Taisiya Paniótova[1]
Hoy, cuando Rusia se convierte una vez más en un “Imperio del mal” y la rusofobia es un arma de propaganda, tiene sentido recordar a España, que experimentó una actitud similar en su momento y logró preservar la dignidad nacional.
La hispanofobia se intensificó en Europa paralelamente al ascenso de España y a su transformación en “un Imperio en el que nunca se ponía el sol”. Algunos países estaban preocupados por la unificación de vastos territorios bajo el dominio de los monarcas españoles y por el flujo de oro del Nuevo Mundo; otros, por la lucha contra la Reforma, y, por último, por la expansión en los territorios mediterráneos. En la demonización de España y la construcción de la “leyenda negra”, los anglosajones, los holandeses y los italianos tuvieron éxito.
En cuanto al concepto de “leyenda negra”, este apareció mucho más tarde. Su autor es Julián Juderías (1877-1918), quien en 1914 publicó el libro Leyenda Negra. Estudio de la imagen de España en la percepción de los extranjeros. Juderías explicó:
En una palabra, entendemos por leyenda negra, la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional. (Juderías, 1997, 24)
El artículo tratará sobre los orígenes de la “leyenda negra” española, cuando en medio de la Conquista comienza a formarse tanto el discurso colonial como el anticolonial. Paradójicamente, tanto uno como el otro han contribuido en mayor o menor medida a la demonización de España. Nos centramos en las opiniones de los humanistas ingleses y españoles, representantes del Renacimiento tardío. Estos son Tomás Moro, William Shakespeare, Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas.
Hoy en día, casi nadie duda de que la aparición de la Utopía (1516) de T. Moro estaba directamente relacionada con el descubrimiento de América. Las cartas de Colón, en las que compartía sus impresiones sobre las tierras descubiertas y sus habitantes, así como varios diarios de viajes, etc., se difundieron rápidamente gracias a la invención de la imprenta. Entre otros, cabe mencionar los escritos del primer historiógrafo de América, el obispo de Michoacán, Bartolomé de las Casas, también a Gonzalo Fernández de Oviedo, Pedro Mártir de Anglería, etc. El hecho más importante fue la publicación en París en 1503 de El Nuevo Mundo de Amerigo Vespucci, donde se demostró que las tierras descubiertas por Colón no eran islas, sino un nuevo continente desconocido hasta entonces por los europeos, que irónicamente recibió el nombre del autor del libro. A este libro se refería T. Moro en su Utopía, informando, para mayor certeza, que el narrador Hitlodeo era un compañero de Amerigo Vespucci en sus viajes: “Luego se unió a Américo Vespucio, pues tenía el deseo de ver y conocer los países remotos del mundo. Acompañó a éste en los tres últimos viajes de los cuatro que hizo, cuya relación se lee ya por todas partes” (Moro, 2017, 9).
En el mismo texto de la Utopía, encontraremos pocas declaraciones que puedan interpretarse en el aspecto del discurso (anti)colonial. Dice Hitlodeo, caracterizando la isla felíz: «El Rey Utopo, que la conquistó, le dio su nombre —pues antes era llamada Abraxa.— Fue este Rey el que hizo de este pueblo rudo e ignorante un pueblo de buenas costumbres, humanitario y noble, que hoy aventaja en esas virtudes a todas las naciones del mundo.» (Moro, 2017, 34) [Cursiva mía]
Por lo tanto, indirectamente, estas palabras pueden interpretarse como un golpe desde el punto de vista colonial: una población autóctona es incapaz de elevarse al nivel más alto de la cultura y educación sin ayuda de los extraños (romanos, egipcios, etc.). La gente que vino a la isla desde afuera cumplía una misión civilizadora. Pero en esta obra no encontraremos ninguna referencia directa a España.
La última obra de Shakespeare, La tempestad, es otra cosa. A nuestro juicio, con razón, algunos autores ven en ella un discurso colonial. Por ejemplo I. I. Ivanov escribió que el dramaturgo
(…) no se mantuvo ajeno al movimiento colonizador, extremadamente fuerte en su tiempo, siguió los acontecimientos, estudió la literatura. Esta conclusión es muy importante no sólo para determinar el momento en que se escribió La tempestad, sino también para aclarar los objetivos que guiaron al poeta. (Иванов, s.f.)
Para apoyar esta idea volvamos a los hechos. En la primera década del siglo XVII se inició la colonización inglesa de América del Norte. Estados europeos e Inglaterra, entre otros, expresaron su disgusto por el “cabildear” de la Santa Sede de la política colonial ibérica. Estos comienzan a desaviar los derechos de monopolio de España sobre las posesiones en el extranjero y participan directa o indirectamente en la formación de la “leyenda negra” española. La colonización directa del continente por los británicos comenzó con la llegada del Mayflower (1620). Shakespeare sabía de la expedición anterior de J. Sommers (1609). Se publicaron informes y libros sobre este viaje. También se afirma que el dramaturgo conoció personalmente al capitán de navío John Smith, escuchando sus historias sobre los primeros años de vida de los colonos ingleses en América del Norte y las vicisitudes de sus relaciones con la población indígena (Vior, 2000).
