El problema del héroe y la posición del autor en la novela «Un héroe de nuestro tiempo»

V. I. Levin

Selección y traducción: Alejandro Ariel González[i]

Diferencias entre Oneguin y Pechorin: Oneguin no presenta al comienzo ningún rasgo heroico, cosa que disgustó a los decabristas románticos, que esperaban de toda obra literaria la presentación de una personalidad combativa o, al menos, de una persona que mantuviera con la sociedad una relación de antagonismo.

No sólo el nivel intelectual y la grandeza de la personalidad, sino sobre todo la ausencia de heroísmo en el carácter separa a Oneguin de Pechorin.

Diferencias entre Béltov (de ¿Quién es el culpable?, de Herzen, 1841-1846) y Pechorin: al primero le falta la voluntad del segundo.

También hay gran diferencia con Rudin: la superficialidad de éste, su desconocimiento de Rusia, su incapacidad para llevar adelante sus fantasías, su propio carácter soñador, su candidez, lo alejan radicalmente de Pechorin y lo acercan a Oneguin y a Béltov. La gran diferencia entre Rudin y Pechorin es la debilidad de carácter del primero. Sin embargo, estos rasgos característicos de Pechorin no impiden colocarlo entre los “hombres superfluos”. De hecho, todo su heroísmo encuentra manifestación en todo tipo de actividad menos en el de la esfera social.

Oneguin, Béltov, Rudin, Tentetkov, Oblómov no son aptos para la acción social, a pesar de que para sus creadores tal acción reformadora no sólo era posible, sino también necesaria, por eso la inutilidad social de los “hombres superfluos” provocaba la reprobación de Pushkin, Herzen, Turguéniev, Gógol y Goncharóv.

La expresión de Pechorin: “las circunstancias me han hecho ambicioso”, merece ser analizada. No se trata de las circunstancias que llevaron a que Pechorin haya sido trasladado al Cáucaso. En un principio, tales circunstancias iban a ser un duelo, según se constata en los borradores de Lérmontov. Sin embargo, Lérmontov desechó esta idea, lo que le permite a Eichenbaum ver en este cambio una alusión al carácter político de la historia. Esto es así porque no hay ninguna indicación de que la carrera de Pechorin estuviera ya definitivamente acabada. Por ende, no es a lo que le ha ocurrido a lo que se refiere Pechorin cuando habla de “circunstancias”. Pechorin expresa, y tiene clara conciencia de, lo que significa hacer carrera bajo un régimen totalitario: ser astuto y servil. Pechorin rechaza ese camino, el único para alcanzar cierta gloria en tales condiciones. Como dice Herzen: “no solicitar nada, conservar la propia independencia, no buscar un lugar, significa, en un régimen despótico, estar en oposición, oponerse”.

Pechorin ve que para él la única línea de conducta es la absoluta falta de compromiso respecto a la sociedad y a su propia conciencia. Para esta falta de compromiso sólo eran capaces las naturalezas más fuertes y más honradas. Porque nadie le lanzaría reproches a Pechorin si éste intentara procurarse una posición alta y ventajosa. Sólo la voz de la conciencia podría erigirse en su juez, sólo ella le recordaría los principios superiores. Y la mayoría de la gente quería en esa época sofocar esta voz mucho más que su ambición personal. Esto es lo que también sostiene Bielinski cuando dice que Pechorin no tomaría en vano la felicidad que envidia en los otros.

Así, la protesta de Pechorin se manifiesta en la falta de compromiso, lo cual, lamentablemente, no apreciaron suficientemente Chernishevski y Dobroliúbov. La indiferencia del héroe de Lérmontov con respecto a cualquier actividad social útil, cosa que le reprochaban ambos pensadores, es una indiferencia meramente externa. Pechorin no es Rudin, como para lamentarse a cada paso del oprobio de la pusilanimidad y la pereza, de la necesidad de actuar, etc. Pechorin es ante todo un hombre de acción. Para él la idea debe tener una realización práctica, y el problema de la posibilidad de la actividad social él la resuelve no como Rudin, para el cual la palabra está separada de la acción, sino de un modo puramente práctico.

Si intentáramos imaginar qué esfera de actividad socialmente útil resultaría posible para Pechorin, constataríamos que, por su naturaleza fuerte y resuelta, no podrían ser los trabajos agronómicos en su finca del campo o la enseñanza de la literatura en el liceo; para su temperamento maximalista sólo sería posible una lucha resuelta y sin cuartel, como, quizás, la que quince años antes de él protagonizaron los decabristas. Pero el tiempo de los decabristas ya había pasado, y en las condiciones de la reacción del período de Nicolás I, Pechorin estaba privado de la fe y de la posibilidad de la lucha, de la fe en la victoria que guiaba a los decabristas.

