Evolución del ideal eslavo en los últimos cien años

Pablo Tijan*

Publicado originalmente en ARBOR. Revista General de Investigación y Cultura del Consejo Superior de Investigaciones Científicas Nº 37. Madrid, enero 1949. (Arbor; Madrid Tomo 12, N.º 38, (1949): 242). Gentilmente cedido por CSIC para su publicación en Eslavia.

* Pavao Tijan (1908-1997) fue un eslavista croata que en 1945 abandonó su país y pasó el resto de su vida en España.

Después de 1848. los diversos pueblos eslavos emprenden un camino nuevo. Restablecida la vida constitucional en Austria (1860), iníciase entre los eslavos de la Monarquía una nueva época. En vez de los nebulosos movimientos del resurgimiento, se van formando partidos políticos bien diferenciados, con programas más o menos realistas; en vez de poetas y románticos. los jefes nacionales son ahora políticos y sabios. En Rusia la nueva era comienza ya con el gobierno del zar Alejandro II, mientras que en Turquía no se observa hasta 1875 el fuerte movimiento eslavo, que hallará expresión diplomática en las decisiones del Congreso de Berlín.

Repercutiendo en los sectores intelectuales de todos los pueblos eslavos y entusiasmando en algunos países –como, por ejemplo, en Bohemia– a las masas, la idea eslava prolonga su vida a través de incesantes cambios de contenido, de forma y de representantes. Los resultados críticos de la ciencia, especialmente de la historia y de la historia de la cultura, van minando progresivamente sus fundamentos culturales; por otro lado, la hipocresía y la agresividad siempre creciente de la ortodoxia cismática destruyen casi por completo las esperanzas de una unión de las Iglesias; por eso la idea eslava se ve cada vez más limitada a la esfera política, hasta que se transforma en uno de los medios de la expansión política rusa. Aunque antes de 1848 se creyó por algún tiempo que la idea eslava podría fundir en uno a todos los pueblos eslavos, ahora se ve claramente que renuncian a ella todos aquellos pueblos que no le han dado algo de su peculiar sustancia o que no han podido emplearla para su propio provecho. Al fin quedan en escena sólo tres naciones: los croatas, los checos y los rusos, pero no en la misma forma ni con la misma intensidad. Para los croatas, la idea eslava se identifica con la unión de las Iglesias; para los checos es un medio de defensa política; para los rusos se confunde con el imperialismo.

I. Eslavofilia y paneslavismo. La vida intelectual rusa bajo el signo de la idea eslava

La intensificación de la vida espiritual rusa en el siglo XIX provocó la discusión sobre la orientación cultural de los rusos. Hacía tiempo que en este país se hallaban en conflicto tres direcciones culturales: la antigua o tradicionalmente eslava, propagada desde Moscú; la escolástica o religiosa, con su centro en Kiev, y la occidental-europea, que tenía su foco en San Petersburgo. A consecuencia de los acontecimientos de 1812 nótase en los rusos una compenetración cada vez más amplia con las ideas de Occidente y la conciencia de un retraso cultural con relación a otros pueblos. Esto hace surgir personalidades que se esfuerzan por superar este retraso y luchan por implantar en Rusia la cultura europea, a pesar de los obstáculos que a estas tendencias se oponían. Caso típico. en este sentido. es el de Pedro Jakovlevic Čaadaev [Piotr Iákovlevich Chaadáiev][1], el primer filósofo ruso de la historia.

Čaadaev [Chaadáiev], de joven, toma parte en la guerra de 1812, y luego en la conquista de París. En esta ocasión conoce el valor de la cultura occidental y se queda seis años en Europa. Traba amistad personal con Schelling y Lamennais, y, a su vuelta a Rusia, se une a los jóvenes de la corriente liberal. En 1834 escribe su famosa Carta filosófica, donde, entre otras cosas, dice:

«Nosotros, los rusos, no pertenecemos al Occidente ni al Oriente, y por eso no poseemos tradiciones de unos ni de otros… Dentro de nuestro cerebro no hay recuerdos atrayentes ni grandes ejemplos dignos de imitación. Vivimos indiferentes a todo, circundados de un horizonte estrecho, sin pasado ni porvenir… Hemos venido al mundo como hijos ilegítimos, sin conexión con otras gentes… Dada nuestra posición entre Oriente y Occidente, deberíamos aunar en nosotros los dos grandes principios del conocimiento: la imaginación y la razón. Pero me inclino a pensar que la ley común de la Humanidad no está escrita para nosotros. Viajeros de la vida, nada le hemos dado, nada recibimos de ella: ni una sola idea hemos añadido al acervo ideológico de la Humanidad»[2].

Las tesis de Čaadaev produjeron alarma. El adusto régimen de Nicolás I entendió que Čaadaev socavaba los tres principios fundamentales del Imperio: la ortodoxia, la autocracia y la conciencia nacional. El resultado fue que le declarasen loco y le encerrasen en su casa durante unos veinte años. Lo que más se le tomaba a mal eran sus evidentes tendencias católicas, puesto que consideraba al Papado como un órgano de la unidad espiritual europea. A pesar de todo, Čaadaev ha ejercido un enorme influjo sobre el desarrollo del pensamiento filosófico en Rusia. Puesto en libertad, escribió aún –aludiendo irónicamente a su propio caso– la Apología de un loco, en la cual asegura a Rusia un gran papel en el futuro.

Su posición, no exenta de paradojas, da lugar al nacimiento de dos corrientes, que se diferencian con especial claridad con motivo de la discusión en torno a las reformas de Pedro el Grande: la de los «eslavófilos» y la de los «occidentalistas». Estas dos tendencias polarizan casi todos los intentos culturales y políticos de Rusia entre el quinto y noveno decenio del siglo pasado. Por eso hay que considerar la suerte ulterior de la idea eslava y del paneslavismo desde el punto de vista de estas corrientes.

