«Guerras floridas. Viajes poéticos de Vladímir Mayakovski y Efraín Huerta entre México y Moscú», de Rodrigo García Bonillas

César Albatros

De viajes y puentes. Algunos apuntes en torno a Guerras floridas de Rodrigo García Bonillas

Quiero comenzar con un reparo (mal inicio, parecería): admito conocer personalmente al autor de Guerras floridas e incluso me jacto de contarme entre sus amigos. Espero que esto no se traduzca en reverencialidad, loa, ditirambo o panegírico de la obra que intento comentar, pero tampoco deseo manchar nuestra relación a causa de un juicio irresponsable, desafortunado o injusto. Tal es la odiseica labor, entre una Escila de la amistad y una Caribdis de la pretendida objetividad, que supone un caso como este. Otro reparo más (y prometo que ya es el último): confieso no tener conocimiento de lengua eslava alguna. En ese sentido, soy un lector formado mediante las traducciones, directas e indirectas, de autores rusos, polacos, serbios e incluso checos. Me separan de ese mundo las lenguas con toda su riqueza y complejidad, pero me unen los puentes que han tendido otras personas, es decir, los traductores.

Precisamente en relación con esto último, diré que Guerras floridas de Rodrigo García Bonillas (nacido en Orizaba, México, en 1987) es un libro que trata sobre esa otra forma de traducción que reside en viajar. Me explico: el texto, editado por la Universidad Veracruzana, aborda, según las propias palabras de su autor, “la literatura de los viajeros rusos en México y de los mexicanos en Rusia” (García Bonillas, 2021: 32), en específico, a través de los periplos que realizaron dos de sus poetas más preclaros del siglo XX, a saber, Efraín Huerta y Vladimir Maiakovski. Por medio de sus itinerarios cruzados, García Bonillas pretende que nos asomemos a “las transferencias culturales entre México […] y la Unión Soviética” (García Bonillas, 2021: 15) para poder aquilatar el “impacto de la URSS en la cultura de México y también en un sentido contrario, [aunque] de manera asimétrica” (García Bonillas, 2021: 16). Los viajes que ambos escritores realizaron, y que en este libro se detallan a varios niveles, constituyen al fin y al cabo una especie de traducción, en cuanto la nueva realidad que se les presentaba debía ser leída, decodificada y trasvasada en términos que tanto ellos como sus respectivos compatriotas pudieran comprender. De tal suerte, el texto de García Bonillas vendría a ser, en primer lugar, una obra sobre puentes y traducciones entre realidades disímiles.

Ahora bien, aparte de esta consideración general sobre la que volveré en breve, he de mencionar que Guerras floridas es un ensayo compuesto por cinco apartados bastante equilibrados en su disposición. Consta de un preámbulo (23 páginas); un capítulo dedicado al viaje de Maiakovski a México y las creaciones literarias que de él se desprendieron (59 páginas); una especie de intermedio donde se detalla un conato de disputa entre el poeta soviético y un poeta proletario mexicano (25 páginas); otro apartado en el que se estudian los viajes de Efraín Huerta por el orbe socialista, así como el resultado poético que de ellos emanaron (63 páginas); y, finalmente, un epílogo donde García Bonillas arroja algunos logros y conclusiones de su trabajo (18 páginas). Si se mira con detenimiento, se puede observar el equilibrio arquitectónico del libro: los apartados nones tienen una extensión similar, mientras que los pares presentan una amplitud semejante. Es decir, la construcción está hecha en una especie de subibaja, montaña rusa o, si lo pusiéramos en un plano cartesiano, de función trigonométrica seno o de variación constante.

tapa
México, Libros del Ocelote, 226 pp. ISBN 9786075029689

Pero si la estructura tiene ese patrón armónico, García Bonillas nos demuestra, en cambio, que los juicios e impresiones de ambos bardos fueron todo, menos simétricos o proporcionados. En primer lugar, nos detalla la manera ambivalente en que Maiakovski juzgó al país norteamericano, con curiosidad y condescendencia, sí, pero también con sarcasmo, arrogancia y hasta menosprecio. En el caso de Huerta, su acercamiento al mundo ruso, en particular, y socialista, en general, tiene el viso de la devoción, la reverencia y el pasmo. Así, el puente que cada uno construyó con el país que había visitado se yergue desnivelado e irregular. En ese sentido, García Bonillas desmenuza, a partir de las composiciones públicas, pero también de las comunicaciones personales, dichas impresiones contrapuestas, lo cual es sumamente interesante para darnos una idea sobre cómo leía la periferia a uno de los centros globales y cómo uno de los centros estimaba a una de las tantas periferias del mundo.

