Traducción: Sonja Bakić y Guido Herzovich
A mediados de 2024, cuando se publicó en Belgrado la primera antología de cuentos de jóvenes escritoras hispanoamericanas, sus antólogos y traductores decidieron prologarla con un diálogo intenso y polémico sobre los sesgos del socialismo yugoslavo en la recepción de nuestra literatura desde el Boom y las razones de la visibilidad actual de sus escritoras. ¿Estamos ante una historia de ceguera y discriminación? ¿O ante un salto histórico de calidad? Ksenija Bilbija es profesora de literatura hispanoamericana en la Universidad de Wisconsin-Madison. Branko Anđić es escritor y traductor y vivió casi tres décadas en Buenos Aires. Esta introducción conversada a Rebeldes con causa: una selección de cuentos de las mejores escritoras hispanoamericanas del siglo XXI (Buntovnice s razlogom en serbio) elabora las sintonías y diferencias entre los antólogos y ofrece además una mirada erudita y descentrada de la literatura hispanoamericana actual.
Ksenija: Como la educación socialista me había garantizado la igualdad de género, descubrí a las escritoras bastante tarde en mi vida. Quién sabe, tal vez por eso decir en serbio que alguien es pesnikinja o spisateljica no tiene la connotación negativa del español “poetisa” en lugar de “poeta”. Estando garantizada la igualdad de género, no se me ocurrió verificar lo que me habían enseñado en la universidad: en teoría todos éramos feministas, así que no había necesidad de rascar bajo la superficie. Estudié español sin cuestionar lo que me decían en clase. La literatura hispanoamericana escrita por mujeres parecía reducirse al nombre de una monja del México colonial, una protofeminista del siglo XVII, Sor Juana Inés de la Cruz, y eso era todo… En algún momento pudo haberse mencionado a la Premio Nobel de Chile Gabriela Mistral (¡tres siglos después!), pero no que se decía que era lesbiana, ni la campaña que lideraron algunas mujeres chilenas para escribir que era lesbiana en cada billete con su imagen (el de 5000 pesos, unos 5 dólares, es decir un billete muy común…) de modo que la gente estuviera al tanto. Estudié entre 1978 y 1982, lo que significa que pudimos leer la compilación Vavilonska biblioteka: Nova hispanoamerička književnost (La biblioteca de Babel: nueva literatura hispanoamericana) que hiciste con mi profesor Dalibor Soldatić en 1978. Sin embargo, que yo recuerde, en esa biblioteca babilónica no había ni una sola escritora. Y ello a pesar de que Elena Garro había publicado en México, ya en 1963, Los recuerdos del porvenir, una novela densa y compleja en la línea del realismo mágico. Sospecho que el hecho (desafortunado) de que estuviera casada con el futuro premio Nobel Octavio Paz (o “Psa”, es decir “perro”, como lo llamábamos en broma jugando con nuestras famosas declinaciones), un hombre y político lleno de amor propio, no hizo más que contribuir a que ninguno de sus esfuerzos literarios tuviera éxito. La novela es extraordinaria y posee todas las características de la prosa innovadora que ustedes mencionaban en La biblioteca de Babel, pero ya ves: si su escritura no fue cortada de raíz, lo fue en el capullo, y encima, como predijo Virginia Woolf, terminó en un manicomio. Esa compilación que hicieron ustedes, antológica en muchos sentidos, sirvió como una especie de catálogo de lo que habría que traducir para que el público yugoslavo supiera lo que estaba pasando en el mundo hispanoamericano. Así que gracias a ustedes (que formaron nuestro gusto cuando recién empezábamos a balbucear el español) seguimos sin imaginar que en América Latina hubiera mujeres que escribían… Ascendían al cielo como la virgen Remedios (¡mientras tendía la ropa!), eran amas y señoras de su cocina como la madre de Aureliano Buendía (¿crees que alguien recuerda que se llamaba Ursula Iguarán?) y se las valoraba como pilar de la familia, pero no iban a París para convertirse en escritoras famosas y escribir Cien años de soledad. Permanecieron solas y solitarias durante más de cien años. Gracias a ti y a mi profesor Soldatić, las escritoras siguieron fuera del radar de nuestro mercado durante mucho tiempo. Pero las cosas están cambiando en el siglo XXI, así que esta idea tuya de dedicarles una antología especial supongo que es una suerte de expiación.
