Rumen Stoianov
Traducción de los alumnos del 11º grado del Instituto Bilingüe «Miguel de Cervantes», Sofía, Bulgaria: Kalina Ilieva, Ema Lenkova, Elitza Anguelova

(Rumen Stoianov es poeta, escritor, traductor, diplomático y académico del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Sofia “San Clemente de Ojrid”. Ha traducido al búlgaro obras de Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Vicente Aleixandre, Carlos Drummond de Andrade, Fernando Pessoa, entre otros. Dos antologías de poesía búlgara fueron publicadas en su traducción. Doctor honoris causa de la Universidad de Brasilia, Brasil.)
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Como traductor de Borges, divulgué Historia de la eternidad (selección de siete colecciones), El libro de arena y creo incluso que he sido el primero en traducir un cuento suyo. Además, mi estudio Borges lee los bogomiles ha tenido tres ediciones, por lo que no me es indiferente cómo es recibida aquí, en Bulgaria, su obra. En resumen: con crecientes fama y exaltación. No voy a proseguir la acogida revisando artículos, notas, prólogos, sino que la enfocaré desde un ángulo poco tradicional.
Aumenta el número de los admiradores/lectores de Borges y no tenemos ni un escritor que se asemeje al argentino. Y es poco probable que lo tengamos, ya que abordamos incorrectamente su obra. La hojeamos, la sometemos a reflexiones escritas y orales, admirándola, y quizá aquí acaba nuestra tarea. A nosotros nos llega el resultado final de una actividad casi sobrehumana. Si queremos aprovechar sus logros excepcionales, tenemos que conocerlos bien no solo a ellos, sino también a cómo los consiguió el sudamericano. Porque Borges no nació Borges, sino que llegó a serlo. Mejor dicho, se formó a sí mismo. Parece que esto no les importa en absoluto a los literatos; leyendo la obra del ciego legendario, pretenden descubrir una fórmula para su alta elocuencia y aprovecharla de alguna manera, ser borgianos; en pocas palabras: hurgar alguna cosita del genio. No obstante, la clave no se esconde en lo que leemos de Borges, sino en lo que antecede: cómo se convierte Borges en Borges. La respuesta es: a través de mucho trabajo y de muchas lecturas. Y además, en diferentes idiomas. Él lo hace tanto en español, como en inglés, francés, alemán e italiano. Además, estudia anglosajón (inglés antiguo), echa un vistazo al islandés y al japonés. Sin estos esfuerzos variados por indagar las literaturas y las culturas ajenas sin intermediario alguno, Borges no sería Borges. Y esto, por decirlo suavemente, no es nuestro punto fuerte. Durante la época del glorioso y heroico comunismo, el narrador de aquel entonces, con raras excepciones, en los casos más abnegados sabía algo de ruso y con el cambio a la democracia, lo suplió por su heredero actual y aún más grande, el inglés. Sobre todo, el coloquial. Sin embargo, repito que eso sucede en pocas ocasiones; para el prosista patrio, tanto el de ayer, como el de hoy, no es algo de querer el acto de perder (qué buena rima me salió) su tiempo con aturdimientos de lenguas extranjeras: para qué despilfarrar tiempo con ellas, allí están los traductores, verdad que son ellos los que trasladan palabras, es su ocupación, los leeré y crearé lo mío.
La profesión de escritor consta sin duda de dos componentes irrevocables: don y cultura. El primero nos es dado por el cielo, su existencia no podemos controlarla, nos lo otorgan sin preguntar de qué tipo o tamaño lo preferimos. En cambio, la cultura siempre es consecuencia del enriquecimiento personal. Pero, para acumularla, somos muy, muy, bastante, bastante ahorrativos. ¿Quién de nuestros escritores contemporáneos sigue el ejemplo de Borges de extraer información directamente de diversas fuentes, sin intermediarios? ¿Quién estudia latín, por ejemplo, con el propósito de obtener algo del legado de los pensadores antiguos? Pues, a nosotros nos cuesta leer en lengua búlgara antigua, y ni hablar de lo ajeno. Sin embargo, nos apetece escribir a imagen y semejanza de Borges. En el maravilloso pueblo de Draganovo existe un refrán cuyo significado es que una cabra primero tiene que estar con un macho cabrío para que luego le nazca un cabrito. Pero nosotros esperamos parir sin acudir al macho cabrío. Ahora vuelvo a repetir: se nos cae la baba por comer un plato rico, pero que otro lo prepare. Claro está por qué no ocurre con nosotros, por qué siempre nos llevamos un chasco: leemos a Borges en abundancia con la esperanza de aprehender algo, pero esto equivale a pedirle peras al olmo. Cualquier placer se paga, debemos leer hasta que se nos empañen los lentes, pero lo evitamos. El truco del hurgamiento tampoco funciona. Serán en vano todas las exclamaciones ¡ah!, ¡eh!, ¡ih!, ¡oh!, ¡uh! con respecto al célebre ciego, nunca concebiremos un seguidor digno suyo, si leemos solamente un poquitín de eso y de aquello de su obra, vamos a suspirar por sus páginas transoceánicas y eso es todo; en el mejor de los casos las alturas inalcanzables provocarán nuestro asombro.
Le preguntan a Jesucristo: “Maestro, ¿de qué manera conoceremos cómo son las personas?”. Y el Salvador contesta: “Por sus frutos los conoceréis.” (Mateo, 7:16). Llevamos décadas comunicándonos con las obras de Borges en nuestra lengua querida y surge una cuestión razonable: ¿qué salió de eso? ¿Dónde está su influencia beneficiosa, quién y a qué nivel ha logrado aprender correctamente sus moralejas? Pues… Jamás las aprovecharemos si no nos arremangamos y no enrollamos las perneras para indagar, armados de varios idiomas, en la variedad cultural y literaria que cuenta con monumentales ejemplos. Como si anhelaras vivir maravillas oceánicas, pero te estuvieras remojando a tres pasos de la orilla. Por ahora y no sé hasta cuándo, Borges representa un placer descomunal para conocedores y para inclinaciones crítico-investigadoras de vez en cuando. En la narrativa no noto influencia tangible y favorable alguna: nos espanta el precio que inevitablemente requiere. Pero sin pagar no llegaremos a ser unos seguidores borgianos de pleno valor. Somos admiradores/lectores ardientes suyos, investigadores tímidos (¿acaso existe un libro dedicado al argentino que sea escrito por un búlgaro?) y aquí nos quedamos en blanco. La misma declaración infeliz tenemos que brindar acerca de los grandes eruditos Octavio Paz y Alejo Carpentier: nuestras escrituritas son demasiado humildes, magras, pretendemos cazar monos con espárragos, apostamos como agarrados, jugamos al por menor, nos faltan ganas de expansión. Y esto se adquiere sola, única y exclusivamente mediante la dura persistencia a la que temerosamente no recurrimos: escatimamos demasiado los esfuerzos. Y jamás cazaremos el mono deseado, error, narrativa, si lo seducimos con un puñado de espárragos; en realidad, nos estamos estafando a nosotros mismos al creer que así seduciremos al mono.
No es que clame por una imitación servil. Sino por ver en qué se basa esta increíble maestría, cómo son los cimientos de esta hazaña literaria. Y mirando más allá de la narrativa de Borges, empezar a darnos cuenta de cómo podemos sacar provecho de él: verdadero, completo y favorable, en vez de usar baratitos hurgamientos.