Borges el no amado

Rumen Stoianov

Traducción de los alumnos del 11º grado del Instituto Bilingüe «Miguel de Cervantes» (Sofía, Bulgaria): Gueorgui Ivanov, Marian Krachmarov

Stoianov

(Rumen Stoianov es poeta, escritor, traductor, diplomático y académico del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Sofia “San Clemente de Ojrid”. Ha traducido al búlgaro obras de Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Vicente Aleixandre, Carlos Drummond de Andrade, Fernando Pessoa, entre otros. Dos antologías de poesía búlgara fueron publicadas en su traducción. Doctor honoris causa de la Universidad de Brasilia, Brasil.)

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Llevo escritos siete trabajos sobre el argentino: Borges lee los bogomiles, Borges y los búlgaros, Francisco Isidoro, Un gran desaprovechado, Borges y el hurgamiento, Borges el provechoso, Cantidad, calidad, por ende. Todos ellos afectan directamente a Bulgaria, incluido el séptimo: Borges el no amado. Una idea mía es buscar enlaces que unan a los exranjeros con lo propio de nuestra querida patria para ser útil, la actitud renacentista de ser útil nos ha de servir como estrella polar (aunque hoy en día suele sonar útil para el bolsillo). Me sentiría incómodo si no intentara aplicarlo: trabajo para culturas foráneas, pero con el dinero de los contribuyentes búlgaros, por eso no lo veo digno de respeto. Es cuestión de percepción, todos tenemos el derecho de opinar según nuestras convicciones.

En el año del Señor de 1968 regresé a la patria con un diploma poco ordinario: escrito a mano con tinta china en papel grueso de arroz, certificaba que la Universidad de La Habana me otorgaba el largo y tendido grado de Licenciado en Lengua Española y Literatura Cubana e Hispanoamericana. Sin embargo, esta sarta de palabras grandilocuentes no mencionaba que el titular tuviera la obsesión de traducir a un tal Jorge Luis Borges. No sabía cuántos entre los pocos hispanistas conocerían no su nombre, sino su obra, pero para la gran mayoría de aficionados a la lectura era absolutamente inaccesible. Pero era joven y venía de la Isla de la libertad (ay, qué cosa es la rima, me empuja a ponerme la barba, la de Fidel) como un licenciante licenciado, y hasta me dije: «caramba» (en libros antiguos traducido como qué diablos), Cuba de manera rigurosa exporta a Latinoamérica subversiones, soy un desastre para las revoluciones, diablociones, me conviene más y me resulta más fácil importar/exportar relatos. No relatos de cualquiera, sino de alguien cuyo nombre tiene extensión rival de mi diploma: Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo. Ideado y no hecho.

Lаs calificaciones precisísimas (cómo no iban a serlo, siendo marxistas, o sea, infalibles) del Politburó del Partido Comunista de la URSS y Castro si no coincidían del todo, se solapaban, quizá con pequeñas diferencias, pero: en el subcontinente permanecía el ambiente revolucionario, el deber internacional del movimiento comunista postulaba que fuese fomentado, apoyado, hasta que estallara la ira de las masas para arrasar el capitalismo desdeñado. La cuestión era cómo, con qué recursos. Fidel consideraba que de distintas maneras se debía exportar la revolución, incluida la formación de revolucionarios profesionales, numerosos de ellos disfrazados de estudiantes extranjeros; con muchos entablé amistad ya que compartíamos residencia, comíamos juntos en el comedor. Uno de ellos, boliviano, casado y con un diente de oro, se enroló en la unidad de Che Guevara.

