El vínculo entre literatura y memoria: la novela eslovena y la Segunda Guerra Mundial

Jimena Santos

 “El tiempo recobrado es […] el tiempo perdido eternizado por la metáfora”

Paul Ricoeur[1]

Introducción

El propósito del presente trabajo es analizar un corpus de novelas eslovenas traducidas al español, cuyas temáticas están atravesadas por el hecho histórico de la Segunda Guerra Mundial. Para ello se trabajarán obras de diferentes autores, publicadas con posterioridad a la finalización del conflicto bélico y donde se representan los acontecimientos sufridos en el territorio de la actual Eslovenia: Minué para guitarra (en veinticinco disparos) (1975) de Vitomil Zupan; El billar en el hotel Dobray (2007) de Dušan Šarotar; Aquella noche la vi (2011) de Drago Jančar.

La invasión de Alemania, Italia y Hungría en el actual territorio esloveno provocó que el pueblo sufriera el sometimiento de la ocupación extranjera, vinculado a la persecución, deportación  y diversos intentos por borrar cualquier rasgo de identidad, como por ejemplo la prohibición de uso del idioma esloveno en escuelas e iglesias.

Se propone como hipótesis que en las novelas mencionadas, la identidad narrativa del pueblo esloveno relacionada con la Segunda Guerra Mundial se construye a partir de la variación imaginativa sobre el tiempo, que permite la representación del pasado por medio de la narración de los recuerdos. A partir de esta idea se analizará el vínculo entre memoria y literatura, según el concepto de “identidad narrativa” (Ricoeur: 2009, p.997). Para este autor, la intención, tanto de un individuo como de una comunidad, de reflejar su pasado en la narración se relaciona con la construcción de su propia identidad. La memoria pretende alcanzar el recuerdo pero éste, al estar ausente, necesita del “decir del relato” (Ricoeur: 1999, p. 97). En el texto se crea la identidad narrativa a partir de un proceso mediante el cual la memoria permite la continuidad del pasado, y la escritura, como medio de representación, lo reconstruye de manera simbólica por medio de su estructura temporal.

En las novelas seleccionadas, la Segunda Guerra Mundial es representada como ficción y se desarrolla en niveles temporales distintos a los utilizados por el relato histórico. La problemática que se plantea es entender de qué modo el acontecimiento es interpretado a través de la temporalidad de la ficción y, además, cuál es el aporte de estas narraciones en la reflexión y construcción de la identidad narrativa, teniendo en cuenta el distanciamiento temporal entre el hecho histórico y el proceso de escritura.

Esta cuestión se explica a partir del concepto de Ricoeur de “variaciones imaginativas” (Ricoeur: 2009, p. 817), ya que esto es lo que caracteriza a la ficción y la distingue de la constitución estática y lineal del tiempo cronológico del relato histórico. En este sentido, cada experiencia temporal de ficción crea su mundo particular, donde se exploran recursos temporales no utilizados en el relato histórico. La lógica que rige la identidad narrativa es la del propio texto. Por esta razón, en las novelas, la narración sobre la Segunda Guerra Mundial está relacionada con la variación ficcional, conservando la referencia al pasado, pero de un modo imaginario por medio de los recuerdos de los personajes. 

En conclusión, las variaciones imaginativas sobre el tiempo crean una manera no lineal de narrar los sucesos, a través de la cual se confrontan dos temporalidades: pasado y presente. Esta representación ficcional permitirá observar de qué manera se construye la identidad narrativa eslovena de este período de la historia y la importancia del desarrollo de la literatura para la memoria del pueblo. 

Contexto histórico

Según el libro El éxodo esloveno de 1945 (Rant: 2008), el 22 de marzo de 1941 los alemanes exigieron a Yugoslavia su adhesión al Triple Pacto. Unos días después de su firma, se produjo en Belgrado una rebelión que provocó el derrocamiento de primer ministro del Reino de Yugoslavia Dragiša Cvetković, con lo cual terminaron las funciones del regente príncipe Pablo. En su lugar, fue proclamado rey Pedro II, pero al ser menor de edad, se determinó como el encargado de formar el gobierno al general Dušan Simovič. 

En el contexto de esta inestabilidad política, los alemanes bombardearon Belgrado el 6 de abril de 1941 y ocuparon Yugoslavia. El rey y su gobierno se exiliaron en Atenas. Por su parte, Italia aprovechó que los yugoslavos se retiraban y decidió atacar el 10 de abril. De esta manera, Eslovenia quedó dividida y ocupada por tres potencias: Italia, Alemania y su aliada Hungría, quienes tenían como objetivo adueñarse rápidamente del territorio y “des-eslovenizar” (Rant: 2008, p. 45) a la población.  La ocupación alemana abarcó la siguiente zona:

…Carniola Superior (Gorenjska), Estiria Inferior (Spodnja Štajerska), el Valle de Mežice (parte de Carintia (Koroška) que quedó bajo Yugoslavia en 1920) y la región Zasavje (parte norte del río Sava, perteneciente a la antigua Carniola)… (Rant: 2008, pp. 45/46).

Los alemanes se apoderaron de la administración civil y el orden público. Además, se eliminaron las organizaciones eslovenas, las escuelas y se prohibió el uso del idioma. Finalmente, deportaron a maestros, profesionales y sacerdotes eslovenos, quienes eran considerados enemigos:

…bien puede hablarse de alrededor de 80.000 eslovenos expulsados a la fuerza de sus hogares –  habiendo sido el total de la población eslovena dentro de los límites de Yugoslavia solo de aproximadamente 1.250.000 (Rant: 2008, p. 46). 

Por otro lado, Italia ocupó “…la capital de Ljubljana, la Notranjska (Carniola Interior), Dolenjska (Carniola Inferior) y Bela Krajina (Región Blanca)” (Rant: 2008, p. 48). Si bien en esta zona ocupada se llevó a cabo una política más tolerante, los fascistas no tardaron en promover la italianización de la población y la deportación. Se calcula que enviaron: “…alrededor de 35.000 personas (isla Rab, Gonars, Monigo-Treviso, Chiesanuova, Padua, las islas Lipari)” (Rant: 2008, p. 51) a los campos de concentración.