Otro de los grandes aciertos del autor veracruzano estriba en dibujarnos, con total paciencia, las relaciones desproporcionadas de Maiakovski con México y de Huerta con Rusia y sus satélites, pero no solo en función de los intereses y sensibilidades que uno y otro poseían de manera individual, sino también en relación con los momentos históricos que les tocó vivir: el poeta futurista era un hijo de la naciente Unión Soviética y vino a observar un país cuya revolución apenas alcanzaba a conquistar derechos democráticos; mientras que el vate mexicano provenía de un territorio históricamente sometido a los cacicazgos locales y al imperialismo estadounidense, de manera que se asomaba entusiasmado (primero literariamente y después vivencialmente) a un territorio que se convirtió en uno de los polos que jalonaban el corto siglo XX. En suma, Maiakovski observaba el ayer del cual alejarse; mientras que Huerta veía el supuesto mañana al que dirigirse.

Una conclusión emanada de esta mirada retrospectiva y comparativa de García Bonillas puede ser que las relaciones artísticas y culturales no se escapan a las configuraciones económicas y sociales, pues si bien estas no determinan, sí influyen en gran medida a los artistas. Nada nuevo, pero no por consabido menos cierto. No obstante lo anterior, García Bonillas tampoco cae en los estudios culturales al estilo de la academia norteamericana, donde la obra artística es utilizada como mero pretexto para demostrar una situación social (generalmente de injusticia), sino que, sin abandonar el análisis contextual a varios niveles, lee los textos con detenimiento y meticulosidad. Por ello, pienso que la valía de hacer trabajos como Guerras floridas reside en que, sin caer en el exceso socializante, se dan claves para leer grandes poetas en sus respectivas latitudes históricas.

Por otra parte, aunque en algún momento puedan tomarse por sinécdoque, las opiniones de Huerta y de Maiakovski no son perentorias de las visiones cruzadas que hay entre ambos países. El propio García Bonillas evidencia otro tipo de intelectuales cuyas concepciones eran bastante distintas a las de estos dos y muestra de pasada las influencias, transferencias e intercambios que tuvieron otros personajes de la vida cultural soviética y mexicana, tales como Iliá Ehrenburg o Diego Rivera. Quizás la decisión de utilizar las figuras que escogió no sea solo en beneficio de un acercamiento aleatorio, sino como ejemplo de relaciones que no son tersas o armónicas, porque si mostrara dinámicas sosegadas y lisas (que quién sabe si las haya), no tendrían lugar las guerras floridas de las que nos habla el título.

Precisamente, el nombre del libro constituye un acierto, porque nos da indicios de que en él no se exponen relaciones culturales apacibles. La guerra florida hace alusión a los enfrentamientos bélicos en mesoamérica, donde varias ciudades-estado organizaban guerras rituales para capturar prisioneros que luego serían sacrificados. El mismo Maiakovski utilizó el término en uno de sus poemas a modo de identificación con los indígenas americanos (García Bonillas, 2021: 34). Por si fuera poco, la segunda palabra del título presenta una resonancia en la forma poética del mundo náhuatl, el conocido in xóchitl in cuicatl o la flor y el canto; pero también tiene eco en composiciones de tradición europea, como los florilegios medievales y renacentistas, en los que se antologaban fragmentos literarios al modo de las colecciones botánicas. De tal forma, el título nos augura relaciones oximorónicas, propias de personajes de armas y de letras (¡y vaya que ambos poetas lo eran!). Pero si comparamos sus impresiones del país extranjero, Maiakovski revela más conflicto que angiospermas, mientras que en Efraín hay menos guerra y más flor.

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Hasta ahora me he enfocado en los aciertos y virtudes del autor veracruzano. Habría que agregar otros como su conocimiento encomiable del cine soviético o sus gratos apuntes de corte urbanístico y geográfico. Pero no quiero finalizar este comentario sin realizar ciertas apreciaciones, aunque solo sean esbozos o balbuceos, que apuntan a una visión crítica de la obra reseñada. En primer lugar, si el resultado de los viajes que realizaron ambos autores estudiados fue asimétrico, también lo es el análisis de García Bonillas. La revisión de Maiakovski, aunque sin dejar de lado lo literario, pasa más por lo temático y lo contextual, mientras que el análisis de Huerta parece más completo: va de lo histórico a lo formal, sin descuidar lo interpretativo o lo simbólico. No quiero decir con esto que García Bonillas desatienda completamente el trabajo estilístico, retórico o lingüístico en los poemas de lengua rusa, de hecho hay apostillas fonéticas y otras de corte filológico que nos dan luz sobre posibles equivocaciones a la hora de traducir términos del español por parte del poeta soviético. Sin embargo, el grueso de las consideraciones métricas, estróficas y versales fueron hechas para las creaciones del poeta mexicano. Eso en cuanto a la cuestión literaria.

