Absurdo y Absoluto

Ladislav Klíma

Presentación y traducción: Cristian Cámara Outes

Elogio del epigonismo. Breve semblanza de Ladislav Klíma

Ladislav Klíma (1878-1928) fue un escritor y filósofo checo que se suele encuadrar dentro de la variante más frenética del decadentismo e idealismo finiseculares, a los que lleva hasta sus últimas consecuencias epilépticas, sobrepasando sus postulados narrativos y estéticos. Pertenece sin duda a la estirpe de los escritores “raros” que provocan pasiones encontradas y deciden vocaciones irreversibles. En su época fue un incomprendido que se opuso escandalosamente a todas las convenciones sociales, vivió como un vagabundo alcoholizado con trabajos ocasionales, cada cual más pintoresco, cumplió con el requisito de destruir buena parte de sus manuscritos y finalmente murió desahuciado de tuberculosis. A Rubén Darío le hubiese entusiasmado su afinidad con los personajes de Los raros.

En cuanto a su producción filosófica, inspirada en Berkeley, Schopenhauer y Nietzsche, Klíma publicó durante su vida tres libros mayores en los que desarrolló una variante de idealismo subjetivo particularmente desaforada y extrema: El mundo como conciencia y nada (1904), Tratados y dictados (1922) e Instante y eternidad (1928). El propio autor denomina a su sistema filosófico de variadas maneras resaltando aspectos particulares: Egodeísmo, Egosolismo, Absurdismo, Deoesentismo, Metalogicismo, Contradiccionismo absoluto, Ludibrionismo, etc. La premisa básica de su pensamiento, declinada obsesivamente en sus textos, es la de que “el mundo es igual a la conciencia del sujeto”. Esta identidad ontológica postulada entre pensamiento y ser tiene como consecuencias destacadas: la imposibilidad de distinguir entre verdad y mentira, con el rechazo furibundo de cualquier tipo de positivismo, realismo, intento de conocimiento “objetivo” o de acatamiento de las reglas de la lógica, sometidas a la preponderancia del objeto; la defenestración de cualquier código moral basado en diferencias “cualitativas” (bien/ mal), al que se opone una moral aristocrática que reconoce solo diferencias cuantitativas, de pura intensidad vital y creadora; el encumbramiento de la conciencia subjetiva a una condición demiúrgica o “egodeísta”, que se resume en la creación y destrucción constante de configuraciones plásticas, a la vez estados materiales y afecciones psíquicas; o la consideración nihilista de que el mundo posee una consistencia exclusivamente ficcional, irreal, “ludibrionista”, en la que nada es sólido y todo se transforma constantemente en su negación y su contrario. Si bien ninguno de estos rasgos se puede considerar como completamente original en su contexto, Klíma posiblemente se destacó por el grado de compromiso vital ascético con el que asumió hasta sus últimas consecuencias sus conclusiones teóricas.

ladislav klímaSi pasamos ahora a un tipo de consideración estrictamente literaria, las obras ficcionales de Klíma son siempre parábolas o alegorías de sus postulados filosóficos. Su producción consta de dos novelas mayores, Las desventuras del príncipe Sternenhoch (1928), editada en 2012 al castellano en traducción de Patricia Gonzalo de Jesús por la añorada Libros del Silencio y Némesis gloriosa (1932), así como varias recopilaciones de relatos cortos y una serie de artefactos narrativos difíciles de ubicar, especialmente La gran novela, un descomunal manuscrito de miles de páginas en el que el autor trabajó durante décadas (publicado en francés por Éditions de la Différence con traducción de Erika Abrams). En principio, el posicionamiento literario de Klíma se podría definir con el término generalmente poco elogioso de “epígono”. En el momento en el que escribe sus primeras prosas, durante la primera década de siglo, se encuentra acompasado con la corriente literaria dominante en el momento, la generación de autores decadentistas reunidos en torno a la revista Moderní Revue, como Julius Zeyer, Miloš Marten, Arnošt Procházka, Otokar Březina, Karel Hlaváček y, por encima de todos ellos, Jiří Karásek ze Lvovic, cuya novela Un alma gótica (1900) se puede considerar como la influencia más sostenida durante toda su producción. Sin embargo, durante la segunda década del siglo, y de manera especial a partir del final de la Primera Guerra Mundial, el sistema literario checo cambia de manera radical, con la introducción de toda una nueva serie de tendencias, temáticas y procedimientos, mientras que Klíma permanece aferrado a las maneras características de la generación anterior. Los géneros que emplea Klíma, la novela gótica y el relato fantástico y de horror, los encontró ya listos, mientras que aquellos que trató de desarrollar para su propio uso, como la escritura desencauzada de La gran novela, nunca llegaron a satisfacerle por completo. La vinculación entre biografía y creación literaria, la consideración de la propia vida como hecho literario, es también un rasgo que Klíma comparte con la generación previa, posiblemente para su desdicha aunque quién sabe, o que al menos se presenta en un sesgo completamente distinto dentro de la nueva configuración literaria.

