Arina Óbuj (Sobre la autora)
Traducción: Marina Berri
Querías que te hubiera parecido. Querías más bien pasar de largo: bueno, me pareció y listo. ¡Qué importaba qué era ese ruido!
Pero algo desde lo profundo de aquel atardecer tardío se dirigió a ti. Precisamente a ti, porque no había nadie más cerca.
Algo vivo golpeaba insistentemente sobre el techo del garage, como diciendo ven aquí, ayúdame, acá tenemos un asunto…
Quizás fuera una persona. Un elfo pequeño de papa cayó al garage, se está muriendo, pide ayuda.
Volviste, te acercaste. Y viste que en el garage golpeaba la gran ala de alguien.
—Es un águila, o es un grifo.
Resultó ser una gaviota.
Mueve el ala, no puede levantar vuelo.
Y ahí ustedes se miraron el uno al otro: ¿qué hacer? Un dilema clásico.
Luego se acercaron algunas personas. Cada una le regaló a la gaviota su mirada. Se detuvieron un rato y regresaron a sus casas.
Pero tú volviste. No sé para qué. Y tú tampoco lo sabes. Puede ser que simplemente quisieras convencerte de que la gaviota no estaba, de que se había ido volando.
En lugar de eso viste a dos mujeres que por alguna razón se metían en el garage. Se reían. La gaviota ya no golpeaba con el ala, sino que era como si se apretara contra el techo. Al verte, las mujeres se fueron. A las barriadas de Petersburgo.
Viniste y me contaste toda esta historia, ¿qué hacer?
Decidimos olvidarnos de la gaviota.
En el mundo hay muchas gaviotas, se mueren, se las comen los gatos, es un proceso natural, es la cadena alimentaria. Decidimos que no podemos ayudar a todas las gaviotas.
Es la mañana. ¿Qué hago yo en el techo del garage?
¿Y qué haces tú, gaviota? No tengas miedo. Tiene miedo.
Aquí tienes agua en un vasito, abre el pico, bebe. Ella bebe.
Cerca hay un paquete de queso, abierto pero sin tocar. Lo dejó algún alma caritativa. Pero las gaviotas no comen eso.
¿Qué hacer? — una pregunta para Internet.
Hago stories en las redes sociales sobre el destino de la gaviota. Todos se compadecen.
“Ay, yo ayudaría, pero estoy en la dacha”. Todos están en la dacha. No son amigos, son gente de la dacha.
Y alguien compadece a la gaviota desde París. Y también a mí.
Sí, gaviota, tú y yo estamos solas. En el techo del garage. Con un fondo de cortafuegos rojo.
Aleksandr Traugot dijo que Petersburgo es más hermoso que París. ¿Eso te hace sentir mejor, gaviota? A mí sí. Solamente que Traugot no me lo dijo a mí, sino a ella. A ella que, parada sobre el asfalto, nos mira. Fue a ella a la que llamaste con el ala. Fue ella la que me contó sobre ti. Ahora somos todas amigas.
No, no te llevaremos con nosotros. No es posible.
Solamente vamos a pensar en ti todo el tiempo.
Me bajo del garage, me lastimo el codo, me voy a mi vida.
El codo me duele. Es la gaviota lo que duele.
—Seguramente se le haya roto un ala — dices.
—No, en Internet dijeron que es un polluelo, la cría de una gaviota, simplemente todavía no sabe volar.
—¡¿Y por qué entonces es tan grande?! Es como un gato con alas.
—Dicen que una cría puede tener la apariencia de un adulto, pero en verdad ser una estúpida. Igual que yo.
Salgo otra vez a la calle. No importa adónde, lo importante es ver a la gaviota. Voy como si pasara por al lado, incluso me apuro, pero giro la cabeza para ver al pájaro.
Y el pájaro no está.
Primer pensamiento: se murió.
Segundo pensamiento: voló.
La respuesta correcta: se cayó.
La cría está en la basura, entre vidrios rotos.
La story del destino de la gaviota continúa.
Escribo al grupo de defensores de aves. En Internet empiezan a pulular las respuestas:
—¡Deje a la gaviota en paz!
—¡Se la van a comer los gatos, llévela a su casa!
—¡Llévela al veterinario, que le hagan una radiografía!