Por último, como se explica en El éxodo esloveno de 1945 (Rant: 2008), la región de Prekmurje había sido ocupada por Alemania, pero a través de un acuerdo pasó a manos de Hungría el 16 de abril de 1941. Esta zona quedó aislada del territorio esloveno restante, dado que los húngaros no reconstruyeron los puentes sobre el río Mura. Así, los húngaros tomaron el control de la administración civil y la hungarización fue violenta: deportaron gran parte de la población, cambiaron los nombres de los lugares, de los apellidos, se eliminaron las organizaciones eslovenas, quemaron bibliotecas, echaron a los maestros de las escuelas y los judíos que vivían en ese territorio fueron enviados a los campos de concentración.

Безымянный

Figura 1. Mapa de la ocupación de Eslovenia
desde 1941 hasta 1945 (Corsellis y Ferrar: 2005).

Por lo tanto, luego de 1941 el actual territorio de Eslovenia quedó dividido y sometido política y culturalmente por tres potencias del Eje. Esto tuvo consecuencias en la construcción de la identidad de los eslovenos, quienes fueron perseguidos y se les prohibió demostrar los rasgos propios de su cultura. En este sentido, se podrá observar en las novelas de qué manera el proceso de ficcionalización de los hechos sucedidos durante la Segunda Guerra Mundial, trata de recuperar y reconstruir la identidad narrativa eslovena de este período de la historia, con la finalidad de reflexionar sobre lo sucedido.

Variaciones imaginativas

Ricoeur en  La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido (1999), analiza la importancia que tiene la memoria en la construcción de la identidad, dado que representa las experiencias vividas por un sujeto y es donde se produce la unión entre su conciencia y el pasado. En esta representación, el recuerdo se presenta asociado a la imagen de un acontecimiento que está ausente en el presente, por lo tanto la memoria cumple la función de “…hacer presente algo ausente…” (Ricoeur: 1999, p.25).

Sin embargo, para poder recuperar la imagen del pasado, la memoria necesita la presencia del relato. Ricoeur denomina a este proceso “…refiguración del pasado por el relato” (Ricoeur: 1999, p. 81), que consiste en la reconstrucción del pasado por medio de la ficcionalización. A partir de este procedimiento se construye la “identidad narrativa”, es decir, la expresión del tiempo vivido por el o los individuos, a través del lenguaje simbólico:  

 …fruto de la unión de la historia y de la ficción, es la asignación a un individuo o a una comunidad de una identidad específica que podemos llamar su identidad narrativa. El término «Identidad» es tomado aquí en el sentido de una categoría de la práctica. Decir la identidad de un individuo o de una comunidad es responder a la pregunta: ¿quién ha hecho esta acción?, ¿quién es su agente, su autor? Hemos respondido a esta pregunta nombrando a alguien, designándolo por su nombre propio. Pero, ¿cuál es el soporte de la permanencia del nombre propio? ¿Qué justifica que se tenga al sujeto de la acción, así designado por su nombre, como el mismo a lo largo de una vida que se extiende desde el nacimiento hasta la muerte? La respuesta solo puede ser narrativa […] La historia narrada dice el quién de la acción. Por lo tanto, la propia identidad del quién no es más que una identidad narrativa (Ricoeur: 2009, p. 997). 

La identidad surge de la narrativa, porque el sujeto necesita contar lo vivido para poder encontrar un sentido al pasado. Entonces los recuerdos que conforman la vida de los sujetos se refiguran en los relatos revelando la conciencia que un individuo o comunidad tiene sobre los hechos ocurridos. Tanto un individuo como una comunidad expresan sus historias a través del lenguaje y construyen su identidad narrativa, que se conforma con la cooperación de los recuerdos de otras personas. En este sentido, propone que además de la memoria individual es necesario tener en cuenta la memoria colectiva. Esta consiste en:

…el conjunto de las huellas dejadas por los acontecimientos que han afectado al curso de la historia de los grupos implicados que tiene capacidad de poner en escena esos recuerdos comunes… (Ricoeur: 1999, p. 19)

Los recuerdos se ponen en escena a través de relatos colectivos, donde se exteriorizan las vivencias mediante el lenguaje y forman parte del acervo cultural de un determinado grupo. Lo que permite la vinculación de estos relatos es la conformación de una identidad colectiva, donde los sujetos se conocen y se dan a conocer en los textos.

En consecuencia, en los relatos se da a conocer el pasado a través del lenguaje y, por lo tanto, es a partir de la escritura y lectura de los relatos donde se puede interpretar y reconfigurar la conciencia sobre el pasado. Por esta razón, a diferencia de los sucesos, la refiguración no es un concepto fijo sino una interpretación y por lo tanto, el sentido que se crea puede variar según la perspectiva del que recuerda. 

Para lograr el objetivo del presente trabajo, es necesario comprender de qué manera se refigura el pasado en los relatos ficcionales. Dentro de este conjunto de textos, se encuentran las novelas que: 

…mezclan, sin ningún problema, personajes históricos, acontecimientos datados o datables, lugares geográficos conocidos para los personajes, para los acontecimientos y para los lugares inventados (Ricoeur: 2009, p. 820).

Se puede observar el grado de libertad se le otorga a la construcción del proceso narrativo. En este sentido, cuando Ricoeur analiza este tipo de textos, le otorga la mayor importancia a su estructura temporal, porque allí se radica su carácter distintivo. Para explicarlo utiliza el concepto de “variaciones imaginativas” (Ricoeur: 2009, p. 817), con el cual hace referencia a la manera en que el tiempo es elaborado en los relatos de ficción. En este caso el tiempo es liberado de la estructura fija del tiempo cronológico y permite narrar un suceso, pero sometiéndolo a una nueva lógica que propone nuevas maneras de representar el tiempo. El artificio utilizado libera al tiempo de su estructura lineal, para poder narrar desde una perspectiva diferente a la del relato histórico.  

El filósofo atribuye esta capacidad de los relatos de ficción a que la trama puede desdoblarse en dos: el tiempo empleado en narrar (enunciación) y el de los hechos narrados (enunciado). Esto produce un enriquecimiento del concepto de tiempo, dado que se eliminan las limitaciones sobre la configuración del tiempo y la narración logra mayor autonomía. A partir de esto, se abre la posibilidad de la creación de un mundo imaginario, en el cual la categoría de tiempo se manifiesta de una manera diferente a la cronológica.  

Es necesario preguntarse entonces, ¿cómo influyen estas variaciones en la representación del pasado? Lo interesante de la refiguración del relato ficcional es que su estructura temporal se asemeja más a la naturaleza no lineal y selectiva de la memoria, producto de las consecuencias de la distancia temporal que existe entre lo recordado y el presente. De esta manera, se propone una experiencia temporal distinta, que crea un juego entre el pasado y el presente.