Branko: ¿Expiación? ¡En absoluto! No me siento en deuda con las escritoras en lo más mínimo. Veo mi propuesta de escribir este libro más bien como un esfuerzo de honestidad intelectual con los tiempos actuales, sobre la base de nuestra larga experiencia común en el estudio de la literatura hispanoamericana. En pocas palabras, la situación de la literatura hispanoamericana —especialmente en prosa— ha ido cambiando significativamente en las últimas décadas. Durante los “cien años de soledad femenina”, como vos la llamás -con raras excepciones que sólo confirman la regla, como las hermanas Ocampo, Luisa Valenzuela o las autoras que ya mencionaste-, hasta las últimas décadas del siglo pasado, las mujeres, a diferencia de los hombres, no solían irse a Europa o Estados Unidos a perfeccionar su oficio literario. Tenés toda la razón. La compilación que hicimos con Dalibor hace cuarenta y cinco años sólo refleja esa situación, y si la volviera a hacer —para esa época— creo que no sería significativamente diferente. En la época del “Boom”, decime sinceramente, ¿cuántas escritoras estaban a la altura de Borges, Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes, Cabrera Infante, Onetti o Donoso? ¿Oigo silencio? Es triste, es injusto, está sociológicamente condicionado, pero es cierto. Mi primera Antologija hispanoameričke pripovetke (Antología de cuentos hispanoamericanos), de 1980, refleja igualmente esa situación.
Un cuarto de siglo después, sin embargo, en la Antologija savremene argentinske pripovetke (Antología de cuentos argentinos contemporáneos) que compilamos con mi esposa Ljiljana Popović, casi la mitad de los nombres son de escritoras; no por la nueva corrección política que concientizaba sobre la igualdad de género, sino por cualidades puramente literarias. La proporción es similar en la colección Otkačene priče (Relatos extraños), que recopilamos y tradujimos con Ljiljana en 2008.
Yo, igual que vos, me formé en la Yugoslavia socialista, una sociedad exenta (al menos nominalmente) de desigualdad de género. Mis dos primeras editoras eran mujeres —Svetlana Velmar Janković y Tanja Kragujević— y a ninguna le pareció raro que no hubiera mujeres en esas primeras antologías. Creo que fue muy importante, para nuestro posterior desarrollo profesional, que no hayamos sentido la obligación de compensar, con criterios extraartísticos, el daño de género que sufría el arte de la palabra escrita.
Son precisamente los criterios artísticos los que nos dan hoy la oportunidad de afirmar que las escritoras, más que sus colegas varones, están haciendo avanzar la literatura no sólo a nivel latinoamericano sino también la global, ampliando el espectro temático, rompiendo tabúes e introduciendo novedades formales, estilísticas y lingüísticas para alcanzar el más alto nivel artístico. Para ver esto claro como el agua basta con echar una mirada a los libros de Zadie Smith, Arundhati Roy, Jampa Lahiri, Chimamande Ngozi Adichie, Lori Moore, Siri Hustvedt, Samantha Schweblin, Monica Ojeda, Guadalupe Nettel, E.M. Holmes, Rachel Cusk.
Por mucho que el término “escritura de mujeres” me resulte repulsivo —me consta que a un buen número de las mejores escritoras de nuestro país y de todo el mundo les parece un concepto limitante o incluso despectivo: un/a escritor/a o bien es bueno/a para el trabajo literario o no lo es—, creo que este libro nuestro es un antídoto necesario contra la inercia intelectual y la recepción patriarcal, para recordarle al infiel Tomás[1] que las escritoras no sólo hacen literatura “Para Ti”, ideal para la playa, con tristes confesiones sobre el abuso de género y matrimonio al final. Contrariamente a esos prejuicios, son ellas las que muestran mayor coraje y voluntad de correr riesgos para conquistar nuevas áreas de libertad literaria y espiritualidad. Estas virtudes literarias no tienen nada que ver con el feminismo, un fenómeno que, se lo entienda como se lo entienda, no es artístico sino sociológico.
¿Te parece que se justifica en términos artísticos nuestra afirmación de que hay en estos momentos un nuevo Boom latinoamericano cuyas protagonistas, esta vez, son mujeres? ¿Será simplemente un nuevo truco de marketing, una exageración de los fans alentados en parte por el movimiento «Me too» y la nueva conciencia sobre la emancipación de la mujer (women empowerment)? ¿O pensás que un close reading le daría sustento en cierta medida a esa afirmación?
Ksenija: ¿Adónde nos lleva la comparación con el Boom? Si te respondo, me metería en un campo minado donde podría meter la pata y volar en pedazos. Porque eso significaría que el Boom es un parámetro, una invitación a competir. Pero si realmente queremos jugar con las onomatopeyas y nomenclaturas del inglés, podríamos denominar, a esta presencia de voces femeninas, un bang. El bang de las escritoras hispanoamericanas que dieron un portazo a las estructuras sociales que las limitaban a la hora de expresar su “yo”, mucho más complejo que el que les permitía el rol de musas inspiradoras, y que ahora se traduce en ritmos nuevos y enérgicos que están enriqueciendo la literatura. A diferencia de la literatura de la testosterona —el término “bang” abre también esa connotación sexual—, entramos en un mundo un poco más complicado en el que ya no reina el espíritu competitivo (¿vos decías fanático?) de la testosterona, sino que se equilibra con estrógenos y progesterona para que haya pasión, creación, excitación y libido: todas esas cosas que vuelven nuestra vida más mágica que el realismo mágico. Ya ves, me entusiasmé; seguro tiene algo que ver con la luna de sangre que terminará esta tarde de mayo con un eclipse total, el primero de este año. ¡Ya estoy hablando de hormonas y de la luna de sangre! ¿Qué te puedo decir? A las mujeres siempre nos han vinculado con la luna; y tendrás que admitir que a la noche, en la oscuridad, se escriben páginas más interesantes de la vida —ya sea con lapicera o con el cuerpo— que bajo el sol abrasador. Espero que podamos aprovechar la inspiración, cada uno en su continente, bajo la misma luna de sagre. Leí que nuestros medios locales pronostican que traerá muchos cambios, aumentará la intensidad del momento, nos hará sentir más conectados con nosotros mismos y mejor dispuestos para decir nuestra verdad. Y que no me olvide de añadir, en este fervor hormonal, alentado tanto por el lado de sangre como por el lado oscuro de la luna, otra connotación del Bang de la literatura hispanoamericana: también está el significado de bangs como “flequillo”, que estarás de acuerdo en que sabe decorar los rostros de las mujeres. No pienso únicamente en el peinado de la inglesa Rachel Cusk y la chilena María Luisa Bombal.