“Ya no somos más capaces para grandes sacrificios, ni para el bien de la humanidad ni incluso para nuestra propia felicidad, porque conocemos la imposibilidad de esto”, reflexiona Pechorin.

En efecto, si Pechorin estuviera convencido de que el sacrificio podía tener algún fruto, no dudamos de que él llegaría incluso a dar su vida. Cualquier otra actividad no podría interesar a Pechorin: una vez que ésta no podría modificar radicalmente las estructuras sociales, se ve privada para él de todo sentido, convirtiéndose nada más en una imitación de la actividad, en un autoengaño.

Llegados a este punto es importante plantearse la siguiente pregunta: ¿coincide la posición del autor con la del héroe?

A diferencia de Pushkin, Gógol, Herzen, Turguéniev y Goncharóv, Lérmontov no veía en la Rusia de su tiempo la posibilidad de una actividad social fructífera. La causa de esta “particularidad” de Lérmontov reside en la profunda crisis espiritual que embargó a la intelligentsia rusa luego de la derrota del levantamiento decabrista y en que en la segunda mitad de los años ’30, cuando Lérmontov trabajaba en su novela, aún no había terminado. Mientras muchos miraban el futuro con optimismo, Lérmontov se mantenía escéptico.

Por el contrario, Pushkin concibió el Oneguin en los años en que los sectores vanguardistas de la sociedad estaban llenos de las esperanzas que animaban a los decabristas. Gógol, cuando trabajaba en las “Almas muertas” –más o menos al mismo tiempo que Lérmontov- albergaba determinados ideales utópicos (aunque no se reflejaran en los caracteres de sus héroes); también Herzen, Turguéniev y Goncharóv crearon a sus héroes ya entre los años ’40 y ’50, cuando en Rusia había comenzado un nuevo levantamiento social.

Y si todos estos escritores no dudaban de la posibilidad de la acción social, y sólo revelaban la ineptitud de sus héroes para ella, separándose de la posición de éstos, en la novela de Lérmontov no encontramos nada parecido. La novela es una apología, una justificación de Pechorin. A Lérmontov lo guiaba el intento no de censurar a su héroe, sino de justificarlo. Con este objetivo le otorgó a Pechorin no sólo una serie de talentos y lo caracterizó como una persona voluntariosa, sino que lo dotó de un rasgo que debía justificar definitivamente a Pechorin a los ojos del lector: mostró su energía, su disposición a la acción. Con esto, enfatizó la falta de compromiso de Pechorin como la única decisión posible en las condiciones de Rusia de su época. Sin embargo, la novela no es un llamado a la resignación. Lo sería si Pechorin se hubiera casado con Mary, olvidándose de sus arrebatos de orgullo, y si hubiera encontrado la felicidad y el placer en el matrimonio. Al mostrar el absurdo fracaso de un hombre nacido para las hazañas, Lérmontov provocaba con su novela el odio de los lectores a las causas del fracaso de su héroe, incitándolas a tomar la misma actitud, la falta de compromiso, pagándole a Nicolás I con un manifiesto desprecio por su arbitrariedad. Esta es la razón por la que Pechorin ejerció gran influencia en generaciones enteras de la intelligentsia rusa; por eso fue el modelo de héroe para el sesentista Dobroliúbov.

En esto último radica su parecido meramente formal con los otros “hombres superfluos”. Pasó toda su vida sin realizar absolutamente nada. Pero este parecido es limitado. Sólo tiene en cuenta los resultados de su acción, y no las posibilidades y los constreñimientos de las circunstancias con las que se choca.

Pero, ¿acaso la vida de Pechorin no tuvo resultados? ¿Acaso no hay que tener en cuenta que su falta de compromiso, su oposición a la sociedad de Nicolás I, ejerció enorme influencia en las generaciones de los años ’40 y ’50?

Por eso, son completamente acertadas las palabras de Herzen: “Los hombres superfluos eran entonces [en los tiempos de Nicolás I] tan imprescindibles, como imprescindible es ahora [en los años ‘60] que no existan”.

Notas

[i] Fuente original: Левин В., Проблема героя и позиция автора в романе «Герой нашего времени», в кн.: Лермонтов и литература народов Советского Союза, Ер., 1974, с. 104—26.

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