En este sentido, en las novelas eslovenas que se pretenden analizar, la Segunda Guerra Mundial es tratada de un modo diferente que en un relato histórico, dado que las variaciones imaginativas sobre el tiempo permiten este juego entre el presente de la enunciación y el pasado de los hechos narrados. A partir de este movimiento hacia atrás, la narración progresa produciendo la conformación de la identidad narrativa del pueblo esloveno en relación al acontecimiento histórico de la Segunda Guerra Mundial, porque el presente narrado se construye a partir de su relación con el pasado recordado. 

La representación del pasado en las novelas

En la biografía titulada «Zupan, Vitomil (1914–1987)», Andrej Inkret (2013) señala que el autor de Minué para guitarra (en veinticinco disparos) nació el 18 de enero de 1914 en Ljubljana y murió el 18 de mayo de 1987. Su madre era maestra y su padre empleado bancario, quien muere en la guerra en 1916. Después de su graduación viajó mucho y se ganó la vida con otras profesiones como constructor de barcos, profesor de esquí y boxeador. Además, fue miembro de Sokol, una organización deportiva y cultural que exaltaba el patriotismo. Ésta fue fundada en Praga en 1862 y se extendió a varios países eslavos, entre ellos Eslovenia en 1863.

En 1942 fue enviado al campo de concentración de Čiginje y  luego trasladado al de Gonars. En el otoño de 1943 se unió a los partisanos. Después de la liberación trabajó en Radio Ljubljana y a partir de 1947 fue escritor autónomo. En el verano de 1948 fue arrestado y acusado de inmoralidad, intento de asesinato, traición y propaganda hostil que socavaban el orden social, siendo condenado en 1949 a 10 años de prisión. Cuando apeló su sentencia, el Tribunal Supremo aumentó la pena a 18 años de prisión con trabajos forzados y a cinco años de pérdida de la ciudadanía.

Desde 1945 fue miembro de la Sociedad de Letras y entre los numerosos premios otorgados, se destaca el premio Prešeren en 1947. Por último, su obra es extremadamente extensa y diversa: prosa, poesía, ensayos, traducciones, guiones radiales, televisivos, teatrales y cinematográficos.

 En 1975 publica Minué para guitarra (en veinticinco disparos). Según el libro The land between. A history of Slovenia (Luthar, Oto y otros: 2008), durante la década de 1970 la economía yugoslava, enmarcada dentro del concepto de “autogestión socialista”, alcanzó los límites de su desarrollo. Por lo tanto, se profundizaron las discusiones entre los conservadores y los liberales. Estos últimos deseaban una mayor apertura de las economías, reforzando la independencia de las repúblicas y desarrollando un pluralismo más extenso dentro de la federación socialista. Hasta mediados de la década de 1980, los principales críticos del régimen persiguieron tres causas: más margen de maniobra en la economía, autonomía cultural y más libertad personal.

En particular durante la década de 1960 y la década de 1970, Eslovenia se había convertido en una sociedad industrial moderna. Este desarrollo provocó la aparición de una nueva clase media, cuyos esfuerzos se dedicaban por completo a la adquisición y expansión de la propiedad.

Este clima de cambio político y económico fue acompañado por reformas en el ámbito artístico. Por ejemplo en el cine esloveno se desarrolló un gran estímulo para los escritores en la elaboración de guiones. En consecuencia, el cine se convirtió en la principal fuente de ingresos para muchos, incluidos Vitomil Zupan. El grupo del que formaba parte, dotó a Eslovenia con una generación de escritores destacados y artistas de amplio espectro que estaban dispuestos a correr riesgos por el bien de su integridad artística.

Por esta razón, Minué para guitarra (en veinticinco disparos) es una novela que desafía al poder establecido y donde se puede observar una mirada crítica y desencantada sobre los acontecimientos sucedidos durante la Segunda Guerra Mundial. Allí se cuenta la historia de Jakob Bergant, un esloveno que se une a los partisanos para luchar contra el ejército alemán en las colinas cercanas a la capital de Eslovenia y que regresa a Ljubljana, ciudad tomada por los alemanes, luego de dejar el campo de concentración italiano de Gonars.

Evidentemente se pueden observar relaciones entre lo narrado y la biografía del autor. Andreas Leben (2017) en “Ethics and Dialogue in Autobiography: The Cases of Vitomil Zupan and Lojze Kovačič” analiza la cuestión de la autobiografía en relación con esta novela y advierte sobre la confusa relación entre el autor no nombrado, el narrador y el héroe, ya que el escritor en el prefacio declara haber copiado las notas del diario del partidista Jakob Bergant, agregando algunas de sus propias experiencias. Sin embargo, aclara que si bien Zupan se refirió a experiencias personales, no se debe identificar al narrador con el autor real, porque aún cuando sus biografías coincidan, los hechos pertenecen al plano de la ficción. No hay una identidad del autor, el narrador y el personaje principal en el sentido de un contrato autobiográfico. 

La novela se sitúa en dos líneas temporales. Por un lado en 1973 en Mallorca, cuando el narrador en primera persona, Jakob, se encuentra de vacaciones y entabla una conversación con un ex soldado alemán llamado Joseph Bitter. Por otro lado, a partir de este encuentro, los recuerdos del narrador retroceden en el tiempo hacia los sucesos vividos durante la Segunda Guerra Mundial. Así expresa Jakob el cruce de temporalidades causado por la curiosidad que había despertado el encuentro con este hombre: 

Aquello tuvo lugar en el patio de la antigua posada de Ribnica. Y aquí, en El Arenal, la curva de la memoria se une al círculo de acontecimientos, y tal vez sea ahora cuando la descripción surja entera, completa. Cuando presionamos el círculo del presente, recordamos el futuro y, de repente, nos invade el desconcierto. ¿Cuántas veces hemos tenido la sensación de que sabemos lo que alguien está a punto de decir o de que, quizás en otra vida, hemos estado antes en cierto mercado, o de que ya sabemos lo que nos espera detrás de una determinada esquina? Porque lo que denominamos tiempo no fluye como nosotros creemos; porque nuestro concepto del tiempo no tiene nada que ver con la realidad. El tiempo como proceso no existe, aunque experimentemos las cosas en el tiempo.
Así pues, en aquel patio de Ribnica me asaltó el recuerdo de España, de algo que todavía tenía que acontecer. Y en España me asaltó el recuerdo de las botas de Osip, desparramadas por el suelo, y de aquel gato del patio.
Y todo a causa de mi encuentro con Joseph Bitter (Zupan: 2018, p. 105).