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La «eslavofilia» encierra en sí los siguientes elementos fundamentales: la protesta nacionalista contra el influjo cultural de Occidente, la teoría filosófico-crítica de la originalidad nacional, formulada al principio del quinto decenio y basada en los místicos orientales y en los sistemas filosóficos de Schelling y Hegel; finalmente, las simpatías paneslavistas. La denominación de «eslavofilia» procede de la época de luchas literarias de principios del siglo XIX. Más exacto sería dar a esta corriente el nombre de «rusofilia», ya que sus representantes ni siquiera en el momento de mayor exaltación eslavófila han podido liberarse de la idea de la hegemonía cultural y política rusa sobre los otros eslavos.

Desde 1848 hasta el Congreso de Berlín, los eslavófilos rusos siguen con atención todo movimiento político y cultural en los pueblos eslavos. Viajan por estos países, establecen contactos personales con sus prohombres, escriben ardientes poesías y relatos de sus viajes, fundan sociedades para ayudar a los eslavos, publican revistas para discutir los problemas comunes; en una palabra, hacen todo lo posible para inclinar la opinión rusa en favor de los otros eslavos. Pero la suerte de éstos tiene que estar siempre ligada a Rusia. Hay naciones eslavas que aún no son libres, y lo primero que ha de hacerse es liberarlas para que puedan llegar a participar en la gran misión reservada al pueblo ruso y, por consiguiente, a todo el mundo eslavo: la salvación del verdadero cristianismo y la restauración del podrido Occidente. Para mayor claridad, consideraremos esta ideología paneslava tal como la desarrollaron algunos de los más conocidos eslavófilos.

Alejo Stepanović Chomjakov [Alexéi Stepánovich Jomiakov] (1804-1860) fue el más importante filósofo de la Historia entre los eslavófilos. Viajó por Europa y también por otros países eslavos, estudiando particularmente a los checos y a los croatas. Sin embargo, nunca llegó a conocer de verdad el Occidente. Criticó al Catolicismo por la supuesta preponderancia en él del elemento racionalista. Con motivo de los acontecimientos revolucionarios de 1848 en Austria, celebra «la caída del Imperio de Carlomagno y del Papado de Gregorio» y afirma: «¡El terreno limpio! ¡A la ortodoxia le llega su hora en el mundo! ¡A las estirpes eslavas les llega ahora su turno!». Acerca del porvenir de los eslavos dice: «Si la hermandad de las naciones, si los sentimientos de la justicia y del bien no son vanas quimeras, sino una fuerza eterna, entonces el señorío moral en el porvenir no pertenece a los germanos, conquistadores y aristócratas, sino a los eslavos, agricultores v demócratas». Su poesía es conocida bajo el nombre de la «poesía del eslavismo». Al producirse la insurrección polaca de 1831, Chomjakov, en su Oda al Águila, deplora el derramamiento de sangre fraternal y desea la paz. El «leit-motiv» de esta oda es la divina misión de Rusia –el Águila del Norte– para liberar a todos los eslavos. Pero no se aleja del concepto de una hegemonía moral rusa[3].

Fedor Ivanović Tjutčev [Fiódor Ivánovich Tiútchev] (1803-1873). Canta, como poeta, los sucesos políticos, y, como diplomático, al estallar la revolución de 1848, escribe al Zar una Memoria: Rusia y la Revolución, que es donde mejor se ven sus principios políticos. La revolución de febrero –según su opinión– ha echado por tierra la ilusión de que Europa pudiera pacificarse por medios constitucionales y frenar su terrible energía con fórmulas de legalidad. En Europa dominan, según él, «sólo dos fuerzas activas, dos poderes verdaderos: la Revolución y Rusia». Rusia es incompatible con la Revolución, no por sus conceptos políticos, sino por sus conceptos religiosos, pues la revolución es, ante todo, un movimiento anticristiano. En la lucha contra la «Cruzada del ateísmo» Rusia tiene el deber de proteger, sobre todo, a los eslavos austríacos contra los húngaros. «¿Pueden las estirpes eslavas estar abandonadas por parte de la única autoridad que reconocen como tal en sus oraciones?». Tjutčev, que podía conocer la situación real de los eslavos en la Monarquía danubiana por haber residido en Viena, pide la intervención del Zar en su favor, mientras que, por otra parte, no admite discusión alguna sobre Rusia. Frente a Rusia no cabe, según él, más actitud que la del acatamiento[4].

Es también interesante la personalidad del periodista-dictador Miguel Nikiforović Katkov [Mijaíl Nikíforovich Katkov] (1818-1887). Comenzando como liberal, cambió muchas veces sus opiniones políticas, para acabar como reaccionario extremado. Al principio manifestó frente a la sublevación polaca de 1863 ideas conciliadoras, mostrándose partidario de reformas; no se debía combatir a la nación polaca, sino llamarla a nueva vida en comunión política con Rusia. Después, bajo el influjo de los círculos oficiales, cambia de opinión. Exige que se subyugue a los rebeldes, por ser los polacos enemigos de la idea estatal rusa. Pide la anexión completa de Polonia a Rusia, pues, de otro modo, no se podrán realizar los planes rusos. Quiere la rusificación de todo el Imperio ruso. Los argumentos que los eslavófilos aducen contra el «podrido Occidente» se aplican también, según él, a los polacos, por haber perdido éstos, en contacto con Occidente, su «alma eslava»[5].

Los eslavófilos son los verdaderos teóricos y formuladores del paneslavismo. Consiguieron imponer sus ideas a los círculos militares, eclesiásticos y oficiales. Su doctrina era idealista, pretendía basarse en el amor cristiano y en lx hermandad eslava, pero, en la práctica, era demasiado rusófila (rusómana) e intolerante con los eslavos católicos. La realización del ideal eslavo sólo podía conseguirse, según ellos, en el seno de la «santa, ortodoxa y autocrática madrecita Rusia»[6].