 En el terreno de lo conceptual e histórico, la mexicana Shanik Sánchez había comentado, en una pionera reseña al libro, que “en algunas ocasiones el autor generaliza o menciona datos de manera superficial y apresurada” (Sánchez, 2022: 174) y concuerdo en cierta medida, mas no en los conceptos que ella invoca (“soviético, filosoviético, rusificante, moscovita, experiencia soviética y bolchevique”), sino en otros como “imperialismo” o “expansionismo”. Hoy, que se vuelven a endilgar adjetivos de ese estilo, transformados en moneda corriente entre tantos opinólogos corporativos, no estaría de más su revisión amplia y profunda. Para citar solo un ejemplo: Lenin, en su condición de teórico ilustre del imperialismo, definía a esta etapa como aquella donde el capitalismo, dominado por el capital financiero (con su fusión de capital bancario e industrial), se vuelve monopolista y busca su expansión en el mercado global a través de la exportación de capitales al extranjero (y no solo de mercancías), en una correspondencia mayor que la importación de capitales extranjeros en el país propio.[1] Siguiendo estos parámetros, no podría colgársele, ni a la Rusia soviética ni a la actual, el sambenito de imperialista (con todo lo criticable que tuvo y que tiene). No digo que esta acepción, lacónica y pobremente resumida por mí, sea a la que todos deban apegarse, pero creo que antes de soltar adjetivos con facilidad, habría que revisar sus tan manoseados sentidos, a fin de problematizarlos.

Además, como lector no rusoparlante, me salta a la vista y me inquieta que en la bibliografía de una obra sobre relaciones ruso-mexicanas aparezcan más los sellos de University of Texas o de Yale University Press, y no tanto de Editorial Progreso, Ediciones en Lenguas Extranjeras (ambas de la Moscú estalinista, lo sé) o de archivos rusos actuales. Quizás sea una lectura ingenua, fruto de mi propia ignorancia en estudios eslavos y debido a mi formación sobre el mundo soviético desde las fuentes que irradió la URSS al mundo, pero creo que, más que consultar los catálogos de universidades norteamericanas o de autores con una notable inclinación anticomunista (como Aleksiévich), debiera ser labor de un crítico que conoce la lengua rusa acercarnos a otras fuentes bibliográficas, más allá de aquellas que se encuentran a la carta según el espíritu de la época (y la nuestra es profundamente rusófoba).

Otras cosas más convendría poner en la balanza, como la deseada objetividad del autor: “Por mi parte, intento voltear a ver los artefactos artísticos, embebidos en la ideología soviética, con un distanciamiento, y trato de no optar por la simpatía o la antipatía” (García Bonillas, 2021: 18). Esto, desde mi perspectiva, no se cumple debido a las diversas adjetivaciones rayanas en juicios de valor que, personalmente, no me parecen desacertadas, sin embargo, sí constituyen una infracción a sus propios designios. También hay aspectos como la falta de transcripciones íntegras de los poemas al lado del comentario crítico, a fin de ilustrar mejor la lectura. Sin embargo, creo que esto tiene mucho de demanda subjetiva y debería ser revisado con detenimiento en una nueva aproximación.

A pesar de las objeciones precedentes, y retomando la metáfora con la que inicié, Guerras floridas es un puente y trata sobre esa otra forma de hacer puentes que son los viajes. Aun cuando el camino que nos haga transitar esté desnivelado, estudios de este tipo emprenden derroteros que comienzan en la terracería, pero terminan pavimentados y seguros de transitar. Los nuevos tiempos exigen tender más enlaces de este tipo y no dinamitar los ya existentes. Finalmente, espero que el puente con mi amigo siga por la vía del diálogo, aunque sea polémico y quizás desproporcionado (en la medida que siempre hay entre un autor y su reseñista), a fin de que no nos lleve hacia una nueva guerra florida.

Bibliografía

García Bonillas, R. (2021). Guerras floridas. México: Universidad Veracruzana

Lenin (1977). El imperialismo, fase superior del capitalismo. Moscú: Editorial Progreso.

Internationalist.org (2014). “El espantajo del imperialismo ruso”, Revolución permanente. https://www.internationalist.org/espantajo-del-%27imperialismo-ruso%27-1405.html#footnote_marker_8

Sánchez, S. (2022). “Rodrigo García Bonillas. Guerras floridas”, El Pez y la Flecha. Revista de Investigaciones Literarias, 2(4), pp. 172-175.

Notas

[1] La definición de Lenin es más amplia y puede consultarse, desde luego, en su obra dedicada a este tema: El imperialismo, fase superior del capitalismo (Lenin, 1977); particularmente en sus páginas 98 y 99. Asimismo, hay un artículo que, haciendo eco del análisis leninista, desmenuza con datos actuales por qué no se puede tildar a la Rusia actual de imperialista. Véase Internationalist.org. (2014).