La experiencia del tiempo está separada de su concepción cronológica y se relaciona con otras cualidades como la percepción del sujeto con respecto a lo vivido. En consecuencia, el recuerdo surge de la memoria, pero no de manera lineal sino fragmentada, desordenada y mediada por los sentimientos:

En aquel viaje a la guerra tan confuso y vacío de sentimentalismo, te conviertes, a ojos vista, en un autómata atrapado en una piel bajo la cual las imágenes del pasado, el presente y el futuro, brotan, se mezclan y se separan como algas en un mar tranquilo. Y aunque dejas de entender lo que te está ocurriendo, sin apenas darte cuenta adoptas una manera completamente nueva de percibir lo que te rodea a medida que se apodera de ti tu nuevo ser. Mientras tanto, sigues hablando, pero las palabras, tanto las propias como las ajenas, dejan de tener un significado inmediato, aparte de su sonido superficial, para pasar a la memoria y almacenarse allí junto a otra información (Zupan: 2018, p. 145). 

La guerra cambió la percepción del sujeto y quedó grabada en la memoria como imágenes que en lo inmediato carecen de significado, pero al ponerlas en palabras cobran nuevamente el sentido. De esta manera, Jakob recupera el tiempo pasado cuando sus recuerdos se exteriorizan en la conversación con el otro. En esta revisión de sus recuerdos de la guerra, el narrador reflexiona sobre la identidad eslovena:

Quizás debiese reconsiderar mi nacionalidad, al menos una vez. Para los italianos somos schiavi[2]; para los austríacos, perros de Vindisarja[3]; para el resto de Europa, balcánicos; y para la mayoría del mundo, algo entre Turquía y Checoslovaquia (Zupan: 2018, p. 15).

Se pregunta quiénes son los eslovenos y reflexiona acerca de cómo a lo largo de la historia fueron considerados de distintas maneras, teniendo en cuenta que fue un pueblo que estuvo bajo la dominación extranjera durante muchos años. Es este sentido, tiene una actitud crítica con respecto a su propia identidad, pero también con los que ocupan el poder y someten a los pueblos. Su lucha consiste en la libertad más allá de la política, y es por esto que reivindica los destinos individuales de aquellos hombres que no son nombrados por la Historia. El narrador dice:

Nosotros, querido Bitter, fuimos dos simples peones en aquella guerra. Los protagonistas son los que escriben sus memorias o pagan a alguien para que se las escriba mientras nosotros, aquí, en España, nos limitamos a preguntarnos qué es lo que realmente pasó. No hemos dejado ni dejaremos ningún recuerdo, ni tan siquiera una brizna de hierba junto al monumento al soldado desconocido, esa curiosa invención, esa tirita endurecida que protege la conciencia herida de la cruel burguesía (Zupan: 2018, pp. 190/191).

En Historia de la literatura eslovena, Francisco Javier Juez Gálvez señala que esta actitud insurgente es una constante en la obra de Zupan, así dice: “… su protagonista es intelectual, individualista, rebelde en lo social y político…” (Juez Gálvez: 1997, p. 522). Por esta razón, aun cuando Jakob está luchando con los partisanos, reniega del partido y no quiere alistarse, ganándose así muchos enemigos dentro de su propio bando.  

El narrador llega a la conclusión de que la guerra es una continuidad en la Historia, que permanece en todos aquellos que la vivieron más allá de la ideología de cada uno, pues la guerra atraviesa no solamente a los héroes que aparecen retratados en los libros sino también a los destinos individuales de hombres anónimos, cuyas vivencias solo quedan retratadas en las imágenes de sus memorias.

Finalmente, “La guerra es un minué interpretado por una guitarra en veinticinco disparos” (Zupan: 2018, p.470), así describe el narrador a la guerra, como un oxímoron donde una danza tradicional de pasos lentos, diminutos y elegantes se transforma en un baile que asesina y causa un enorme dolor en aquellos que recuerdan su triste melodía.

El distanciamiento temporal de las siguientes dos novelas con respecto al acontecimiento bélico es mayor, ya que fueron escritas y publicadas muchos años después de la proclamación de la independencia eslovena en 1991. Esto creó un nuevo contexto político y social para reflexionar sobre el pasado y el presente de su identidad.    

Por un lado, Dušan Šarotar, autor de El billar en el hotel Dobray (2007), nació en 1968 en Murska Sobota, lugar donde se sitúa el relato. Además de escritor es fotógrafo y guionista. Estudió sociología de la cultura y filosofía en la Universidad de Ljubljana. Los temas centrales de su obra giran en torno a la memoria, el dolor y los sentimientos que aquejan a los seres humanos (Petrič y Stergar: 2004).  

En esta novela los hechos de la Segunda Guerra Mundial son contados por una voz omnisciente, que determina el tiempo narrado a través una variación imaginativa. Esta produce saltos temporales, que oscilan desde el comienzo de la ocupación en 1941 hasta 1945. De esta manera, el narrador cuenta y reflexiona sobre la historia de los personajes que habitan la ciudad.

El primer capítulo denominado “Canción de cuna” se sitúa en 1945, cuando la ocupación ya había destruido la ciudad y a las personas que allí vivían. En consecuencia, el lugar se había convertido en un espacio silencioso, enfermo, oscuro y melancólico:

Un cielo vacío y sordo caía sobre las casas bajas que daban breves resuellos en el aire húmedo y agobiante. Estos jadeos extraños, incoloros, que se alzaban desde la tierra muerta y la neblina errante, se posaban frente a la ciudad -el varaš[4], como la llamaban, como un espectro imponente de un pasado en el que ya no creían ni siquiera los niños. El misterio que alguna vez había envuelto a estos parajes debió echarse a la fuga otra vez (Šarotar: 2019, p. 9).

La imagen de la ciudad muestra una seducción perdida y la trasformación en una tierra muerta. En ese lugar se percibe la finalización de la guerra, pero también mayor  tensión y terror. Las explosiones se escuchan cada vez más cerca, los rojos y los partisanos se acercan más a este territorio alejado del mundo de donde hasta los nazis y sus aliados húngaros desean huir.  

En este escenario, la mirada del narrador se desvía hacia el pasado glorioso de la ciudad  y marca una profunda distinción entre esos dos tiempos en los que se mueven los hechos: “El silencio y las palabras escasas, torpes, pronunciadas tras los muros sordos, se aferraban cada vez más a los recuerdos bellos de tiempos pasados” (Šarotar: 2019, p. 11). Como símbolo destacado de la ciudad, se encontraba el hotel Dobray que había sido un lugar esplendoroso y ahora era un hotel sucio y olvidado, donde todo había sido trastocado a causa de los horrores de la guerra.

