Dmitri Kuzmín

Poeta, traductor, editor y una de las figuras centrales de la poesía contemporánea en lengua rusa. Nació en Moscú y es nieto de la reconocida traductora Nora Gal, a cuya obra dedicó dos volúmenes conmemorativos. Fundador de la editorial ARGO-RISK, del sitio literario “Вавилон” (http://www.vavilon.ru/) y de la revista “Воздух” (http://www.litkarta.ru/projects/vozdukh/), ha sido además editor de antologías influyentes, entre ellas “Очень короткие тексты” (Textos muy cortos), “Нестоличная литература” (Literatura no capitalina), “Освобождённый Улисс” (Ulises liberado), “Полярная антология” (Antología polar) и “В моём теле идёт война” (En mi cuerpo hay una guerra). Es también creador del primer almanaque ruso de haiku “Тритон” (Tritón), de la plataforma “Новая литературная карта России” (Nuevo mapa literario de Rusia) y cofundador del Premio Nora Gal a la traducción de prosa breve. Por su labor editorial recibió el Premio Andréi Biely. Como poeta, ha publicado los libros “Хорошо быть живым” (Qué bueno estar vivo), galardonado como mejor debut, e “Искусство обнимать любимых во сне” (El arte de abrazar a los amados en sueños). Su obra ha sido traducida a más de una docena de idiomas y ha aparecido en antologías y revistas de numerosos países. Ha participado en festivales y encuentros poéticos en Europa, Asia Central y diversas ciudades de Ucrania. Como traductor, ha vertido al ruso las obras de Antoine de Saint-Exupéry, Thomas Ernest Hulme, Louise Glück, Rae Armantrout y Yuri Tarnavsky, además de coordinar volúmenes de poemas de Serguéi Zhadán y Charles Simic. También ha traducido a poetas estadounidenses, ucranianos, bálticos y centroeuropeos. Desde 2014 reside en Letonia, donde fundó Literature Without Borders (http://www.literaturewithoutborders.lv/), un proyecto internacional que reúne una editorial dedicada a la poesía, una residencia para traductores y el festival Poetry Without Borders, celebrado en Riga desde hace varios años. La traducción de los siguientes poemas es de Ingrid Ots.

El tiempo se insinúa en tu cuerpo.
Luis Cernuda
En la recta final del poder soviético, el Teatro Bolshói de Ópera y Ballet
se había convertido en un imponente monumento a una época decadente,
cantaban y bailaban allí miembros del partido, condecorados y diputados,
tenores de ideología sólida y hombres rectos mantenidos a raya.
Pero ante él había un pequeño parque con lilas descuidadas,
y allí cada tarde-noche se daba una pantomima propia,
dramática y apasionada: se reunían sombras solitarias,
vagaban con cuidado, se estudiaban furtivamente,
a veces cruzaban las miradas, a veces no apartaban la mirada,
a veces, tras unos pasos complejos, se marchaban juntas.
Llegué allí a los diecisiete años, perdidamente enamorado
de un compañero de clase inalcanzable, y unos cuarenta minutos después
me encontré en un callejón cercano, en una vivienda comunitaria,
en una enorme habitación con una antigua pantalla de terciopelo,
donde un piano de cola de concierto dejaba un espacio estrecho a la cama,
y ​​lo primero que hizo el dueño de la habitación fue poner un disco
y besar lentamente los dedos de mis pies mientras cantaba Callas:
Templa los corazones ardientes y templa el cielo audaz,
Derrama en la tierra esa paz que haces reinar en el cielo.
Y ahora, cuando una época muy diferente se desvanece rápidamente,
te metes conmigo en una habitación nueva de hotel,
mi hermoso, mi joven de diecisiete años, cada vez con un nuevo
color de pelo, y antes de tirarme en la cama,
pones a todo volumen la banda “Pioner Camp Dusty Rainbow” en tu teléfono,
la voz fugaz, áspera y nasal del cantante principal canta desafinada:
Llevamos lo irracional, lo malvado, lo eterno en un mal sueño
a través de un país muerto. Tú, por supuesto, eliges la música.
Tú decides qué hacer contigo: hoy, este flogger.
Pero ¿cómo puedo hacer que elijas la vida si en el momento en que
salgo por la puerta, te paralizas, como envuelto en algodón,
en espera de cerveza, autolesiones y mefedrona? La historia
se ha desarrollado por sí sola, y aún recuerdo el sonido de la aguja, por años
girando ociosamente alrededor de la pegatina, pero la tecnología
hace milagros, y ahora la primera canción ha vuelto a sonar sola.