Ahora bien, ocurre que el epigonismo es un fenómeno histórico-literario poco estudiado y quizá más interesante de lo que podría parecer a primera vista. Cuando menos se puede pensar que existen dos tipos de epigonismo: un epigonismo que opera por reiteración, que sin duda tendría menos relevancia, a pesar de su dilatada propagación, y un epigonismo que opera por exasperación, y que lleva hasta sus últimas consecuencias una forma literaria previa, disgregándola y mostrando con ello aspectos imprevistos, que pueden posteriormente adquirir significación literaria propia. A este último es al que pertenece sin la menor duda Klíma. Sus obras en prosa están llenas a rebosar de todos los clichés de la tradición gótica readaptada por los decadentistas: vampiros, fantasmas, Doppelgänger, mazmorras laberínticas, tormentas nocturnas con abundante aparato eléctrico, extranjeros misteriosos, estados psíquicos mórbidos analizados con minuciosa delectación, enfermedad, corrupción, neurosis, tortura y gangrena. Sin embargo, por extraño que pueda parecer, en Klíma todos estos elementos son llevados a un estado de acumulación y paroxismo barroco que los presenta en un perfil novedoso. En este punto, la obra literaria de Klíma llega a adquirir una actualidad sorprendente, al enlazarse con ciertos aspectos de la prosa de los autores expresionistas, como Jakub Deml o Richard Weiner, y no cabe duda de que la actual descripción histórica de los movimientos de vanguardia homogeneiza excesivamente fenómenos que proceden de tradiciones muy diversas. No deja de ser curioso que, a diferencia de lo que ocurre en sus textos filosóficos, los personajes protagonistas de sus obras literarias casi nunca triunfan en los truculentos combates espirituales a los que son sometidos, sino que sucumben invariablemente a las fuerzas demoníacas que los acosan. Podría ser una prueba adicional de cómo la forma literaria se impone y dirige los designios e intenciones conscientes de un escritor.

La obra de Klíma pasó prácticamente desapercibida en vida del autor y también durante las décadas siguientes, no había demanda para ella en la situación del sistema literario. La situación cambió radicalmente entre los años sesenta y ochenta, en el contexto del movimiento underground de oposición al régimen comunista. Como explica Martin Machovec, en ese momento se produjo una fiebre de “klímología” y “klímofilia”. Sus obras se editaban de manera clandestina (samizdat) con enjundiosos estudios introductorios y artistas y creadores como Egon Bondy, František Pánek, Ivan Martin Jirous o Václav Havel buscaron inspiración en las tesis del “ludibrionismo cósmico”. El icónico grupo musical The Plastic People of the Universe tuvo uno de sus mayores éxitos con su adaptación del texto “Lo que habrá tras la muerte” y Bohumil Hrabal escribió célebremente que Klíma era una de las “cinco estrellas de la literatura checa” que lo habían influido en su obra, junto con Jaroslav Hašek, Franz Kafka, Richard Weiner y Jakub Deml. Pero si bien en esta época se utilizaron y desarrollaron determinados procedimientos de Klíma (y no de los decandentistas), como los juegos verbales o la inclinación por lo grotesco, absurdo y tragicómico, el mayor impacto lo tuvo su posicionamiento vital provocativo e inconformista y su desasosegado combate espiritual contra todos los valores sociales aceptados. Después de los años ochenta, en lo que parece otras de las épocas de mayor sincronismo de la literatura europea, con la vuelta a postulados narrativos decimonónicos, Klíma ha vuelto a caer en desuso. Sin duda, la configuración actual tiene algunos rasgos muy particulares, en especial su extraordinaria longevidad, que parece contradecir la lógica evolutiva específicamente literaria. Literatura puede ser cualquier cosa, incluso la expresión de sentimientos o la mera narración sustentada en la “fábula”, pero no puede ser una misma cosa durante mucho tiempo. Precisamente, para sacar a la literatura de un punto muerto, suelen ser útiles los autores olvidados o semiolvidados, los estratos o tradiciones marginales que tienen potencialidad para hacerla descarrilar de sus inercias.