Pero si realmente querés que compare el Bang con el Boom, te diría que a las escritoras les importa un pepino escribir novelas totales que narren la génesis del mundo, algo que estaba muy cerca del corazón de los autores del Boom. Hoy en día eso suena como mitomanía pura de hace cincuenta años. ¡El siglo pasado! Las rebeldes del Bang no se han subido al escenario para buscar revancha. Escriben cuentos, crónicas o ensayos, cada una a su manera, en un sentido tanto político como estético, y, por supuesto, sin dar por sentada la igualdad de género como hacía yo durante el socialismo yugoslavo. Fue en el capitalismo yanqui, recién cuando llegué a Estados Unidos para realizar estudios de posgrado, que se me ocurrió reprocharle a mis profesores lo que habían puesto en sus programas.
Te confieso que me reí mucho (debe ser otra vez por la luna de sangre) mientras leía cómo describes tu no arrepentimiento y la “situación de la prosa”. Parecería que todo se reduce a esto: mientras escribías con mi profesor Dalibor Soldatić, no incluían a ninguna escritora; después, cuando empezaste a colaborar con Ljiljana, de pronto esos cuatro ojos vieron una imagen diferente: habían aparecido las escritoras.
Branko: A la manera elegante de los ingleses, I beg to differ. Ljiljana y yo siempre fuimos heterosexuales literarios: ella descubrió y tradujo a Giardinelli, Guillermo Martínez, Blaisten, Padura; yo a Samantha Schweblin, Ana María Shua, Liliana Heer y Alejandra Costamagna. Aunque te haga reír (la luna de sangre), tengo que decirte que estoy convencido —e insisto en esto— de que hace medio siglo en América Latina había una diferencia drástica de calidad y cantidad entre escritores y escritoras. Esto no quiere decir que no haya excepciones, como la ya mencionada Luisa Valenzuela (cuyo libro Cambio de armas tradujiste proféticamente hace mucho tiempo), Cristina Peri Rossi o Clarice Lispector (“asesina serial de sus lectores”, como la llamó en broma Bolaño), pero solo confirman la regla. Este no es mi juicio machista sino literario.
En cuanto al “estado de la prosa” actual, creo que el término Bang es excelente y apropiado, por lo que sugiero que lo usemos de ahora en adelante. Boom indica una fuerte explosión, mientras que (Big) Bang es una explosión que origina algo nuevo, exactamente lo que sucede con los libros que escriben —llamémoslas así por necesidad— las escritoras del siglo XXI. Para mí, este libro nuestro es prueba de ello: no sólo del aumento cuantitativo del número de escritoras excelentes, sino también de la ampliación de los horizontes literarios y la conquista de nuevos ámbitos temáticos y también lingüísticos y formales, todo lo cual enriquece significativamente la prosa hispanoamericana contemporánea.
Como escritor, me gustan las metáforas buenas y poco usadas, por lo que incluso bautizaría el fenómeno con el nombre muy poco académico de “literatura de la luna de sangre”: además de propiciar la atmósfera perfecta para la lectura —pienso por ejemplo en la prosa de la joven ecuatoriana Mónica Ojeda, protagonista del llamado «gótico andino»—, la luna de sangre evoca algo misterioso, libidinoso, licencioso, herético, prohibido: epítetos que se han adjudicado a menudo a las obras de las escritoras contemporáneas. ¿Estás de acuerdo? ¿Cuáles son para vos los principales méritos del Bang?
Mientras contemplo el atardecer desde mi terraza las copas verdes de los árboles del Jardín Botánico, me saca una sonrisa el hecho de que ya nadie se atreva a mencionar el aspecto físico de las escritoras de éxito, una vieja costumbre masculina: me recuerda a la vez que a un periodista local, cuando fuiste al congreso literario que organizaba Mempo Giardinelli en el Chaco argentino, se le ocurrió alabarte diciendo que eras “no sólo bella sino también inteligente”; ante lo cual hiciste hiciste un escándalo, en mi opinión justificado.