Sabes, estas canciones no excitan, pero atrapan, como una astilla en la cabeza,
de la forma en que el tiempo se insinúa en tu cuerpo, sin matarte todavía,
pero ya te clava, crucificándote en la línea temporal.
Pero dentro de ti, hay una música diferente, instantánea, eterna,
Que será liberada cuando finalmente grites.
* * *
Una vez diagnostiqué VIH a un joven poeta.
El joven poeta provenía de una familia profundamente ortodoxa,
así que al principio se ganaba la vida con la prostitución
y las artes marciales mixtas, pero cuando nos conocimos,
se había pasado a la crítica cinematográfica, una ocupación más acorde
con su rico mundo interior. Era un joven poeta muy formal: él mismo me escribió
por privado diciendo que deseaba conocer mi opinión sobre varios
temas creativos urgentes, y en un departamento alquilado
de una sola habitación en Novoguiréyevo, me recibió con un pastelito, aunque,
debido a la falta de mesa y sillas en el departamento, tuvimos que
tomar el té en el suelo, tumbados sobre colchones, como en la antigüedad,
el tema de la construcción de la vida derivó en una conversación sobre tatuajes,
el joven poeta se giró y se bajó un poco el pantalón,
en la parte trasera, justo debajo de la cintura, había una gran
inscripción en latín con letra gótica: “Ninguna
pretensión dura para siempre”. Resultaría difícil interpretarlo
de otra manera que no fuera una invitación a quitarse el pantalón del todo.
Entre las nalgas del joven poeta crecía un cúmulo de
condilomas, tal como se describe en un libro de texto: semejantes
a los ramilletes de una coliflor. A la mañana siguiente, fuimos juntos
al Instituto de Proctología. Estos centros médicos
en los nuevos barrios, donde no hay ninguna otra vida, son especialmente
desalmados, le hicieron una prueba rápida al joven poeta,
tras recibir los resultados, salió conmigo
y se desmayó allí, en la nieve de marzo.
Lo bloqueé de las redes sociales mucho después,
tras sus declaraciones en defensa del derecho del pueblo de
Nueva Rusia a la autodeterminación. Podemos saber
quién más, entre los que siembran mentiras y odio,
conserva en su mente el recuerdo de una infección indecible,
no, ya no mortal, igual que las demás
enfermedades crónicas desagradables,
pero como si aún les provocara por las noches
flujos fantasmales e irresistibles de sudor fétido
y arrojando al rostro, visibles solo para ellos,
manchas púrpuras y repugnantes de carne enfurecida.
Podemos saber cuánto de este virus hay en la sangre del país.
Y no, probablemente no habría disminuido si te hubiera
cogido sobre un colchón en Novoguiréyevo.
* * *
28 de mayo de 2025, Stávropol
Era un tipo guapo este comandante de la guardia,
de cuarenta y cinco años, pero aparentaba ser treintón como mucho,
bajito, sonriente, de labios carnosos, los ojos ligeramente rasgados,
no era un militar cualquiera —
él mismo había desarrollado iluminación láser para misiles
para destruir al enemigo con mayor eficacia
en zonas residenciales densamente pobladas,
y en la vida civil también quería servir a su país
en la lucha contra el terrorismo y el extremismo.
Pero cuando se registró en una app de citas sexuales
¿se daba cuenta quién era el enemigo en el frente interno?
Cuando le envió a un chico delgado más joven
sus fotos desnudo, ¿recordaba de dónde
venía la amenaza extremista internacional?
¿Acaso todo por lo que habías luchado, comandante,
no sería borrado de la faz de la tierra por una explosión
de esperma dirigida desde el largo y delgado miembro de un cohete
entre tus nalgas? Pero alguien
se adelantó a esa explosión con otra. En las últimas imágenes
de la cámara de visión nocturna,
no se ve con claridad su rostro, pero se puede imaginar
cómo la camiseta rosa pálido resalta esa barba de un par de días,
cómo mira desde abajo, feliz,
a un chico encantador que por fin llegó,
y esos ancianos y esos niños en los refugios subterráneos de Mariúpol
murieron, nada más — ¿y qué? ¿vamos a dejar de amar por eso?