Absurdo y absoluto

I

A nada se aferra el hombre de manera tan desesperada como a la idea de verdad. Parece tan incapaz de vivir sin ella como un caracol sin su concha, como si fuese idéntica a su ser, o como si más allá de la idea de verdad se abriese el abismo pavoroso de la nada. Todas las ideas fundamentales del hombre se sustentan sobre la noción de verdad. Y si bien es cierto que el escepticismo ha refutado muchas de estas ideas secundarias, en ocasiones con excesiva brutalidad, en otras con excesiva circunspección, no lo es menos que nunca se ha atrevido a llegar tan lejos como para derrumbar este ídolo penoso y fantasmagórico. Pero, ¿qué tipo de refutación es esa que, después de argumentar laboriosa y educadamente acerca de la falta de fundamento de la verdad, finalmente concluye por volverla a sentar en su trono? ¿Cómo debemos entender todas esas elucubraciones, más o menos inspiradas o sublimes, que después de negar a ultranza la inmaterialidad de esta sombra miserable, al ver que amenaza con disolverse en el aire, acaban invariablemente por atribuirle algún tipo de materialidad, construida apresuradamente para la ocasión? Es necesario tener el coraje de llevar hasta sus últimas consecuencias las incitaciones que se presentan ante nuestro espíritu, y que parecen empujarle en la dirección de una luz distante y poderosa. El teórico que rehúsa aplicar su teoría en la práctica no merece ni siquiera el nombre de teórico, sino de un simple volatinero de las ideas. Quien así procede ni siquiera ha llegado a moverse del sitio, ha concluido en el punto en el que debía comenzar su viaje. La imposibilidad de cualquier certeza, la contradictoriedad, la circularidad del conocimiento, la alogicidad fundamental de la lógica, el absurdo absoluto de la verdad, son todas consecuencias irrefutables del pensamiento humano. Son el rostro de la Gorgona ante el cual incluso la mirada más valerosa y decidida se ve obligada a desviar la vista; la herida negra, palpitante y purulenta en la cual, si aplicamos un escepticismo consecuente, acaba por transformarse el mundo. En el fondo del alma humana yace el terror ante el absurdo de la verdad. La pérdida de la verdad se le presenta al mismo tiempo como la pérdida de sí misma, el derrumbamiento completo del mundo, y la caída en un abismo monstruoso, enloquecido e imposible.