Ksenija: Ese “no sólo bella sino también inteligente”, ¡lo dijo al presentarme al público! Me gusta relatar ese piropo del siglo pasado —eso fue hacia 1996—, porque la verdad es que para él y para todos los hombres de su generación, se trataba de un elogio sin más. Sin embargo, no hice nada al respecto más que exhibir una sonrisa ostentosa, tal vez un poco seductora. Quizás alcé una ceja irónica, tratando de descubrir entre el público a todas las mujeres de mi edad que sabían que era un elogio de abuelito bonachón, incapaz de entender la ofensa que contenían sus palabras. A esa comprensión tácita, paciente y tolerante se debe que ni mi generación ni yo seamos protagonistas del movimiento Me Too. Mientras mis amigas y yo tratábamos de desentendernos burlonamente de los hombres que primero te miran de arriba abajo y después te elogian la (¿inesperada?) inteligencia, las rebeldes del Bang simplemente los tacharon de la lista. Si no viniera de una familia educada, diría que los mandaron a la mierda.
Mientras nosotras escuchábamos que Virginia Woolf nos advertía en 1929 (el año en que nació mi papá) que sin dinero y una habitación propia no lograríamos nada; mientras subíamos lentamente al podio donde nos dejaban un pequeño espacio para hacernos oír y sonreír irónicamente; mientras analizábamos a Antígona, Madame Bovary y Hedda Gabler y admirábamos al revolucionario Ibsen por haber visto en su personaje a la hija del padre y no a la esposa del marido, ellas se hicieron dueñas de sus propios cuerpos: en eso consiste el mérito del Bang rebelde. En lugar de pedir la comprensión cómplice del público feminista desde el escenario, sacan provecho de las redes sociales que les permiten hacer una hoguera con una chispa —alrededor de la cual se calentarán un poco, quemarán algo de vez en cuando y pasarán un buen rato. No tienen miedo. Escriben sobre su propia sexualidad. Se divierten. Viven la vida y la describen en todos sus pliegues y curvas. De primera mano. No es lo que algunos han llamado prosa menstrual, pero aún si lo fuera, ¿qué tendría de malo? Si no fuera por la menstruación no habría vida. Son conscientes de que un movimiento de masa puede banalizarse y mercantilizarse, pero han tomado las riendas y ahora se reconocen, se apoyan y se alientan mutuamente a través de las redes sociales. Hacen buen uso de su ser mayoría. Y hablan de lo que quieren y cómo lo quieren… y de lo que no quieren. Espero que podamos ponernos de acuerdo sobre el brillante cuento “Lo que perdimos en el fuego” de la argentina Mariana Enríquez e incluirlo en nuestra antología. Ellas se reirían a carcajadas si alguien las llamara musas; la propia Sor Juana, aquel pivote de nuestro programa de enseñanza en la Universidad de Belgrado a finales de los setenta, que fue ella misma proclamada Décima Musa (qué honor, dirían las rebeldes del Bang), seguramente se sumaría a reír alrededor del fuego. Ellas exponen la violencia de género, mostrando que una mujer con minifalda que toma un atajo para llegar a casa no está pidiendo que la violen. ¿Podés creer que hasta 2013, hace apenas nueve años, una ley en Bolivia decía que si el violador se casaba con la mujer violada podía evitar el juicio? En Argentina esa ley existió hasta 2012, en Costa Rica hasta 2007 y en Uruguay hasta 2006. ¡Creo que todavía existe en República Dominicana! Las rebeldes del Bang han politizado su intimidad y escriben sobre el presente incluso cuando las anima un impulso mítico, como ocurre con Mónica Ojeda. Su estética es ética y política, y su estilo, en muchos casos, es callejero, irreverente y directo.
Mientras leía lo que escribiste, me llamó la atención que siempre que mencionás a las escritoras, lo hacés por nombre y apellido, mientras que cuando mencionás a escritores varones, te alcanza con el apellido. Espero que esa práctica cambie pronto…
¿Vos cómo ves, escuchás y experimentás a las rebeldes del Bang?
Branko: Como alguien que se ocupa de la prosa hispanoamericana (me avergüenza admitir hace cuánto), percibo a las rebeldes del Bang como una novedad: son escritoras que conquistan nuevos espacios no sólo temáticos y estilísticos sino también, como vos decías, poéticos. Compararía su indiferencia ante los elogios tradicionales, de los que las escritoras no pudieron librarse durante siglos (“musas”), con aquella época lejana en la que sus predecesores, los protagonistas del Boom, se estaban liberando del complejo de inferioridad respecto de sus pares europeos y norteamericanos, y tomaban conciencia de que nada les impedía lanzarse como Eliot al patrimonio literario universal y escribir lo que quisieran y cómo quisieran. Así como (Salvador) Elizondo se centró en el I-Ching, (Severo) Sarduy se acercó más a Philippe Sollers que a su compatriota Carpentier y (Julio) Cortázar creó la síncopa narrativa a partir del jazz norteamericano (etcétera), estos escritores se liberaron del lastre costumbrista del turismo mental y del simbolismo petrificado y se dieron cuenta de que el mundo entero era suyo y el cielo era el límite.