En medio de este mar de recuerdos, aparecen los destinos individuales de los personajes que el narrador ilumina y amplía como ejemplos de las consecuencias de la guerra. Dentro de este conjunto aparece como una imagen fantasmagórica Franz Schwartz, figura central de la novela, y también de la vida del autor, dado que desde la dedicatoria inicial se conoce la referencia directa a la historia de su abuelo Franc Švarc.

Este personaje que en otro tiempo había sido un: “…comerciante, propietario de un comercio de ramos generales antes de la guerra, señor burgués…” (Šarotar: 2019, p. 19), vuelve en 1945 a la ciudad tras haber sido deportado en 1944 junto con su familia a Auschwitz, luego de que ese mismo año se pusiera en práctica la solución final en ese territorio. Para adentrarse más en su historia, el narrador realiza una variación temporal y retrocede el relato. Así, en el segundo capítulo: “La gran música de la Panonia” se reconstruyen los hechos sucedidos antes de 1944.  

Aquí se conoce que los nazis habían tomado la ciudad tres años atrás y le habían adjudicado la administración al ejército húngaro. A partir de 1944 se endurecieron las leyes raciales contra los judíos y, en este contexto, el día 26 de abril se cancela la realización del primer concierto de violín y orquesta de Izak Schwartz, hijo de Franz. Todos los judíos que esperaban en las puertas del hotel Dobray nunca entraron, porque esa noche los nazis los llevaron al campo de concentración.

A lo sucedido a Franz y su familia, se le suman las huellas de los acontecimientos pasados de los otros personajes, que entre todos forman una trama de recuerdos compartidos. Por un lado, el narrador nos cuenta que József Sárdy, secretario de la repartición local del Consejo de Guerra, recuerda disgustado el día en que había llegado a la ciudad para ejecutar la solución final. Por otro lado, se puede observar la historia de Linna, prostituta judía. La guerra le había cambiado su realidad, pues comenzó a ser perseguida por las leyes raciales. Por lo tanto huye y encuentra en el hotel Dobray una oportunidad para sobrevivir.

Además, se encuentra la historia de Benko, antiguo alcalde de Sóbota, perteneciente a la industria frigorífica, a quien la guerra había convertido en un hombre inescrupuloso y ventajero: 

…echó una ojeada a la llanura polvorienta y gris como si estuviera viendo la más bella aparición. Sentía esos vapores calurosos que abrasaban la tierra y luego, por la noche, se hundían en el lento y silencioso río Mura. Conocía esas apariciones y fantasmas, porque había crecido aquí, y sin embargo ahora lo había golpeado algo mucho más concreto, algo que le borraba ese destello de la mirada. La que mejor lo sabía era su mujer, que intentaba seguir en silencio sus maquinaciones, pero cada vez estaba más perdida. Intuía que aquella ternura juvenil y aquellos rasgos seductores de su marido ya no volverían; ahora tan solo había proyectos cada vez más audaces, oportunidades de negocios y con ellos también más encubrimientos (Šarotar: 2019, pp. 69/70).

El lugar y sus habitantes habían cambiado radicalmente, producto de las consecuencias de la invasión. La vida se había corrompido y deteriorado por la carencia, la pobreza y la avaricia. Esto es lo que le sucedió al soldado húngaro Kolosvary, quien sentía que había perdido la cordura luego de experimentar tanto horror:

Admiraba absorto sus caballos, que pastaban en la nada infinita que sólo veía él. Los animales pergeñados por la fantasía y la nostalgia, por el recuerdo, lo llamaban como si por un momento se abriera el paisaje inexistente, la inmensidad adonde llegan solo los locos o los muertos.
Ahora ya no sabía si pertenecía a los primeros a los segundos (Šarotar: 2019, pp. 98/99).

De esta manera, el narrador nos introduce en los recuerdos de una época de ocupación y sometimiento, con el objetivo de evitar el olvido y recuperar a través del lenguaje el acontecimiento ausente:

Fue hace mucho, mucho tiempo, pero no tanto como para que nadie se acuerde. Ocurrió en una de esas pequeñas ciudades, varaš, como las llamaron los lugareños, parecida a cientos de otras ciudades anónimas esparcidas por la llanura panónica, adonde los extranjeros rara vez se aventuran.
Por este lugar invisible pasa una calle polvorienta, oculta bajo altos plátanos. Y así el viajero se acuerda, cuando ve la arboleda a lo lejos, de recordar la historia que oyó alguna vez, o que tal vez leyó. Porque ahora sabés, tenés que contarla a otros, para que nunca se olvide (Šarotar: 2019, p. 141).

La identidad narrativa del lugar y los personajes se construye colectivamente por los relatos transmitidos a lo largo del tiempo y que deben seguir siendo contados para que la memoria del pueblo persista y no se perpetúe en la historia la violencia por parte de los que tienen el poder. Así reflexiona el narrador:

Evidentemente, los largos años de guerra y después la súbita e inesperada libertad, que llegó más rápido de lo que se esperaba hicieron lo suyo, como si la gente se hubiera acostumbrado a la muerte y de la mañana a la noche también al nuevo régimen, que les prometía libertad y prosperidad; aunque en verdad seguía corriendo sangre a su alrededor… (Šarotar: 2019, p. 192).

Al final, el narrador utiliza su relato para contar sobre el período de conmoción y violenta transición de la guerra y, también, para destacar en la narración la importancia de un proceso de reflexión colectivo y una apertura hacia una concientización sobre el pasado.

Por otro lado, Mirko Vasle en Breve historia de la literatura eslovena (2003) detalla que Drago Jančar nació en Maribor en el año 1948. Estudió Derecho, fue director de la revista literaria Katreda y se desempeñó como periodista en el diario Večer de la ciudad de Maribor. A pesar de haber nacido en la posguerra, las consecuencias políticas desencadenadas por el conflicto bélico afectaron su vida.

En el año 1974, cuando Eslovenia aún pertenecía a Yugoslavia, el gobierno lo condenó a un año de prisión por realizar propaganda anticomunista. Según el libro The land between. A history of Slovenia (Luthar, Oto y otros: 2008), en ese momento Yugoslavia estaba inmersa en crecientes tensiones entre las naciones que la conformaban. Este escenario propició que las figuras políticas nacionalistas eslovenas, que a menudo ocupaban altos cargos en instituciones como organizaciones sociales o consejos editoriales, vieran una oportunidad para comenzar un nuevo camino hacia una expansión del entorno sociopolítico.