Sin embargo, es desde este abismo de donde brota el alma humana. Desde él ascienden a la superficie los secretos más profundos y solo en él yace la clave para desvelar el Misterio. Confrontados con este abismo, sentimos de manera involuntaria que nos hallamos en la mayor proximidad espiritual de aquello que nos es más propio. El miedo ante el absurdo es para la humanidad lo mismo que el miedo ante la muerte para el individuo: el vértigo ante la pérdida de lo que somos que suscita un intento ridículo y desesperado de autoconservación. ¿Pero acaso no es en la pérdida de uno mismo donde se encuentra la única posibilidad de recobrarse? ¿Acaso en el instante en que abandonamos nuestra humanidad no accedemos a una proximidad más plena con lo Divino? ¿Acaso no es nuestro miedo al absurdo el indicio de que este absurdo es precisamente lo más deseable? O bien la humanidad es simplemente un tipo desgraciado de existencia divina, o bien ante ella todas las verdades del hombre carecen de sentido, entre ellas y sobre todo la idea misma de verdad. Si existe Dios, existe necesariamente más allá de la verdad y la mentira. Tratar de alcanzar a Dios a través del concepto de verdad es lo mismo que tratar de llegar a la luna subiéndose en un taburete. Y si nos dirigimos hacia lo Altísimo debemos, en primer lugar, estar dispuestos a destruir todas las enseñanzas de la verdad y la lógica. Quizá descubriremos entonces que aquello que hemos destruido era tan solo la lápida que nos asfixiaba y el vampiro que succionaba toda nuestra energía. Que al romper nuestra concha hemos posibilitado que finalmente emergiesen nuestras alas. Que la verdad era idéntica tan solo con la mitad larvaria de nuestro ser. Que lo que se ha derrumbado no es el mundo sino tan solo el calabozo en el que estábamos arrojados, y que tomábamos equivocadamente por el mundo y el cielo. Que el reino de la nada es la luz solar de una vida más elevada, aunque al principio cegadora. Que el abismo es el cielo. Que el rostro de la Medusa es el rostro de Dios.

II

Solo lo Altísimo tiene valor. Si lo Altísimo fuese solamente una millonésima de milímetro más bajo, sería ya insondablemente más bajo, vil e insignificante. Si existiese únicamente un átomo por encima de lo Altísimo el mundo se hundiría en la nada. Esta negación es el único hecho positivo imaginable, la perfección realizada. Dios solo puede ser aquello que no depende de nada ni está delimitado por ninguna otra cosa. Su Libertad es Supremacía, en el sentido de que no está vinculado con nada y es aquello que vincula entre sí a todas las cosas; y Omnipotencia, en el sentido de que le es intrínseco el dominio de todo. La Suprema Omnipotencia es Soberanía. La Soberanía solo puede ser Infinitud. Cada terminación es una negación de todas las ideas más elevadas. La Infinitud es absolutamente fluida, indefinida y ambigua: todo lo que es preciso, determinado o claro es su negación.

La verdad es la estabilidad, la certeza, la claridad kat’ exokhḗn, la detención, la solidificación gélida y mortal. Es la tendencia irrefrenable, vil y estúpida, a meter el infinito en un cofre estrecho, a mutilarlo para que quepa en un ataúd. Es la estandarización y normalización de todo de acuerdo con patrones prestablecidos, la castración de la vida, el estrangulamiento del mundo, el aplastamiento de Dios. Es la tarea afanosa y mansa de construcción de lindes, el confinamiento cobarde en el interior de los límites de nuestra animalidad, la animalización completa del ser. La mezquina verdad, de carácter autocrático y soberano, no soporta que exista nada por encima de ella. Es el calabozo del mundo, la negación del Altísimo.