Como escritor, me quito el sombrero ante las protagonistas del Bang por experimentar libremente con la forma, la estructura y los registros del lenguaje, y por correr riesgos con cada nuevo libro. Y eso precisamente en un momento de cobardía conservadora y apuestas marketineras a lo seguro; cuando —para recordar nuevamente a Cortázar— los escritores suelen tratar de ganarles a los lectores (y antes que nada a los editores) por puntos, mientras que las autoras del Bang van por el nocaut. Hace diez años, en el prólogo de una antología, expresé la opinión de que entre fines del siglo pasado y los primeros años de este, muchos escritores hispanoamericanos talentosos habían abandonado las ambiciones e ideales anteriores y se dedicaban a imprimir libros más o menos desechables de consumo masivo (me vienen a la cabeza Pedro Mairal y Santiago Gamboa). El Bang es exactamente lo contrario: basta hojear las novelas notables y originales de Mónica Ojeda (Mandíbula), Giovanna Rivero (Tukson), Samantha Schweblin (Distancia de rescate), o los cuentos heréticos de Ena Lucía Portela, Alejandra Costamagna o Yolanda Arroyo Pizarro para que todo esto quede muy claro.
Cuando estudié literatura antigua, lo primero que supe de la poeta Safo fue que era lesbiana. ¡Qué dato transcendental! Y sin embargo a nadie se le ocurrió recordar que en la antigua Grecia la bisexualidad y la homosexualidad eran fenómenos comunes, socialmente aceptados y que se daban por sentado. No me sorprendería que alguna organización de defensa de los derechos humanos pidiera hoy la expulsión de Platón, Esquilo, Sófocles, Aristófanes y Aristóteles de los programas de estudios por razones de pedofilia, y por otro lado la consagración revisionista de Safo como diosa de dioses por la afirmación visionaria de su sexualidad. La era de la corrección política hipertrofiada y la nueva normalidad a menudo conducen las buenas intenciones hacia su absurdo opuesto. Tengo la impresión de que esta tendencia también existe en la recepción de las obras de las escritoras del Bang. Así como en su momento se decía que el Boom era en realidad una operación hábil de un grupo de editores y escritores astutos, del mismo modo el Bang probablemente irá acompañado de malas lenguas, menosprecio y retórica sexista de ambos bandos (machista y feminista). Algunas intentarán utilizarlo para alcanzar fama literaria por medios no literarios. Pero tampoco me preocupa eso: la alta calidad artística separará la paja del trigo, como siempre ocurre al final; y creo que este libro, modestia aparte, puede ayudar.
¿Te parece que la radicalización del feminismo, consecuencia del movimiento Me too, podría perjudicar o incluso (paradójicamente) contribuir a la afirmación de las rebeldes del Bang?
Ksenija: Tienes toda la razón sobre el revisionismo sexual, la paja, el trigo y la esperanza de que la orientación sexual no se convierta en criterio para la buena escritura. En estas historias, que voy a recomendar encarecidamente para nuestra antología, hay heterosexualidad tanto como homosexualidad y poliamor, pero no aparecen ni como norma ni como crítica. Son sencillamente formas de relación entre las personas, y en tanto tales se vuelven un tema. Mi impresión es que la sexualidad no es un tema que les interese discutir sino escribir.
Ahora que mencionaste a Cortázar, me recordé de esa tipología de lectores bastante inapropiada que propuso en Rayuela: “lector-cómplice” y “lector-hembra”. El lector-hembra sería al que no le interesan las lecturas complicadas que lo obliguen a profundizar demasiado en lo que el escritor quiso decir, porque eso le impediría disfrutar cómodamente en su sillón. A este tipo de lector, que sólo puede digerir la primera parte de su novela, siguiendo el orden de los capítulos, se opone el llamado lector-cómplice. El binarismo de género ha llevado a muchos críticos a llamarlo erróneamente el “lector-macho”. (Yo, personalmente, trato de no caer en la trampa del género gramatical y llamar “lectora” a ese lector-hembra, para abrir la posibilidad de que ese lector incompetente y limitado sea varón). El lector-cómplice es capaz de compenetrarse, seguir y sentir la lectura como el propio autor (generalmente varón) y sabe cómo saltar la rayuela de Cortázar y supuestamente entender lo que el escritor quiso decir. El problema, por supuesto, no está en diferenciar los tipos de lectores (somos diversos) sino en los nombres que les da este pivote del Boom, vinculando directamente la feminidad a un intelecto inferior: mientras el lector-hembra busca lecturas masticadas que le ahorren esfuerzo mental y lo arrullen suavemente en su sillón, el otro, el verdadero lector (¿el que tiene huevos?), espera que el texto lo provoque y lo lleve por un camino mental inesperado. Oliveira, el principal personaje masculino de Cortázar en Rayuela, sabe leer críticamente, a diferencia de La Maga, el personaje femenino, que supuestamente no está a la altura de la tarea. Es curioso que al final Oliveira quede saltando entre dos capítulos, atrapado en el círculo vicioso y el dolor del laberinto existencial. Yo diría que a La Maga, en cambio, no le interesa en absoluto la lectura literaria de ese tipo y por eso es capaz de sentir dolor por su hijo, que agoniza en la otra habitación mientras los intelectuales siguen ahí mareando la perdiz.