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De otro modo piensan los «occidentalistas». Consideran la solidaridad de Rusia y de Europa occidental como parte indivisible de una totalidad cultural e histórica que debe incluir a toda la humanidad. Este pensamiento ha pasado –según Vl. Solov’ev [Soloviov]– por tres fases principales. La primera es teocrática, con preponderancia del catolicismo romano, y su principal representante es Čaadaev. La segunda es humanitaria; teóricamente se presenta como racionalismo; prácticamente, como liberalismo, según puede apreciarse en los escritos de V. G. Belinskij (1810-1848). Sigue, finalmente, la fase naturalista, que se refleja algo en el positivismo de las ciencias naturales, pero más en el interés social y económico, como se puede ver en las obras de N. G. Černiševskij [Chernyshevski] (1828-1889).

También los occidentalistas creen en la particular misión de Rusia y del mundo eslavo, pero se atienen más a la realidad y conocen mejor las relaciones intereslavas, Aunque dejan siempre a Rusia el papel principal en la realización de los ideales eslavos, comprenden los problemas particulares de los otros pueblos. Pero tampoco ellos pueden ser justos con todos, a causa de su punto de vista doctrinario. Del círculo de los occidentalistas nacieron todas las posteriores corrientes rusas progresistas y revolucionarias.

Mientras que los eslavófilos intentaban ocultar los conflictos entre algunos pueblos eslavos –si es que los veían–, esperando que con el tiempo desaparecerían, los progresistas de la corriente occidentalista utilizan estos conflictos para sus intentos revolucionarios. En este aspecto se distingue por su actividad Miguel Aleksandrović Bakunin [Mijaíl Alexándrovich Bakunin] (1814-1876).

Bakunin, aunque es teórica y prácticamente internacionalista, cree en la particular misión de Rusia y de los eslavos, los cuales –según él– están llamados a realizar el ideal anárquico, provocando una colisión universal que hará desaparecer el mundo viejo, de cuyas ruinas nacerá un mundo nuevo y libre. Ya en el Congreso de Praga anuncia un día futuro en que todos los países eslavos formarán parte del Imperio ruso, y dice: «Sin Rusia, la unidad eslava no es completa; sin ella no existe la fuerza eslava. Pero sería necio de la Rusia actual ayuda y salvación para los eslavos… ¡Sed los liberadores del pueblo ruso, el cual entonces será vuestra fuerza y vuestro escudo!» Se solidariza con los revolucionarios polacos. Rusia debe reparar sus injusticias y Polonia, a su vez, tiene que renunciar a sus fronteras históricas. Pero los motivos de esta simpatía hacia Polonia se ven mejor en otro pasaje, donde Bakunin se muestra más sincero al explicar por qué es preciso dar la libertad a los polacos y a los demás pueblos no rusos. Rusia entonces se verá libre de la presión alemana, que amenazará más directamente a los polacos y a los demás pueblos eslavos. «Entonces seremos nosotros necesarios a los eslavos, sobre todo a los polacos. Por sí mismos nos buscarán cuando suene la hora de los asuntos eslavos comunes, cuando sea necesario defender las tierras eslavas»[7].

Uno de los más grandes críticos rusos, el occidentalista Alejandro Ivanović Herzen [Alexandr Ivánovich Herzen] (1812-1870), compara la caída del Imperio romano, provocada por los bárbaros y por el cristianismo, con la caída del mundo moderno, que será provocada por el socialismo, por el cristianismo moderno, y por los bárbaros modernos, es decir, los eslavos. Herzen se muestra también partidario de los polacos, pero sólo después de largas vacilaciones. Llegó a esta actitud bajo la presión de Bakunin, y los dos juntos se imaginan a Polonia como la vanguardia de la Rusia socialista en el círculo de los pequeños pueblos-hermanos eslavos.

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Con el gobierno del zar Alejandro II (1855-1881) iníciase en Rusia una era nueva. Está caracterizada, de una parte, por una mayor libertad, por reformas sociales y por la liberación de los siervos de la gleba, lo que se debe al Zar personalmente; por otra parte, esta nueva era recibe el sello de la generación más joven, la cual entró en la vida pública en el séptimo decenio del siglo. Mientras que la generación anterior se había formado en las doctrinas de Schelling y Hegel, ésta sufre el influjo de Büchner, Darwin y Marx.

Estos cambios repercuten también sobre la interpretación de la idea eslava. A ellos se debe una mayor radicalización de las ideas fundamentales paneslavas. Los occidentalistas, estudiando exclusivamente los problemas sociales y económicos, han abandonado el elemento nacional, dando la preferencia al internacional. Únicamente presentan soluciones concretas cuando la situación política requiere una decisión urgente; por ejemplo, durante la sublevación polaca o en la crisis balcánica.

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Es por este tiempo cuando las concepciones eslavófilas y occidentalistas encuentran en la ciencia rusa sus primeras críticas. Como la ciencia sitúa la patria común eslava antes de la disgregación de la comunidad primitiva en los territorios de la actual Rusia, los científicos rusos concluyen de esto que una nueva reunión del mundo eslavo tiene que realizarse en torno a Rusia. No hay que olvidar que en estos años aparecen en Europa las teorías nacionalistas, que dan por resultado la concreción de las naciones alemana e italiana. Los científicos rusos se entusiasman también con ideas parecidas, la analogía no es exacta.

La obra de los investigadores provocó manifestaciones públicas. Así, en 1863, se organizó una serie de actos en homenaje del milenario de la misión de los apóstoles eslavos Santos Cirilo y Metodio, con fuerte tendencia paneslava, y en 1867, con ocasión de la gran Exposición etnográfica de Moscú, se reunió el II Congreso paneslavo.