Volviendo al grano: en aquel entonces, los años ‘60 y ‘70 del siglo XX, el mencionado argentino no era amado en Cuba, el país del flamante comunismo que buscaba su propio camino. En nuestro país tampoco. Puesto que el eslogan más alado había dispuesto: ¡Vista a la izquierda!, hacia la URSS. En realidad, si estaba en ruso, como si le hubieran otorgado un visado literario válido también aquí, carta blanca, se nos permitía traducirlo. En aquel entonces, con respecto a los temas literarios de Latinoamérica, ajustábamos el reloj literario a la opinión de Cuba fraternal. Repito, eran dos: Moscú de piedra blanca y la Habana antillana (como lo son ahora Washington y Bruselas), cautelosamente observábamos su tictac ideológico. En la Unión de los Escritores había un potente Instituto de América Latina, que contaba con una cantidad impresionante de libros y peritos que seguían las normas de Lenin. Leíamos mucho la revista Inostrannaya literatura, estaba en la vanguardia de lo permitido: si en sus páginas uno vislumbraba un poema, relato, novela de un fulano, era obvio que el hombre había sido verificado, sus obras valoradas/coladas, un amigo, nada impedía que lo bulgarizáramos (si encuentras sus obras). Otra fuente fructífera de agua viva, o sea, autorizante, eran las librerías de literatura rusa; pasabas por ahí, si veías portada de un autor latinoamericano, el semáforo ideológico te iluminaba con rayos animosamente verdes: Adelante, traductor, es tu turno.

Algo similar pasaba también en lejana Cuba. Buscábamos en las librerías de literatura extranjera toda obra latinoamericana que publicaba la Isla. En primer lugar nos enterábamos por la revista Casa de las Américas, que albergaba en su mayoría autores contemporáneos; así se respondía directamente si podríamos admitir a algún autor. No obstante, la última palabra la tenía el Comité Central del Partido Comunista Búlgaro, lo cual, sin duda alguna, implicaba la realización del socialismo totalitario; el departamento correspondiente recomendaba a alguien, basándose en informaciones que venían de partidos hermanos, de nuestras embajadas, conocía las preferencias ideológicas de todos. Todo ello me beneficiaba directamente, como si lo hubieran concebido en provecho mío: Cultura Popular, una editorial dedicada exclusivamente a traducciones, me llamó para que les tradujera urgentemente la novela Vidas Secas del brasileño Garciliano Ramos, que no fue sometida a la espera habitual, sino que se publicó rápidamente, en 1969. El pedido me iluminó, ya que en aquel entonces no había quien desaprovechara el tiempo como yo con el portugués inaplicable: en Portugal, salazarismo, en Brasil, generales de derecha persiguiendo a los izquierdistas; seis colonias.

En tales circunstancias, es decir cuando Borges estaba ausente tanto en la Unión como en Cuba, no hubo manera de que pusiera pie aquí. A propósito, tengo que mencionar que mientras yo cursaba la carrera en la Universidad de La Habana, Borges no era tema omitido (los profesores anteriores a la Revolución no habían sido ahuyentados, no existían asignaturas ideológicas) e incluso lo leía en las bibliotecas. En estas no había sido ejecutada (¿aún?) la purga local que encerró a numerosos escritores nuestros en el llamado “fondo especial”. Iba caminando a la cercana Casa de las Américas y allí ingería todo lo que había del porteño. Y la revista homónima lo pasaba por alto sin prestar atención ni mucho menos. Yo lo leía y, sin tener suficiente conciencia de las clases sociales, me maravillaba. Así que decidí traducirlo al búlgaro. No obstante, el porteño estaba censurado: un intelectual de ideas de derecha. Y eso es poco diferente (en términos búlgaros) a un enemigo: vivíamos en los años de la Guerra Fría y la Cortina de Hierro. Había una lucha a muerte entre dos mundos, la historia ha decretado que uno de los bandos tiene que estirar la pata, y ese Borges, es su culpa de estar del lado del enemigo, que se las arregle. En tal caso no lo necesitamos, aun sin él avanzamos hacia el sistema social más justo, el único sistema perfecto, nuestra causa es justa y triunfaremos sin ninguna Historia de la eternidad, pues ¿quién necesita ese libro?, la eternidad la viviremos en el comunismo, ya que este dominará todo el mundo para siempre, en búlgaro democretino for ever. Además, eran poquísimas las publicaciones periodísticas que aceptaban historias ajenas.