Me gustaría imaginar que La Maga fue de París a Buenos Aires y tuvo una hija, que fue luego una de las manifestantes que protestaron en las calles de la capital argentina desde junio de 2015 para exigir una sociedad en la que no haya Ni una menos. Al igual que el movimiento Me Too, luchan contra la violencia de género y el abuso sexual. Las redes sociales les ayudaron a comprender que no están solas y que las experiencias de quienes vivieron estos crímenes no son excepcionales. Según los datos del Ministerio de Seguridad en Argentina, por ejemplo, en 2015 se denunciaron 3.746 casos de violencia sexual, ¡más de diez ataques por día! Pero para que realmente se produzca un cambio en una sociedad cuyo principio inviolable es la superioridad del género masculino sobre el femenino, es necesario también actuar fuera de Internet. Por eso me gusta imaginar a la hija de La Maga en las calles de Buenos Aires con una pancarta que dice: “De camino a casa quiero ser libre, no valiente”. Quizás sea también escritora, una de las rebeldes del Bang que lograron alcanzar una poética y un erotismo originales, no sólo como representación de la realidad sino también como una forma de emancipación. La hija de La Maga no quiere sustituir el patriarcado por otro sistema militar autoritario, sino crear un espacio donde exista una verdadera libertad de elección. No quiere abolir el género, porque eso significaría destruir la diversidad subjetiva. No lucha por la cultura de la cancelación, porque lleva al olvido de la misoginia, la xenofobia y la homofobia; quiere, en cambio, abrir los ojos de nuestra sociedad a esos crímenes invisibilizados. La hija de Maga quiere denunciar los crímenes, descolonizar las conciencias y, en última instancia, luchar contra el “divide y reinarás” con que el patriarcado da sentido a la bronca y continúa oprimiendo a todos aquellos que ha colocado en los márgenes de su poderoso dominio. Esas imágenes de mujeres, homosexuales y personas trans enojadas y belicosas, que por eso habría que vigilar y controlar, aparecen tanto en los medios para asustar a la gente con lo que supuestamente se viene si cambia el dominio… del determinismo patriarcal. Para la hija de La Maga, todo esto no es otra cosa que “el (ul)traje nuevo del emperador”, porque no quiere quedarse en el gueto ni darse vuelta todo el tiempo para ver qué ocurre a sus espaldas. En cuanto a los temas “esenciales” que el patriarcado le adjudicó al género femenino, como el embarazo, la maternidad o la cocina, me parece que las rebeldes del Bang no renuncian a ellos, sino que los leen a través de las grietas y los suplementan con un lenguaje femenino que abreva de una experiencia tanto corporal como psicosocial. Desarrollan un dramatismo y una sensibilidad que contribuyen a la autenticidad y veracidad de la descripción, al mismo tiempo que cuestionan la representación de la realidad a través de una literatura testimonial que suena a fragmento de diario íntimo, en el que describen no sólo las relaciones interpersonales sino también el trauma que queda tras la violación masiva; eso se puede leer en cuentos como “Luz de mi vida, fuego de mis entrañas” de la mexicana Liliana Blum y “Rapiña” de la puertorriqueña Yolanda Arroyo Pizarro.
Podría seguir, pero tengo que detenerme en algún lado y darte la palabra; lo que no hay que olvidar nunca es el diálogo y la apertura al espacio del otro, que en tu caso es masculino.
Branko: Para mí, en realidad, este cambio de sensibilidad y de perspectiva es incluso más importante que la ampliación temática, la cual tampoco subestimo. Fellini, en una antigua entrevista, dijo que todas las historias importantes se han venido contando desde hace largo tiempo y su número es bastante limitado; pero que el futuro del arte dependerá de la mirada de las mujeres sobre ellas. Estoy completamente de acuerdo con él; en la cinematografía actual ya hay numerosas pruebas para respaldarlo. Si se lo piensa bien, después de miles de años de dominación del punto de vista masculino (así como de su sistema de valores), es completamente lógico que ahora veamos los problemas existenciales desde el punto de vista femenino. Creo que esto es exactamente lo que está sucediendo hoy en la literatura (y no sólo en la hispanoamericana). A mí desde chico me han atribuido una cercanía con la perspectiva femenina. En mi juventud balcánica eso me preocupaba un poco, pero en la madurez me ha dado mucho orgulloso, aunque no estoy seguro si es tan así. Lo que sí sé es que siempre he sido sensible a la visión del mundo de una mujer; incluso en mi vida personal, lo confirma el hecho de que desde muy joven tuve el mismo número de amigos y amigas y nunca presté atención al género en este aspecto. Incluso he jugado al Preferans con mujeres, algo que los jugadores de cartas acérrimos no harían de ningún modo.