—Los veterinarios son unos charlatanes, no escuche a ninguno.
—¡Désela a un refugio!
—¡En los refugios no aceptan especies comunes, se la van a dar de comer a los predadores!
—¡No la toque! Los padres mismos se van a ocupar de ella.
—Hay que llevarla a un lugar de anidamiento.
Un mar de consejos, pero el dilema sigue siendo el mismo, un clásico: ¿qué hacer? Y luego, como respuesta a la pregunta, en esta historia aparece Liubov.
Liubov Dmítrievna.
Ella alimenta a los gatos. Todos los gatos callejeros de la isla Vasílievski conocen a Liubov Dmítrievna. Y la respetan.
Yo siempre la saludé, pero no sabía su nombre, era solamente una vecina. Pero sabía el nombre de su perro: paseaban por la calle y ella muchas veces le hablaba.
—Charlie, ¿adónde vas?!
—Charlie, ¡no tenés vergüenza!
—Charlie, ¡eso no está bien…!
Charlie es un perro pequeño, peludo e inteligente, que eternamente está apurado por llegar a algún lado.
—Disculpe, ¿no sabe qué hacer con el hijito de una gaviota? Está ahí entre los vidrios, no sabemos qué hacer…
No terminé de hablar cuando Liubov Dmítrievna ya me daba la respuesta:
—Me lo llevo. ¿Dónde está?
—Vayamos, pero algunos dicen que es mejor dejarla donde la encontramos…
—Se lo van a comer los gatos.
Todo quedó decidido. Liubov Dmítrievna fue a darles de comer a los gatos hambrientos y yo me fui a buscar una caja. Dejé la caja en el suelo, me puse guantes descartables y probé agarrar a la gaviota, pero ella no se dejaba. Hoy ya no quería ser salvada: no llamaba a nadie con las alas, por el contrario, rechazaba, no confiaba.
Llegó Liubov Dmítrievna. Se puso en cuclillas, cerca de la gaviota, y empezó a hablar con ella, a invitarla a meterse en la caja.
—Sí, tienes unas alas lindas, pero ahora hay que plegarlas. Lindas, las veo, gracias por mostrármelas, pero ahora hay que irse, ¿me oyes?
Liubov Dmítrievna le explicó detalladamente a la gaviota la ruta que nos esperaba, y la gaviota la escuchaba con atención. Y se mostró de acuerdo, bueno, hagan lo que quieran.
De la caja nos miraba su ojo negro y desconfiado. Y Liubov Dmítrievna hizo una excursión por la ciudad: acá esta la calle, acá está el Nevá, acá está nuestro patio, ¿lo ves…?
Liubov Dmítrievna dijo que no era la primera vez que criaba pájaros en el balcón. Tuvo un cuervo, una paloma y una gaviota.
—¿Y qué pasó con la gaviota?
—Ahí en mi techo anidaba una familia. El polluelo recién nacido y, no sé, me parecía que el padre solo, porque era muy torpe. En un momento el polluelo se cayó a mi balcón. El padre venía, lo alimentaba. Y una vez golpeó la ventana, me miró y se fue. Y no volvió más. A lo mejor lo agarró un ventilador…
—¿Qué ventilador?
—No sé, uno de una fábrica. A lo mejor lo atropelló un auto. Bueno, le di de comer a ese bebé y en un momento simplemente salió volando. Y con este va a ocurrir lo mismo.
Qué bien.
Liubov Dmítrievna es la madre de la gaviota.
Comparto mi alegría en el grupo de defensa de aves: le encontré lugar a a la gaviota, la persona que la acogió tiene experiencia en criar pájaros, listo, no se preocupen.
—¿Qué experiencia?! ¿Mató más de una gaviota en el balcón?!
—¡Llevará en su conciencia la futura y dolorosa muerte del pájaro!
—¡Qué bien que la recogieron! ¡Ahora llévenla al veterinario!
—¡Usted mató al polluelo al separarlo de los padres!
—Cada temporada cientos de polluelos son asesinados por gente de buenas intenciones.
—Yo siempre me traigo gaviotas a casa, después las libero. Dele de comer pescado crudo. Capelán, eperlano… Lo importante es que el pescado sea pequeño y esté entero.
