta sonrisa respecto de la relación entre Rusia y la literatura fantástica), culmina: “Ya resulta difícil distinguir entre el doble y el lector: ambos son interlocutores del yo de la enunciación. Aquí se cierra la caja china última: la del discurso social donde se funden yo-tú-aquello en una identidad problemática que nos une y nos divide. ¿No es cierto, mi querido lector?” (p. 105).
Sí, es cierto, mi querido autor. Es cierto que todo este muy largo y complejo libro, poblado de tantas obras, suscita en el lector el deseo de leer o en algunos casos de releer las obras que va mencionando (incluyo las de tipo ensayístico), diría, lo mejor que un libro de esta índole puede lograr, cuando el impulso a la vez lúcido y de una atemperada pasión imanta el texto y provoca una reacción similar en el lector. Impulso que no podría sino provenir de la presencia actuante del deseo en el autor, deseo de objeto –sondear en los andariveles de las literaturas eslavas- que hace posible este texto.
Termino este apunte yendo al inicio del libro, donde en lugar de las convencionales palabras preliminares o prólogo o introducción o algo así, nos encontramos con varios prólogos, diferentes pero semejantes, par inescindible como ya dijimos, si de hablar de la cuestión de identidad en las literaturas eslavas (y no sólo en ellas) se trata. Nos ofrecen algo así como la “fundamentación” del tema (para decirlo un tanto formalmente) y giran en torno de lo que ya dijimos que es el espinoso tema de la identidad desde hipótesis más generales hasta llegar al mundo eslavo. En cuanto al método, otro de los acertadísimos recursos teóricos de Eugenio: la diferenciación barthesiana entre punctum y studium (las categorías que Roland Barthes postuló y trató brillantemente en La Chambre Claire), en pos de encontrar ese núcleo que se manifiesta como centro no explicitado pero sí dador de sentido a toda la imagen). Esa búsqueda tiene una especie de corolario, fija también, para quien escribe, un lugar, no el de la distancia y la impersonalidad sino el de un sujeto involucrado, deseante, incluido el deseo de lectura, de ahí tal vez esa “bienvenida a mis puncti”.