Me gustaría insistir sobre el criterio de excelencia que nos guió en este libro: todos los cuentos seleccionados han sido escritos desde un punto de vista y una sensibilidad femeninas. Lo dejaste en claro cuando decías que las rebeldes del Bang no abandonan los “temas femeninos” definidos por el patriarcado —el embarazo, la maternidad, la cocina— sino que los leen de otra manera (“a través de las grietas y los suplementan con una lengua femenina que abreva de una experiencia tanto corporal como psicosocial”). Para mí, un ejemplo perfecto es el primer capítulo de la novela extraordinaria y original de Mónica Ojeda, Nefando, que, en su totalidad, trata precisamente de la conciencia de la creación de esa lengua.
Así como un “daño colateral” del Boom fue la aparición de ancianas aladas, alephs y axolotls de segunda categoría, observo en esta era de marketing informático todopoderoso y ubicuo la gran tentación patriarcal de la epigonía con la temática femenina: ya se puede leer una biblioteca considerable de obras políticamente correctas sobre el embarazo, el parto, los maridos malvados, la violencia doméstica y todo tipo de opresión de género. Me recuerda a los volúmenes de literatura costumbrista dedicados a las desigualdades sociales, las dictaduras, la opresión de los pobres y el enriquecimiento de los ricos, la impunidad de los poderosos y la injusticia social. En ambos casos, el hecho es que las virtudes artísticas de un libro no dependen del tema, o al menos no dependen sólo del tema. Lo que no significa en modo alguno que debamos renunciar a esos temas, que al fin y al cabo serán siempre imprescindibles, sino que debemos tomarlos como punto de partida y no de llegada. En pocas palabras, si alguna de las historias que hemos incluido aquí trata sobre una violación, no la hemos incluido por el tema sino por el valor literario de su tratamiento y su sensibilidad, innovadores y singulares. El cuento antológico de Ana Lucía Portella, “Huracán”, es absolutamente “femenino” aunque aborde el mismo marco temático que algunos de los mejores cuentos de su compatriota Pedro Juan Gutiérrez (Trilogía sucia de La Habana). Esa sensibilidad femenina —y la lengua femenina— se perfeccionan, por ejemplo, en la visión del amor de Guadalupe Nettel (en la novela Después del invierno) o en las historias carverianas y a la vez femeninas de Margarita García Robayo (la colección Cosas peores).
En lo que toca a la ampliación temática, estamos de acuerdo en que romper tabúes es su valor fundamental. Estas “hijas de La Maga” se tienen una confianza renovada, impávidas al miedo del escándalo civil (patriarcal) a la hora de hablar de aquello de lo que no se habla; quien lea las historias de Giovanna Rivero, Mónica Ojeda, Lina Meruane, Alejandra Costamagna o Fernanda Ampuero sabrá a qué me refiero.
Ksenija: Añadiría a esa lista a la chilena Andrea Jeftanovic, nacida en 1970, que en cierto modo es una de las nuestras. Como otros descendientes de abuelos que llegaron a América Latina en busca de un destino que se les negaba en los Balcanes (en uno de sus libros describe cómo su abuelo fue expulsado del club yugoslavo de Chile cuando le cambiaron el nombre por club croata), Jeftanovic aborda la cuestión de la identidad, la historia y los silencios familiares en el deseo de trazar una línea divisoria entre el antes y el después de partir al nuevo continente.
Me parece que ya hemos comenzado a mencionar los nombres que queremos presentarles a aquellos que no han convivido con culturas latinoamericanas tanto como nosotros dos. Es hora de que hablemos en concreto de la selección que hemos hecho de las rebeldes del Bang.
Generacionalmente, estamos hablando de mujeres que nacieron en las décadas de 1970 y 1980 en América Latina, es decir, una combinación de GenX (nacidas entre 1965 y 1976) y Millennials (nacidas entre 1977 y 1997). Esto significa que muchas de ellas nacieron en dictadura, y, en el caso de Chile, incluso asistieron a la escuela durante el gobierno de Pinochet (1973-1990). Lo cual no implica sus temas sean exclusivamente históricos, sino al contrario: cuando escriben sobre el terror de las dictaduras, introducen humor, ironía, sarcasmo y reacciones emocionales más complejas que la generación de sus padres. En un sentido generacional más amplio, rechazan las jerarquías heredadas, rompen tabúes y, sobre todo, introducen nuevas formas que toman inspiración en el espacio global creado por Internet. Hay tendencias totalmente nuevas como el gótico andino, que demuestra que a las rebeldes del Bang no les interesa ni el Macondo del Nobel colombiano, ni la ruptura del McOndo de Fuguet con el realismo mágico y su deseo de mostrar a través de la cultura de masas que América Latina es parte de la sociedad global. El gótico andino combina la mitología prehispánica con la leyenda urbana en el espíritu de Edgar Allan Poe. Cabe recordar que en aquella antología que hizo Fuguet en 1994, relativamente apolítica, no hay ni una sola mujer. ¡Vergonzoso!
