Dos poemas de Borís Jrístov

Introducción: Nadezhda Stoyánova

Traducción: Teodora Tzankova

Борис_Кирилов_Христов

Borís Hrístov (1945) es uno de los poetas más relevantes de la literatura búlgara contemporánea. A pesar de que se mantiene al margen de las polémicas literarias y sociales de la actualidad, no deja de ser un pilar silencioso de la vida intelectual búlgara en el último medio siglo. Debuta en el año 1975 con el libro colectivo Tres poetas jóvenes (junto a Parush Parushev y Ekaterina Tomova); sin embargo, se impone como uno de los poetas líricos más prometedores con su primer poemario individual Trompeta nocturna (1977). En su poesía Borís Hrístov evita el statu quo del realismo socialista, dominante por aquellos años en Bulgaria, se distancia de su patetismo y colectivismo para presentar la figura del «hombre en el rincón»: de su sabia mirada sobre el complejo entrelazamiento de la vida y la muerte, pero también de su capacidad de encontrar las rendijas a través de las que elevarse por encima del «mediodía vacío» de la vida. En el poema aquí presentado, “Trompeta nocturna”, se revela la voluntad del sujeto de avivar la existencia a través de la música superando las limitaciones de sentido, la inmovilidad emocional y moral de lo cotidiano. Todo el libro es reconocible por sus imágenes cristianas, cuyo simbolismo se hace aún más evidente en el segundo poemario del autor, Juro por la cruz (1982), que incluye el emblemático poema del mismo título. Se trata de una obra atrevida en la que el sujeto lírico rechaza aquella poesía que se convierte en un medio que solo refuerza el conformismo y reproduce la lengua tautológica del Estado totalitario, a favor de una poesía con fundamentos espirituales y valores éticos. La postura social en el poema “Juro por la cruz” provoca el descontento de la crítica oficiosa en los años del socialismo tardío, pero el poeta Borís Hrístov no reniega de su texto; por el contrario, versa sobre problemas similares en otras obras del poemario. Así en el poema “El muro”, publicado menos de un decenio antes de la caída del muro de Berlín, defiende la tesis de que señalar «el muro» como tal y hacer que se oiga «el grito» son las primeras manifestaciones de la voluntad libre humana que ha tratado de oponerse a las autolimitaciones de las personas que se adaptan al régimen. Siguiendo las ideas de su poemario Juro por la cruz y concretamente del poema del mismo título, Borís Hrístov deja de escribir versos por un período de tiempo; publica, no obstante, libros prosaicos como El padre del huevo (1987) y El perro ciego. El valle de los zapatos (1990). En los años 90 del siglo XX empieza a crear libros en colaboración con pintores y vuelve a la poesía, pero a través del género breve; un ejemplo de lo último es el libro Palabras y grafitos (1991) con poemas de tres versos, escrito en forma conjunta con Yana Levíeva. En sus libros del inicio del nuevo siglo, el poeta a menudo combina fotografías suyas de líquenes y musgos con fragmentos, sentencias y géneros breves; tales son sus volúmenes Libro pétreo (2006) y Libro de títulos (2008) a los que él denomina «mitografías». Se asemeja a estos la antología Piedra y palabra (2015), que contiene sentencias de filósofos, poetas y escritores seleccionadas por Borís Hrístov y fotografías suyas de piedras de varios tipos y formas. En los años 2021 y 2022, primero como exposición y luego como álbum, fue presentado el proyecto El salón de la naturaleza (2022), en el que las obras líricas dialogan con reproducciones de pinturas creadas por el artista Milko Bozhkov a base de fotografías de Hrístov. Se puede resumir que los libros del poeta del inicio del siglo XXI tratan de descubrir y decodificar aquellos fragmentos de sentido existencial que, escritos con la «letra» de la naturaleza, quedan fuera del alcance de la vanidad de la memoria transitoria del sujeto y se posicionan más allá de la singularidad de lo humano.
Borís Hrístov ha sido galardonado con prestigiosos premios literarios, entre los que destaca el Gran Premio de Literatura de la Universidad de Sofía (2000). Sin embargo, en el año 2010 él rechaza la Medalla del Estado “Cirilo y Metodio – I grado”, manteniendo así de forma sistemática su independencia respecto al sistema estatal y político.

TROMPETA NOCTURNA

Nos lanza la vida debajo del sol deslumbrante
          los pies frotamos entonces por la piedra que arde…
Y cuando la noche del cielo azuláceo cae
          en manos tendré la trompeta y saldré a la calle.

Basta vagar entre estas paredes
          como son de campana quebrada
debo tocar y debo romper
          el silencio: el grito, no más, que estalle.

Quiero que retumbe el viento caliente,
          amplias que abra las salidas.
Quiero que la tierra se vaya de nuevo
          tras la cruzada de los grillos.

Quiero vuestro cerco de alambre de púas
          con mi canto sonoro romper.
Quiero que el vecino que se hace
          el sordo de pronto recupere el oír.

Quiero que el bandido los dedos se ate,
          corazón que se compre el guarda.
Una gota quiero dar de mis lágrimas
          al ojo que la herrumbre asalta.

Quiero que su visita repita
          la feria: que el polvo expela.
Que de risa muera y de cosquillas,
          quien se está muriendo de tedio.

Quiero que con los muertos quedemos
          la noche entera, como escolta.
Quiero que a los dormidos avisemos
          que sobrará tiempo para reposo.

Debo tocar en la noche opaca
          hasta oír acercarse el timbre
de miles de trompetas lejanas.
          O de algún arcángel invisible.

EL MURO

Vivo aun estaré –si un brazo tengo–
y contento con que ese se haya quedado.
Calor aun tendré con la hoja en el invierno
y de hojas me coseré las sandalias…

Encaminados a romper el muro
y arder en la plaza como rastrojos
a mi amigo perdí en una ranura
y luego, de a dos, a todos los otros.

Sin pensar que vine en pos de la vida
los ojos cerré para que nadie vea:
lo empujé, y rasgué, y solté aullidos
hasta que la sangre manó de mis venas.

Desmayado al fin en la mala hierba
lloré en secreto de ofensa e ira:
aun si gritas, no hay quien atienda,
lo que escribes, no hay quien lo mire.

Mi esperanza final exhalé entonces
y me amputé las crecientes alas
¡qué es el hombre si los simples ratones
por debajo pasan como si nada!

Mas se acaba la vida, bullirá como soda
lo que resta son viento y versos.
Y si he de gritar libremente ahora
gritaría: «yo grito». No más que eso.

Si me quedara vigor en la mano
y debiera escribir alguna cosa,
sobre el muro escribiría osado:
«Esto es muro». Sin otra glosa.

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