—Devuelva al pájaro al lugar donde lo encontró, no lo prive de la posibilidad de crecer normalmente.
Casi todos los defensores de aves me picotearon.
—Tú tienes la culpa de todo. ¿Para qué fuiste a mirarla?
—Bueno, porque hay gatos, gente, vidrios… Y ninguna gaviota había venido a buscarla.
—O tal vez sí.
—¿Entonces tengo que devolverla?
—No.
—¿Y si sus padres vienen, después de todo?
—No. Alguien más ya se la llevó del lugar donde nació y la puso en el garage.
—¿Cómo lo sabes?
— Lo sé. Listo. Liubov Dmítrievna se las arreglará.
—¿Y quién va a enseñarle a la gaviota a volar?
—Liubov Dmítrievna.
Y de repente me imaginé con claridad cómo Liubov Dmítrievna y la gaviota volaban por el cielo. Conversaban:
—¿Ves?, estamos volando, y tú pensabas que todo era fácil, uno o dos aleteos y listo. Bueno, adiós, querida, vuela. No, no puedo ir contigo, me espera Charlie. Adiós, mi querida.
La gaviota vuela hacia el cielo abierto. Fin.
Busco en Internet historias parecidas. Hay muchas. Todos los días alguien trata de salvar a alguien: hacen informes sobre la vida de un castor, buscan a los padres de una garza, adoptan a un cuervo y se maldicen mutuamente por consejos errados.
Le compramos a la gaviota eperlano, capelán, sardinas, bacaladilla, abadejo de Alaska… La gaviota no desprecia nada. Liubov Dmítrievna escribe en WhatsApp que a la gaviota le gustan más el abadejo de Alaska y la bacaladilla. Que a la mañana tiene buen apetito, pero por la noche come así nomás, como si hiciera un favor.
Y Charlie se acostumbró a tener una familia grande: la gata Fira, la gata Claudia, la humana Liubov Dmítrievna y la gaviota Orlando.
El sexo de la gaviota era desconocido y la neutralidad genérica del título del relato de Virginia Woolf resultó muy adecuada para el pájaro.
Una vez, Orlando voló hasta un barrote de su balcón, se volvió hacia Liubov Dmítrievna y ¡zas!, ¡mira lo que puedo hacer! Y voló a pique hacia abajo.
Liubov Dmítrievna corrió al patio a buscarlo, lo atrapó, lo llevó de nuevo a casa: no está fuerte, no está preparado.
Pasó el verano. La gaviota ya volaba libremente por las habitaciones, el departamento de Liubov Dmítrievna se había transformado en su nido. Pero la propia Liubov Dmítrievna seguía siendo un humano y no quería vivir en un nido.
Era hora de presentar a la gaviota en sociedad. Es decir, con los pájaros.
Liubov Dmítrievna eligió para Orlando una reserva de Kotlin, cerca de Kronstadt. Para qué llevar a un oriundo de la Isla Vasílievski tan lejos, no se entendía.
Pero Liubov Dmítrievna ya mandaba un video en el que Orlando daba sus primeros pasos en la libertad. Una libertad enorme. Aterradora.
El agua, el cielo, la gaviota, pero ¿dónde están las otras gaviotas? ¿Dónde están sus amigas? Un vacío.
¿A lo mejor han quedado fuera de cuadro? Seguro que fuera de cuadro hay una bandada.
Orlando da algunos pasos inseguros, se da vuelta como preguntando: “¿Puedo seguir caminando?” Se va, vuela, se burla del cielo y baja hacia el agua, nada un poco…
Bueno, y lo que ocurre después se entiende.
En cada gaviota muerta o viva vemos a Orlando.
Orlando, vete, déjame, suéltame.
Además de la culpa mítica no demostrada en relación contigo, tenemos todavía cien otras culpas. Y forman una cadena que se extiende detrás tuyo. Se estructuran. En dos grupos: era necesario, no era necesario.
El video en el que Orlando está nadando se borró, la aplicación de WhatsApp limpia automáticamente la memoria y borra lo que no es necesario. Ahora, cuando nos escribimos con Liubov Dmítrievna, en lugar del video hay un cuadrado celeste con una silueta blanca y difusa.