Fue éste organizado por los eslavófilos. Acudieron a él veinticuatro representantes de todos los pueblos eslavos, con excepción de los polacos. Los delegados, en su mayoría, eran científicos que se ocupaban algo de política. Así, pues, el Congreso no tuvo el carácter del de Praga en 1848, sino que pareció más bien una reunión de amigos. M. P. Pogodin, en su discurso, consideró este Congreso como la inauguración de relaciones efectivas y permanentes entre todos los eslavos. En él se decidió que tales reuniones se realizasen cada año en una ciudad diversa, con el fin de tratar diferentes aspectos de la reciprocidad eslava. También se decidió organizar una sociedad editorial y literaria cuya misión sería publicar las obras destinadas a servir de enlace entre los intelectuales eslavos, así como organizar en Moscú una Junta Permanente para los problemas de la unificación de las organizaciones eslavas. Pero ninguna de las conclusiones llegó a realizarse nunca. Por una parte, los miembros del Congreso no representaban las fuerzas políticas decisivas en sus naciones; por otra, a pesar de que eran amigos de Rusia y paneslavos idealistas, veían claramente las tendencias excesivamente rusófilas de sus anfitriones. Así, la propuesta de que el ruso fuese el idioma intereslavo fue rechazada con silbidos. Una sola recomendación del Congreso fue realizada por los rusos: las sociedades eslavas de beneficencia.

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La actividad de estas sociedades y los flamantes discursos pronunciados durante la guerra rusoturca (1877-1878) en pro de la liberación de los eslavos balcánicos, especialmente por el último eslavófilo, I. S. Aksakov (1823-1886), eran el canto de cisne de la eslavofilia moscovita. Su inocente mística no podía atraer ya a nadie ni resistir a los crecientes ataques de la crítica.

El pensamiento nacionalista ruso y, por consiguiente, la idea eslava, adquieren nuevas formulaciones en la filosofía y en el «nacionalismo biológico» de Nikolaj Jakovlević Danilevskij [Nikolái Iákovlevich Danilevski] (1822-1885). Dado el influjo que el sistema cultural, filosófico y político de Danilevskij ha ejercido, casi hasta nuestros días, sobre el imperialismo ruso, conviene exponerlo con más detalle.

Danilevskij expuso su doctrina del paneslavismo en la obra Rusia y Europa (1871), que representa el enlace entre las ideas de los antiguos eslavófilos y el nuevo nacionalismo sin ideas. Con a las pretensiones ecuménicas de los eslavófilos, Danilevskij rechaza cualquier misión humana de la Historia, porque –igual que el historiador alemán Heinrich Rückert (1823-1875), cuya influencia sobre Danilevskij es patente– es partidario de la teoría de los «tipos culturales-históricos», es decir, de la existencia de grupos activos naturales, que son los portadores de la vida histórica. Estos grupos se desarrollan aisladamente y crecen hasta conseguir la madurez, declinando luego para dejar paso a otros nuevos. Rusia, con los eslavos, representa un nuevo tipo cultural-histórico, que pronto iniciará su pujante desarrollo, con absoluta independencia de Europa y superando todo lo conseguido hasta ahora por los diferentes grupos que han dejado huellas de su paso por la Historia.

Más originales e interesantes son sus conceptos políticos, sobre todo por haber hallado eco en la política rusa y en el mundo. Danilevskij escribe:

«Sostenemos la tesis de que Europa no es para nosotros simplemente algo ajeno, sino que es nuestro enemigo; que sus intereses no sólo no pueden ser los nuestros, sino que casi siempre son precisamente opuestos… Europa no es para nosotros un enemigo accidental, sino esencial. Por consiguiente, sólo cuando sea enemiga de sí misma podrá ser para nosotros inofensiva…»

El fin que Danilevskij propugna a toda costa es la «federación eslava». La cuestión oriental afecta exclusivamente a Rusia y a los demás países eslavos, y sólo puede resolverse con la desaparición simultánea de Austria y Turquía. Esto dará lugar a la federación de todos los Estados eslavos… La capital de esta federación sería Constantinopla, y Rusia ejercería en ella su hegemonía. De grado o por fuerza tendrían que adherirse a esta federación eslava las tres naciones balcánicas no eslavas: Grecia, Rumania y Hungría[8].

Las ideas políticas de Danilevskij tuvieron amplias repercusiones, siendo recibidas con una larga serie de protestas por Europa, especialmente por Austria y Turquía, y con grande aplauso en Rusia. Desde entonces hasta hoy puede reconocerse en cada maniobra del imperialismo ruso alguna tesis de Danilevskij.

La apasionada discusión que durante cuatro decenios gira en tomo a los problemas eslavos acaba por movilizar a la opinión pública rusa, que llega a convencerse de que Rusia está llamada a liberar a todos los eslavos y unirlos luego en una federación, reteniendo ella la hegemonía cultural y política. Todas las teorías posteriores no son más que simples variaciones hechas sobre esta postura fundamental.

II. Los eslavos occidentales y meridionales hacia el nacionalismo moderno

La pretendida misión civilizadora de Rusia no encontró el más mínimo eco entre los otros eslavos. Los polacos, checos, eslovacos, croatas y eslovenos la rechazaron por ser católicos y occidentales: pero también los cismáticos servios y búlgaros se inclinan más hacia el racionalismo y la evolución democrática de Occidente. Los únicos que insistirán en adelante sobre idea de la hermandad eslava serán algunos investigadores, en su mayoría filólogos, etnógrafos e historiadores, de vez en cuando algún poeta y, por fin, una parte del clero católico, buscando posibilidades para la Unión.