En este sentido, el consejo editorial de la revista eslovena Nova revija concluyó oportunamente que había llegado el momento de iniciar un debate abierto sobre la democratización y la autonomía. A principios de 1987 publicó un número donde se incluían las contribuciones al llamado Programa Nacional Esloveno, conformado por artículos de diferentes intelectuales donde discutían las demandas para lograr la condición de Estado soberano y, de esta manera, introducir una nueva legislación que privaría a la Liga de Comunistas del control de la nación eslovena. Entre los intelectuales que formaron parte de la publicación de ese número de Nova revija se encontraba Drago Jančar.

Su experiencia con el gobierno comunista no solamente impactó en su vida personal sino también en su escritura. En una entrevista concedida en el año 2019 al diario argentino Página/12 él habla justamente del peso de las repercusiones de la Historia en los individuos:  

En Eslovenia o en cualquier otro lugar de Europa, un hombre que en el siglo XX llegó a los 80 años, aunque haya vivido en algún pueblo lejano sin moverse de su lugar, vivió en cinco países diferentes. Vio cómo llegaban a su aldea personas en diferentes uniformes, policías, militares, recaudadores. Y la Historia entró en su vida. Lo más terrible que entró en su vida fue por supuesto la guerra.  La Primera Guerra fue de algún modo lejana para la gente, los frentes de batalla estaban lejos. Pero la Segunda Guerra entró en cada pueblo, en cada asentamiento, en cada familia. Y muchas personas que no estuvieron relacionadas con ningún ejército o que no combatían por uno u otro ideal, se encontraron de igual manera en el torbellino bélico. Por eso con frecuencia en mi literatura el individuo se halla en el medio de la vorágine de la Historia. (Osojnik: 2019. “La literatura no puede ser agua, tiene que ser un vino fuerte”. Página/12, párr. 6). 

La cercanía y la turbulencia de la Segunda Guerra Mundial afectaron la vida de los sujetos aún cuando no pertenecieran a ningún bando. En ese afán por contar los destinos de las personas comunes, este escritor se detuvo en un relato en particular y lo utilizó como fuente de inspiración:

En la novela Aquella noche la vi me motivó una historia muy concreta. En un artículo sobre un castillo en territorio alpino esloveno leí sobre lo que ocurrió en los últimos capítulos de la guerra. Los acontecimientos eran tan trágicos que me subyugaron de tal manera que no podía dormir. Ahí me di cuenta de que iba a escribir esta novela. En el centro de esta historia había una mujer que vivió en ese castillo, que era libre y quería vivir a su manera, pero en medio de la guerra no era posible llevar una vida de una manera independiente… (Osojnik: 2019. “La literatura no puede ser agua, tiene que ser un vino fuerte”. Página/12, párr. 8). 

El artículo[5] al que hace alusión el autor como fuente de inspiración para crear su ficción, cuenta la historia del matrimonio de Rado y Ksenija Hribar, propietarios del castillo Strmol en Eslovenia, quienes en el año 1944 fueron secuestrados y asesinados por partisanos.

Aquella noche la vi tiene cinco narradores, que cuentan en primera persona sus recuerdos sobre las experiencias vividas junto a Veronika. Ella es una aristócrata desaparecida durante la guerra, a la que le gustaba llamar la atención a través de su excéntrico comportamiento e indomable carácter. De esta manera, las diferentes perspectivas de los narradores no cuentan una experiencia única de los hechos sino que son visiones distintas, que reconstruyen lo que pudo haber sucedido con esa mujer. Estos recuerdos salen a la luz a través de variaciones temporales, que retroceden la narración hasta el momento en que ellos tuvieron contacto con el personaje desaparecido.  

El primer narrador es Stevan Radovanović, comandante del escuadrón de caballería de la primera brigada del ejército de rey de Yugoslavia. Su narración se ubica en el año 1945, cuando se encuentra detenido en un campo de prisioneros, junto con otros oficiales. Allí tiene una visión de Veronika, a quien no ve hace siete años. Así inicia la novela: “Anoche la vi como si estuviera viva […] Yo podía traer a mi memoria su imagen en todo momento…” (Jančar: 2019, p. 7). A partir de esta evocación comienza a narrar su historia. 

La conoce en el año 1937 cuando lo trasladan junto a su escuadrón de caballería de Nič a Ljubljana. Allí lo designan como su instructor de equitación y comienzan un vínculo amoroso. Luego lo envían a Vranje, sur de Serbia. Ella decide acompañarlo y así abandona a su marido, Leo Zarnik. Sin embargo, su relación no prospera. En 1938 lo trasladan a Maribor y Veronika regresa con su esposo. Ese mismo año tuvieron un último contacto, a través de una carta.      

Stevan es un personaje melancólico, porque la guerra destruyó todo aquello en lo que creía:

Pero yo miro mi cara en el espejo y sé que no hay nada más, ni Veronika ni rey ni Yugoslavia; el mundo se ha hecho añicos como este espejo roto desde el que me miran fragmentos de mi cara sin afeitar (Jančar: 2019, p. 9).

La guerra lo separó de su amada y luego prisionero, junto con sus compañeros, también pierde su patria. Por esta razón dice que pertenece a: “Un ejército vencido. Un ejército quebrado. Un ejército sin país” (Jančar: 2019, p.25). A través de sus recuerdos no se revelan más datos sobre lo que pudo haber sucedido luego de la separación, pero sí se comprende la pérdida material y simbólica que representó la guerra para el comandante de un ejército que no tiene un objetivo para defender. 

La segunda narradora es la madre de Veronika. Ella desconoce qué le sucedió a su hija, no sabe dónde está y las personas que se encuentran a su alrededor le mienten para no preocuparla. Sin embargo, sospecha que algo extraño ha sucedido. Luego de la desaparición, debe mudarse a las afueras de Ljubljana, porque el nuevo gobierno le expropia la casa. A partir de allí comienza a recordar la noche en la que su hija desapareció:   

Se fueron de noche y en medio del invierno más crudo, había un grueso manto de nieve en los alrededores. Recién a la mañana siguiente de ese día de principios de enero del 44 me dijeron que se habían ido con las visitas (Jančar: 2019, p. 73).