La situación del tráfico estaba cambiando en diferentes aspectos para todo el campo socialista, en particular el político, y aquí empezó a entreabrirse hacia el Occidente, el sistema que nos hacía felices no estaba definitivamente consolidado, seguía desarrollándose. Así que me empeñé en presentar a Borges. De qué manera, lo  describí en Memorias de un dinosaurio (Editorial Ab, 2013, p. 356). Presento lo que atañe a Borges:

Francisco Isidoro

Pocos de los lectores de Borges saben que su nombre completo es Jorge Francisco Isidoro Luis Borges. Dos de los cuatro nombres de pila permanecen en la sombra. Algo similar me acometió en el deseo de traducirlo. Quería hacerlo en cuanto regresara de Cuba (1968). Pero en aquel entonces el argentino no era amado aquí: derechista, conservador, reaccionario, anticomunista, contrarrevolucionario, nada de benevolente hacia la Unión Soviética y tampoco hacia los quehaceres de Fidel. Pecados que la feroz ideologización no perdonaba, aunque en su juventud escribió un poemario que alababa la Gran Revolución Socialista de Octubre, que nunca llegó a ser impreso, incluso el título no obtuvo una forma definitiva: Los salmos rojos, Los himnos rojos, Los ritmos rojos. No lo respetaban en Moscú, la de la piedra blanca, tampoco en La Habana. De ahí que se ocupara en mirar sus chiflados laberintos, espejos, tigres, a ese no lo necesitamos. Al fin y al cabo, un cuento suyo traducido por mí fue publicado en un periódico y, como el apetito viene comiendo, quise traducir un libro. Hablé con Vera Gancheva, la magnánima directora de la editorial Cultura Popular, y firmé un contrato de traducción y selección. ¡Borges en búlgaro! ¡Vaya! Me frotaba las manos de contento, se me caía la baba, pero también seleccionaba lo que consideraba más valioso de los libros que tenía. Pasado cierto tiempo, Vera me dijo que iban a usar la edición soviética. Cosa entendible: doble seguro, ya que si reimprimimos del ruso, los guardianes de la inmaculada pureza ideológica no tendrán nada que decir. Así que el primer libro de Borges en búlgaro salió con un prólogo de un camarada ruso, ¿alguien discutiría la infalibilidad del Gran Hermano? Me pagaron por recopilarlo, aún no había procedido a la transferencia lingüística ni a componer un prólogo. Se desvaneció el plan triple de hacer la selección, el prólogo y la traducción. Estaba amargado, pero no me opuse a la decisión, era poco probable que dependiese de Vera, pero ¿por qué no se me asignó al menos la traducción? (pp. 67-68).

Fallaron mis expectativas por los tres encargos incumplidos, encima ni me aproveché de mi inalienable derecho de quejarme a los cuatro vientos. Tengo una explicación del porqué me suspendieron no solo como traductor de Borges, sino también de García Márquez, la expondré en otro lugar para poder responder a las preguntas sobre las causas de no haber traducido otro libro del creador de Macondo, tras Cien años de soledad. Pero me conformo con el reconocimiento de que la primera colección búlgara del ingenioso ciego apareciera gracias a mi sugerencia, porque de lo contrario habría sido demorada aún más.

Por desgracia, no sólo Jorge Borges sufrió desamores, sino también yo: firmo un papel de compilador, traductor y elaborador de prólogo, y luego nanay. Sin pena ni gloria. Celebró el Partido Comunista Búlgaro su pleno de noviembre, se celebraron las asambleas de la democracia en la capital y finalmente yo decidí cumplir un sueño de toda la vida: traducir a Borges, que ya no hay tala totalitaria. Y aquí está El libro de arena (2000), anticipado por La historia de la eternidad (selección de siete libros y traducción, 1994). Y otra vez por carecer de amor y de alguna remuneración: la segunda editorial no me soltó ni un duro y por humilde yo no derramé ni una lágrima. ¿Y por qué? Parece poco que junto con Borges fuera honrado, hasta dos veces, con desamores, ¡quién fuera yo!