El desarrollo político de los eslavos de Austria y la suerte que entre ellos corrió el ideal eslavo sólo pueden juzgarse teniendo en cuenta el sistema de la mancomunidad danubiana. La Monarquía de los Habsburgos fue un producto histórico en el que lucharon por la supremacía dos principios: el histórico-jurídico y el nacional. Ninguno de los dos principios pudo salir victorioso. porque los mismos o semejantes elementos nacionales no tuvieron en cada parte de la Monarquía intereses idénticos ni, por consiguiente, actitudes idénticas. Así, los alemanes de las regiones alpinas surorientales se declararon partidarios del derecho histórico. por temor a las exigencias nacionalistas de los eslovenos, que tienen allí mayoría, mientras que los sudetes abogaron por el derecho natural, pues el histórico podía entregarlos en manos de los checos. Los eslovenos y servios profesaron el derecho natural: los checos y polacos, el histórico, y los eslovacos y ucranianos, a su vez, propugnaron. el derecho natural. Los croatas, repartidos administrativamente entre los países de la corona imperial y los de la de San Esteban, unieron ambas actitudes en la exigencia primordial de la unificación de todas las tierras croatas. En este complicadísimo conflicto tenía que decidir el Soberano; pero ni quiso ni pudo decidir nada. Inclinándose al principio nacional, no sólo pondría a sus alemanes en situación de minoría, sino que los dividiría en dos grupos opuestos. Aceptando el principio de las unidades históricas, rechazaría la colaboración de la mayoría de los eslavos. Por eso aplazaba la solución, dejando que la buscasen sus pueblos. Mientras tanto, sobrevino el colapso de la Monarquía, sin que aquélla fuera encontrada.

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Entre los eslavos del sur que formaban parte de la Monarquía no surgió por entonces una ideología política yugoslava (sureslava). Entre los de Turquía todo está en movimiento. Por una parte, los mismos eslavos balcánicos, con frecuentes sublevaciones, preparan su liberación definitiva, esperando la ayuda de sus hermanos libres. Por otra, la propaganda de éstos procura despertar la conciencia nacional, donde, a causa de la secular dominación turca, había decaído o se había orientado a un cierto regionalismo.

En la segunda mitad del siglo XIX el centro del pensamiento político se instaló en Belgrado, una vez que el principado de Servia hubo superado felizmente todas las crisis balcánicas. Estos éxitos suscitaron en el pueblo servio un orgullo inmenso, y los servios de otras regiones aspiran a realizar su unión con el principado. La confusa idea de un «Imperio paneslavo», fomentada por otros soñadores eslavos, la reemplazan los servios con la idea del resurgimiento del «Imperio de Dušan», todavía algo fantástico e inalcanzable, pero mucho más accesible a la consideración popular, pues el recuerdo de Dušan el Poderoso (1331-1355) aún vivía en la tradición. Ya en 1844, echaba los cimientos de la política servia el ministro Elías Garasanin (1812-1874) en su famoso Nacertanije. Dada la importancia de este plan, conviene decir algo más de él.

El príncipe Adán Czartoryski, en sus intentos de emancipar de Rusia a los eslavos del sur, envía agentes suyos a Servia. Uno de ellos, el checo F. Zach, compone, de acuerdo con el escrito del príncipe: Conseils sur la conduite à suivre par la Serbie (1843), un plan de política yugoslava de Servia, dirigido al ministro Garasanin. Garasanin acepta la parte técnica del plan, pero rechaza rotundamente la idea de la federación de los eslavos del sur; lo transforma en el plan de la Gran Servia y, bajo el título de Nacertanije (Esbozo), lo entrega al príncipe Alejandro Karagjorgjević. La idea principal del Nacertanije consiste en que Servia tiene que liberar y anexionarse no sólo aquellas regiones dominadas por Austria y Turquía donde viven servios, sino todas las tierras croatas y búlgaras, porque todo esto es, a su juicio, en realidad, servio. Garasanin y todos sus sucesores se mantuvieron fieles a este plan, y por eso la política servia, con relación a los problemas intereslavos, no conoció desde entonces vacilación alguna.

El afán de los servios por realizar el plan de Garasanin tenía que provocar la resistencia de croatas y búlgaros. Chocaron las ideas estatales servia y croata, por un lado, y por otro, la servia y la búlgara.

El primer conflicto manifiesto con los croatas empezó cuando el legislador lingüístico servio Vuk St. Karadžić, en su artículo Servios todos y en todas partes (1849), afirmó que todos los croatas que hablan el mismo dialecto que los servios –y son la inmensa mayoría– eran verdaderamente servios. De esto dedujeron que el idioma croata no existía en absoluto. Una vez privados los croatas de su nombre e idioma, lógico era negarles también toda la literatura del pasado y hasta su misma nacionalidad. Los croatas de Dalmacia eran una invención de la Iglesia católica, como los de Bosnia y Herzegovina lo eran de Austria. Croacia y los croatas quedaban reducidos a las pequeñas comarcas de Zagreb y Rijeka (Fiume). El campeón’ de la causa croata fue Ante Starčević (1823-1896). Al defender con éxito el nombre, el idioma y la nacionalidad croata, dio en el extremo opuesto, afirmando que los servios no existían y que todo lo que ahora suele llamarse servio o esloveno había sido antiguamente croata. Starčević, sin embargo, renunció más tarde a este pancroatismo. También hubo rectificación por la parte servia. Pero los puntos de vista servio y croata no podían ya conciliarse, ni siquiera en la idea yugoslava.