La verdad es la estabilidad, la certeza, la claridad kat’ exokhḗn, la detención, tan perfecta gracias a estos atributos como la plenitud y el vacío. Hay verdad = No hay Dios = El mundo es una inmundicia. Dios fue denigrado al verse obligado a compartir su trono con la verdad. Parte de la rigidez despótica y el embotamiento bestial de la verdad se le comunicaron, y él mismo acabó por parecerse también a un cadáver, un imbécil, un esclavo y una bestia, a algo absurdo y sinsentido. Lo Altísimo aparecía ahora como lo Bajísimo. No es extraño que el instinto sano lo rechazase fuera de sí, lo arrojase lejos, hacia algún lugar por encima de las estrellas. Este duunvirato imbécil es el origen de toda nuestra miseria filosófica y de toda nuestra depravación humana. No hay mayor pecado que la hibridez. La mitad (como lo enseña la matemática) es menos que la nada. No hubo coraje suficiente ni para impugnar la verdad ni suficiente cobardía como para renunciar a Dios. Tratando de conservar a ambos el hombre los perdió a ambos. Dios se convirtió en un sinsentido; la verdad nunca había dejado de serlo; el mundo se hundió en una noche turbulenta. La reconciliación de los opuestos es imposible, la reducción de uno al otro resulta bien en una inanidad caricaturesca o bien en la simple negación de aquello que se reduce. El hombre, juzgando de acuerdo con sus propias nociones de dignidad, consideró que Dios debía estar sin duda muy cómodo encadenado a la pared, si por lo menos se le dejaba espacio suficiente para corretear por las celdas y pasadizos de su cautiverio. Solo entonces, bajo el reinado absoluto de la lógica, pudieron aparecer declaraciones como la siguiente de Turguéniev: “¡Oh Dios, si en verdad eres omnipotente, haz que dos más dos sea igual a cinco!”. ¡Como si algo así fuese necesario! ¡Como si Dios no fuese previo a cualquier cálculo! Desde siempre ha sido verdad que dos más dos es igual a cinco y desde siempre ha sido mentira. Nunca ha dejado de ser una lastimosa mentira que dos más dos es igual a cuatro. Ante el rostro de Dios, ante el rostro de la Libertad, de la Arbitrariedad, ante el rostro de la Voluntad absoluta, que hace todo según le parece, todo es verdad y todo es mentira, según su exclusivo capricho del instante. El mundo es el Quodlibet de Dios. Para aquel que emprende el descenso desde la idea de Dios resulta una agradable sorpresa encontrarse en las profundidades abisales con la absurdidad radical de la lógica, que le corresponde de una manera tan perfecta. Esta coincidencia es la demostración logológica más palpable de la esencia divina. A pesar de la estúpida apariencia que nos ofrece la evidencia, la consecuencia ineluctable de la absoluta ilogicidad y contradictoriedad de la lógica es la de que todo es igualmente falso. Y por tanto también esta frase y por tanto también todo lo verdadero. La consecuencia del pecado original es que todos los actos humanos son igualmente pecaminosos. La consecuencia de la absurdidad original de la lógica es que todos los juicios, tanto los construidos impecablemente como los descabellados, son igualmente falsos. Delante de cada uno de ellos se encuentra el signo menos. Todo el empeño del pensamiento lógico consiste en tratar de alcanzar un numero positivo mediante la suma sucesiva de números negativos. No hay nada más absurdo que sentar a esta novia decrépita y ajada en nuestras rodillas y hacerle carantoñas embelesadas… La “necesidad práctica”, la “vida”, tienen en este orden de cosas la misma importancia que el discurso de cualquier politicastro en el parlamento.

Hasta aquí alcanza el lenguaje humano. En verdad el pecado original es la divinidad original del hombre, la Alogicidad es la condición de la Ominipotencia, el “Absurdo” es lo mismo que lo Absoluto.

III

“En verdad el pecado original etc…”. Al negar la lógica es imprescindible, de la manera más ridícula, recurrir a procedimientos lógicos. Bueno, ¡y eso qué! Que esté obligado a recurrir a la lógica no significa que ella sea lógica, sino simplemente que estoy obligado. No significa que no sea un trapo mugriento, sino que yo lo soy, al menos mientras permanezca postrado ante ella. No es lógico refutar la lógica mediante la lógica, pero si fuera lógico, esto sería al mismo tiempo tanto su demostración como su refutación. Y al revés, si fuese posible demostrar la lógica a través de la lógica, esto igualmente supondría tanto su refutación como su demostración. Las demostraciones refutan aquello que demuestran y las refutaciones demuestran aquello que refutan. Todo es lo contrario de sí mismo, como ya lo sospechaba Heráclito. La contradicción lo es todo. Y por tanto, la contradicción no existe. Lo que significa que todo es contradicción. La contradicción se extiende infinitamente hasta el infinito, abarca el instante y la lejanía incalculable. Aquí resplandece un saber profundo: el centro de gravedad de la lógica se ha desplazado desde la idea limitada de verdad hacia la idea de infinitud, que es la negación completa de la verdad y el sentido. La verdad era tan solo un peldaño, una astucia, y el objetivo real y el alma de la lógica consisten en la ilimitación, en llegar a convertirse en el mar en el que se zambulle el Dios infinito. La camisa de fuerza se transforma entonces en la clave de bóveda del universo. La contradictoriedad, el contradiccionismo incesante del pensamiento, es lo que opera esta transmutación milagrosa. Lo inacabable de la oposición es el único infinito propio, mientras que el infinito del tiempo y del espacio son solo sus ramificaciones particulares. Y en el reino de la lógica infinita la infinita indiferencia se ríe eternamente de cada verdad, de cada juicio y de cada pensamiento. Por debajo de todos estos espectros psíquicos fluye eternamente la divina indiferencia, danzando sobre las olas y jugando con sus matices irisados, en el juego inacabable del infinito Esplendor.