En La tempestad, este tema se revela a través de la relación de los actores cuyos nombres hablan por sí mismos: “Próspero” significa “feliz”, “afortunado”, “exitoso”; Miranda, “digna de sorpresa”; “Ariel” es una palabra derivada de la palabra inglesa air, o “aire” en español. “Calibán” es un anagrama derivado de “caníbal”, que en el sentido de “antropófago” ya había sido utilizada por Shakespeare en Otelo y en la tercera parte del Rey Enrique VI. R. F. Retamar demuestra que históricamente “caníbal” es una palabra distorsionada de “caribe”, que es el nombre propio de una de las tribus de las Antillas asociadas con el Caribe (Retamar, 1997, 9-10). Este pueblo se distinguía de otras tribus autóctonas no solo por su valor y valentía, sino también por sus rituales relacionados con la antropofagia, es decir, los caribes eran caníbales. En este sentido negativo, afirma Retamar, el término fue tomado por los europeos y convertido por Shakespeare en un símbolo complejo.
En la obra de Shakespeare, el indígena Calibán/caníbal es un esclavo salvaje y feo “¡Esclavo aborrecido, que nunca abrigarás un buen sentimiento, siendo inclinado a todo mal!” (Shakespeare, 2003, 14), al que se puede ofender y humillar como quieras “¡Oh, esclavo impostor, a quien pueden conmover los latigazos, no la bondad!” (Shakespeare, 2003, 14). Por lo tanto, se reconoce esencialmente el derecho del colonizador de equiparar al hombre con el animal “Voy a morir de risa con este monstruo de cara de perro! ¡Vilísimo monstruo! Me dan ganas de pegarle” (Shakespeare, 2003, 34), esclavizarlo, quitarle la tierra, el derecho de vivir de su trabajo y, si es necesario, destruirlo. Solo una cosa puede servir como señal para detenerse: alguien tiene que hacer trabajos pesados. Se lo dice Próspero a Miranda:
PRÓSPERO. – Disípala. Ven conmigo, visitaremos a Calibán, mi esclavo, que nunca nos da una contestación amable.
MIRANDA. – Es un villano, señor, que no me agrada verle.
PRÓSPERO. – Pero, como quiera que sea, no podemos pasarnos sin él. Enciende nuestro fuego, sale a buscarnos la leña y nos presta servicios útiles. ¡Hola! ¡Esclavo! ¡Calibán! ¡Terrón de barro! ¡Habla! (Shakespeare, 2003, 13)
¿Coincide o no esta actitud con el punto de vista del propio dramaturgo? A. Smirnov, en su referencia histórica y literaria a La tempestad, se muestra perplejo ante la posición de Shakespeare: “Parece justificar, incluso fundamentar los métodos de la política colonial con la esclavización de los nativos… ¡Qué poco esta “solución del problema de raza” se asemeja al que Shakespeare planeó antes en El mercader de Venecia y en Otelo! (Смирнов, 1960, 548- 549). La controversia entre Próspero y Calibán sobre el lenguaje juega un papel primordial.
PRÓSPERO. – …Me tomé la molestia de que supieses hablar. A cada instante te he enseñado una cosa u otra. Cuanto tú, hecho un salvaje, ignorando tu propia significación, balbucías como un bruto, doté tu pensamiento de palabras que lo dieran a conocer. Pero, aunque aprendieses, la bajeza de tu origen te impediría tratarte con las naturalezas puras. ¡Por eso has sido justamente confinado en esta roca, aun mereciendo más que una prisión!
CALIBÁN. – ¡Me habéis enseñado a hablar, y el provecho que me ha reportado es saber cómo maldecir! ¡Que caiga sobre vos la roja peste, por haberme inculcado vuestro lenguaje!(Shakespeare, 2003, 14)
R. F. Retamar estaba convencido de que el prototipo de Calibán de Shakespeare era el indio americano, a quien se le atribuían todos los rasgos negativos posibles. Resulta que las características negativas con las que Colón se refiere a algunas tribus americanas en la obra de Shakespeare se convierten en los rasgos típicos del indio. Еsta es una visión claramente eurocéntrica sobre la población autóctona de América. Supongamos que es aceptable interpretar el contenido de La tempestad como la percepción artística de la política colonial española desde el punto de vista de un representante de una potencia colonial rival, a saber, Inglaterra. La tempestad es una especie de “contribución literaria” de Shakespeare a la “leyenda negra” sobre la política colonial española, y de forma oculta, en defensa de los reclamos de la corona inglesa sobre las posesiones americanas de España. Prueban el hecho de que la obra hace referencia específicamente a la colonización española y no a la inglesa, tanto los nombres castellanizados de los personajes principales (Gonzalo, Miranda), como el estatus del Duque de Milán de Próspero (el Ducado de Milán en 1556-1714 formaba parte del Imperio español), la ridiculización de los “métodos” de colonización y algunos otros detalles. Coincidimos con aquellos autores que creen que la comedia debe ser entendida no como una descripción y “reflejo” artístico de hechos históricos, relaciones en las colonias, sino como un programa encaminado a exaltar a la corona inglesa, fortaleciendo su posición en el Nuevo Mundo a cuentas de España y el fortalecimiento del control sobre las posesiones de ultramar.