Los ideólogos croatas del yugoslavismo, el obispo Strossmayer y el historiador F. Rački (1828-1894), conciben en el yugoslavismo la igualdad política y de derechos para los croatas, servios, eslovenos y búlgaros, sin menoscabo de las individualidades nacionales, la orientación cultural hacia y la realización de la Unión de las Iglesias. Entre los ideólogos del yugoslavismo, nadie tan idealista como Strossmayer y Rački. Aquellos se declaran partidarios del yugoslavismo sólo en determinadas circunstancias políticas. El concepto servio del yugoslavismo no es completo: no cuenta con los búlgaros desde que éstos han realizado su Estado propio, ni contó con los eslovenos hasta que se vislumbró el derrumbamiento del Imperio austrohúngaro. No fue producto ideológico servio, sino que suele considerarse como un proceso natural de la unificación nacional, en el cual Servia desempeña el papel del Piamonte. Jovan Skerlić (1877-1914) trata de identificar la concepción panservia de Vuk y la pancroata de Starčević, que, según él, sólo se diferenciaban en la terminología empleada, debiendo sustituirse los adjetivos «panservia» y «pancroata» por «yugoslava». El concepto croata del «yugoslavismo» nunca llegó a ser realizado; en cambio, el servio encontró su perfecta realización en Yugoslavia. El resultado de este experimento fue tal que en veinte años de vida común desaparecieron los últimos ideales yugoslavos, y los nacionalismos particulares, servio y croata, recibieron nuevos impulsos para su afirmación.

Los búlgaros, mientras Garasanin dirige la política servia, no tienen aún libertad política, ni autonomía, ni siquiera un territorio definido dentro del Imperio turco. Sólo esporádicamente se producen algunos intentos de liberación. Garasanin se pone en contacto con los rebeldes y concluye con ellos, el año 1867, en Bucarest, un pacto sobre el futuro Estado federal servio-búlgaro, que sería regido por el príncipe servio Miguel. La bandera, el Parlamento, las leyes, el patriarca y la capital serían comunes, pero cada parte mantendría su idioma, sus funcionarios y sus representantes en el Gobierno. Pero –¡oh, casualidad!– se olvidaron de fijar las fronteras entre las dos partes federales. Ya por entonces servios y búlgaros reivindicaban Macedonia para sí. Este pacto nunca llegó a ser una realidad porque las partes contratantes no tenían igualdad de poderes y, además, los acontecimientos posteriores cambiaron esencialmente las relaciones entre ellas.

Los búlgaros lucharon duramente desde 1860 hasta 1870 con la jerarquía griega para conservar su idioma en la iglesia y en la escuela. Viendo amenazada su nacionalidad, pensaron seriamente en la posibilidad de la Unión con Roma. Para impedir esto el sultán les dio, en 1870, por medio de la institución del «exarcado» eclesiástico búlgaro, la independencia eclesiástica en los territorios de las «eparquías» de Niš, Pirot, Kiustendil, Samokov y Veles. Estas «eparquías» no pertenecieron nunca al patriarcado servio de Peć. Además, prometió darles un obispo búlgaro para las demás «eparquías», si así lo deseaban los dos tercios de los feligreses.

Terminada la lucha entre griegos y búlgaros surgió otra, por las mismas causas, entre búlgaros y servios. Estos, entre otras cosas, reivindicaban Niš para sí, y el obispo búlgaro se oponía a la escuela servia, prohibiendo el uso de libros servios. En Macedonia, los obispos búlgaros tratan de suplantar el culto del santo servio Sava por el de los santos Cirilo y Metodio. Para anular la acción de los exarcas los servios consiguen que el patriarca de Fánar elija entre ellos obispos para las «eparquías» de Macedonia. Se lucha en las escuelas, en las iglesias, en la ciencia, hasta en los monumentos: unos borran los vestigios históricos de los otros. Movilízanse los historiadores, los filólogos, los geógrafos, los etnógrafos y los antropólogos para escribir libros sobre Macedonia, con el fin de ganar las simpatías del extranjero para la política de su país respectivo. Al mismo fin se ordenan las puestas de una manera arbitraria. Y por fin, la verdadera guerra de bandos armados llamados «kómitas». Desde 1894, año en que se fundó la primera organización revolucionaria macedónica, se conoce en todo el mundo el terrorismo macedónico, que no han podido desarraigar todos los cambios políticos posteriores a las guerras balcánicas y mundiales. En estas luchas sangrientas se han ido afirmando, poco a poco, los primeros rasgos de una nueva nacionalidad eslava. La más joven nación eslava, Macedonia, nace precisamente de la sangre derramada por los «hermanos eslavos».

III. La idea eslava al servicio de la unión de las iglesias

En el noveno decenio del siglo XIX, doscientos años después de la muerte de Križanić, aparece otra vez un croata que utilizará la idea eslava como un noble instrumento para lograr el alto ideal de la unidad espiritual europea y del universalismo cristiano. Es el obispo de Djakovo, José Jorge Strossmayer (1815-1905).

Entusiasmado en su juventud por el «ilirismo» y por la idea eslava, Strossmayer no dejó en su larga vida de amar sinceramente al mundo eslavo. En los años maduros su amor reviste formas concretas. Sabe que los eslavos están divididos espiritualmente por pertenecer a dos Iglesias, y que sin la unidad espiritual no puede lograrse la unidad cultural ni la política. Como obispo católico y croata occidental, sólo puede imaginar esta unidad en el seno de la Iglesia romana. Los eslavos católicos han de apoyar a sus hermanos separados en la búsqueda del recto camino mediante su amor y su más elevada cultura. Una vez unidos los eslavos con la Iglesia romana, no será difícil convencer a los demás eslavos ortodoxos. pues los eslavos son mayoría en la Iglesia oriental. Tal es –según la opinión de Strossmayer– la misión del mundo eslavo. En su realización trabajó hasta su muerte.

Aunque respetado y ensalzado por todos, Strossmayer no logró, con su noble actitud entre los eslavos, más éxito que el de dirigir una peregrinación eslava a Roma (1881) para manifestar la gratitud de los eslavos al Papa León XIII por los privilegios concedidos en la encíclica Grande munus.