Desde la ventana de su departamento, repasa los acontecimientos sucedidos la noche en la que vio a su hija por última vez, y estos se mezclan con las imágenes del presente, donde se visualiza en las calles un desfile. En un momento, su mirada se detiene en un hombre que la observa, pero rápidamente la evita. La madre reconoce que era Jeranek, un muchacho partisano que trabajaba en la casa de su hija. En ese cruce de miradas, se instala en ella la duda sobre los movimientos extraños que sucedían en la mansión. Sin embargo, ante la poca información que tiene por el ocultamiento de los que están a su alrededor, no puede reconstruir el destino de su hija. 

El tercer narrador es un oficial médico alemán, que durante la guerra trabajaba en el hospital de Kranj. A través de sus recuerdos se dan a conocer más detalles de la vida de Veronika. La conoce por medio de Leo Zarnik, quien tenía relaciones con los alemanes que ocupaban el territorio y de los cuales obtenía favores para sus negocios. En 1944, cuando este narrador está en Italia, se entera por medio de una carta que el matrimonio ha desaparecido. A partir de su lectura comienza a relatar sus recuerdos sobre aquella mujer y, a su vez, a revivir los hechos sucedidos en la guerra:    

…quienes hemos vivido las cosas que hemos vivido durante la guerra nos cuidamos; nos cuidamos de los recuerdos. Cada episodio bello de aquellos tiempos trae consigo algo malo; es mejor que no haya nada, ni bueno ni malo […] Los edificios crecen desde las ruinas, la vida se pone de pie y sigue su curso, lo que las bombas y los disparos enterraron, está enterrado. Aunque hasta hace algunos meses aún caían bombas en la ciudad, eso ya es pasado, y todos los que participamos de esta guerra desgraciada mañana mismo seremos el pasado. Yo lo soy ahora, porque no quiero acordarme. Sobre el pasado y mis recuerdos se va posando, lentamente un manto de olvido (Jančar: 2019, p.98).

En su narración existe una resistencia a recordar, como si fuera la forma que él encontró para protegerse y sobrevivir a los dolorosos momentos causados por la guerra. Sin embargo, los recuerdos emergen de su memoria cuando en febrero de 1944 se entera que Veronika y Leo habían desaparecido. No tiene más datos sobre ellos, pero intuye que los asesinaron.   

La cuarta narradora es Joži, una empleada de la mansión, que recuerda muchos años después lo sucedido: “Evitábamos hablar de Veronika y Leo; no hay que mirar mucho hacia el pasado, la vida siguió su curso” (Jančar: 2019, p. 157). En el presente de su narración, ella es una anciana que visita la casa del matrimonio Zarnik, ahora convertida en un museo. A partir de esto, comienza a recordar y a revelar más detalles de aquel momento, cuando el matrimonio es secuestrado por un grupo de partisanos. Entre ellos, Joži reconoce a Ivan Jeranek, el último narrador de la novela.

Él era el jardinero de la casa de Veronika, quien lo ayudó a escapar de los alemanes. Finalmente Ivan, ya anciano, cuenta la verdad de lo sucedido luego de muchos años. Luego del funeral de Janko Kralj, jefe de la compañía de partisanos de la que formaba parte, se reúne con uno de sus antiguos compañeros, Bogdan y comienza a recordar lo que hicieron en la mansión: 

Los jóvenes ya no saben nada sobre nuestra lucha […] a mí me parecía que ahora tendríamos que recordar lo que pasamos juntos […] Antes hablábamos de los recuerdos, ahora sólo de política, y quién, pregunté en voz alta, quién se va a acordar de algo si no nosotros (Jančar: 2019, p. 165). 

A diferencia de Bogdan, quien se resiste a recordar y contar los sucesos de la guerra, Jeranek tiene una necesidad de hacerlo para evitar el olvido. Por esta razón, al ver que su compañero se encuentra incómodo y poco receptivo a la comunicación, decide irse. Ávido por recordar, llega a su casa y comienza a narrar lo que vivió durante la guerra:

…con el tiempo todo se mezcló en una red que no tiene fechas ni nombres de montañas y pueblos; he olvidado muchas cosas. Además, todo está escrito en la hilera de libros que tengo en el estante de la sala de estar. No todo es exacto y no están escritas todas y cada una de las cosas; no está aquella mujer sobre quien disparamos pensando que era una soplona… (Jančar: 2019, p.183). 

Entre los acontecimientos que no figuran en los libros y que forman parte de los recuerdos del narrador, se encuentra la historia de lo acontecido a Veronika y su marido. Con este último testimonio se termina de comprender lo que verdaderamente sucedió: los partisanos le ordenaron a Jeranek que vigilara a los miembros de la familia Zarnik, porque se sospechaba que colaboraban con las fuerzas de ocupación. Luego del espionaje, en una noche de invierno de 1944, fueron a interrogar al matrimonio a la mansión, revisaron todo y, finalmente, se los llevaron por considerarlos traidores del pueblo esloveno. 

Tanko (2015) en “Literature as a Medium of Cultural Memory in Novel by Drago Jančar That Night I Saw Her” analiza el papel de la memoria en esta novela y se pregunta qué recuerdos se transmiten con el relato. Él propone que Jančar tiene como finalidad la producción de una identidad colectiva, formada por la sumatoria de recuerdos de distintos individuos, pero agrupados por un denominador común: en todos se puede observar el peso de la guerra sobre sus destinos, sus sentimientos y sus intenciones de sobrevivir. También menciona temas que aparecen en la novela que muestran las consecuencias de la guerra, tales como el miedo, la pérdida de familiares, el silencio y el remordimiento ante los horrores cometidos.

De esta manera, las variaciones temporales de los relatos de los personajes producen un quiebre en la linealidad del texto y refiguran el pasado por medio de la irrupción de los recuerdos. Sin embargo, la experiencia de ficción se completa en la lectura de las diferentes narraciones, pues es allí donde se produce la intersección de los cinco relatos. A partir de esto, el lector no solamente puede reconstruir completamente los hechos sucedidos, sino también reflexionar sobre el contexto histórico de ese territorio. Veronika es una mujer en busca de su libertad, es hija, esposa, amante, aristócrata, pero también simboliza aquello que desapareció con la guerra: los vínculos, las posesiones materiales y las creencias.

Conclusión

El objetivo del presente trabajo fue analizar el vínculo entre la memoria y la literatura, a partir de la narrativa eslovena y en relación a los acontecimientos producidos durante la Segunda Guerra Mundial. Se focalizó en la dimensión temporal de la representación ficcional, a través de las variaciones imaginativas. Este concepto permitió que se visualizaran las alteraciones temporales de la trama y de la memoria. A partir de la narración de los recuerdos se planteó una manera diferente de refigurar los hechos, sin estar supeditados a la linealidad del tiempo cronológico. Además, emergieron las historias de otras voces: la de los habitantes de un pueblo olvidado, la de los individuos que inútilmente trataban de vivir alejados del conflicto o la de los soldados solitarios que luchaban en las colinas por la libertad de su territorio. En resumen, la de los personajes comunes, cuyos destinos fueron atravesados por el torbellino de los acontecimientos y olvidados por la historia.        