Las rebeldes del Bang escriben principalmente sobre crímenes cotidianos, violencia doméstica y de género, cuestiones ambientales, la “dark web”, las consecuencias de la emigración a Estados Unidos, el femicidio, el cuerpo, la belleza, la fealdad, los aciertos y los errores.
Cada uno de nosotros podría haber hecho su propia antología de rebeldes del Bang, pero considerando nuestros sexos, nuestros géneros y nuestros recorridos vitales (que te llevaron a vos a la Argentina como periodista de la agencia de noticias yugoslava y a mí a Estados Unidos como profesora de literatura latinoamericana), es más interesante que hagamos una en conjunto. Sugiero que hagamos la selección de escritoras como cuando éramos niños y elegíamos equipos para algún juego o deporte. Vos elegís una, yo elijo otra… y así hasta formar dos “equipos”. El número de “jugadoras” que haya en cada uno dependerá de la calidad de los textos que encontremos. Y quedará en manos de los lectores de ambos sexos y de todos los géneros decidir quién “ganó”. Antes de cada historia traducida hablaremos un poco, como hicimos aquí, pero más breve, para explicar nuestra elección. Y mientras leen este libro que ahora estamos imaginando, podemos sentarnos en uno de tus balcones sobre el Jardín Botánico de Belgrado, en Zlatibor o en Buenos Aires, o en el porche de mi casa en Madison, a beber un buen vino y pensar el próximo juego literario.
Branko: Y sea quien sea que “gane”, al final los ganadores serán los lectores. Porque un libro como este tiene mayores posibilidades de éxito si combina, confronta y mezcla puntos de vista masculinos y femeninos (argumentados).
Mis balcones, tu idílico jardín y, en ambos casos, un buen elixir, sólo pueden ayudar. Afortunadamente, ambos somos de los que creemos que la buena literatura nace (y es representación) más del placer que del dolor. ¡Como si no hubiera ya suficiente bronca, sufrimiento, violencia y rencor sin el arte! Siempre se ha dicho que el arte ennoblece; si es así, no puede ser sólo catarsis: tiene que ser también un verdadero disfrute hedonista.
Este énfasis sobre la dinámica de los puntos de vista (hombre-mujer o mujer-hombre) no atañe sólo a nuestro juego: sé que varias autoras muy notables, algunas de cuyas historias estarán en este libro, en tu equipo o en el mío, resisten con vehemencia cualquier clasificación en equipos, movimientos, firmantes del manifiesto, escuelas, etc. Pienso ante todo en la distancia que toman frente a la etiqueta de “escritura de mujeres”, que, según ellas, poco tiene que ver con el arte; algunas de ellas me lo dijeron personalmente, aunque en privado. Dicen que este tipo de etiqueta a la larga es perjudicial, aun si a corto plazo puede tener algún beneficio, sobre todo a las autoras menos consagradas que atraen así la atención de los editores y de los lectores en un momento dado. Más tarde, sin embargo, estas etiquetas se vuelven un corsé demasiado estrecho para las verdaderas maestras de la palabra.
Creo que ambos teníamos eso en mente a la hora de elegir nuestros equipos: la libertad es la mayor pasión de un/a verdadero/a artista, su principal disfrute y su mayor capital. Si no fuera así, nadie habría leído a Ezra Pound o Ernst Junger porque fueron simpatizantes del nazismo, y mucho menos a Balzac, que fue un usurero y un avaro espantoso. Los tres, afortunadamente, han sobrevivido en nuestras bibliotecas, porque enriquecieron para siempre la dimensión espiritual de la humanidad. Si Samantha Schweblin es una militante medioambiental, o Ena Lucía Portela y Arroyo Pizarro son defensoras de la igualdad homosexual, o si Mónica Ojeda y Giovanna Rivero son en realidad unas “dementes” sombrías, o si sólo están rompiendo tabúes tradicionales con el poder de su libertad artística, todo eso será insignificante a la hora de valorar sus extraordinarios libros desde la distancia del tiempo.
Como el diálogo que hemos venido teniendo sobre las rebeldes del Bang no es de marketing sino de poética, me gustaría terminar subrayando nuestra intención personal, en cierto sentido nuestra apuesta: como sea que justifiquen sus criterios, los y las editores de cualquier selección, antología o colección son siempre (afortunadamente) subjetivos. No tiene sentido tratar de evitarlo ni de negarlo. En el arte al menos, la subjetividad es buena, a veces enciende una mecha inesperada y libera al artista (e incluso a su público) de restricciones teóricas demasiado rígidas.
Creo también que nuestra considerable experiencia en el estudio de la literatura hispanoamericana contemporánea nos da derecho a mirar en la bola de cristal: profetizamos, como Nostradamus —o los Tarabići—, que al menos la mitad de las escritoras incluidas escribirán todavía sus mejores obras y entrarán al panteón literario futuro. Si es así, tanto nosotros como los lectores estaremos más felices.
Notas
[1] El “infiel Tomás” (neverni Toma), en referencia al apóstol que no creyó en la resurrección, es una expresión serbocroata para referir a alguien escéptico y obstinado.