IV

La seriedad es limitada, su madre es la πενια animal, madre de la verdad. El juego es la única actividad posible de Dios. Todo aquello sobre lo que Dios actúa se torna necesariamente en un juguete en sus manos, en materia infinitamente plástica y moldeable, en una llama flexible, que opone tan solo una resistencia aparente para adquirir las más variadas formas de la fantasmagoría, el delirio y el sueño. Toda configuración particular de las cosas es tan solo una barrera con la que el animal trata de protegerse de la embestida brutal del mar del éter. Nuestra pereza siente terror de la libertad del éter, su agilidad, su absurdo, sus Juegos y sus danzas. Dios opera únicamente sobre la psique, pero la Psyché = mundo, y mundo = Dios, y Dios = Yo. El mundo es solo el juguete absoluto. El conocimiento de mi Voluntad absoluta es el mayor de todos los conocimientos. Lo mismo se puede expresar del siguiente modo: el Mundo es la Voluntad de Dios o su Arbitrariedad. La “Verdad” es mi juego absoluto, con el que puedo hacer constantemente todo aquello que me parezca, todo aquello que dicte mi capricho, puesto que Dios, en su juego creador, solo se somete a la ley del capricho. Cada ininfinitud proviene de una resistencia, de un intento desesperado de la seriedad por recobrar el mando y poner fin al juego. Pero el Poder hace con la verdad todo aquello que le parece, arrolla toda resistencia y la emplea tan solo para expresarse. La ludicidad de la verdad se denomina el absurdo. El absurdo es el postulado de Dios y su predicado. Todo lo divino apesta en la música humana y todo lo que en la música humana apesta es divino. Solo cuando el hombre se despoja de todos sus sacramentos y verdades adquiridas es capaz de ascender hacia Dios. La lógica humana sería simplemente un reptil si no formase parte también de su Absurdidad, si la absurdidad humana no estuviese comprendida en la lógica Divina. La lógica divina, o metalógica, es la lógica que es plenamente consciente de su alogicismo, se somete a las mismas leyes apriorísticas del pensamiento, pero solo para desbaratarlas y confundirlas con sus actos. No teme a la contradicción y la absurdidad sino que las ama, las busca y se zambulle en ellas como en su propio elemento. La metalógica es el matrimonio salvaje de la lógica y la alógica, la lógica que danza frenéticamente como una ménade sobre sí misma, que se despedaza a sí misma y renace riendo desde sí misma en la espiral infinita, brillante y gloriosa de la sobreeternidad ludibrionista.

A: ¡Tus resultados metalógicos son solo los abortos infectos de esa lógica pequeña y ruin con la que asegurabas haber acabado!

Z: En efecto: lo son y, por tanto, no lo son.

A: Ad infinitum etc., etc. ¡Ya nos ha quedado claro! Pero también esa lógica infinita a la que apelas no es a fin de cuentas más que un bastardo.

Z: Podría muy bien ser que fuese el caso, pero únicamente si no lo fuese.

A: ¡Ah, demonios! Es imposible hablar contigo. Habla claro de una vez: ¿existe algo o no existe?

Z: Podría muy bien ser que no existiese, pero solo si existiese.

A: No has contestado a mi pregunta. Te he pedido que me digas sí o no. Y en cambio vuelves a salir con tus clásulas condicionales.

Z: La metalógica consiste únicamente de clausulas condicionales. Por lo demás, la respuesta a tu pregunta es: ¡sí! Pero solo precisamente porque no.

A: Eso significa que no.

Z: Eso significa que sí y no y ni sí ni no. Cada sí y cada no, tomados por separado, son una terminación de la infinitud.