Se profundizó la dimensión temporal en relación al contexto de escritura, con el fin de destacar la particularidad de haber sido escritas muchos años después de la finalización del conflicto, en momentos históricos diferentes, donde el escenario político había cambiado radicalmente. Así se observó una intención por recuperar simbólicamente lo ocurrido y reflexionar sobre la construcción de la identidad narrativa del pueblo esloveno.

Durante la Segunda Guerra Mundial los eslovenos sufrieron un conflicto interno a causa de una guerra civil que los dividió como pueblo. Este enfrentamiento involucró por un lado, al Ejército de Liberación Nacional y por otro lado, a la Guardia Nacional Eslovena, compuesta por eslovenos católicos anticomunistas que apoyaban la invasión. Al finalizar la guerra, estos últimos decidieron retirarse. Algunos consiguieron emigrar como refugiados políticos, pero otros fueron repatriados y ejecutados por los partisanos, quienes asumieron el poder en 1945 y conformaron la República Socialista de Yugoslavia. Por lo tanto, la selección de rasgos heroicos e ideales para contar lo sucedido sobre lo guerra sirvieron en ese momento a intereses políticos e ideológicos de una clase dirigente que debía mantener una unidad territorial.

Ahora bien, el distanciamiento existente entre la finalización del conflicto bélico y el contexto de producción y publicación de las novelas permite aportar una mirada crítica y no épica de lo sucedido. Esto demuestra que la identidad está compuesta por un sistema de valores que se van modificando con el paso del tiempo. En este sentido, por medio del procedimiento narrativo temporal se puede observar una identidad dividida en los personajes, dado que sus deseos personales se vieron afectados por la violencia producida durante y después de la guerra.   

En  Minué para guitarra (en veinticinco disparos) Jakob, un esloveno partisano, y Bitter, ex soldado alemán, son arquetipos de este enfrentamiento y su posterior encuentro simboliza la unión de esas dos facciones divididas, a través del cual se replantean el sentido de sus participaciones individuales y la indiferencia de los que tenían el poder. Además, esta es una novela donde se puede observar el rol provocador y de denuncia que puede tener la literatura, ya que fue escrita por un ex partisano cuando los comunistas todavía gobernaban el territorio. 

Aquella noche la vi muestra el fatal destino de Veronika y su marido, quienes mantenían contacto con ambos bandos, intentando estar al margen del conflicto y continuar con sus intereses de manera habitual. Sin embargo, la vida de todos los individuos se vio inmersa en ese torbellino de violencia y sus identidades se dividieron entre lo que deseaban ser y lo que podían concretar dado el contexto bélico.  A su vez, se evidencia la fragmentación en la sociedad producto de la continuidad de la violencia generada por el poder a través del miedo y el ocultamiento.   

En El Billar en el Hotel Dobray se expone por primera vez en una novela eslovena cómo la guerra y específicamente el Holocausto modificaron la identidad de los habitantes judíos de la ciudad de Murska Sobota. A través de la figura de Franz, un judío que sobrevive a un campo de concentración, se pone de manifiesto la pérdida de los rasgos que configuran a un individuo: su familia, sus posesiones materiales y su propio nombre, destacando la división entre lo que el personaje solía ser y lo que es.   

Finalmente, la mirada hacia el pasado de las tres novelas forma parte de un proceso cultural de reflexión sobre la identidad de un pueblo, que debe mostrar las luces y sombras de un sistema de valores creados en un momento de su historia. Se revela entonces la necesidad de profundizar en la memoria colectiva de los hechos, con la intención de formar una conciencia sobre el papel de los eslovenos durante la guerra, pero también para advertir sobre el peligro de la continuidad de la violencia en el poder.  

Bibliografía

Fuentes

Jančar, Drago (2019). Aquella noche la vi. Buenos Aires: Bärenhaus.

Šarotar, Dušan (2019). El billar en el hotel Dobray. Villa María: Eduvim.

Zupan, Vitomil (2018). Minué para guitarra (en veinticinco disparos). Barcelona: Sajalín editores.

Bibliografía teórico crítica

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Notas

[1] Ricoeur, Paul (2008). Tiempo y narración II. Configuración del tiempo en el relato de ficción. México: Siglo XXI editores,  p. 611. 

[2] Sarachu (2017) en su Tesis de doctorado: “Interpretación de la historia de la poesía Eslovena a la luz de los procesos políticos, Sociales y culturales que incidieron en la Constitución de Eslovenia como estado Nacional independiente” explica esta denominación a propósito del poema “Riva degli schiavoni” de Alojz Gradnik: ““Degli schiavoni” es el nombre de una calle en Venecia, nombre de desprecio con el que los venecianos se referían a los eslovenos y los eslavos del sur en general como esclavos” (p. 353). 

[3] Según Stern Dieter y Voss Christian (Eds.) (2006) en Marginal Linguistic Identities: Studies in Slavic Contact and Borderland Varieties esta frase se refiere a la “Vindišarska teorija” o también llamada “Windischen theorie” (Windische era el nombre tradicional alemán para denominar a los eslavos de la región de Carintia). Esta propone que el idioma de los eslovenos de Carintia era bastante diferente del estándar y, por lo tanto, se diferenciaban étnicamente de los eslovenos de Eslovenia (Carniola). De esta manera, se identificaban más con los alemanes que con los eslavos. Es una teoría que promovió la germanización de la región de Carintia y durante la Segunda Guerra Mundial se utilizó como una oportunidad para declarar la lealtad a la nación alemana, apelando a esta supuesta herencia.

[4] Según Jakop (2008) en The Dual in Slovene Dialects, en la región de Prekmurje, en lugar de la palabra eslovena “mesto” se utiliza la palabra “varaš” para designar a la ciudad. Término proveniente del húngaro “város”. 

[5] Tanko (2015) aclara que esta historia fue publicada en: “… the Kronika, the magazine for Slovenian local history. This was an article by Angelika Hribar, Lord of Strmol Rado Hribar and his family, and by Marija Cvetek, Memories on Strmol. Vilma Mlakar, b. Urh- former maid of Strmol” (p. 47).  

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