Pero la crítica de la conquista también procedía del interior del Imperio español. En esta situación, el 16 de abril de 1550 el rey español Carlos I (V) inició una disputa cuyo objeto era discutir la legalidad de la conquista. Una noble asamblea de teólogos, filósofos y juristas tuvo que responder a la pregunta: ¿es legal la Conquista y son justos los métodos de su conducción? En el debate, que se convirtió en uno de los hechos más curiosos de la historia de Occidente, “cruzaron espadas” dos célebres humanistas españoles, Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda. Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573) fue uno de los humanistas más educados y destacados de su época, filósofo con formacion académica clásica, mejor conocedor y traductor de la obra de Aristóteles en España, confesor del emperador Carlos V, mentor del heredero al trono, futuro rey Felipe II e historiógrafo oficial de la Corona española. Bartolomé de Las Casas (1484-1566) fue un no menos famoso humanista español con excelente educación, monje dominico, filósofo, jurista, teólogo, cronista, primer obispo de Chiapas (México), luchador por los derechos de los indios.
Durante el debate, Las Casas, ferviente defensor de la población indígena, apelando a la imagen del “buen salvaje”, argumentó que los indios superan en muchos aspectos a los españoles en sus cualidades morales e inclinaciones creativas: son cultos, musicales, tienen códigos de leyes, instituciones morales, tienen su propia religión y sus propios dioses, y solo por eso no pueden ser considerados bárbaros. Sepúlveda, por su parte, insistió en la superioridad absoluta de los españoles sobre los indígenas, a los que consideraba bárbaros.
Compara ahora estas dotes de prudencia, ingenio, magnanimidad, templanza, humanidad y religión, con las que tienen esos hombrecillos en los qualesapenas encontrarás vestigios de humanidad; que no sólo no poseen ciencia alguna, sino que ni siquiera conocen las letras ni conservan ningún monumento de su historia sino cierta obscura y vaga reminiscencia de algunas cosas consignadas en ciertas pinturas, y tampoco tienen leyes escritas, sino instituciones y costumbres bárbaras. (Sepúlveda, 1941, 105)
Como consecuencia, según Sepúlveda, “es justo, conveniente y conforme a la ley natural que los varones inteligentes, virtuosos y humanos dominen sobre todos los que no tienen estas cualidades” (Sepúlveda, 1941, 87).
Así, tanto los discursos coloniales como los anticoloniales en el debate pueden observarse en igual medida. Paradójicamente, Las Casas, en la lucha por proteger a la población indígena, con todas sus buenas intenciones, objetivamente echó agua sobre el molino de la “leyenda negra” y Sepúlveda creó la leyenda española “rosada”.
Las historias de los debates de Valladolid se tradujeron a varios idiomas y circularon por toda Europa. Si Shakespeare conocía de ellos, no lo sabemos con certeza. Sin embargo, si recurrimos al texto de La tempestad, no será difícil notarlo: la descripción que hace Shakespeare de Calibán, el habitante indígena de la isla, se muestra en el estilo de Sepúlveda y no de Las Casas. A su vez, los utópicos sueños del buen Gonzalo sobre un estado perfecto que le gustaría establecer en estas tierras benditas y eclipsar la edad de oro con su regla están muy en el estilo de T. Moro.
Las conexiones establecidas entre La tempestad de Shakespeare y el Nuevo Mundo permiten comprender y explicar la creciente atención de los investigadores hispano-latinoamericanos hacia esta obra.
En 1898, el director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, Paul Groussac, pronunció un discurso en el que habló del “espíritu calibanés de los yanquis” que amenazaba la espiritualidad de la civilización latina. En la misma línea, el destacado poeta modernista nicaragüense Rubén Darío habló de la “agresión yanqui contra la hoy caballeresca y humillada España”.
No, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, aborrecedores de la sangre latina, son Bárbaros… El ideal de estos calibanes está circunscrito a la bolsa y a la fábrica. Comen, calculan, beben whisky y hacen millones. Enemigos de toda idealidad…. No puedo estar de parte de ellos, no puedo estar por el triunfo de Calibán». (Darío, 1993, 451)
Darío habla en defensa de España y de la civilización latina en general. Escribe:
España no es un fanático pedante curial, ni el dómine infeliz desdeñoso de la América, que no conoce. La España que defiendo se llama Cervantes, Quevedo, Góngora, Cruzián, Velázquez; se llama Cid, Loyola, Isabel; se llama Hija de Roma, Hermana de Francia, Madre de América. (op.cit., 455)
Darío expresa temor de que la “espiritualidad materialista y calibana” anglosajona se extienda por toda América Latina (op.cit. p.161).
Ya en el siglo XX, R. Fernández Retamar dio su interpretación a las imágenes de La tempestad de Shakespeare. Plantea la pregunta: “¿Existe una cultura latinoamericana?” (Fernández Retamar, 1998, 5). Y lo responde con una pregunta-exclamación: “¡¿Qué es nuestra historia, nuestra cultura, sino la historia y la cultura de Calibán?!” (Fernández Retamar, 1998, 26). Para Retamar, Calibán no es solo un héroe positivo, es un símbolo de la situación etnocultural. Usando las imágenes de La tempestad como marcadores de la identidad etnocultural hispánica, Retamar afirma:
Nuestro símbolo no es pues Ariel, como pensó Rodó, sino Calibán. Esto es algo que vemos con particular nitidez los mestizos que habitamos estas mismas islas donde vivió Caliban: Próspero invadió las islas, mató a nuestros ancestros, esclavizó a Calibán y le enseñó su idioma para entenderse con él: ¿Qué otra cosa puede hacer Calibán sino utilizar ese mismo idioma para maldecir, para desear que caiga sobre él la “roja plaga”? No conozco otra metáfora más acertada de nuestra situación cultural, de nuestra realidad”. (Retamar, 1998, 25-26)
Así, en la interpretación de Retamar, el conflicto principal (Calibán-Próspero) se convierte en un conflicto entre la metrópoli y la colonia, la civilización occidental y el mundo no occidental. Hoy, en el discurso cultural, Calibán está pasando de ser un símbolo de América Latina a ser un símbolo del “Sur”, del “tercer mundo”; se convierte en una metáfora del multiculturalismo. La imagen de Miranda como víctima del “colonialismo masculino” se encuentra a menudo en los estudios feministas. Y quizás, con el tiempo, el imaginario colectivo dé lugar a nuevas interpretaciones. Para nosotros era importante mostrar la posibilidad de interpretar las imágenes de La tempestad y algunas tramas históricas en términos de la creación de la “leyenda negra” española.
Bibliografía
Colón, C. (2015). La Carta de Cristóbal Colón anunciando el descubrimiento del Nuevo Mundo URL: http://www.ensayistas.org/antologia/XV/colon/
Darío, R. (1993). “El triunfo de Calibán”. Retratos y figuras. Caracas: Biblioteca Ayacucho. 144-149
Fernández Retamar, R. (1998). Todo Calibán. Concepción, Chile: Editorial Universidad de Concepción.
Иванов, И.И. (s.f.). Буря. // URL: http://az.lib.ru/i/iwanow_i_i/text_1904_tempest_oldorfo.shtml
Juderías, J. (1997). Leyenda Negra. Estudio de la imagen de España en la percepción de los extranjeros. Junta de la Castilla y León. Consejería de Educación y Cultura.
Moro, Tomás (2017). Utopía. Ediciones Beers&Politics. URL:https://beersandpolitics.com/wp-content/uploads/2017/11/Utop%C2%A1a.-Thomas-Moro.pdf
Sepúlveda, J.G. (1941). Tratado sobre las justas causas de la Guerra contra los indios. México: Fondo de Cultura Económica.
Shakespeare, William (2003). La tempestad. Biblioteca Virtual Universal. URL: https://biblioteca.org.ar/libros/1140605.pdf
Смирнов, А. (1960). Буря. Историко – литературная справка // Шекспир. Полню собр. соч. в 8 тт. т. 8. М., «Искусство», 1960, c. 548-549
Vior, Eduardo J. (2000). Visiones de Calibán, visiones de America. Universidad de Cuyo, Anuario de Filosofía Argentina y Americana, nº 17, págs. 89-103.
Paniótova Taisiya es Doctora en Filosofía, Profesora del Departamento de Teoría de la Cultura, Ética y Estética, Instituto de Filosofía y Ciencias Sociales y Políticas, Universidad Federal del Sur.
Notas
[1] Paniótova Taisiya es Doctora en Filosofía, Profesora del Departamento de Teoría de la Cultura, Ética y Estética, Instituto de Filosofía y Ciencias Sociales y Políticas, Universidad Federal del Sur, Rusia.