El concepto de Strossmayer, llegar a la Unión por medio del mundo eslavo, se basaba filosóficamente en el sistema de su gran amigo, el mayor filósofo ruso, Vladimir Sergeevic Solov’ev [Vladímir Serguéievich Soloviov] (1853-1900). Solov’ev nació en un ambiente eslavófilo; pero conoció muy pronto toda la parcialidad de aquella tendencia extremosa y la sometió despiadadamente al escalpelo de su crítica. Para él la eslavofilia es un «patriotismo zoológico». La fe de Katkov en el Estado ruso como encarnación absoluta de la fuerza nacional rusa es considerada por Solov’ev, muy exactamente, como el «verdadero fanatismo musulmán». No lo pasa mejor Danilevskij. Solov’ev, en su filosofía, es universalista y místico. Por eso, su ideal es una relación fraternal y democrática entre todos los pueblos, sobre el principio de la igualdad y del amor. Por sus sentimientos está ligado, en primer lugar, a los eslavos. Pero su comunidad ideal de los pueblos tienen que realizarla los hombres por ser cristianos, no por ser eslavos. La misión del hombre es ser mediador entre el Creador y la creación. El concepto de la Unión, para Solov’ev, no es un problema meramente confesional o religioso, sino una necesidad metafísica del hombre[9].

La obra de Strossmayer y Solov’ev fue una tentativa bastante aislada. Los países eslavos cismáticos, a los cuales afectaba más directamente la cuestión de la unión, se manifestaron abiertamente contra ella, y los de población mixta no se atrevieron a hacer nada en su favor a causa de la tregua confesional. Por eso, la continuación de la obra misional quedó limitada a la Iglesia Católica. El centro de esta actividad es Velehrad, en Moravia, donde –según la tradición– está la tumba de San Metodio.

La actividad en pro de la Unión comenzó con las fiestas del primer milenario de la muerte de San Metodio (1885), a las cuales acudieron eslavos de todos los países. A continuación se organizaron las asociaciones del «Apostolado de los Santos Cirilo y Metodio», y, por fin, los Congresos unionistas, que se celebran en Velehrad, a partir de 1907, cada pocos años. En el segundo Congreso (1909) se decidió fundar la «Academia de Velehrad» para el estudio científico del Oriente cristiano, eslavo y griego. Esta Academia publica las Acta Academiae Velehradensis y las Opera Academiae Velehradensis. Estas publicaciones, de mucho valor científico, son demasiado especializadas, por lo cual no ejercen influjo directo fuera de los círculos eclesiásticos.

IV. Neoslavismo. Último conato para realizar la idea eslava

La derrota de Rusia en la guerra con el Japón, la revolución de 1905 y el intento de pasar a la vida parlamentaria, cambiaron las opiniones de los dirigentes políticos eslavos sobre Rusia. Esperaban éstos ahora la democratización de Rusia, que, una vez convertida en gran potencia democrática y liberal, podría ser la verdadera protectora de los demás pueblos eslavos. Por otra parte, el miedo a la expansión política alemana, que ya por estos años propugnaba claramente el Drang nach Osten, obligó a los checos a buscar nuevamente la solidaridad eslava. Así surgió una nueva formulación de la idea eslava en el «neoslavismo» del político checo Carlos Kramar (1860-1937).

Kramar acepta, en principio, le austrofilia de Palacký, pero adaptada al tiempo actual. Austria es, según él, un Estado eslavo y, como tal, baluarte contra la posible germanización por parte del Reich. Austria y Rusia, los dos Estados eslavos más grandes, tienen intereses comunes y deben seguir una política común. Los eslavos de Austria deben cooperar en todo momento a la estructuración definitiva de la Monarquía y procurar dirigir la política de ésta según los intereses eslavos. Kramar ganó para su causa al general ruso V. M. Volodimirov [Volodímirov]; al líder del partido liberal ruso, el historiador Pablo N. Miljukov [Pável N. Miliukov] (1859-1943), y al sabio búlgaro Esteban S. Bobčev [Stefán Bóbchev] (1853-1940).

Después de haber indagado, por medio de una encuesta en la revista Máj (1906), las opiniones de varios dirigentes eslavos sobre la posibilidad de una acción eslava común dentro de la Monarquía, Kramar fue a San Petersburgo, donde, en la «Semana eslava» (mayo 1908), obtuvo la promesa de asistencia de rusos y de polacos en una acción común. Luego se convocó un Congreso (III paneslavo o I neoslavo) en Praga (12-18 de julio de 1908). Acudieron a él unos ochenta representantes de todos los pueblos eslavos, excepto los eslovacos. El programa incluía exclusivamente cuestiones culturales y económicas, pero las discusiones versaron principalmente sobre problemas políticos. Las conclusiones preveían una Exposición eslava, la fundación de un Banco eslavo, una más intensa propaganda y colaboración de los «Sokol», la creación de uniones turísticas y culturales, la publicación de un diccionario científico eslavo, la inauguración de una librería eslava en Praga, la reciprocidad de las Universidades, reformas escolares, etc.[10]

La suerte de estas conclusiones fue la misma de las de los Congresos precedentes: se quedaron en el papel. Los intereses políticos, aunque formalmente rechazados por la cooperación cultural y económica, se mantenían siempre presentes a los ojos de todos los delegados. Y, efectivamente, en la primera ocasión –sólo tres meses más tarde–, en la crisis provocada por la anexión de Bosnia y Herzegovina, estos intereses se manifestaron en forma de desconsiderados egoísmos nacionales. Sin embargo, aún se celebró, en 1910, el segundo Congreso neoslavo en Sofía; pero ya no acudieron a él los polacos. Las próximas guerras balcánicas y la primera guerra mundial aniquilaron por completo este rebrote de la idea eslava. Los nuevos Estados nacionales eslavos, surgidos después de la Gran Guerra, ya no se ocupan de ninguna política eslava, sino que se rigen por el principio del oportunísimo.