A: ¡Que te lleven todos los demonios! Yo pese a todo necesito saber que… que… Se me ha olvidado lo que iba a decir. La cabeza me da vueltas. Dime, ¿es posible que encuentras placer habitando esta región solitaria de sofismas e idiotismo?

Z. El laberinto divino, féerico y grandioso, por encima del cual no puede haber nada para aquel que no esté ciego.

A: A mí me da más bien la impresión del establo de Augías o de un manicomio.

Z: ¡Muy cierto también! Todo depende del par de ojos con que se mire. Es imprescindible tener algunos pares de recambio, para utilizarlos según se presente la ocasión.

A: Hablas como un hombre sensato y a la vez como un cretino acabado. Estás más ciego que cualquier otro: lo que tú denominas lógica severa y danza sublime es más bien el baile de un oso amaestrado atado a una cadena.

Z: Desafortunadamente hay mucho de verdad en lo que dices. En parte es por hábito adquirido, y en parte también porque es necesario adecuar el lenguaje a los oídos del discipulo. Más adelante quizá te enseñaré una danza distinta, aunque no será la danza de Dios, sino la del oso sin cadenas.

A: ¡Gracias por tu magnanimidad! Pero si sigo asistiendo a la escuela será sobre todo para reírme del profesor andrajoso.

Z: Harías bien en reírte de lo risible, de la bajeza y la estupidez.

A: ¿Me estás llamando estúpido? Quizá… Pero no me dejaré llevar por la irritación. Te demostraré que, a pesar de que soy profesor de filosofía, no soy del todo tan estúpido y bajo como crees. Acabo de recordar el pensamiento que se me escapaba hace un momento. Es el siguiente. Veo claramente que tú también sientes la necesidad de aferrarte a alguna certeza. El alma necesita la certeza como el cuerpo necesita el aire. ¿Qué es aquello que todos quieren? Satisfacción. Pero la satisfacción consiste en alguna u otra forma de certeza. Y si alguien afirma que encuentra placer en la incertidumbre se trata únicamente de una ilusión óptica: halla placer en la certeza autosugestionada de que la incertidumbre es para él algo deseable. Por lo general, los ciudadanos honrados y decentes encuentran certeza en aquello que se presenta como evidente: que un perro de color blanco no puede ser de color azul, que los checos tienen la justicia de su lado en su lucha con los alemanes, o que la abolición de los privilegios de la nobleza constituye un progreso. Pero tú necesitas hurgar y escarbar como un loco, como un cachorro que se busca a sí mismo detrás del espejo, detrás de la evidencia. Allí no pudiste encontrar nada, así que tu delirio llenó esta oscuridad de fantasmas. Arrojaste lejos de ti el principium contradictionis, ese fundamento del buen sentido común, te arrancaste la piel a tiras y agonizas lentamente. Y pese a todo en tu agonía buscas lo mismo que todos: la certeza. Pero nunca la encontrarás en las regiones donde la buscas. Para alguien cuyo axioma básico es “todo es incertidumbre” encontrar cualquier tipo de certeza sería la refutación de su axioma. Por tanto te ves obligado a amar la incertidumbre porque amas la certeza. ¿Hay alguien tan digno compasión? ¿Puedes acaso encontrar satisfacción en la conclusión de que el mundo se compone a medias de insatisfacción y derrota, a medias de satisfacción y triunfo? No, esto es imposible. Y menos aún en el abandono resignado al libre curso de la historia completa del mundo, quizá la consecuencia más extrema de todos tus procesos mentales. Esto no constituye una certeza y además es una indignidad. Y sin embargo, lo que te está vedado a ti está al alcance de cualquiera. Un hombre puede ser tranquilamente un perro o un estropajo, y pese a ello ser feliz. ¡Lo único que necesita es la certeza!

Z: Lo que dices es sabio y certero. Aquí estamos ya un escalón más arriba que antes. Anhelo la certeza, y mi anhelo persiste incluso ahora, cuando ya la he encontrado. Y pese a todo, no he destruido la incertidumbre… Es posible un compromiso genial. Existe un sendero escondido y misterioso…

A: ¡Autoengaño! ¡Imposible a priori!

Z: Para Dios todo es posible.

A: ¡Ilumíname, Dios!

Z: Dios está en ti. Todo lo que tienes que hacer es abandonar la luz… Pero nos encontramos en un punto escarpado. Es difícil de pensar y aun más difícil de comunicar. Todo lo que puede ocurrir ocurrirá indefectiblemente, pero de todas maneras es imposible estar preparado para recibirlo. Por hoy ya he hablado bastante. En los años venideros tendrás que rumiar y rumiar lo que te he dicho. Entiéndeme bien: es la tarea de toda una vida.

V

Algunas precisiones esclarecedoras. La esencia del espíritu es la voluntad. La voluntad es la esencia absoluta y soberana. La esencia del espíritu es la Absolutidad y la Soberanía. Cada pensamiento es solo una forma de Dios. La demostración de la Esencia de Dios equivale de manera simple a la demostración de la esencia de la esencia. Aquel que al decir “Dios” no piensa al mismo tiempo “Yo” no se ha alzado todavía un ápice sobre el reino de la zoología. La única definición adecuada del hombre es: aquel animal que es consciente de ser Dios. Hasta hoy la humanidad ha consistido en la danza contradictoria de los principios larvario y divino, la pugna entre la esclavitud del gusano y la Libertad divina, entre la apariencia externa de un conglomerado de moléculas antropomorfas y la convicción interna de ser la Totalidad. Si la larva ha sido capaz de engendrar a Dios, esto es porque en primer lugar ella procedía de Él. Si el presuntuoso amor propio de la larva ha concebido el sentimiento de la divinidad, esto es porque el sentimiento de divinidad es el origen de todo amor, es idéntico a él, y solo Dios es en verdad susceptible de amar y de ser amado. Toda la infinita variedad de la realidad aparente fue creada por Dios para después crearse a sí mismo en una sublime comedia. Lo que llamamos la “realidad empírica” es el sueño de un sueño, la sombra de una sombra, una quantité négligeable desde el punto de vista filosófico. La filosofía profunda nos enseña que toda la consistencia de la realidad empírica se resume en el siguiente axioma: “Todo lo aparente es únicamente un producto de mi sueño, no existe nada fuera de mi conciencia, soy lo Único, el Todo”. La humanidad hasta hoy ha desdeñado este axioma, ha estado gobernada sin oposición por el principio larvario, ha expulsado a Dios hasta convertirlo en un pálido espectro que se insinúa apenas en el horizonte. ¿Qué podemos concluir del hecho de que nadie hasta ahora haya tenido el valor de adentrarse en la posibilidad filosófica más sublime, más seductora, más grandiosa y más semejante, es decir, el así llamado solipsismo? Sin duda, que el hombre está prendido en un estrecho vínculo de hermandad con el mundo considerado como desecho. El hombre es o bien un Egosolista Egodeísta o bien un perro. Dios no puede existir en pedazos, ni siquiera un bizcocho puede. El Yo es en esencia un Universo soberano. No cabe duda de que el egosolismo metalogístico está llamado a sustituir, de manera inminente y en bloque, a todo lo que hasta ahora se nos presentaba como el mundo de la evidencia. Hasta ahora el hombre permanecía preso en la cárcel de la verdad porque la conciencia de su Deoesencia no había fortalecido sus músculos para permitirle romper sus cadenas. El Egosolismo no-metalógico carecía todavía de su sustancia espiritual más etérea; el Metalogismo no-egosolista carecía todavía de piernas fuertes para caminar. Solo al fusionarse ambos pueden desembocar como una única corriente en el océano de la Divinidad. La Deoesencia egosolista, metalógica y ludibrionista es el futuro del hombre y la Eternidad del mundo.

1922

Notas

Edición original: Traktáty a diktáty, Ed. Štorch-Marien, Praga, 1922, pp. 162-171

La traducción de este artículo fue posible gracias a una beca del České literární centrum, disfrutada durante el mes de febrero de 2021. Agradezco en particular a Kateřina Chromková por todo su apoyo y amabilidad y paciencia.

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