En este periodo Rusia se ve aislada a causa de la revolución bolchevique. La idea del Imperio paneslavo es sustituida por la idea de la revolución mundial. Pero a partir de 1934, con ocasión del centenario de Puškin, Rusia vuelve a su nacionalismo, el cual, con la gesta de Stalingrado, recobra todas las actitudes del paneslavismo zarista. Rusia ha realizado en nuestros días la gran comunidad eslava, en proporciones que ni los más entusiastas paneslavistas del pasado podían siquiera imaginarse. Pero en esta comunidad no queda ningún ideal eslavo. El eslavismo es ahora un mero pretexto para bolchevizar aquellos países eslavos que aún se encontraban fuera del alcance ruso-bolchevique.

Conclusión. El mundo eslavo sin la idea eslava

A lo largo de dos siglos de existencia la idea eslava ha sido un continuo fracaso. No ha creado nada grande ni duradero, a pesar de que sus planes fueron, a veces, casi geniales. Siempre se ha basado más en la fantasía que en el conocimiento de la realidad; ha mirado al futuro sin darse cuenta de lo actual. El fracaso, por consiguiente, era inevitable. De esta idea se hablará todavía; pero nunca tendrá ya vida.

Mirada con perspectiva histórica, la idea eslava nos parece hoy una serie de paradojas. Fue lanzada al mundo por hombres no eslavos para los eslavos. Se esperaba de ella que sirviera para unir a los eslavos con los demás pueblos en el universalismo cristiano europeo; pero lo que ha hecho es alejarlos de Europa y de la Cristiandad. Se pensaba realizar, mediante ella, la unidad espiritual paneslava; pero esto era irrealizable porque no existe ni una historia ni una cultura común a todos los eslavos. Se contaba con la pureza racial eslava; pero la ciencia ha comprobado que no hay eslavos racialmente puros, y que precisamente los rusos son entre los eslavos los menos puros en cuanto a la raza. La idea eslava quería conmover a las masas; pero siempre estuvo limitada a un número muy reducido de entusiastas. Su inspiración era sumamente idealista; pero, en realidad, fue mero instrumento de los políticos prácticos…

La idea eslava fue creada, en primer lugar, para los rusos; su suerte ha estado, en general, condicionada por el desarrollo político y cultural de Rusia; los rusos son hoy día dueños de todos los eslavos. La Rusia de hoy ha adoptado una postura hostil y agresiva frente a Europa. Entre Rusia y el Occidente europeo ha desaparecido el territorio intermedio de los pequeños pueblos eslavos. La amenaza es directa. Rusia se exhibe como representante del mundo eslavo, del mesianismo eslavo. Esta idea mesiánica es hoy la revolución del proletariado. El antiguo sentimiento religioso ruso se ha convertido en el fanatismo comunista. Berdjaev [Berdiáiev] cree que el comunismo corresponde a las viejas tradiciones populares rusas. La luz del Oriente pretende iluminar las tinieblas del Occidente capitalista y reaccionario y realizar ya en la tierra el «reino de Dios» del misticismo ruso.

No faltará quien juzgue desesperada la situación actual de Occidente frente al coloso eurasiático. Por fortuna, no lo es. Todavía hay en Europa fuerzas espirituales vivas capaces de resistir a todas las agresiones de Oriente. Estas mismas fuerzas actúan también dentro del bloque bolchevique. Aunque políticamente esclavizados, los pueblos eslavos católicos resisten a la nivelación soviética con la fuerza de su religión y de su cultura occidental. Y estas fuerzas son mucho más poderosas que cualquiera idea eslava.

Todo esto lo preveía Jaime Balmes ya en 1844. He aquí, como remate de nuestro trabajo, sus palabras proféticas:

«Si un día estuviese destinada Europa a sufrir de nuevo algún espantoso y general trastorno, o por un desborde universal de las ideas revolucionarias, o por alguna violenta irrupción del pauperismo sobre los poderes sociales y sobre la propiedad; si ese coloso que se levanta en el Norte, en un trono asentado sobre las eternas nieves, teniendo en su cabeza la inteligencia y en su mano la fuerza ciega, que dispone a la vez de los medios de la civilización y de la barbarie, cuyos ojos van recorriendo de continuo el Oriente, el Mediodía y el Occidente, con aquella mirada codiciosa y astuta, señal característica que nos presenta la Historia en todos los imperios invasores; si, acechando el momento oportuno, se arrojase a una tentativa sobre la independencia de Europa, entonces se vería una prueba de lo que vale en los grandes apuros el principio católico; entonces se palparía el poder de esa «unidad» proclamada y sostenida por el catolicismo…»

Notas

[1] En el texto se repusieron todos los acentos (ausentes en el original) de los nombres eslavos de los países con escritura latina. En el caso de los nombres transcriptos por el autor desde el cirílico a la fonética croata, pusimos entre corchetes cómo se transcribirían en castellano. Nota del Editor.

[2] Sočinenija i pisma Petra Jakovleviča Čaadaeva, 1-2. S. Peterburg. 1913-1914.

[3] N. A. Berdjaev: A. S. Chomjakov. Moskva, 1912.

[4] D. Strémoukhoff: La poésie et l’idéologie de Tiouttchev. Paris, 1937.

[5] R. Sementkovskij: Katkov, ego zizn’ i literaturnaja djelatel’nost’. S. Peterburg. 1910.

[6] P. Miljiukov: Slavjanofil’stvo, en «Enciklopedičeskij slovar’». T. XXX. S. Peterburg. 1900.

[7] Nertrau: Leben Bakunins. Berlin. 1896.

[8] Vl. S. Solov’ev: Danilevskij, en «Enciklopedičeskij slovar’». T. X. S. Peterburg, 1893.

[9] V. S. Solov’ev: La Russie et l’église universelle. Paris, 1889. E. Trubeckoj: Mirocozercanie V. S. Solov’eva, 1-2. Moskva, 1913.

[10] Stjepan Radić: Kriticki razmisljaji o slavenskom kongresu u Pragu od 12 do 18 srpnja 1908, en «Hrvatsko Kolo», III. Zagreb. 1908.

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